En este año, el mundo de la cultura y las bellas artes se ha llenado de obituarios como jamás se había visto, y ello nos obliga a ver un poco hacia atrás, por aquello de la memoria. Sin embargo, hay una frase lapidaria que sirve de aliciente para seguir adelante: Yo sólo soy memoria y la memoria que de mí se tenga. Su autora, Elena Garro, ni más ni menos.
Nacida un día como hoy, pero de 1916, en la ciudad de Puebla, Elena Garro Navarro creció rodeada de libros y de literatura. Sus padres, consumados lectores, en cierta manera descuidaron a sus hijos, pero les regalaron algo más importante, la imaginación y el conocimiento. Elena y su hermana Debaki jugaban a ser grandes personajes y se comunicaban entre ellas con un lenguaje que sólo ellas entendían. Pasado el tiempo, Elena tuvo variopintos intereses, entre éstos la danza y el teatro. Llegó a ser coreógrafa al mando de Julio Bracho, pero las letras, como era lógico, además de habitar su casa, también tocaron a su puerta cuando conoce a un incipiente Octavio Paz, quien se vuelve novio de ella y contertulio de don José Antonio Garro. A la larga, Octavio y Elena acabarían casados y con una hija doblemente talentosa, Laura Helena, la Chatita.
En 1937, Elena y Paz viajan a España para asistir al Congreso de Escritores Antifascistas en Valencia, donde conviven con genios de tremenda envergadura como Pablo Neruda y Rafael Alberti. Inclusive llegaron al mismo frente de batalla, según los caprichos de la guerra o del destino, si se quiere ver así. (Elena Garro plasmaría parte de esta experiencia cincuenta años después en Memorias de España 1937, donde Paz no saldría bien librado. Y cuándo no.) Tiempo después, cuando Paz ingresa al cuerpo diplomático mexicano, Elena aprovecha esos viajes de trabajo de su esposo para conocer la vida cultural, pero también para escribir un poco. Motivada por Paz, escribe su novela más importante, Los recuerdos del porvenir (la cual gana en 1963 el premio Xavier Villaurrutia, ex-aequo con La feria de Juan José Arreola). En esta novela, donde Garro recurre a sus recuerdos de infancia en el sur de Guerrero, presagia el llamado realismo mágico, explotado de forma postrera por Gabriel García Márquez.
Cuando se tienen vocaciones similares, nunca faltará la envidia. Mientras Elena escribía cosas de impecable factura en la narrativa, Paz seguía inmerso en su búsqueda de la poesía, así que las envidias -por parte del poeta diplomático- también formaron parte de su vida diaria. En los años 60, Paz trazó una nueva ruta hacia el Oriente, dejando a las dos Elenas a la deriva, a merced del vituperio tanto político (Garro fue una defensora de los indígenas y los campesinos en México) como literario (fue borrado su nombre de la historia de la literatura mexicana). Ellas fijaron por muchos años su residencia en España y en Francia, donde Helena Paz Garro trabajó en la legación mexicana en París, acompañadas por varios gatos y un baul lleno de papeles con olor a orines felinos. Producto de ese trajín, es el libro de cuentos Andamos huyendo Lola.
A principios de los noventa, un grupo de escritores, donde se encontraban Emmanuel Carballo y René Avilés Fabila, amigos suyos, la ayudan a regresar a México con todo y gatos. Elena y la Chata fijan su residencia en Cuernavaca, en un departamento propiedad de una hermana de la escritora. También se hace lo posible para que reciba del Conaculta una pensión como creadora, la cual no les rendía mucho. Al final, en pleno ostracismo, Elena Garro muere el 23 de agosto de 1998, cuatro meses después que Octavio Paz. Mientras que el poeta tuvo un sepelio digno de un jefe de estado, al de Elena Garro solamente asistieron varios amigos suyos, uno que otro funcionario cultural y, claro, su hija, la Chata.
Sinceramente, no es mi intención hacer un retrato ni un obituario pospuesto, ni tampoco una querella. Aunque la obra de Elena Garro pasó por las ingratas aguas del olvido, varios lectores -como quien escribe- al descubrir sus obras, le devolvemos vida, y su imaginación, pese a todo, dictará la última palabra. El Fondo de Cultura Económica editó el primer volumen de sus obras reunidas, donde se encuentran sus libros de cuentos La semana de colores y Andamos huyendo Lola; ojalá que el FCE prosiga con ese rescate que bien lo merece. Algunas de sus últimas obras fueron editadas por la casa regiomontana Castillo. Y su novela más importante, Los recuerdos..., aún tiene a Planeta como su casa editorial.
Somos muchos los que leemos y admiramos a Elena Garro. Hay que leerla para descubrir un mundo sin tiempo y porque, parafraseando el título de un cuento de Julio Cortázar, queremos tanto a Elena Garro. ¿A poco no?
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