jueves, 29 de mayo de 2008

Ennio Morricone per sempre

Hace dos días, la ciudad de México se engalanó con la presencia de una leyenda viva, tanto en la historia de la música como en el mundo del celuloide; no hay película (sin importar nacionalidad ni coproducción) que no cuente con una partitura compuesta por él. Signori e signore, Ennio Morricone!!
Nacido en Roma, el 10 de noviembre de 1928, desde muy joven tuvo naturales inclinaciones por la música, campo donde despuntó tempranamente. Aunque sus primeros trabajos datan de los años 50, fue en la década posterior cuando su nombre empezaba a ser sinónimo de genialidad y maestría en la composición de partituras. Ejemplo claro, la famosa trilogía de spaghetti-westerns, conformada por El bueno, el malo y el feo, Por un puñado de dólares y Por unos dólares más, y dirigida por su compatriota Sergio Leone. Gracias a estas películas, se consolida el peculiar estilo del músico. Melodías de fácil memoria -en apariencia-, que determinan una escena, un personaje. (Para el caso del western con sabor a pasta, quién no recuerda a Clint Eastwood, Lee Van Cleef y Eli Wallach en las últimas escenas de El bueno, el malo y el feo, o a Charles Bronson, "el hombre de la armónica", en Érase una vez en el Oeste. ¿Verdad que nunca los olvidaremos, gracias a las composiciones morriconianas?)
Además de ilustrar musicalmente la épica del Oeste, Morricone hizo lo propio con la vida de las ciudades, sin importar tiempo ni nacionalidad. En los años 70, cuando la historia tenía prisa por escribir la vida, películas como La batalla de Argel y Queimada, de Gillo Pontecorvo, y Sacco y Vanzetti, de Giuliano Montaldo (a su manera, epopeyas de una historia sin tregua), contaron con la prístina participación del compositor, el cual, cabe decirlo, les otorgó un aura de lucha. "Abolicao", de Queimada, y "Here's to you" (en coautoría con Joan Baez), de Sacco y Vanzetti, más que melodías para un soundtrack, son casi himnos de lucha.
Pero entre la épica del western y el cine de conciencia social, nunca dejó de lado pintar con notas musicales las historias sencillas (A cenar esta noche, ¡Átame!, Cinema Paradiso), la nostalgia (Malena) y, desde luego, el humor (La jaula de las locas, Están todos bien). Además, si revisamos detenidamente la lista de composiciones para la pantalla de plata, buena parte de las películas tienen como trasfondo tanto la historia (Érase una vez en América, La misión, Los intocables) como la literatura (La ciudad de la alegría, Sostiene Pereira, Lolita). Morricone, más que un sencillo compositor, es un pintor de tiempos. Sus temas nunca serán olvidados y eso, precisamente, los hace proclives a ilustrar otros ambientes. Xavier Velasco, en un artículo suyo sobre el músico italiano, sugería el siguiente ejercicio: usar sus melodías como música de fondo para las grabaciones familiares. El resultado del montaje: otra obra maestra, si se le quiere ver así.
En resumidas cuentas, el insuperable talento de Ennio Morricone no conoce fronteras, cualesquiera que sean, excepto por su acendrado perfeccionismo por dirigir sus propias obras. (Varios directores de orquesta, deseosos por dirigir sus composiciones, le expresan esa intención, pero no pasan de allí), pero a quienes disfrutamos de su música, esto suele verse como un plus. De algo estoy seguro: que tendremos Morricone para rato y en este año, a varios meses de celebrar su cumpleaños 80, el mejor homenaje reside en escucharlo una y otra vez, porque un talento así merece eso y más.
Grazie mille!!!

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