Ulises Velázquez Gil
Un historiador ingenioso y andante, de nombre Luis González y González,
nos regaló un neologismo hoy en día muy socorrido en su obra historiográfica:
me refiero a la palabra matria, la cual, siguiendo su corazonada, “se puede
abarcar de una sola mirada y recorrer de punta a punta en un solo día”.
Trasladando estas palabras a la literatura, concretamente a la poesía,
parecería empresa fácil, mas no del todo.
El ingenio poético de Karen
Villeda nos entrega una obra de factura reciente donde entrar a territorio
extraño se tornará imperiosa empresa: Babia.
A la primera de cambios, con sólo mencionar esta palabra, de inmediato viene el
lugar común: “Estar en Babia”, es decir, en la lela, fuera de sí, con pájaros
en la cabeza, entre otras expresiones sinónimas. Pero si suscribimos nuestra
curiosidad al vademécum o hacia cualquier tumbaburros, descubriremos que Babia
es una comarca en el reino de León, lugar de reposo de la corte, y, si seguimos
buscando, hasta sale a relucir una lengua de esas regiones, el bable. (En una
palabra, es todo eso… ¡¡y lo que falta!!)
Compuesto por tres secciones,
Babia presenta las miradas del padre,
la madre y la propia autora, en afanes autorreferenciales, si se me permite
decirlo. Comencemos por el padre, figura toral de “Escritura paternal”, a quien
se le relaciona con el acebo, árbol conocido por su enorme firmeza que dura
todo el año, de donde se fabrican muebles finos y hasta ligas para cazar
pájaros; pero esos “muebles” tienen diseños como el siguiente: Desperdigo lutos. // Desperdigo lutos en la
insolencia del herbaje alegando el nombre de la penumbra: Babia. Aquilato cada
fisura en la clepsidra. Se humea el ramalazo del acebo.
El tiempo, verdadero artesano
de la palabra, se encarga de preparar el ambiente por donde el monarca, Rey de
Babia, asentará sus dominios, lares que no requerirán otra explicación sino la
suscrita al poema “El Rey”: Leo el
epitafio repujado en la frente del Rey: “No hay apego debajo de la savia.”
[…] El Rey de Babia posee la estancia de
mis muertos, tiene la falseada aurora recogiendo desolación. […] No sé qué
es un asomo de esperanza. (Lo que en la primera sección pareciera ser un canto
al terruño, en esta parte la presencia paterna –residente en la figura del Rey–
demuestra el lado opuesto, a un soberano empeñado en perpetuar su reinado, a
expensas del tiempo que todo lo cambia a su paso; donde la esperanza –aludida,
pero no asumida del todo– ni siquiera se cumple del todo. Es más, entre el
gatuperio y el alano, el Rey suplicará la hoguera.)
Para “Lengua madre”, Karen
Villeda persiste en su descripción de prosapias, pero con un poco más de
esperanza dentro de sí. La dama retiene
el cataclismo de pasos que regresan para traicionar al Rey de Babia. Hay
que poner a prueba las cinturas. La
serpentina encarnada de pupilas es el coselete de los caballeros. Miran de
reojo a la dama. Su corazón está sentado en flor de loto. (¿Consorte?
Preferiblemente consejera.) Un papel fundamental de la Dama es guiar al
monarca, sin embargo, las victorias de esa corte agrupada en Babia no se
cuentan por el número de adeptos en su interior, sino en la resistencia
ofrecida en el refugio de las palabras. (La lengua es una deserción de la
memoria, no hay pistas de saliva.)
A diferencia de la primera Babia vislumbrada al
principio del libro, hay una segunda entre comillas donde se conjugan la
escritura paternal y la lengua madre. (En Babia se nace en la riada del silencio. “Morí en la
palabra.” // Nací en la infertilidad del Rey de Babia. De ningún modo la
resurrección.) No queda sino avocarse hacia
una consecuente caída, cuyas palabras se queden fijas, como una patria plena de
silencios. Paremos un poco el carro: si la Babia sin comillas del Rey alude a
un reino perdido, ideal si se quiere, entonces la entrecomillada por la Dama se
vuelve utopía de palabras cuya única certeza es la desaparición, y, por
añadidura, el recuerdo y la vida que sus habitantes le ofrendan a cabalidad.
Para la última sección, Karen Villeda deja a lado
la interpósita persona y, de primera mano, también habla de su reino vencido.
Tres ligeros apartados –como las partes que componen Babia– terminan volviéndose su matria particular. En “La rabia de los
viejos”, nuevamente es la figura paterna quien lleva la voz cantante; paraje de
silencios al fin y al cabo, esta reminiscencia paterna encuentra particular
descripción en el siguiente poema: Yo te he visto llorar. // Esto es el silencio, M. A.,
halagar a las palabras con la punta de la lengua. Respecto al Rey de Babia esbozado al principio del libro, el recuerdo
paterno demuestra un destino de palabras, en aras de cristalizarse con la
escritura, elemento que resiste todo embate del tiempo. Sobre “Iris”, Villeda
persiste en develar su parentalia, donde la firmeza de la raíz materna ayuda a explicarse
mejor. Espejismos
de recuerdo, tierra jurada, fogonazo para la oquedad: Babia. // Una prisa de
labios que se consagra en el umbral del tragaluz. Babia. […] Alguna vez, Iris y M. A. volvieron desechos a Babia, en la
elocuencia de piernas y brazos. Alguna vez, retornaron al anonimato. (En pocas
palabras, Babia ¿es a Karen Villeda lo que Yuria para Jaime Sabines, una residencia para sus manes, o el ansiado hogar sólido?)
Tanto las intuiciones del poeta como su recuerdo
familiar encuentran su morada final en “Diario de viaje”, suerte de reflexiones
acerca del principio del mundo, el pueblo natal del padre, expandido en otros
reinos gracias a la poesía; de cualquier manera, como aseguraba Eugenio Florit,
“los poetas somos felices escribiendo cosas tristes”. (He lloriqueado tu rostro hasta decir
basta. // Hay que desgajar esta mirada para darla de comer a las palomas.) Y si el recuerdo nos hiere, como si fuera una canción de José
Alfredo Jiménez, concluiremos con la autora que Babia es un muerto a cuestas en el dorso
de mi padre o ese niño. (A final de cuentas, el
exilio.)
Volvamos a las palabras de
Luis González y González acerca de su neologismo; si las aplicáramos a Babia (como así también con el poemario
de su preferencia), la mirada familiar es el leitmotiv que sustenta la corte desdibujada en la primera mitad del
libro, y las puertas que se abren día tras día son las imágenes con que Karen
Villeda intenta descubrir su origen. En una palabra, la poesía crea, descubre y
transforma. Dentro de la geografía poética de México, las búsquedas de Babia en cierto modo serían las mismas
de Sin biografía de Claudia Hernández
de Valle-Arizpe, o de Contramundos de
Ingrid Solana; en todos los casos: íntima lectura del mundo, matria de palabras
que persisten, como quiera que sea, en el prístino itinerario de la poesía.
(Ojalá que sí. ¡¡Ojalá!!)
Karen Villeda. Babia. México, UNAM/Dirección
de Literatura, 2011. (Ediciones de Punto de Partida. Poesía, 8)
(18/mayo/2012)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario