martes, 31 de marzo de 2009

Carta abierta para Vicente Quirarte

Admirado Vicente:

Hace unas semanas, compré en una librería de Educal tu nuevo libro, Los días del maestro, el cual leí con una fruición que sólo me llega cada vez que un libro tuyo de ensayos llega a mis manos. Es verdad que Enseres para sobrevivir en la ciudad y Peces del aire altísimo suscitaron sendas y satisfactorias reacciones, y en ese rubro me alegra integrar Los días del maestro. Verdad que sí y te lo agradezco sobremanera.
Es meramente una delicia saber que conservas intacto ese estilo en el ensayo, estilo que se caracteriza por dejar que las palabras y los recuerdos hablen por sí solos, y salvarlos del pecado de la erudición que hace de un sencillo ensayo un galimatías. Muchos de los textos nacieron gracias a la ortodoxia de los homenajes (como los dedicados a tu siempre admirado Rubén Bonifaz Nuño, los dos Andrés, Henestrosa e Iduarte, José G. Moreno de Alba -la cual tuve la fortuna de oír, en un coloquio organizado por nuestra querida Pilar Máynez-, Sergio Fernández, etc.), y otros, gracias a la relectura de tus clásicos presentes, pretéritos y futuros, como Clementina Díaz y de Ovando, Felipe Garrido, Gonzalo Celorio o Francisco Hernández. No cabe duda que en este libro, tal y como lo mencionas en el prólogo, están tus maestros, los que te han dejado una honda enseñanza; algunos, por nacimiento, son tus coevos, pero no por ello menos magisteriales.
Vicente, bien sé que me faltan palabras para describir letra por letra, las intenciones e invenciones que se hallan en este libro. Seguramente más de un lector se preguntará los porques del libro que motiva la escritura de este mensaje embotellado. La respuesta, aunque obvia, es la misma: para invitarlo cordialmente a su lectura. Creo que al cerrar Los días del maestro, luego de una acendrada lectura, no faltará quien decida proseguir esa deuda del corazón, sea recordando su panteón personal, o escribiendo estas líneas que, me imagino, tardarán en llegar a tus manos. Si me permites la observación, pienso que Los días del maestro es la secuela natural de Peces del aire altísimo, no sé cómo lo veas. De cualquier manera, estas obras fueron escritas por una total sinceridad y una toral admiración.
Nuevamente, muchas gracias por tu libro. Algún día, y de viva voz, te expresaré estas mismas ideas.
Sinceramente,
U.V.

jueves, 19 de marzo de 2009

Jaime Sabines: Celebrando la vida...

