Ulises Velázquez Gil
(@Cliobabelis)
“Ojalá vivas tiempos
interesantes”, reza una antigua maldición china, y no es para menos: ante lo
difícil de los acontecimientos actuales (a favor, en contra, o sin definir
postura), esta sentencia –cuasi aforismo− es irrebatible por completo. En el
afán de sortear con todo tipo de embates, donde queda a prueba nuestra
integridad y sentido común, es menester escuchar las buenas razones de un
analista del tiempo presente para que aquellos “tiempos interesantes” sí lo
sean, pero de forma sabia y ecuánime.
Hombre a caballo entre el Derecho y el periodismo, Miguel
Ángel Granados Chapa (Pachuca, Hgo., 1940–México, D. F., 2011) dedicó tres
cuartas partes de su vida en defender causas justas, donde su arma principal
fue (y sigue siendo) la palabra escrita. Lector infatigable y curioso
impenitente, encontró en el Derecho la precisión de las normas, para descubrir
después en el periodismo la certeza de las palabras; en ambas canchas supo
desenvolverse con igual pasión y entusiasmo que, como sugerían los clásicos,
nada humano le era ajeno.
Desde una Plaza
Pública (que lo mismo se ubicaba en Unomásuno,
La Jornada, El Financiero y Reforma)
muy socorrida, ese tópico clásico se tornó su moneda de cambio para desglosar
los hechos del diario acontecer; ponderaba una idea y censuraba una ideología;
bajaba políticos del carro completo como ensalzaba propuestas dignas de cambio.
En esa trinchera periodística, Granados Chapa tuvo siempre un compromiso
impostergable con la información y con los tiempos que corren, pero ante todo,
crear conciencia contra la duda constante.
Si hemos de
encontrarle una tradición dónde definirlo como deudor y recipiendario, sin duda
alguna sería aquella instaurada a tinta y fuego por Francisco Zarco, periodista
batallador que tomó la pluma y, a diestra y siniestra, lanzaba duros adjetivos
que francos elogios. Una prosa bien cuidada −digna del escritor más exigente− y
una pasión por estar en el lugar de los hechos, hizo de Zarco señero ejemplo de
integridad y de inteligencia. Así también con Granados Chapa: La banca nuestra de cada día, Votar ¿para
qué?, Manual de elecciones, Comunicación y política, ¡Escuche Carlos Salinas! y Fox & Co., evidencian a un crítico
a contracorriente; por otro lado, Hoja
por Hoja, atípico suplemento sobre cultura lectora y editorial, confirmaba
por completo el adagio clásico: Nada
humano me es ajeno. Esa naturaleza suya, plural y conciliadora, motivó en
la Academia Mexicana de la Lengua la decisión de incluirlo en su nómina de
integrantes, porque la cultura y el conocimiento sin espíritu crítico, carecen
por completo de sentido, y, por tanto, de destino.
En las
instalaciones del periódico Reforma,
allá por Avenida Universidad, y en la noche del 14 de mayo de 2009, Miguel
Ángel Granados Chapa se convirtió en el tercer ocupante de la silla XXIX
(precedido por Ángel María Garibay Kintana y Ernesto de la Torre Villar). Su
primera acción como nuevo académico de número, fue la lectura de su discurso de
ingreso: La ley, las libertades y la
expresión. Como corresponde a todo flamante académico, primero ponderó la
presencia de varios colegas suyos, Celedonio Junco de la Vega y Alfonso Junco
−de fuerte prosapia periodística y regiomontana−, así también Carlos González
Peña y Alfonso Cravioto, académico, paisano y diplomático, y con quien tuvo no
pocas coincidencias. En ellos ha sido
fundamental el ejercicio de las libertades de pensamiento y de expresión, en
sus formas tradicionales y en sus desarrollos contemporáneos, que incluyen el
derecho a saber para decir y para actuar. (Si me permiten la licencia,
también aplicaría para Granados Chapa… y los que se acumulen en la semana.)
