Cada vez que alguno de mis hermanos mandaba a la basura un cuaderno casi en buen estado luego de un ajetreado ciclo escolar, sin pensarlo más de 30 segundos, lo rescataba de donde quiera que estuviese, y así lograba darle un poco más de tiempo de uso, para después, ya consumada su función, destinarlo al cesto de la basura. Para algunos de ustedes, seguro esta circunstancia es la versión extrema de la cultura del reciclaje. Sí y no. Sí, por aquello de la conciencia ecológica, y no, por la importancia que tiene como objeto. Pero vayamos por partes.
Si nada más diez hojas fueron empleadas y el resto no, sencillo, arranco con cuidado las partes garabateadas, forro las tapas con algún cartelito que me gusta y voilà!!: listo para un nuevo ciclo de casos y cosas. Sin embargo, la utilidad que le doy no reside en la escolar. Para nada. Más bien se debe a un vicio de escritor, a un placer culpable que tengo: a manera de libro de memoria (mal llamado diario) donde cumplo con la prístina obligación de escribir los sucesos de mi vida, los que mi maltrecha memoria me permite plasmar, aunque para ello me ayuden algunos objetos que intercalo entre los párrafos escritos con tinta verde. Folletos, boletos de transporte, notas autógrafas de los viejos y nuevos amigos, la servilleta del café y/o restaurante donde comí alguna vez, en fin... todo se integra a la libreta y cada vez que, por casualidad, la encuentro entre toda la avalancha de papeles, la memoria, como un título de Vladimir Nabokov, habla.
Además de estas libretas de segunda mano que se vuelven, luego de una sesión de cortar y pegar, en mis sinceras confidentes, hay otro tipo a las que también el tiempo posterga su final cuando llegan a mis manos. Agendas del año de la pera, cuadernillos de carácter publicitario y programas de mano (como los que entregan en la Feria de Minería, por ejemplo) me sirven como minutarios emergentes, es decir, donde anoto una cita textual que no debo olvidar, el teléfono y/o e-mail de una persona, la lista de compras o las ideas al vuelo cuando la inspiración te agarra trabajando. Para este tipo de minucias (según como se vea), cualquier pedazo de papel sirve, pero para mantener presentes estas cosas, bien que funcionan. Además, su naturaleza efímera obliga a vaciar su contenido en libretas más grandes cuando éste lo amerita. Y, sin embargo, nunca pasan de la primera página.
Mientras escribo estas líneas (en paralelo con la redacción de ¡¡tres ponencias!!), en la parte izquierda de mi escritorio tengo dos de esas libretas: una servía como directorio y la otra sí es completamente una libreta escolar, porque la rescaté de un salón horas antes del comienzo de las vacaciones universitarias. Ahora que las tengo en mis manos, agradezco sobremanera todas las cosas que apunté en éstas, porque veo que el tiempo no se me ha escapado de las manos y algunos de los datos anotados, lo mismo sirven para una conferencia magistral que para un dropping-name después de cenar.
Después de escribir todo esto, veo que mis libretas nunca serán de segunda mano, porque con la batalla que dan, abarcan una tercera, cuarta o hasta quinta mano. Ustedes, ¿qué piensan?
2 comentarios:
Yo pienso que nunca antes había sabido de alguien que se pusiera a pensar en las hojas restantes de una libreta. (Por cierto, ¿qué sentirán las hojas de mis carpetas que no alcancé a usar en la universidad?)
Por eso te quiero.
Sorry por el plantón de ayer en el FCE. Me quedé sin batería, cuando quise contestar tus llamadas, mi móvil ya no me dejó. Gracias por llamarme.
aquí andamos...
Que son palimpsestos. Me gusta pensar que esas libretas, los blogs, los libros, son palimpsestos. Son el recuerdo de otros tantos escritos debajo de ellos, de otras experiencias, manos y épocas, de otros yo que algún día tendrán que echar mano de las citas perdidas para una conferencia.
SUERTE
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