viernes, 4 de mayo de 2007

Conocencias de Clío: Academia Mexicana de la Historia

Hoy, 4 de mayo, pero de hace dos años, me acerqué, por vez primera, a la Academia Mexicana de la Historia y, más en particular, a su ciclo anual de conferencias llamado Historia ¿para qué? (En 2005, había llegado a su octava edición, cuyo listado de ponentes iba desde Ida Rodríguez Prampolini y Eduardo Matos Moctezuma, pasando por Josefina Muriel y Andrés Lira, hasta Beatriz de la Fuente, Enrique Krauze y Jean Meyer. (Un mes antes, por quien sabe que designios del destino, fui testigo de la última conferencia de Beatriz de la Fuente, puesto que falleció dos meses más tarde.)
Volviendo al 4 de mayo, esa día tocaba el turno a la conferencia de Enrique Krauze, titulada "La presencia del pasado". A lo largo de casi dos horas, su disertación trató sobre la vida y la obra de José Fernando Ramírez, un historiador olvidado del México decimonónico, del que resaltó sus obras como punto de arranque para la difusión del pasado mexicano. (Confieso que, aunque yo esperaba que hablara sobre su biografía de Porfirio Díaz que hizo al alimón con Fausto Zerón-Medina, o de su serie Biografía del poder, igualmente quedé impresionado, tanto que me prometí conseguir -¡¡y a como diera lugar!!- algún libro suyo. Al año siguiente, logré ese cometido.) Casi a la hora de las preguntas, subí al auditorio donde estaba el Dr. Krauze; para mi buena suerte, encontré, además de un lugar vacío, a una mujer cuya presencia ya se me hacía conocida. La invité a sentarse, mas ella insistió en que hiciera lo propio. (Nunca se sentó.) Desde mi lugar, le lancé una pregunta a Krauze, pero se quedó en la pura intención, porque pasó sin demora a la hora de los autógrafos. Entonces me formé y saqué de mi portafolios sendos ejemplares de Caras de la historia y de Caras de la democracia, mientras que ella hizo lo propio, pero con su tomo de Biografía del poder, dedicado a Plutarco Elías Calles.
Formados para el momento de la firma, logré recordar dónde la había visto: sí, fue en Acatlán, era de Historia (la misma generación que yo) y su nombre: Miriam Solano Sánchez. (De refilón, recordé que recibió la medalla Gabino Barreda meses atrás, junto a mi querida Laura Cabrera, pero no lograba ubicarla en la fotografía que ilustró la nota en la gacetilla local.) Se quedó de a seis por lo exacto de los datos, pero ello no nos impidió platicar amenamente antes de que Krauze firmara nuestros ejemplares. Primero rubricó los míos, para luego hacer lo propio con el de Miriam; a su vez, ella le preguntó acerca de un libro sobre Calles. Krauze respondió que tenía un ejemplar y que con gusto se lo facilitaría. Le apuntó su correo electrónico para que se contactara con él y así prestarle ese ejemplar. Después de esto, nada pasó. (Bueno, sí pasó algo: tuve la fortuna de conocer a una mujer inteligente, espontánea y, antes que todo eso, íntegra y honesta. Nunca me arrepentiré de ello.)
A la semana siguiente (11 de mayo, para ser preciso), tuvo lugar la última conferencia del ciclo y estaría a cargo del franco-mexicano Jean Meyer, cuya exposición versó acerca de la Guerra Cristera en Oaxaca. (Minutos antes, llegué temprano para agarrar buenos lugares -apartando, desde luego, uno para Miriam- y, casi 45 minutos después, ella llegó muy ligerita de vestuario, dado el intenso calor que hacía.) Luego que don Jean llegara al auditorio, Miriam preparó su grabadora de periodista y así recabar datos primordiales para su entonces tema de tesis sobre la Guerra Cristera. La exposición estuvo genial y ambos nos quedamos maravillados ante la pericia y, sobre todo, ante la sencillez de un historiador dedicado al sacerdocio historiográfico ¡¡desde hace más de treinta años!! Y para finalizar la jornada, y luego de que firmara, primero a Miriam, sus ejemplares de La Cristiada, otros de nuestra querida Rosalía Velázquez y mis ejemplares de El campesino en la historia rusa y soviética, El sinarquismo ¿un fascismo mexicano? y Los tambores de Calderón, además de algunas revistas, le propusimos invitarlo para que diera una conferencia en nuestra FES-Acatlán, cosa que le encantó a la primera. Lo malo: ponernos de acuerdo con su agenda. (Aún así, no se concretó nada, sino dos años después.)
Gracias a estos encuentros con Miriam Solano en la Academia, nació una relación de amistad que comenzó formalmente gracias al correo electrónico. (Sinceramente, me considero privilegiado al tenerla como colega, pero en realidad, cada día que pasa, la admiro mucho más. Cosas de la vida.) Entre visitas a varias ferias del libro e invitaciones a mis primeras conferencias (así le decía a mis ponencias), pasó un año y llegó la novena edición del Historia ¿para qué? Por cosas de índole profesional (y personal, también), no asistiría a las conferencias. Sin embargo, le prometí estar presente en todo el ciclo, como una manera de decirle: Here's to you!! No me arrepentí del todo, porque conocí a dos amigas suyas, historiadoras también y con quienes llevo una buena relación de amistad, a pesar de su (aparente) lejanía por los avatares de la maestría: Sofía Torres Jiménez y Rebeca Vergara Rosales. (Gracias a Becca, tuve mi primer encuentro con Javier Garciadiego, pero eso es materia de otras Conocencias de Clío, de las que no hablaré por ahora.)
A dos años de distancia, no creo arrepentirme de mi vocación como futuro cultor de Clío; bien sé que si elegí Letras Hispánicas, no fue un capricho personal ni un error informático, sino por un amor muy profundo que le tengo a la cultura. Como una vez le dije a otra historiadora, Paulina Martínez Gutiérrez, tenemos una carrera natural y una carrera elegida. (La primera, inevitable llamado del destino, muchas veces deuda de honor hacia nuestros orígenes. La segunda, un sacerdocio a veces postergado, pero jamás olvidado, lo que nos anima a seguir aprendiendo nuevas y mejores cosas.) Además, como una vez me dijo Javier Garciadiego, "Escritores o historiadores, lo importante es escribir con pasión". ¿A poco no?

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