La trayectoria de
las libertades de expresión comienza en el siglo XIX cuando la identidad de un
país estaba en vías de definirse; tiempos donde significarse era mejor que
justificarse. […] Valentín Gómez Farías […] en 1833 estableció sin cortapisas la
“libertad absoluta de opiniones, y supresión de las leyes represivas de la
prensa”, la legislación sobre la materia vigente en las tres décadas iniciales
de vida independiente osciló entre la proclamación de los principios liberales
y la enumeración de restricciones, pretendidamente fundada en la experiencia de
los abusos en que incurría el periodismo. (En una palabra, quienes
estuvieron ejerciendo ese oficio −peligroso y heroico, doble honor−, estaban
siempre en la mira de los poderosos. Si en esos tiempos era un dictador de
altos vuelos y bajas pasiones, ahora es un caudillo de bajos vuelos… y bajas
pasiones. Qué remedio.)
Granados Chapa en
enfático en cuanto a una figura señera del periodismo en México, el propio
Francisco Zarco, y las vejaciones que sufrió por defender las libertades de
expresión; a su vez, se luchaba porque ese derecho estuviese bien amparado por
la Constitución. Zarco logró un
privilegio que atenuara el riesgo de persecución y castigo injustos, como los
que él había padecido […]: los
delitos de imprenta serían vistos por dos jurados, uno que estableciera el
hecho y otro que aplicara la pena. Pretendió de ese modo evitar que los jueces
profesionales, de quienes con fundamento desconfiaba, fueran instrumento de la
represión. (Siglo y medio después, esas libertades penden de un hilo muy
delgado, pero imposible de romper.)
Así como la
libertad de expresión es toral territorio a defender, Miguel Ángel Granados
Chapa reconoce un fenómeno peculiar una vez que ocupara su sitial en la
Academia: el uso de la palabra y la expresión pública. Es verdad que cada vez un número mayor de personas hablan español en
todo el mundo. Pero es verdad también que esas personas cada vez hablan menos
español. Nuestra lengua en general, y la de México en particular, está sujeta a
un proceso de pauperización que se manifiesta en la frecuente habla tartajosa, en
la incapacidad para formular desde enunciados sencillos propios de la vida
cotidiana hasta los resultados de la introspección que nos hace plenamente
personas. Parece que el peor enemigo de la libertad de expresión no reside
en los empresarios convenencieros ni en los jueces corrompidos, sino en el
avance de la ignorancia de los hablantes, cuyas lecturas son magras al extremo,
o simple y sencillamente, los medios masivos de comunicación siguen haciendo de
las suyas.
En su brevísima
estancia en la casona de Liverpool 76, Granados Chapa compartió con sus colegas
académicos la experiencia de un periodista que ha sabido lidiar con el tiempo
presente, en contra de los artífices de la corruptela política y el chanchullo chayotero; de igual manera, su pasión
por el cancionero popular y la escritura interminable de una página diaria en
revistas y periódicos, confirmaron la corazonada de los académicos que
propusieron su ingreso. (Vicente Leñero, compañero de viajes hemerográficos
tanto en Excélsior como en Proceso, recibió en el Palacio de Bellas
Artes una generosa bienvenida académica de su parte dos años después de aquel
mayo en el Reforma.)
Como
Gregory House, pero elegante en el trato y sin bastón, Miguel Ángel Granados
Chapa siempre tuvo en sus manos los elementos idóneos para hacer una certera diagnosis de la realidad; ante la
carencia de veracidad respecto a un proceso político, el remedio de la crítica
constante, y cuando el habla de los jóvenes de hoy adolecía de conocimiento, la
sugerencia vitaminada de una buena reseña o el recuerdo de una grata canción
aseguraban la mitad de la victoria. Queda en sus familiares, colegas y amigos
reunir todos sus saberes en uno o en varios tomos, en espera de suscitar nuevos
debates y confirmadas simpatías. (Después de todo, hay diagnósticos que no
debemos desatender, ¿no creen?)
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