Cada vez que escribo una nota sobre alguna de las Consejeras de la Nueva República de Babel, de inmediato la memoria quiere jugarme sucio, dado que muchas cosas sobre quien deseo escribir se me escapan y no creo sacar, si no un retrato exacto, al menos uno justo. Pero tomaré el riesgo y hablar sobre Leilani Medina, como el París de Enrique IV, bien vale una misa.
Conocí a Lani hace algunos ayeres, cuando ella, recién salida de la carrera de Diseño Gráfico en la Universidad del Nuevo Mundo, buscaba, con demasiada esperanza, a un literato que leyera y corrigiera ajeno, cuya intuición le diera un nuevo rumbo a sus tesis de licenciatura. Acudió al jefe de sección y éste buscó al primero que se le pusiera enfrente. Aquella persona fui yo. Me platicó un poco de sus problemas de tesista y, más llevado por la intuición que por otra cosa, resolví corregir su tesis. (Confieso ahora, algo extrañado, que en aquellos días, éramos milpita tierna, es decir, noveles en nuestros campos, cosa que hoy hemos superado. Hasta ahora.) Después de mes y medio, un trabajo que -sinceramente- no tenía brújula ni catalejo, se convirtió en un equipo infalible para navegar, entre mar y guerra, hacia las grandes aguas del diseño editorial. Lani quedó maravillada con ello, y, por tanto, la promesa de un reencuentro futuro era casi segura. Nunca sucedió. (Pero ello no impidió coincidir con su mamá, doña Esperanza, maestra de la carrera de Matemáticas, algunas veces. Y hasta ahí.)
En noviembre de 2007, aprovechando el receso del primer día del coloquio Memoria e Identidad, me dirigí a un café internet para imprimir la versión definitiva de mi ponencia. Para cortar camino, pasé por la División de Diseño y Edificación donde, cabe decir, una presencia me era extrañamente familiar. Era Leilani, ahora convertida en maestra de la carrera de Diseño Gráfico. Parecía que el tiempo no había transcurrido, porque su cordialidad, buen humor, pero sobre todo, su belleza, estaban intactas. Fue grato el reencuentro por más de una hora, hasta que recordé que debía estar en mi coloquio, así que resolvimos intercambiar e-mails y celulares, con la esperanza de coincidir nuevamente. De cualquier manera, la invité al día de mi participación.
Ahora bien, ¿qué cualidades resaltaría de Leilani? Bueno, parece tarea difícil, pero me inclinaría, primero, por su capacidad de asombro (no hay cosa que no le genere cierta curiosidad), luego, su ímpetu y buen ánimo al plasmar sus ideas en clase (una maestra así no la tiene cualquiera), y, por último (pero no al último), su creatividad en toda empresa que planea y acomete. (De existir en el diccionario una palabra cuya primera acepción sea su nombre, emprendedora sería la opción. Y aún le queda corta.) A título personal, le agradezco una cosa muy importante: introducirme en las empresas y tribulaciones de la enseñanza en clase y la corrección de estilo. (Motivado por ello, di un inverosímil curso de ortografía y redacción, y hoy día reviso y corrijo la plana y el estilo de varias colegas historiadoras. Gracias mil.) De pilón, menciono una grata coincidencia: nuestra predilección por la gran Sarah Brightman. (Seguramente asistirá a su concierto en noviembre próximo. Ojalá.)
Querida Leilani, sé muy bien que 2008 será un buen año para ti. (La alegría, por sabida, no se menciona.) Pero hoy cumples añitos -no digas cuántos, porque las mujeres no tienen edad-, de todo corazón van mis mejores deseos para que la mayoría de tus proyectos se concreten y para que siempre cuentes con esa alegría que te caracteriza. Eso y más te mereces, mientras tanto me detengo.
¡¡¡Felicidades, Lani!!!
1 comentario:
Pues que buena manera de retratar a alguien. Esos retratos no se usaban desde Luis XVI. No conozco a Lani, pero gracias a este texto ya quiero mandarle un abrazo de feliz cumpleaños, por lo que escribres es una mujer que de verdad se entrega en todo lo que hace y gente así siempre hace falta. FELICIDADES
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