En la mañana de hace diez años, luego de despertarse, tomar su café y mirar por la ventana una bugambilia que se halla afuera de su casa en San Ángel, Jaime Sabines emprendió su último viaje, donde todos los poetas se vuelven eternos. Tanto para su familia como para todo el séquito de lectores que seguimos palabra por palabra su vida poética, fue una pérdida que seguiremos lamentando. Sin embargo, la poesía siempre termina por devolverlo a nosotros, al menos, cada vez que abrimos su Recuento de poemas y regresamos a ese poema favorito una y otra y otra vez.
Jaime Sabines Gutiérrez nace para el mundo el 25 de marzo de 1926, en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas (tierra donde, se dice, levantas una piedra y encuentras un poeta: Rosario Castellanos, Enoch Cansino Casahonda, Rodulfo Figueroa, Roberto López Moreno, el propio Sabines, preclaros ejemplos de ello). Tercer hijo de un militar de ascendencia libanesa, el Mayor Julio Sabines, y de doña Luz Gutiérrez, proveniente de una de las familias pudientes de Tuxtla, el pequeño Jaime tuvo sus primeros acercamientos con las letras, mediante los cuentos de Las mil y una noches y las aventuras de Antar, el poeta guerrero de la literatura árabe, que cada noche el Mayor Sabines le contaba; además, la Biblia (en la traducción Reina-Valera) tuvo también un papel preponderante en su formación, antes que poética, como acendrado lector.
Cuando viajó a la ciudad de México para estudiar Medicina, se dio cuenta que estaba solo, solo. Y como impulso natural, comenzó a escribir; no había ocasión para que no lo hiciera. A los tres años dejó la carrera y volvió a Chiapas. Tanto en la gran ciudad como en la tierra propia, surgieron sus primeros libros: Horal (1950) y Adán y Eva (1952). Consciente de su nueva condición, regresó a la capital y se inscribió en la Facultad de Filosofía y Letras, allá en Mascarones, donde convivió con otras futuras luminarias: Juan José Arreola, Héctor Azar, Otto-Raúl González, Dolores Castro, Ricardo Garibay, Luisa Josefina Hernández, Enriqueta Ochoa y su paisana Rosario Castellanos, entre otros. Al final, la vida acabó llámandolo nuevamente al terruño: sea atendiendo a su padre, el Mayor Sabines, sea atendiendo la tienda de telas que su hermano Juan le encargó dadas sus responsabilidades legislativas.
En aquella tienda de telas, mientras Sabines cortaba y vendía la mercancía, las palabras no podían estarse quietas; cada día, Jaime se impuso la tarea de escribir un soneto diario para no perder el oficio poético. El resultado de aquella proeza fue Tarumba, uno de sus libros más conocidos. Además, era tanta la fama que tenía el poeta en su negocio que nunca le faltaban visitas, entre éstas, un grupo de jóvenes escritores que se hacían llamar La Espiga Amotinada: Eraclio Zepeda, Juan Bañuelos, Óscar Oliva y Jaime Labastida, quienes aprendieron mucho del oficio de poeta en ese inusitado lugar. Más adelante, Jaime y su familia dejaron Chiapas y regresaron a la Ciudad de México; ahora le tocaba al benjamín de los Sabines Gutiérrez atender una fábrica de alimento para animales. Así, durante treinta años.
Entre la vida familiar y el trabajo físico, Sabines siguió escribiendo. Sus temas, a diferencia de sus contemporáneos, no atravesaban los linderos de la experimentación, sino, simplemente, a vivir la vida y la muerte, o al menos, a contarlas. Ahora que lo menciono, ¿quién no recuerda Diario semanario y poemas en prosa? Muchas estampas de la vida diaria bajo la pluma de Sabines alcanzan categoría de poesía pura. En una palabra, celebrando la vida.
De treinta años a hasta su repentina pérdida física (tiempo que lleva reeditándose hasta el hartazgo su Recuento de poemas), Sabines nos regalado su vida y poesía en los innumerables recitales que ha dado, tanto en el Palacio de Bellas Artes como en la Sala Nezahualcóyotl, donde se rebasó y por mucho la expectativa de asistencia; cuestión que ejemplifica la cabal salud de la poesía mexicana del siglo XX. (Otro poeta mayor, Octavio Paz, reconoció el talento de Sabines aún sabiendo que su poesía era, de cierta manera, enemiga de la suya.)
En fin... somos legión los que seguiremos agradeciéndole a Jaime Sabines por toda su poesía. Poetas pretéritos, presentes y futuros; lectores de banqueta y palacio... la lista es larga. Por ahora, la mejor manera de celebrar a Sabines (y, por tanto, a la vida misma) es conociendo su poesía. Y como cada quien tiene su poema favorito, por ahora comparto el mío. ¡¡Gracias, Jaime!!

Me tienes en tus manos...

Me tienes en tus manos
y me lees lo mismo que un libro.
Sabes lo que yo ignoro
y me dices las cosas que no me digo.
Me aprendo en ti más que en mi mismo.
Eres como un milagro de todas horas,como un dolor sin sitio.
Si no fueras mujer fueras mi amigo.
A veces quiero hablarte de mujeres
que a un lado tuyo persigo.
Eres como el perdón
y yo soy como tu hijo.
¿Qué buenos ojos tienes cuando estás conmigo?
¡Qué distante te haces y qué ausente
cuando a la soledad te sacrifico!
Dulce como tu nombre, como un higo,
me esperas en tu amor hasta que arribo.
Tú eres como mi casa,
eres como mi muerte, amor mío.

sábado, 14 de marzo de 2009

Entre concursos te veas...

