Hace un rato, pasé una buena tarde de cine acompañado por Rosalía Velázquez, con quien vi Todo sobre las mujeres, muy buena película protagonizada por Annette Benning y Meg Ryan, muy en la onda Sex and the city, pero no del todo, a pesar de que se trataba de un remake de un filme de los años 30. Salimos de la sala de cine satisfechos por lo que habíamos visto. (Entre la última peli de un James Bond ya trillado y otras bastante palomeras, ésta era la indicada para ambos.) Esta escala cinematográfica desea tomar la pluma fuente (o, en su defecto, el teclado del ordenador) para escribir un capítulo más de mis Leaving Port Memories. "Habla, memoria..."
Desde que tengo uso de razón, el cine ha formado parte de mi vida. Principalmente, le debo esto a mi padre, quien me llevaba al legendario cine Ópera, allá por la San Rafael, en la segunda mitad de los años 80. La mayoría de las películas allí exhibidas tenían el sello de la casa Disney, sin embargo, se podían ver éxitos de hace veinte años o hasta más, como Los Aristógatos, misma que en aquellos días, llegaba a su primera década. Pero la película que se volvió el toral evento de mi generación, fue la versión para cine de Los Thundercats, cuya saga seguíamos todas las tardes por canal 5. En el Ópera, interminable el griterío infantil por unas expectativas exageradamente sobrepasadas. Si la memoria no me falla, después de ésta exhibición, para aquel cine comenzó un lento y largo olvido, que aún no termina.
En otras geografías, otros cines, estuve a punto de formar parte de una generación cinematográfica a la que le tocó el estreno de La historia sin fin, pero a media película, la tortuga gigante me dio miedo y mis padres optaron por sacarme de la sala. (Superé ese trauma en el cineclub de la escuela primaria, cuando la pude ver completa. Sans commentaires.)
Un evento capital que me abrió las puertas del cine de arte, fue el estreno de la película danesa El festín de Babette; mi padre, otra vez, me abrió el mundo del cine gracias a ésta. Durante muchos años, no volví a pararme sobre una sala de cine, gracias a la (in) comodidad del videocassette. (No me arrepiento de ello, porque así conocí tres de mis filmes predilectos: El último emperador, El imperio del sol y, ¡¡claro!!, Cinema Paradiso.) No fue sino hasta la preparatoria cuando después de ver Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto con Victoria Abril, cuando resolví regresar al placer del celuloide. Meses después, en la misma sala, me "aventé" El libro de cabecera de Peter Greenaway. Y ya en la universidad, digamos que el cine era de todos los días. El último tango en París, Antes que anochezca, La lengua de las mariposas y La última tentación de Cristo también se volvieron mis favoritas. (Hubo un día en que me eché al hilo ¡¡tres filmes!! Y en cines diferentes, además de todo. En la mañana, El tigre y el dragón; por la tarde, El exorcista, y Gladiador por la noche. Luego me arrepentí de haber comprado el boleto para la segunda.) Y ya que los arrepentimientos están de a peso, lamento sobremanera no haber visto la versión en cine de Sostiene Pereira, "el adiós de Marcello Mastroianni", según como se anunció en México.
Dice en una canción de la española Luz Casal, "Inés", que el acto de ir al cine es "sentarse y soñar". Así lo fue durante muchos años para mí. Y cada vez que me doy una escapadita al cine, así ocurre también. Decía Emilio García Riera que "el cine es mejor que la vida", pero más bien creo que la vida es mejor con el cine. De cualquier manera, la vida es un cine, ¿no es así?
1 comentario:
La vida es un cine, y lo más emocionante es el soundtrack que nos regala día a día.
¿Cuál es tu soundtrack hoy?
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