Ulises Velázquez Gil
“Dos
enemigos son un mismo hombre dividido”, dice Emil Cioran en Del inconveniente
de haber nacido. Para quienes nos enfrentamos al vértigo de la escritura,
en algún momento de la vida es preciso desprenderse un poco y poner en orden
todas las taras que nos definen (aproximadamente) como la gente que elegimos
ser. Sin embargo, en algún instante una extensión de nosotros se aferra en hacerse
escuchar, provocando un choque, no sólo de personalidades, también de perspectivas
relacionadas a una misma vida, a un espacio delimitado per se.
Consciente de esta división de caracteres,
en su novela El hambre invisible, Santi Balmes nos hace una invitación
para emprender un viaje al principio del mundo, o lo que es lo mismo, internarse
hacia el caos que compone a un sujeto que eligió el camino del arte, para dejar
su paso en este mundo, a ratos ancho y ajeno por los dictados de una sociedad
convencional.
A resultas de una caída
(¿Albert Camus, acaso?), el protagonista, Román Spinelli, Equilibrista, hace un viaje hacia el interior de sí mismo; a
diferencia del viaje exterior, su travesía es hacia su propia mente, es decir,
por las diversas escalas de su vida, y qué lo llevó hasta el momento actual. A través
de cuarenta y cuatro capítulos (incluidos uno denominado cero y un epílogo),
bajo el nombre de estaciones, hacemos un recorrido, amén de retrospectivo,
hasta rimbombante por el carácter de algunos de los personajes que allí nos
aguardan. El creador está a merced
de quien lo observa -hoy en día ni siquiera hace falta que uno pague-: es la
ley. A un equilibrista no le juzga Dios, sino mil minidioses que lo miran desde
el prosenio. Y no son idiotas. Ser audiencia es saborear la divinidad. Dios lo
hace con nosotros, por lo que ejercer como público es nuestra infantil venganza.
Lo dicho: el espectáculo está a unas páginas de
nuestro alcance, y Román Equilibrista (tal y como su apellido lo define), busca
el balance de su presencia en este mundo; sin embargo, para lograr ese ansiado
equilibrio, es menester tambalearse un poco: […] la primera condición para ser Equilibrista, para subir a la cuerda, para
seguir vivos, es estar un poco loco. Era la magnitud de su locura lo que estaba
por determinar. Para enfrascarse en un viaje de reconocimiento, por decirlo
de alguna forma, es preciso valerse de una excusa; en este caso, Román Equilibrista
se lanza a la búsqueda de Edith, una mujer que le es importante en ese momento
de su vida, y, precisamente, el deseo de alcanzarla es quien lleva la nota
dominante en su trayecto psiconáutico.
La Ciudad de Bruma, lugar donde ocurre la novela,
es el topus uranus donde Equilibrista se encontrará con sujetos que, de
cierta manera, le acompañarán en sus afanes introspectivos. Como en toda ciudad
que se precie de serlo, recorreremos sus calles y barrios, en espera de que aquellos
personajes le muestren lecciones por aprender o recuerdos para desbloquear. Uno
de ellos representa la parte drástica y punitiva: Yo, Román Cuso, Fiscal
General de su psique, o, lo que es lo mismo, de la ciudad interior de Bruma,
autorizo a Román Spinelli, de profesión Equilibrista sobre Alambradas Mentales,
a pernoctar durante cinco días improrrogables. Al final de su estancia será requerido
para una serie de acciones que él, a cambio de nuestra hospitalidad, tendrá que
realizar con el mejor de los ánimos.
A contraposición de Román Cuso, tenemos a Román Líbid,
la parte sexual, ninfómana y masturbatoria, que más bien es el libre curso de
un instinto “primitivo” aún latente en el interior de Equilibrista. Porque
nuestro ser sexual puede triunfar más que nunca cuando precisamente desprende
cero interés por el sexo. Es una treta exitosa. […] Sea como fuese,
aquel chico llamado Román AntiLíbid estaba gozando de los más sutiles placeres
que podía experimentar un hombre, e irían aumentando con el paso del tiempo.
Por otro lado, tenemos a Román Perturbado, otro de
los avatares de Equilibrista, muy apaleado (literalmente) por los altibajos del
éxito y al igual que el autor, también la música es su mundo, cuya fama le
obnubila y le impide ver con claridad su situación. En aquel diorama del
pasado, Perturbado estaba a punto de iniciar un combate de boxeo contra un
luchador llamado Vida. Como árbitro, ni más ni menos que un tipo llamado
Destino. Me olvidaba de una cosa: el entrenador de Vida era el Fiscal Román Cuso,
alias Culpa. Bajo este avatar, precisamente, se suceden los álbumes más
emblemáticos de la banda donde ejerce de vocalista (un apenas disimulado Love
of Lesbian): 1999 y La noche eterna.
Paréntesis aparte: dentro del capítulo/estación
que Santi Balmes le dedica a Pertur, me pareció encontrar frases o giros
que, con sólo aguzar el oído, hoy día son brillos de preciadas gemas como “Bajo
el volcán” y de “Planeador”, barcos insignia de El Poeta Halley, álbum
de estudio grabado hace poco más de seis años, y que este singular personaje aparece
en estos lares, se trata de la parte creativa que llevó a Equilibrista hasta su
momento actual; todo sueño, juego o la alegre conjunción de ambos denota un
deseo todavía latente, un leitmotiv que se niega a desaparecer, pese a
que los vientos de la realidad -con sus correspondientes avatares al paso del
tiempo… y de las páginas- le cierren un poco los caminos. Aún así, el joven
poeta persiste en afanes como en empeños. La sensación de tiempo,
definitivamente, es proporcional a la edad. Un bienio, en una persona que acaba
de cumplir los quince, es casi una séptima parte de su existencia. La frase “Llevo
toda la vida con él” es, con toda seguridad, la más parcial y nociva que puede
pronunciar una persona joven. Y probablemente, una de cualquier edad. […]
Entre impacto y deflagración, puedo llegar a la conclusión de que el
descubrimiento artístico, es ¡maldita sea!, un momento incendiario.
Una tercia de avatares digna de mención, la
componen Psiconauta, Román Augustus a las Finas Hierbas y Román Feliz. Del primero,
digno es notar su carácter cambiante (incluso en las fuentes tipográficas
empleadas en sus diálogos): […] la vida de un Psiconauta necesitaba
el humor como un cohete el combustible. Porque los Psiconautas lo relativizan todo;
el segundo, en cambio, es un tránsfuga de las academias, que no cesa de buscar
el placer a la par que el aprendizaje […] junto a gente que consideraba
divertida e interesante [y sostiene que] cualquier día es bueno para
celebrar el fin del mundo. Porque cualquier día es un fin del mundo en potencia.
Y de Román Feliz se podría decir que evita cualquier sobresalto y, por ello, le
veta a Equilibrista la oportunidad de conocerle, por la posibilidad de conjurar
algo adverso. Esta extraña tercia se podría resumir en un tópico de la cultura
clásica: Carpe diem (“aprovecha el día” en latín), sin dejar de lado el Sapere
aude (“atrévete a saber”).
Para cerrar con esta galería de epígonos, queda
presentar a Román Tôdas, el Mago, que, a decir verdad, es el genuino guía
de Equilibrista, así también del Joven Halley, a quienes devuelve la fe y la
creatividad perdidas a lo largo de los años. He aquí alguna de sus consejas: Escribir
para encontrar el placer […]. Escribir para rellenar vacíos. En realidad,
el hombre inquieto, una vez se da cuenta de que la relación con su entorno
cercano puede convertirse en un caudal de frustración, empieza a buscar placer
empleando los más variopintos recursos. Aquellos que jamás han encontrado desde
su propio interior la manera de autosatisfacer su Hambre Invisible necesitan a
excitadores profesionales. […] Un creador no deja de ser un ingeniero de
emociones. Sus laboratorios, hasta la fecha, son legales, así que no hay
problema, hermanos en la fe.
Con todo, en la suma de caracteres que componen El
hambre invisible descubrimos que hay etapas hondas en el ser y hacer de
cada persona, incluso si éstas se contraponen (como en el aforismo de Cioran
referido al principio de estas líneas); Román Spinelli, Equilibrista, en
plena edad media sale al encuentro con facetas de su vida que precisa
reconocer, que no remediar, porque la debacle también es una forma de la enseñanza:
camino, puente y escalas para replantearse a fondo.
Aunque no es la primera vez que Santi Balmes
incursiona por los caminos de la novela, sí lo es en cuanto a la intención de
suscitar una reflexión acerca de las distintas etapas que componen a un
individuo ungido al arte. Una novela que atrae, como decía Jorge F. Hernández, “por
los ensayos que se filtran con sutil encanto en algunos de sus muchos párrafos
[…] donde los enredos de sus personajes van confeccionando una no tan simulada
dramaturgia con sus diálogos y los gestos que les veo cuando los leo”. (Una confederación
de almas, como aquella que imaginó Antonio Tabucchi en su Sostiene
Pereira.)
Para quien le sigue la huella al autor dese su
faceta como delirista y voz de Love of Lesbian, inevitable hallar frases
o referencias a canciones de su repertorio (lo cual enriquece la experiencia,
claro está); y para quienes apenas tienen noticia de ésta, estamos frente a un
narrador non, de muchas horas de vuelo en un oficio doblemente sorpresivo.
Quede aquí la invitación para adentrarse en ese mundo, desde la primera palabra hasta el punto final. (¡Buen viaje!)
Santi Balmes.
El hambre invisible. 2ª ed. Barcelona,
Planeta, 2018.
(7/diciembre/2022)
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