Siempre he sentido una debilidad por ver en la televisión los programas de concursos, regularmente los relacionados con la cultura en general, donde se premia el conocimiento y se castiga la ignorancia.
Recuerdo que mi papá me motivaba a llamar a las estaciones de radio para ganarme algún regalo, experiencia de la que salía muy mal librado, es decir, que no me sacaba nada. Para aquel entonces, ya nos habíamos vuelto televidentes de algunos programas como La venta increible y la versión mexicana de ¡Jeopardy!, y mi señor padre, cual cuchillito de palo, insistía en que concursara. Al final, tuve que ceder. Fui al casting de ¡Jeopardy! como todo hijo de vecino e hice bien todas las pruebas, para que terminaran diciéndome: Luego te llamamos. Lo único bueno que saqué de ese extraño casting fue una breve pero significativa charla con una incipiente abogada, de nombre Yuriria, a quien terminé viendo en un programa de La venta..., donde los nervios hicieron que confundiera a Martín Luis Guzmán con Mariano Azuela. (¡¡Háganme el reverendo favor!!)
Resignado a que nunca habrían de llamarme, a principios de 2001 la suerte volvió a hacer de las suyas. Recibí una llamada para hacer otro casting, pero de un nuevo programa, Tres son multitud (después conocido como Des haz tres), cuya idea era semejante a Mejores amigos. Sin embargo, me empeciné en entrar a uno de cultura general y ante esto, la telefonista transfirió mi llamada a la versión mexicana de Hollywood Showdown, que terminó por llamarse ¡Apantállame!, donde acepté participar de inmediato; me engancharon con el tema del cine y al final me destapé como experto en espectáculos. (Fui por lana y salí trasquilado.) En menos de ocho meses, grabé el programa piloto y el oficial, que se transmitió a principios de septiembre, donde fui el primer ganador de los 20 mil pesos del premio principal. (Mis compañeros de juego me veían con una cara sospechosamente de envidia, viendo la crónica de un triunfo anunciado.) Pero como no todo lo que brilla es oro, a lo largo de ocho meses y con un constante cambio de patrocinadores, al final mis 20 mil tepalcates se convirtieron en una computadora de escritorio. (Gané un aditamento elemental en mi labor creativa, pero perdí la oportunidad de llevarme a la familia de viaje. Auch.) Hasta ahora no he participado en programa alguno; intenté inscribirme en línea a El rival más débil, pero me quedé en el mero filtro. (Doble auch.)
Antes de mi breve incursión en la telera, tuve una feliz racha de premios radiofónicos en Ondas del Lago y Horizonte 108, donde me llegué a ganar libros, revistas y discos. Me confieso adicto a esta manera de cazar boletos para conciertos, pero no paso de perico perro. Y de los concursos literarios, siempre recibía mi partida de punto. (Por algo será.) De cualquier manera, aún los sigo viendo y/o escuchando, sólo que ahora ya no me atraen tanto la atención como antes.
Hace unos minutos, terminé de ver Doble cara, formato importado de Inglaterra, igual que El rival más débil, y al verlo, no gana quien sabe más sino quien reacciona menos. (Celebro ese recurso, pero con franqueza echo de menos el concepto clásico.) Lo mismo pasa con Hasta el hoyo, del que me reservo mis comentarios. Ante esta nueva ola de programas, y con la pena, mejor me quedo callado y ya.

martes, 3 de marzo de 2009

Once TV: Medio siglo de juventud

En mi último año de la escuela primaria descubrí tres cosas que, de algún modo, me han cambiado la vida: la Historia de México, la literatura y el Canal Once. De las tres, la más constante ha sido, desde luego, la última.
Bajo el apoyo del Instituto Politécnico Nacional, un día como hoy de 1959 y con una clase de matemáticas como su primer programa al aire, el Canal Once tuvo como tarea primordial complementar el aprendizaje de las ciencias y de las artes, mediante la transmisión de programas de noticias, teleteatros, documentales, creando así una alternativa dentro del incipiente mundo de la televisión mexicana, la cual llegaba a su primera década de vida al momento de la entrada al aire de la frecuencia politécnica.
Desde un principio, Canal Once ya se había significado, es decir, tenía clara su postura hacia sus consiguientes misiones: la difusión de la cultura y complementar el aprendizaje escolar por parte del Estado. Sin embargo, faltaba una cosa: el entretenimiento, el cual se logró mediante la adquisición de programas provenientes de otras geografías como Japón, Rusia, Alemania e incluso Polonia y Rumania. (Quién no recuerda clasicos infantiles como ¿Puedo hacerlo yo?, Peter y su cajón de juguetes, Bolek y Lolek, y las animaciones rusas de los estudios Soyuzmulfilm, o insignes documentales como Huellas del pasado, Museos del mundo, o Patrimonio mundial, por decir algo.) Por supuesto, en respetuoso paralelo con las producciones propias del canal como Buenos días con Luis Carbajo, A la cachi cachi porra, Toros y toreros, Luis Suárez en el Once..., Aquí nos tocó vivir, La Hora H, Bol... Eros, Un poco más, ¡¡Ventana de colores!!, entre otros. Y, claro, no podía faltar el cine: desde los clásicos del cine mudo (Buster Keaton, Charles Chaplin, Laurel & Hardy, el expresionismo alemán de Murnau y el terror de Boris Karloff y Bela Lugosi), pasando por los inclasificables (Buñuel, Fellini, Kurosawa, Fassbinder, Eisenstein, la lista es larga...), hasta llegar al nuevo cine del siglo XX y XXI. (Si se me permite la minucia, todos los sábados programaban la película de la semana, es decir, la que generó mayor expectativa entre los televidentes: los que ya la vieron, la vuelven a recordar; los que no, gran oportunidad para conocerla.
A principios de los años 90, Canal Once comenzó a dar el salto hacia la modernidad, con la mejora de sus equipos de transmisión, adquiriendo un mayor alcance para su señal, otrora metropolitana, y también con la compra de nuevos programas, en su mayoría hechos por la BBC, y el apoyo para confeccionar programas de factura local, como El diván de Valentina y Fonda Susilla, entre otros. Y como todo avance conlleva un retroceso, Once TV (su nombre actual) ganó actualidad pero perdió tradición: renovó su carpeta de documentales, series y programas de debate, pero relegó el cine a muy pocos espacios. El precio de la globalización.
Aún así, hoy en día Once TV llega a su primer medio siglo como un canal muy bien posicionado dentro del ámbito cultural; aunque otros de la misma línea, como Canal 22, Televisión Mexiquense, Proyecto 40, Aprende TV y el Canal de las Artes lo hayan superado en ciertos aspectos, nada ni nadie puede quitarle a Once TV el privilegio de haber sido el primero que abrió brecha en este ancho y ajeno mundo de la televisión mexicana. (Son emociones encontradas, ya lo dijo Álvaro Cueva, pero qué le vamos a hacer.)
Finalmente, y mientras escucho la Gnosienne # 1 de Eric Satie (obra que en sus múltiples versiones se empleó como rúbrica del canal), sólo me resta decir que Once TV sí me cambió la vida (con ayuda de las otras dos cosas, ¡¡por si se olvidaba decirlo!!), y sus cambios, si somos televidentes de toda la vida, seguro los habremos de entender. De cualquier manera, es un canal que goza de cabal juventud, y ésta es mejor ejercerla que llevarla puesta. Ustedes, ¿qué piensan?

lunes, 2 de marzo de 2009

Presentes y legados

Hace pocos días, decidí por enésima vez ordenar mi escritorio y, por consiguiente, mi biblioteca, en aras de hallarle una mejor funcionalidad; mientras acomodaba los libros en improvisados libreros hechos con cajas de crema para el café y los clasificaba por tamaños y temas, no pude evitar la lectura, empezando por algunos con la consabida dedicatoria. Al contemplar una y otra vez el apunte autógrafo, recordaba el momento que le dio origen.
Cada vez que un libro llega a nuestra biblioteca -léase la vida-, una parte del mundo hace acto de presencia y nos regala (ésa es la palabra) un destino o la confirmación de éste. Me explicaré con mayor calma. La semana pasada hice una rápida escala a la Feria de Minería, donde compré dos ejemplares de la Memoria de El Colegio Nacional, mismos que obsequié a dos muy queridas amigas. Conociendo sus temas de interés, les quedó que ni mandado a hacer. (Y ellas saben a qué me refiero.) En este caso, el libro en cuestión se vuelve un presente, es decir, cuando un tema motiva ese gesto. Pero cuando el libro en cuestión es adquirido, leído y hasta con algo de suerte, dedicado de puño y letra por el autor, dicho ejemplar se vuelve un legado, o sea, un compromiso con y para las letras. Un ejemplo. Luego que Javier Garciadiego me obsequió su Rudos contra científicos, en una charla que dio en la Academia Mexicana de la Historia se dio la oportunidad de que me dedicara de puño y letra: "Para Ulises, una esperanza de nuestra historiografía". Con esas palabras, un servidor ahora tiene el deber de corresponder ese gesto con una obra que les rinda pleitesía y señero homenaje.
A título personal, he cumplido sobremanera las dos vertientes, presencia y legado, con varias personas a quien estimo y admiro mucho, entre amistades intransferibles y leyendas vivas. Sobre el presente, con autores que leo y releo con fruición, como Álvaro Mutis, Vicente Quirarte, Beatriz Espejo, René Avilés Fabila, por decir algunos, cuando consigo ejemplares de un libro que fue toral en mis encuentros con la lectura, procedo a obsequiárselos sin mayor problema. (En esto, las Consejeras no me dejarán mentir, ¿verdad?) Por el rubro del legado, no sólo me pasó esto con Garciadiego, sino también con Jean Meyer, Beatriz Escalante, Enrique Krauze, Roberto López Moreno, etc., cuestión que he sabido corresponder paulatinamente. Y lo mismo ocurre a la inversa.
Ustedes de seguro tienen una historia igual, y como cada quien cuenta cómo le fue en la feria, por ahora aquí les dejo mis palabras y el espacio para contar su historia. ¡¡Gracias!!