miércoles, 30 de abril de 2008

La biblioteca y el museo del niño Ulises

Hace algunos días, cuando le presumía a nuestra Rosalía la carpeta que compré durante mi visita al IV Encuentro de Escritores Latinoamericanos en el Claustro de Sor Juana, ella, lapidaria, como siempre, me espetó una frase que resume toda la verdad: "oye, eres un niño, porque te engolosinas con los objetos". A decir verdad, coincido con esa frase, porque así es. Y procedo a explicarme.
Desde que tengo memoria, siempre he jugado con los objetos, desde los juguetes que religiosamente me dejaban los Santos Reyes cada 6 de Enero, pasando por las chacharitas que compraba tanto en la cooperativa de la escuela como afuera de ésta, hasta las cosillas que encontraba en los muebles que mi papá procedía a reparar con su épico oficio de carpintero. (Desde luego, no faltaron las opiniones que descalificaban ese interés.)
El primer lugar donde puse mis botines de guerra, fue el librero-cabecera que mi papá me hizo. Con pedazos de madera que sobraban de la carpintería, hacía edificios para ciudades invisibles, cuyos habitantes eran figuras de acción, llaveros, comics de La pantera rosa, Cantinflas y Sandybelle, hasta las cajas y envases de las medicinas que llevaba mi mamá, enfermera de temple también épico. Pasó el tiempo y los modelos a escala de importantes barcos de la historia, formaron parte de esa improvisada galería.
Desde el día en que tuve mi propia habitación, mis libreros siempre han jugado un importante papel dentro de mi postrero ser y hacer. Durante la huelga universitaria de 1999, me dediqué a viajar, pero también comencé religiosamente a formar mi biblioteca. De alguna forma, proseguía con el infantil empeño de coleccionar objetos, pero también engolosinarse con éstos. En la temporada de las ferias del libro (Minería, el Politécnico, Antropología), siempre aflora ese niño interior que llevo dentro y como si estuviese frente a un anaquel repleto de chocolates y/o juguetes, le daba gusto al gusto. (El niño de aquellos días, de ver mi colección privada, caería desmayado y pediría que lo llevara conmigo cuando las ferias del libro, al súper o, simplemente, a cascarear por el Centro Histórico, buscando compactos de música, carpetas escolares, muñequitas de colección, separadores, postales, y, desde luego, libros.)
Mientras escribo esto, contemplo una fotografía de cuando era niño y me pregunto si aún está acompañándome. No dudo que así sea y ello mantiene presente la capacidad de asombro cuando un objeto, sea cual sea, me genera interés. (Por ejemplo: un biberón, una muñequita de trapo, una campana, cromos con barcos, figuras de las películas Anastasia y Robots, una botellita de Coca-Cola, sin olvidarme del batallón de separadores para libro y las postales de variopinta materia, forman parte del imperio secreto que cuida religiosamente mi niño interior.) Además, bien lo decía Brancusi, "todo artista tiene un niño adentro" y cuando colecciona, guarda y reúne en un solo lugar el fruto de sus andanzas, todavía queda mucho por hacer, ¿no creen?

2 comentarios:

Mariposa Amarilla dijo...

Fijate que nunca había asociado el hecho de guardar pequeños objetos que me llaman la atención con el niño que llevo dentro. Pero si lo había asociado con el tener un historiador dentro. Siempre he guardado las cosas que me llaman la atención y hasta los boletos de los museos o aquellas cosas que en un futuro me van a recordar algo... Me encanta abrir un sobre o cajón lleno de un universo de recuerdos e impresiones...
Saludos!

Anónimo dijo...

ULISES, GRACIAS POR MANTENERME AL TANTO DE LO QUE SUCEDE EN EL AMBIENTE CULTURAL EN LA ACTUALIDAD. ME DESCONECTE UN POCO Y ME SIENTO PERDIDO. TE DEJO MI CORREO PARA QUE TE COMUNIQUES CONMIGO, ESPERO QUE NOS PODAMOS VER PARA PLATICAR: hkalibnag@hotmail.com

att. Carlos Domínguez