Reza el lugar común que "los viajes ilustran" y para las cosas que viví antier, digamos que se cumplió (¡¡y bien!!) esa sentencia. Pero si le sumamos que dichas andanzas se suscitaron en la misma ciudad, el propósito se dio a carta cabal. Mejor me explico.
Salí de casa más tarde de lo programado: una amiga me invitó a un coloquio en la Facultad de Filosofía y Letras y resolví acompañarla en tan importante ocasión. Como el destino siempre está proclive al cambio, tomé la decisión de irme hasta la estación del flamante Tren Suburbano que se encuentra por aquellos lares. Ya en la estación San Rafael, aboné algo de presupuesto a mi tarjeta y bon voyage!!! Sin embargo, no contaba con que me subí al tren equivocado porque en cuestión de minutos estaba llegando a la estación terminal, Lechería. "Ahora, ¿qué hago?", me dije. Bajé del tren y hecho un manojo de nervios, caminaba sin cesar por la estación. Hasta que, finalmente, encontré otro tren (éste sí, con dirección Buenavista) y me subí de inmediato. Mientras me acomodaba en mi asiento, dos cosas asaltaban mi pensamiento: una, estaba muy atrasado en mi itinerario hacia el sur para apoyar a mi amiga, y la otra, no sabía cómo escribir el outline del artículo que debo entregar por estos días. Solamente saqué de mi bolsa un libro de Andrés Henestrosa y mientras llegaba a mi destino, leía y leía sin darle importancia al resto del mundo. (Algo más, cada vez que viajo en el suburbano, siempre vienen a mi mente algunas escenas del videoclip de Mylène Farmer para la canción "XXL". Cosas que pasan.) En menos de lo esperado, estaba llegando a la terminal, Buenavista.
En cosa de minutos, saqué otra tarjeta, esta vez la del Metro, porque mi trayectoria siguiente derivaría en Ciudad Universitaria. Casi a punto de llegar a Copilco, revisé mi reloj y ¡¡sorpresa, sorpresa!!, el tiempo estaba de mi lado. Aún así, a paso berlinés llegué a la Facultad y logré acompañar a mi amiga, incluso antes de lo esperado, porque la mesa anterior a la suya, se había prolongado más de la cuenta. De cualquier manera, terminando su intervención, ella debía irse. (Me comentó algo antes de su conferencia, según recuerdo.) Y, por tanto, también yo me retiraba. En los pocos minutos que nos restaban juntos, hablamos de las cosas que habían pasado a lo largo de casi un año que llevamos de conocernos. De cualquier manera, ella -ya con un pie en el autobus universitario- me contará más mediante el e-mail.
No habían pasado ni quince minutos cuando pasó otro autobus, el cual hacía escala en una parada aledaña del Metrobus, donde al llegar, saqué otra tarjeta y, de acuerdo a mi proteica agenda, le debía una visita a una colega en el INEHRM. Lamentablemente, había pasado el metrobus que me correspondía, pero en cuestión de segundos apareció otro que -parcialmente- me acercaría a mi destino. Me bajé en La Bombilla y con una extraña tranquilidad, me dirigí hacia el instituto. Mi amiga ya esperaba mi visita y me tenía listo, no un ejemplar, ¡¡sino tres!! de los libros que editó el INEHRM. (La semana pasada, cuando tuve la oportunidad de saludarla durante un coloquio, entre plática y plática salió el tema de las publicaciones, y ella, de forma inesperada, quedó en obsequiarme algunos ejemplares, cosa que siempre le agradeceré.) No demoré mi estancia y luego de darle las gracias y de saludar a un colega nuestro, seguí con mi viaje. En la Librería del FCE, en Miguel Ángel de Quevedo, mi estancia se prolongó por varias horas.
Después de leer (casi por completo) algunos libros de Andrés Henestrosa, hojear los últimos números de Istor, ver de lejitos a Adolfo Castañón y revisar los anaqueles dedicados a las publicaciones de Conaculta, me dirigí hacia la última parte de mi viaje: el Palacio de Bellas Artes, donde se llevaría a cabo el Homenaje a Guillermo Samperio, por sus 60 años de vida. Me acomodé en un excelente lugar y no me perdí nada del show. Me alegré de encontrarme con tres compañeros míos, Ernesto, Sandra y Maribel, y con quienes pasé un buen rato. Obviamente, saqué de mi bolsa mis ejemplares de Hernán Lara Zavala, Silvia Molina y, claro, Guillermo Samperio, para obtener la tan ansiada rúbrica. Al filo de las 10 p.m, coincidimos en dejar el palacio e irnos a nuestras respectivas casas.
Mientras llegaba a casita, pensaba muy detenidamente en que sólo necesité para llevar a cabo todo eso, simple y sencillamente tres tarjetas: Metrobus, Suburbano y del Metro. Cada quien debe sentirse afortunado de tenerlas, porque así (no sin antes abonarles algo de presupuesto, por si acaso) los días que surgen en fast track, siempre terminan siendo los mejores. ¿No es así?
2 comentarios:
Claro que sí. Me gusta que compartamos el gusto por la escritura sobre la Gran Ciudad.
te mando un beso.
Mariposa Tecknicolor.
Me hiciste recorrer y recordar...
UN saludo gigante.
Tu amiga Mariposa Amarilla... (puras mariposas, eh!! Que tal!)
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