miércoles, 21 de diciembre de 2022

Camino, puente y escalas

 

Ulises Velázquez Gil 


“Dos enemigos son un mismo hombre dividido”, dice Emil Cioran en Del inconveniente de haber nacido. Para quienes nos enfrentamos al vértigo de la escritura, en algún momento de la vida es preciso desprenderse un poco y poner en orden todas las taras que nos definen (aproximadamente) como la gente que elegimos ser. Sin embargo, en algún instante una extensión de nosotros se aferra en hacerse escuchar, provocando un choque, no sólo de personalidades, también de perspectivas relacionadas a una misma vida, a un espacio delimitado per se.

            Consciente de esta división de caracteres, en su novela El hambre invisible, Santi Balmes nos hace una invitación para emprender un viaje al principio del mundo, o lo que es lo mismo, internarse hacia el caos que compone a un sujeto que eligió el camino del arte, para dejar su paso en este mundo, a ratos ancho y ajeno por los dictados de una sociedad convencional.

A resultas de una caída (¿Albert Camus, acaso?), el protagonista, Román Spinelli, Equilibrista, hace un viaje hacia el interior de sí mismo; a diferencia del viaje exterior, su travesía es hacia su propia mente, es decir, por las diversas escalas de su vida, y qué lo llevó hasta el momento actual. A través de cuarenta y cuatro capítulos (incluidos uno denominado cero y un epílogo), bajo el nombre de estaciones, hacemos un recorrido, amén de retrospectivo, hasta rimbombante por el carácter de algunos de los personajes que allí nos aguardan. El creador está a merced de quien lo observa -hoy en día ni siquiera hace falta que uno pague-: es la ley. A un equilibrista no le juzga Dios, sino mil minidioses que lo miran desde el prosenio. Y no son idiotas. Ser audiencia es saborear la divinidad. Dios lo hace con nosotros, por lo que ejercer como público es nuestra infantil venganza.

Lo dicho: el espectáculo está a unas páginas de nuestro alcance, y Román Equilibrista (tal y como su apellido lo define), busca el balance de su presencia en este mundo; sin embargo, para lograr ese ansiado equilibrio, es menester tambalearse un poco: […] la primera condición para ser Equilibrista, para subir a la cuerda, para seguir vivos, es estar un poco loco. Era la magnitud de su locura lo que estaba por determinar. Para enfrascarse en un viaje de reconocimiento, por decirlo de alguna forma, es preciso valerse de una excusa; en este caso, Román Equilibrista se lanza a la búsqueda de Edith, una mujer que le es importante en ese momento de su vida, y, precisamente, el deseo de alcanzarla es quien lleva la nota dominante en su trayecto psiconáutico.   

La Ciudad de Bruma, lugar donde ocurre la novela, es el topus uranus donde Equilibrista se encontrará con sujetos que, de cierta manera, le acompañarán en sus afanes introspectivos. Como en toda ciudad que se precie de serlo, recorreremos sus calles y barrios, en espera de que aquellos personajes le muestren lecciones por aprender o recuerdos para desbloquear. Uno de ellos representa la parte drástica y punitiva: Yo, Román Cuso, Fiscal General de su psique, o, lo que es lo mismo, de la ciudad interior de Bruma, autorizo a Román Spinelli, de profesión Equilibrista sobre Alambradas Mentales, a pernoctar durante cinco días improrrogables. Al final de su estancia será requerido para una serie de acciones que él, a cambio de nuestra hospitalidad, tendrá que realizar con el mejor de los ánimos.

A contraposición de Román Cuso, tenemos a Román Líbid, la parte sexual, ninfómana y masturbatoria, que más bien es el libre curso de un instinto “primitivo” aún latente en el interior de Equilibrista. Porque nuestro ser sexual puede triunfar más que nunca cuando precisamente desprende cero interés por el sexo. Es una treta exitosa. […] Sea como fuese, aquel chico llamado Román AntiLíbid estaba gozando de los más sutiles placeres que podía experimentar un hombre, e irían aumentando con el paso del tiempo.

Por otro lado, tenemos a Román Perturbado, otro de los avatares de Equilibrista, muy apaleado (literalmente) por los altibajos del éxito y al igual que el autor, también la música es su mundo, cuya fama le obnubila y le impide ver con claridad su situación. En aquel diorama del pasado, Perturbado estaba a punto de iniciar un combate de boxeo contra un luchador llamado Vida. Como árbitro, ni más ni menos que un tipo llamado Destino. Me olvidaba de una cosa: el entrenador de Vida era el Fiscal Román Cuso, alias Culpa. Bajo este avatar, precisamente, se suceden los álbumes más emblemáticos de la banda donde ejerce de vocalista (un apenas disimulado Love of Lesbian): 1999 y La noche eterna.

Paréntesis aparte: dentro del capítulo/estación que Santi Balmes le dedica a Pertur, me pareció encontrar frases o giros que, con sólo aguzar el oído, hoy día son brillos de preciadas gemas como “Bajo el volcán” y de “Planeador”, barcos insignia de El Poeta Halley, álbum de estudio grabado hace poco más de seis años, y que este singular personaje aparece en estos lares, se trata de la parte creativa que llevó a Equilibrista hasta su momento actual; todo sueño, juego o la alegre conjunción de ambos denota un deseo todavía latente, un leitmotiv que se niega a desaparecer, pese a que los vientos de la realidad -con sus correspondientes avatares al paso del tiempo… y de las páginas- le cierren un poco los caminos. Aún así, el joven poeta persiste en afanes como en empeños. La sensación de tiempo, definitivamente, es proporcional a la edad. Un bienio, en una persona que acaba de cumplir los quince, es casi una séptima parte de su existencia. La frase “Llevo toda la vida con él” es, con toda seguridad, la más parcial y nociva que puede pronunciar una persona joven. Y probablemente, una de cualquier edad. […] Entre impacto y deflagración, puedo llegar a la conclusión de que el descubrimiento artístico, es ¡maldita sea!, un momento incendiario.

Una tercia de avatares digna de mención, la componen Psiconauta, Román Augustus a las Finas Hierbas y Román Feliz. Del primero, digno es notar su carácter cambiante (incluso en las fuentes tipográficas empleadas en sus diálogos): […] la vida de un Psiconauta necesitaba el humor como un cohete el combustible. Porque los Psiconautas lo relativizan todo; el segundo, en cambio, es un tránsfuga de las academias, que no cesa de buscar el placer a la par que el aprendizaje […] junto a gente que consideraba divertida e interesante [y sostiene que] cualquier día es bueno para celebrar el fin del mundo. Porque cualquier día es un fin del mundo en potencia. Y de Román Feliz se podría decir que evita cualquier sobresalto y, por ello, le veta a Equilibrista la oportunidad de conocerle, por la posibilidad de conjurar algo adverso. Esta extraña tercia se podría resumir en un tópico de la cultura clásica: Carpe diem (“aprovecha el día” en latín), sin dejar de lado el Sapere aude (“atrévete a saber”).

Para cerrar con esta galería de epígonos, queda presentar a Román Tôdas, el Mago, que, a decir verdad, es el genuino guía de Equilibrista, así también del Joven Halley, a quienes devuelve la fe y la creatividad perdidas a lo largo de los años. He aquí alguna de sus consejas: Escribir para encontrar el placer […]. Escribir para rellenar vacíos. En realidad, el hombre inquieto, una vez se da cuenta de que la relación con su entorno cercano puede convertirse en un caudal de frustración, empieza a buscar placer empleando los más variopintos recursos. Aquellos que jamás han encontrado desde su propio interior la manera de autosatisfacer su Hambre Invisible necesitan a excitadores profesionales. […] Un creador no deja de ser un ingeniero de emociones. Sus laboratorios, hasta la fecha, son legales, así que no hay problema, hermanos en la fe.

Con todo, en la suma de caracteres que componen El hambre invisible descubrimos que hay etapas hondas en el ser y hacer de cada persona, incluso si éstas se contraponen (como en el aforismo de Cioran referido al principio de estas líneas); Román Spinelli, Equilibrista, en plena edad media sale al encuentro con facetas de su vida que precisa reconocer, que no remediar, porque la debacle también es una forma de la enseñanza: camino, puente y escalas para replantearse a fondo.

Aunque no es la primera vez que Santi Balmes incursiona por los caminos de la novela, sí lo es en cuanto a la intención de suscitar una reflexión acerca de las distintas etapas que componen a un individuo ungido al arte. Una novela que atrae, como decía Jorge F. Hernández, “por los ensayos que se filtran con sutil encanto en algunos de sus muchos párrafos […] donde los enredos de sus personajes van confeccionando una no tan simulada dramaturgia con sus diálogos y los gestos que les veo cuando los leo”. (Una confederación de almas, como aquella que imaginó Antonio Tabucchi en su Sostiene Pereira.)

Para quien le sigue la huella al autor dese su faceta como delirista y voz de Love of Lesbian, inevitable hallar frases o referencias a canciones de su repertorio (lo cual enriquece la experiencia, claro está); y para quienes apenas tienen noticia de ésta, estamos frente a un narrador non, de muchas horas de vuelo en un oficio doblemente sorpresivo.

Quede aquí la invitación para adentrarse en ese mundo, desde la primera palabra hasta el punto final. (¡Buen viaje!)   

Santi Balmes. El hambre invisible. 2ª ed. Barcelona, Planeta, 2018.  


(7/diciembre/2022)

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