viernes, 30 de agosto de 2013

La flor verdadera

Ulises Velázquez Gil

Entre los artículos de pulpa académica y los manuales con pretensión de directorio telefónico, de todas las definiciones dadas al arte de la poesía hay una muy original de Rubén Bonifaz Nuño que me agrada mucho: “la poesía es como echar relajo, es decir, para ser libre, para gozar la vida”. En una palabra, un ajuste de cuentas con las cosas que la propia vida ofrece a cada instante.
En aras de vivir a flor de piel cada instante de las palabras, Roberto López Moreno regresa al redil de la poesía con una compilación que destella vitalidad que conocimiento, gratitud y constancia. Se trata de Xóchitl Uchitelnitza, poemario que celebra la vida a cada instante, porque cuando se trata de plasmar el resplandeciente paso de ésta, todo verso se sirve del tiempo para cumplirlo a cabalidad; condición endémica en López Moreno, por nacer en una tierra poética por excelencia, Chiapas, donde refulgen dos diamantes llamados Jaime Sabines y Enoch Cancino Casahonda.
Xóchitl Uchitelnitza se compone por 61 poemas repartidos en tres secciones; el primero y el tercero son complementarios, respectivamente, donde se nota a leguas un destino con cierto sentido: compartir o develar qué hay detrás del horizonte, lleno de flores, como cantos y alabanzas en loor de la vida. Esa misión recae de forma directa en el poeta, gaviero del tiempo, a quien se le agradecerá siempre anunciarnos lo que venga. Gracias, poeta que puedes construir con los reflejos/ la simetría volátil del ensueño./ Aquí, el resplandor de tu diseño:/ sobre el viento oriente/ hay un lago de ondas lejanías/ en donde habitan leyendas galateas/ danzando acuáticos velámenes. (O como diría Carlos Pellicer: ¡lo que diga el poeta!)  
Ahora bien, ¿en qué se distingue el paisaje poético de México respecto al de otros lares? En las flores ¡¡por supuesto!! Desde tiempos inmemoriales, la poesía (in xochitl in cuicatl) ha sido un tópico esencial en la vida diaria de este lado del mundo, a la vera de inscribir en la memoria alguna ración de paraíso. Desde el título mismo, Roberto López Moreno se suma a esta búsqueda; aunque, cabe mencionarlo, es sólo una transfiguración de su búsqueda poética, o mejor dicho, de la poesía misma. Del poemural al verso laconista, en este ramillete su ábrara late a corazón batiente: Flor en aura de aroma, en los templos del tiempo,/ en alta función de prima vera,/ primera verdad desde tu siembra,/ de mies xochitlreparto,/ tierra de propia luz estremecida,/ tierna así la tu guerra, misión cumplida.
¡¡Ábrara sésamo!! En aras de nombrar la flor, se desarrollan mundos minúsculos en apariencia, que rebosan de vida y sin importar su brevísima presencia en la tierra, la poesía permite una segunda oportunidad para lograr su persistencia en los siguientes testamentos: pétalo que nos instruye en el amor y el tiempo (“Xóchitl Uchitelinitza”); El conocimiento es la flor/ y nos habita a través del pétalo/ −somos simetría−./ La eternidad tocamos. (“El conocimiento es la flor”); ¿Y si es cierto que Dios existe, flor maestra? (“De veneraciones”); Pero queda la flor maestra,/ Ahí. Aquí./ Para iniciar horarios. (“Desconocimiento”), o éste que cierra el libro: Xóchitl uchitelnitza/ flor maestra/ belleza y enseñanza/ por encima y encima de la muerte/ fuerte/ siempre/ Vida. (A final de cuentas, emisarias del tiempo que, como la rosa de Borges, tienen asilo y estancia en su palabra misma.)
Quien destella un acendrado amor por las flores, tiene a su cuidado un jardín secreto donde viven y crecen las más cercanas a su matria fraternal; ese lugar discrónico reside en la segunda sección del libro, “Suplemento dominical”, compuesto por diecinueve flores suyas, de alegría floreciente; pétalos de Coyoacán, cerros de Milpa Alta, versos desde Querétaro y Belén, conviven en franca cordialidad con la calidez de una canción, destinada para Valentina (La mañana clara y alta/ tiene sonrisa de niña), Blanca (Fui bajando hasta el río,/ mi niña Blanca…/ te compuse este canto/ con cuerdas de agua), Encarnación (que cante/ tu voz de tiempo,/ que los niños que fuimos/ seguimos siendo) o Nandiumé (Una canción cantaba/ y la cantaré/ a la risa encantada/ de Nandiumé), que no requieren exageraciones terrenales para descubrir en ellas un jardín interior, donde la vida se descubre por sí sola.
Como en “El gigante egoísta” de Oscar Wilde, la inocencia y el encanto de un niño siembra una semilla de fe y esperanza en el jardín marchito de un taciturno gigante, así también la poesía logra este milagro, celebrando una vida en espera de mejores días. El jardín secreto de Roberto López Moreno simplemente funciona como ese territorio a prueba de tiempo, donde crecen las mejores flores, a salvo del sufrimiento y del sinsabor del diario acontecer; aunque también, cabe decirlo, las mejores flores se fertilizan con sangre y con lágrimas, y ello no las exime de su belleza ni de su encanto.
A final de cuentas, con Xóchitl Uchitelnitza cumple Roberto López Moreno una deuda con su propia poética, donde su descubrimiento de la prístina partícula llamada ábrara encuentra en las flores una inusitada manera de sentirse vivo, y como sus epígonos mexicas, comparte verso a verso su visión de la flor verdadera, ésa que nos permite ser libres con la vida. Después de todo, xochitl citlali uchitelnitza,/ instrúyenos/ en tu renovado nacimiento. (Lo demás es mera exageración. De verdad.)

Roberto López Moreno. Xóchitl Uchitelnitza. México, Ediciones del Ermitaño, 2013 (Minimalia. La furia del pez, 11)

No hay comentarios.: