Ulises Velázquez Gil
Cierta vez, el escritor y crítico literario Marco
Antonio Campos le preguntó a su maestro y amigo Rubén Bonifaz Nuño cuáles eran
sus lecturas o qué recomendaba leer, y Bonifaz le respondió de la siguiente
manera: “Hay que leer a los clásicos y a los amigos”, porque de los clásicos se
aprenden tantas cosas, y a los amigos, para seguir contando con ellos. A medida
que se lee, tanto el aprendizaje de los clásicos como la compañía de los amigos
salen a nuestro encuentro, en aras de compartirnos sus hallazgos y sorpresas; a
final de cuentas, un aprendizaje continuo.
Lector
de carrera larga, el filósofo español Fernando Savater nos entrega un pequeño
volumen que consigna su constancia lectora, donde conviven por igual sus
autores clásicos que varios de sus contemporáneos, donde al final de cada página
no deja de leerse en ellos, en las ideas y confidencias que sólo la lectura
logra prodigarle.
La música de las letras se compone por 44
artículos, entre reseñas, memorias, palabras académicas y hasta obituarios, como
resultado de sus visitas frecuentes a los libros que le son cercanos y
entrañables. Son comentarios casuales, notas
de pie de página, reflexiones escritas al margen de pasajes sugestivos:
testimonios personales del júbilo de leer. No pretenden sentar cátedra ni desentrañar
de una vez los misterios que he gozado.
Uno de esos “misterios” lo
podemos encontrar en las circunstancias que dieron origen a su primer libro, a
su incursión en el mundo de la página impresa, tal y como se ve en “Aguirre o
la amabilidad de Dios”, donde Savater cuenta de su encuentro con el editor
Jesús Aguirre, de la entonces naciente editorial Taurus, y de cómo la fe ciega de
éste urde un milagro hasta ese momento irrealizable, es decir, la publicación
de su primer libro, Nihilismo y acción, enfocado a difundir la obra y el
pensamiento del filósofo franco-rumano Emil Cioran: […] mi primer libro, el
único imprescindible y vocacional, el que más me hizo palpitar el corazón ver
publicado. Lo reunía todo: erudición infantil, rebelión ingenua contra el
universo, antiteología de andar por casa, sobresaltos irónicos, confianza ciega
en que lo mejor estaba a punto de llegar entre la niebla y las sirenas de la
policía.
Todo libro es, por definición, un
primer libro, donde uno se enfrasca en un afán totalizante, sin embargo, siempre
habrá cosas que nos faltan por decir, y mientras éstas se dignen a darnos
alcance, es menester persistir en las lecturas.
A medida que avanzamos en La música de las letras, encontramos
dos escenarios, público y privado, donde Savater se ocupa de figuras muy
queridas para él (escritores) y de compartir, además, algunas instantáneas de
su quehacer como lector. A manera de ejemplo, baste revisar los textos que le
dedica a Albert Camus (“Dos cabalgan juntos”, “Carta a Albert Camus”), Octavio
Paz (“Mi Paz os doy”) y el propio Cioran (“Desconsolado éxtasis”). En el primer
texto sobre Camus, el autor hace una lectura entrecruzada con la obra de otro
escritor combativo, George Orwell, y señala confluencias en ambas obras. Tuviesen o no razón en sus opiniones y
actitudes políticas, tanto Camus como Orwell fueron librepensadores. Es decir,
sostuvieron principios y argumentos, no partidos. Rechazaron algo muy frecuente,
el escándalo selectivo, las condenas que siempre barren para casa
y silencian lo que perjudica a nuestro convento. Mientras el lector crítico
justiprecia la importancia de dos escritores contestatarios, con Camus el
acercamiento se acentúa, y mediante un segundo artículo, en forma de carta, le echa
en cara aciertos que fallas, como si el autor de El primer hombre fuera
un amigo de toda la vida (que lo es, por obra y gracia de la lectura): […]
como escritor no es difícil hallarle obvios defectos entre muchos méritos: a veces
suena un poco artificioso su tono lapidario y hay algo a la vez de ingenuo y de
hueco en sus concesiones a la declamación moral. […] Usted, querido
Camus, criado en la miseria argelina y educado en el campo de fútbol, nunca
tuvo miedo a las patadas y los empellones y por eso tampoco adoró a quienes los
dan.
En “Mi Paz os doy” (título de
resonancias evangélicas), Savater comparte su experiencia con Octavio Paz, presencia
igualmente fundamental en su quehacer como lector y crítico del tiempo presente.
He oído decir que Octavio Paz podía ser altanero y hasta despectivo, pero
conmigo se comportó desde el primer momento como el más genial y cercano de los
compañeros. Supongo que disculpaba como síntomas de incurable puerilidad mis
vehemencias, mis despistes y hasta una familiaridad que yo me tomaba y que él
nunca me negó, aunque podría en justicia habérmela negado. Y en “Desconsolado
éxtasis”, sobre Cioran, reconoce dos cosas suyas primordiales: la importancia de
su obra en países del orbe hispánico y la poca comprensión (aún) por parte de varios
críticos, como George Steiner, en alguna reseña publicada en The New Yorker,
y como el más fiel de los amigos, Savater le hace el quite a su colega y maestro:
Aunque de gama alta, Steiner es un cronista cultural: por tanto, lo
contrario de Cioran, cuyo pensamiento vivido sólo se ocupa de las cosas que no
pasan, no de las que pasan. […] Es decir, trata de la dimensión
inmanejable de lo que podemos saber: la verdad no operable, en fase terminal.
Y remata de la siguiente forma: Era un místico del sinsentido y del dolor,
sólo capaz de éxtasis sin fulgor sacro. Visionario de laconismo elocuente, fue
desmesurado y agresivo en su ironía, pero careció de fatuidad intelectual.
No, Steiner no puede entenderle.
(Paréntesis aparte. ¿Qué hubiera dicho
Cioran acerca del último libro de Steiner, Necesidad de música? Lo leería,
sin duda, pero con ciertas reservas, tal y como Steiner hiciera con su obra.
Una de cal…)
Una de las características que
distingue a un gran lector es contar con una infatigable curiosidad, que lo
lleva a interesarse por temas (aparentemente) opuestos a su disciplina de
origen o a los temas del momento. En La música de las letras esto ocurre
con varios de los gustos de Fernando Savater: las novelas de misterio, las carreras
de caballos ¡y Harry Potter! Para quienes hemos transitado por los senderos de
la obra savateriana, no son del todo ajenos los primeros tópicos (existen dos
libros en torno a su afición hípica, A caballo entre milenios y El
juego de los caballos), pero encontrar dos textos en torno a la saga de
novelas escritas por Joanne K. Rowling, sí que es una sorpresa y como sucediera
con Camus, Savater también le dedicó dos textos, “La brujería adolescente” y “La
jubilación del niño-mago”: […] Su larga historia
iniciática le va descubriendo paulatinamente que no está solo en su mundo hechizado,
pero que esa compañía a veces puede ser entrañable y otras peligrosa. Volumen
tras volumen, su saga se va haciendo menos humorística y pueril para cobrar
aspectos ominosos que lo enfrentan con los inevitables dilemas morales de la vida
activa: la fidelidad o la renuncia, la solidaridad o el abandono, el
compañerismo rutinario o la aspiración a un camino propio que a veces resulta
cruel con quienes más amamos...
Además de estos “ejercicios de
admiración” (inevitable la referencia cioraniana), Fernando Savater comparte
con el lector otras de sus aficiones lectoras, que van de Baruch de Spinoza, el
panorama de la educación en el siglo XX, los almanaques de fin de año (ediciones
especiales de sus comics favoritos), la obra de Edgar Allan Poe y de sir
Arthur Conan Doyle, hasta el misterio generado alrededor del personaje animado
Tintin, creación del dibujante belga Hergé, quien hizo del mundo exterior su
casa -con todo y sus extraordinarias aventuras. Ante la disparidad -y, por
ende, originalidad- de sus intereses, Savater bien podría pasar por un booktuber
de cuño reciente, en cuya lectura del mundo nada humano le resulte ajeno, siguiendo
el espíritu de los clásicos.
En suma, La música de las letras logra el justo equilibrio entre la lectura
de los clásicos y la de los amigos (contemporáneos ambos, a final de cuentas),
con el fin de obsequiarnos una fuerte razón para acercarse a la obra de
escritores cuyo talento non sale a nuestro encuentro y darnos otro punto de
vista, o por lo menos, una palabra de aliento que nos ayude a salir avante de
los tiempos más difíciles, porque en la lectura se conjuga ese oficio de gambusino,
donde quien lee disfruta primero del hallazgo, para que otro se deleite con la
postrer exploración, es decir, se acerque a libros, autores y personajes
compartidos por vía de la lectura, vuelta reseña, obituario, memoria e incluso
autobiografía, porque lo más importante es persistir en el afán de leer el mundo.
Ante este florilegio de experiencias lectoras, quede en ustedes la final elección. (Sin duda alguna.)
Fernando
Savater. La música de las letras. México,
Debolsillo, 2017 (Ensayos literarios).
(5/octubre/2020)
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