viernes, 2 de diciembre de 2022

Fijación y parpadeo

Ulises Velázquez Gil

 

En alguna entrevista realizada al escritor colombiano Álvaro Mutis, éste recordaba un consejo de su madre: “Detrás de todas las cosas está usted”. Para quienes encuentran a diario la trama de las cosas (y doblemente en quienes recae el oficio de urdir una columna semanal), esta sentencia debe grabarse en letras de oro, o por lo menos, memorizarse por quienes se adentran a los senderos de la llamada “literatura con prisa”.

            Sin tanta prisa de por medio, Jesús Silva-Herzog Márquez nos entrega un pequeño volumen donde se evidencian sus intereses, lecturas, encuentros, donde más que suscitar el análisis puntiagudo (tal es su faceta de analista político), se busca recobrar el asombro por la vida que se presenta a diario.

Andar y ver (título con reminiscencias a José Ortega y Gasset) se compone por 32 artículos, de breve extensión, donde su autor no se queda con la inquietud de hacer lecturas fuera del canon analítico, de figuras muy caras a su admiración, o simplemente, darle libre curso a la pluma, muy a la manera de aquella sentencia de Alfonso Reyes: Escribo por divagar.

Figuras como las de André Glucksmann, Wislawa Szymborska, Anna Ajmátova, Robert Hughes, más las que se sumen a la lectura, confirman a cabalidad que, mientras una buena pluma destelle por su presencia, ningún tema nos será del todo ajeno. Y para muestra, el siguiente fragmento: Somos criaturas de pares: dos ojos, dos brazos, un par de piernas, un pulmón derecho y uno izquierdo. Será por eso que tendemos a ordenar el mundo en parejas. Y así, al arco de luces, movimientos y sonidos que va de un amanecer a otro, lo rompemos en dos tiempos: el día y la noche (“La luz de los opuestos”).

Si aplicamos esta dialéctica al conjunto de artículos que componen Andar y ver, caemos en la cuenta de que la misma pasión con que se habla de un importante analista y/o teórico, que de sucesos peculiares como tomar una siesta, los peligros que conlleva aceptar un regalo, o una reflexión acerca de la propina (donde Mr. Pink de Reservoir dogs cae en un estoicismo que ya quisiera el SAT). Si somos sinceros, la propina no es un pago por un buen servicio. Las razones que el propinador tiene para gratificar al propinatario poco tienen que ver con la prestación recibida. […] No es difícil anticipar que un mesero eficiente y antipático recibirá menos propina que un meesero torpe pero amable y mucho menos que una guapa mesera incompetente y coqueta. (¡Hasta para los temas del diario, Silva-Herzog Márquez no deja los linderos de la polémica!)

Por otro lado, es preciso detenerse en dos pares de artículos: “Autorretrato de crítico con atún” y “La terapia de Goya”, sobre Robert Hughes (el crítico de arte más polémico de nuestro tiempo, es la lucidez de la rudeza. O al revés. El crítico no solamente destaza pintores sino también a políticos e intelectuales), de quien nos da noticia de su genio y figura, cuya subversión lo llevó a negar a su propio país. Y el suceso que le devuelve vida y acción se resume en “La terapia de Goya”. El Goya de Hughes es un artista de este mundo, un pintor que nos sintió apetitos metafísicos, sino sólo los otros. Nadie como él ha retratado el placer con tanta agudeza como ha captado el dolor. Es raro que un artista sea tan convincente en ambos mundos: el ombligo de la maja y las verrugas de las brujas.

Otra pareja de artículos, que bien podrían conformar uno solo, la componen “Una fotografía” y “Mato, luego existo”. De este último, una reflexión sobre Orwell y el hundimiento del Titanic como imagen que define al siglo XX, hace eco en el autor sobre cuál sería la escena o el cuadro más significativo de nuestra época: Seguramente muchos ubicaremos las imágenes del 11 de septiembre en ese sitio privilegiado de la memoria. Las torres gemelas son nuestro Titanic.) De ahí, Silva-Herzog Márquez parte su reflexión (o su apunte, mejor dicho) sobre un libro de André Glucksmann, donde la figura hostil de nuestra época no lleva puestos explosivos por encima de la ropa, sino que se pasea en traje sastre desde algún palacio… Respecto a “Una fotografía”, retoma un poco a Susan Sontag y vuelve a esa imagen con que la que el siglo XXI ya es ineludible: las Torres Gemelas, en particular, aquélla una donde se ve a un hombre en caída libre. Nuestra vida cotidiana está tapizada de esas estampas de barbarie. Lo que nos perturba es esta fotografía no es la visión del sufrimiento, sino la apariencia de quietud. Es más fácil aceptar el dolor de la víctima que la determinación de un hombre que decide su muerte.

Pero no todo es tragedia ni desánimo en Andar y ver; el autor también se da vuelo recordando a un maestro y colega suyo en los empeños de anotar la vida que viene. En “El dietario de Julián Meza” bien podemos encontrar joyas como la siguiente: Escribir por gusto es un empeño que tiene poco sentido en un mundo que dedica sus imprentas a la difusión de las obviedades de los opinadores, la jerga de los académicos y las mercancías de los fabricantes de best-sellers. […] escribir por el gozo de recorrer con tinta un cuaderno en blanco. Escribir para habitar otro mundo.

Otra peculiaridad que no debemos pasar por alto es la concisión de cada texto, es decir, su brevedad. A este respecto, no dudaría en aplicarle las mismas palabras que el autor dijo de Ryszard Kapuscinski en “El patio de los fragmentos”: Frente al caminante tenaz y metódico, pasea el viajero curioso que cede a la variedad de sus inclinaciones. Si escriben, el primero buscará redactar un tratado, el segundo coleccionará fragmentos. Este coleccionista, como Canetti, registrará lo que pase por su cabeza sin elección previa; se abrirá a la sorpresa, acogerá la tentativa. Los trozos de escritura aflorarán de ninguna parte sin conducir a sitio alguno.

Para terminar estas líneas, volvamos al consejo de Mutis: detrás de todas las cosas está usted. En cuanto uno cierra Andar y ver, no dudaremos en aplicárselo a Jesús Silva-Herzog Márquez, quien al escribir sobre figuras y sucesos de su (libre) elección, cumple a cabalidad la dinámica primigenia del ensayo, es decir, paseo, donde todo se resume a fijación y parpadeo, cualidades dignas de un miniaturista en cuyos trazos se evidencia una panorámica entera. Con este volumen (del cual se esperarían sucesivas compilaciones), se inaugura una vertiente ensayística en la obra del autor, en paralelo a su análisis político; a diferencia de este último, aquí lo fugitivo sí permanece, y se queda en nosotros, en aras de proseguir la conversación (o el paseo, si se quiere).

Después de todo, entre hojear este libro y ojear su contenido, nunca dejemos de mirar: hacia adentro, desde afuera. (Sea, pues.)   

Jesús Silva-Herzog Márquez. Andar y ver. México, UNAM/DGE-Equilibrista, 2005 (Pértiga, 1).  

(18/noviembre/2022)


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