Ulises
Velázquez Gil
En
alguna entrevista realizada al escritor colombiano Álvaro Mutis, éste recordaba
un consejo de su madre: “Detrás de todas las cosas está usted”. Para quienes
encuentran a diario la trama de las cosas (y doblemente en quienes recae el
oficio de urdir una columna semanal), esta sentencia debe grabarse en letras de
oro, o por lo menos, memorizarse por quienes se adentran a los senderos de la
llamada “literatura con prisa”.
Sin tanta prisa de por medio, Jesús
Silva-Herzog Márquez nos entrega un pequeño volumen donde se evidencian sus
intereses, lecturas, encuentros, donde más que suscitar el análisis puntiagudo
(tal es su faceta de analista político), se busca recobrar el asombro por la
vida que se presenta a diario.
Andar y ver (título con reminiscencias a
José Ortega y Gasset) se compone por 32 artículos, de breve extensión, donde su
autor no se queda con la inquietud de hacer lecturas fuera del canon analítico,
de figuras muy caras a su admiración, o simplemente, darle libre curso a la
pluma, muy a la manera de aquella sentencia de Alfonso Reyes: Escribo por
divagar.
Figuras como las de
André Glucksmann, Wislawa Szymborska, Anna Ajmátova, Robert Hughes, más las que
se sumen a la lectura, confirman a cabalidad que, mientras una buena pluma
destelle por su presencia, ningún tema nos será del todo ajeno. Y para muestra,
el siguiente fragmento: Somos criaturas
de pares: dos ojos, dos brazos, un par de piernas, un pulmón derecho y uno
izquierdo. Será por eso que tendemos a ordenar el mundo en parejas. Y así, al
arco de luces, movimientos y sonidos que va de un amanecer a otro, lo rompemos
en dos tiempos: el día y la noche (“La
luz de los opuestos”).
Si aplicamos esta dialéctica al conjunto de
artículos que componen Andar y ver, caemos en la cuenta de que la misma
pasión con que se habla de un importante analista y/o teórico, que de sucesos
peculiares como tomar una siesta, los peligros que conlleva aceptar un regalo,
o una reflexión acerca de la propina (donde Mr. Pink de Reservoir
dogs cae en un estoicismo que ya quisiera el SAT). Si somos sinceros, la propina no es un pago por un buen servicio. Las razones
que el propinador tiene para gratificar al propinatario poco tienen que ver con
la prestación recibida. […] No es difícil anticipar que un mesero
eficiente y antipático recibirá menos propina que un meesero torpe pero amable y
mucho menos que una guapa mesera incompetente y coqueta. (¡Hasta para los
temas del diario, Silva-Herzog Márquez no deja los linderos de la polémica!)
Por otro lado, es preciso detenerse en dos pares
de artículos: “Autorretrato de crítico con atún” y “La terapia de Goya”, sobre
Robert Hughes (el crítico de arte más polémico de nuestro tiempo, es la lucidez
de la rudeza. O al revés. El crítico no solamente destaza pintores sino también
a políticos e intelectuales), de quien nos da noticia de su genio y figura,
cuya subversión lo llevó a negar a su propio país. Y el suceso que le devuelve
vida y acción se resume en “La terapia de Goya”. El Goya de Hughes es un
artista de este mundo, un pintor que nos sintió apetitos metafísicos, sino sólo
los otros. Nadie como él ha retratado el placer con tanta agudeza como ha
captado el dolor. Es raro que un artista sea tan convincente en ambos mundos:
el ombligo de la maja y las verrugas de las brujas.
Otra pareja de artículos, que bien podrían
conformar uno solo, la componen “Una fotografía” y “Mato, luego existo”. De
este último, una reflexión sobre Orwell y el hundimiento del Titanic
como imagen que define al siglo XX, hace eco en el autor sobre cuál sería la escena
o el cuadro más significativo de nuestra época: Seguramente muchos
ubicaremos las imágenes del 11 de septiembre en ese sitio privilegiado de la memoria.
Las torres gemelas son nuestro Titanic.) De ahí, Silva-Herzog Márquez parte
su reflexión (o su apunte, mejor dicho) sobre un libro de André Glucksmann,
donde la figura hostil de nuestra época no lleva puestos explosivos por encima
de la ropa, sino que se pasea en traje sastre desde algún palacio… Respecto a “Una
fotografía”, retoma un poco a Susan Sontag y vuelve a esa imagen con que la que
el siglo XXI ya es ineludible: las Torres Gemelas, en particular, aquélla una
donde se ve a un hombre en caída libre. Nuestra vida cotidiana está tapizada
de esas estampas de barbarie. Lo que nos perturba es esta fotografía no es la
visión del sufrimiento, sino la apariencia de quietud. Es más fácil aceptar el dolor
de la víctima que la determinación de un hombre que decide su muerte.
Pero no todo es tragedia ni desánimo en Andar y
ver; el autor también se da vuelo recordando a un maestro y colega suyo en
los empeños de anotar la vida que viene. En “El dietario de Julián Meza” bien
podemos encontrar joyas como la siguiente: Escribir por gusto es un empeño
que tiene poco sentido en un mundo que dedica sus imprentas a la difusión de
las obviedades de los opinadores, la jerga de los académicos y las mercancías
de los fabricantes de best-sellers. […] escribir por el gozo de recorrer
con tinta un cuaderno en blanco. Escribir para habitar otro mundo.
Otra peculiaridad que no debemos pasar por alto es
la concisión de cada texto, es decir, su brevedad. A este respecto, no dudaría
en aplicarle las mismas palabras que el autor dijo de Ryszard Kapuscinski en “El
patio de los fragmentos”: Frente al caminante tenaz y metódico, pasea el
viajero curioso que cede a la variedad de sus inclinaciones. Si escriben, el
primero buscará redactar un tratado, el segundo coleccionará fragmentos. Este
coleccionista, como Canetti, registrará lo que pase por su cabeza sin elección
previa; se abrirá a la sorpresa, acogerá la tentativa. Los trozos de escritura
aflorarán de ninguna parte sin conducir a sitio alguno.
Para terminar estas líneas, volvamos al consejo de
Mutis: detrás de todas las cosas está usted. En cuanto uno cierra Andar
y ver, no dudaremos en aplicárselo a Jesús Silva-Herzog Márquez, quien al
escribir sobre figuras y sucesos de su (libre) elección, cumple a cabalidad la
dinámica primigenia del ensayo, es decir, paseo, donde todo se resume a fijación
y parpadeo, cualidades dignas de un miniaturista en cuyos trazos se
evidencia una panorámica entera. Con este volumen (del cual se esperarían
sucesivas compilaciones), se inaugura una vertiente ensayística en la obra del
autor, en paralelo a su análisis político; a diferencia de este último, aquí lo
fugitivo sí permanece, y se queda en nosotros, en aras de proseguir la
conversación (o el paseo, si se quiere).
Después de todo, entre hojear este libro y ojear su contenido, nunca dejemos de mirar: hacia adentro, desde afuera. (Sea, pues.)
Jesús Silva-Herzog Márquez. Andar y ver. México, UNAM/DGE-Equilibrista, 2005 (Pértiga, 1).
(18/noviembre/2022)
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