Cada verano, desde hace varios años y de manera cronológica, emprendo la lectura de una de las novelas que componen la saga de Maqroll el gaviero, escrita por el colombiano Álvaro Mutis. Ayer, Abdul Bashur, soñador de navíos, sexta parte de la saga, fue la elegida. (Confieso que ésta y otras dos de la serie, Ilona llega con la lluvia y La última escala del tramp steamer, terminé de leerlas con lágrimas en los ojos, dado que la conmoción fue tremenda.) Para un servidor, su sola lectura era un reencuentro con las andanzas anteriores del errabundo personaje creado por Mutis, pero la historia va dirigida principalmente a contar la historia de su compañero de empresas y tribulaciones, el libanés Abdul Bashur, dechado de prudencia por los cuatro costados, diametralmente opuesto a Maqroll, quien se rige por los dictados del destino. Para los lectores que les interese conocer las andanzas de estos personajes, les recomendaría que lean la serie desde el principio; aunque con Abdul Bashur, soñador de navíos se dé un primer acercamiento con Mutis, digno es comenzar por el principio. Pueden leer de forma independiente cada novela -editadas por Punto de Lectura-, o conseguir -si el presupuesto lo permite-, en un solo volumen publicado por Alfaguara, o en dos tomos, editados por DeBolsillo, las Empresas y tribulaciones de Maqroll el gaviero. (La edición de bolsillo cuenta con un epílogo de Gabriel García Márquez.) De pilón, cabe decir lo siguiente: el próximo verano, cerraré la serie leyendo la séptima parte, Tríptico de mar y tierra. Cuando haya terminado, ahora sí, como debe de ser, releeré la saga completa y sin interrupciones.
Hablando de relecturas, una que siempre hago, sin importar la temporada, es la del libro Enseres para sobrevivir en la ciudad, de Vicente Quirarte. Se trata de una compilación de artículos que el autor publicó, primero, en los suplementos culturales de los diarios El Economista, El Nacional y Unomásuno, y de temática citadina por los cuatro costados. Se compone de tres partes: "Enseres" (textos sobre diversos objetos cotidianos, como el lápiz, el cuaderno, el portafolios, etc.), "Para sobrevivir" (consejos, advertencias y recuerdos sobre el mundo de las letras y los escritores) y "En la ciudad" (estampas muy peculiares sobre la vida de la ciudad de México). La lectura de cada artículo, aunque lleve un momento, deja un sabor de boca que dura todo el día. Tres ejemplos: En "Enseres para una oda al lápiz", Quirarte hace un recorrido por la historia del objeto más importante de la vida escolar, además de hacer algo de psicología al respecto; en "Elogio de la torta", deja que la historia haga las veces de guía gourmet, y en "Sacerdotisas del café con leche" (y para deleite de Julia Cuéllar), nos muestra a un Ramón López Velarde no conocido. Podría hablar horas y felices minutos sobre cada artículo, pero mejor recomiendo su (inmediata) lectura. (Hay dos ediciones: la primera, de 1994, publicada por Conaculta y el Instituto de Cultura de Aguascalientes, y una segunda, algo corregida, bajo el sello de Norma. La elección final es suya.)
De cualquier forma, leer y releer son las caras de una misma moneda. A quien escribe solamente le corresponde compartir sus experiencias en el rendez-vous de la lectura. Borges decía que la lectura es una forma de la felicidad. También lo sería la relectura, ¿verdad?
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