miércoles, 14 de agosto de 2024

Ciudadanos del tiempo



Ulises Velázquez Gil


En su conocida obra Las ciudades invisibles, Italo Calvino, por boca de su narrador y protagonista Marco Polo, cuenta a Kublai Kan sobre las ciudades que tuvo la fortuna de visitar; muchas de las veces, de tan inverosímiles que se tornan muy reales, incluso cercanas.

            Tanto en la geografía física como en la literaria, la ciudad que suscita constantemente asombros que certezas (pocas al fin) es Jerusalén, con todo y el síndrome al que debe su nombre. Y es, precisamente, esta ciudad la que se vuelve eje de la antología que hoy nos ocupa, sobre todo cuando la figura de una gran escritora afianza empeños como afanes.

Compilado y prologado por Vicente Quirarte, Encuentros con Israel. Mexicanos de la cátedra “Rosario Castellanos” reúne textos de once escritores que ocuparon en su momento la cátedra de marras, donde dan cuenta de los días que pasaron por una ciudad que no deja de ofrecer (y de ofrendar, incluso) sus maravillas y sus milagros, en una geografía accidentada (¿fragmentada?) por sucesos de alcances políticos y religiosos. Entre las constantes hostilidades de árabes y de judíos, la vida diaria emerge a pesar de todo.

A guisa de señero homenaje a Rosario Castellanos y su paso por Israel, tanto como embajadora como profesora universitaria, a finales de los años 90 del siglo XX, se instituyó una cátedra con su nombre en la Universidad Hebrea de Jerusalén, con la finalidad de que escritores mexicanos impartan clases por un breve periodo, la cual, desde su creación, ha recibido a varios escritores, quienes comparten andanzas y maestranzas con sus estudiantes.

Dice Vicente Quirarte en su presentación al volumen: Todo viaje s separación y metamorfosis. Sustrae a su protagonista del normal transcurrir y lo sitúa en un espacio inédito. Lo convierte en una hoja intacta y sedienta de insospechadas fuerzas. Como la enfermedad o el amor, el viaje es una experiencia que nos lleva al límite. Ninguno como el que se emprende hacia un país imaginado o conocido a través de diversas formas de virtualidad, pero que, sorprendente e imprevisto, nos estremece desde el inicial encuentro.

Desde su propia percepción y ulterior vivencia de la ciudad de Jerusalén, los once autores reunidos incursionan, cada quien a su modo, por los senderos de la crónica, en la cuenta de sus pasos por una ciudad que se antoja moderna (dada la presencia y/o vigencia de los temas actuales, incluso los de índole política) sin dejar su aura de espiritualidad y misticismo (donde conviven, antaño, dos, tres manera de acercarse a la divinidad, ecos de una tierra prometida). A este respecto, el texto de Rafael Olea Franco, “De un singular aventura (entre la Ley de Dios y la Literatura)”, ofrece la visión de un agnóstico por quien el lugar común asume como católico atávico: […] ¿se requiere ser judío para ingresar como profesor a la Universidad Hebrea?; en este caso, ¿no alentaría esa restricción contra el espacio plural propio de un ámbito universitario? Sin embargo, luego de mi estancia, concluyo que la enorme diversidad cultural de los integrantes del pueblo judío es un antídoto contra esa probable limitación […].

Grata diversidad se evidencia desde la nómina de escritores convocados, entre los cuales podemos mencionar a Beatriz Espejo, Rosa Beltrán, María Teresa Miaja de la Peña (las únicas mujeres, cabe señalarlo), Ignacio Padilla, Carlos López Beltrán, Marco Antonio Campos, Mauricio Tenorio Trillo, Ignacio Trejo Fuentes, Alejandro Higashi, el propio Olea Franco y, ¡sorpresa!, al coordinador del volumen, cuyo texto une dos universos en una misma ciudad: el de Carlos Pellicer y su peregrinaje intermitente por Jerusalén, y el suyo propio, para consolidar una tradición (¡vaya palabra! -y más para la comunidad judía) iniciada por su colega y maestro Carlos Montemayor (de quien hubiera estado excelente contar con un texto suyo dentro de este volumen). He aquí la ciudad anhelada, imaginada, conquistada, destruida. He aquí la ciudad como un hermoso juguete inalcanzable que los hombres han utilizado para lo más alto y lo más deleznable de sus pasiones. Antes de entrar en Jerusalén, hay que admirarla así, de lejos, sentir su palpitación presente y avanzar en la conquista espiritual de sus espacios (“Encuentros con la ciudad de Dios”).

Sin embargo, la misma ciudad no le ofrece una experiencia similar para los demás autores de Encuentros con Israel. Para Beatriz Espejo, en “Jerusalén, notas de aquellos días”, el vaivén de sus pasos reside en su labor docente como profesora universitaria -sin mayores diferencias respecto al que realiza en la UNAM- y en el recuerdo de sus manes (madre y maestros) que acompañan sus pasos por la llamada “ciudad de oro”: Mucho de mi tiempo libre lo paso en mi cuarto escribiendo o leyendo. Esto último con voracidad. Quizás por su extensión traje curiosamente las obras que la dieron el Nobel a Thomas Mann. El sábado se fue la luz eléctrica cerca de las siete de la noche, todavía había claridad, pero los regaderas empezaron a perder fuerza y a fallar. Se organizó un verdadero escándalo que llegaba hasta mi habitación. Eran las voces de muchos ortodoxos ejercitando con furia sus potentes pulmones. Habían ido a bañarse conforme a los rituales establecidos.

Sin importar la rutina en que se sumerjan nuestros autores, la vida de la ciudad acaba por alcanzarles; para Carlos López Beltrán, en “Ayer estoy en Jerusalén”, no sólo se trata de la rutina religiosa, comercial y cultural, sino del ambiente bélico que (todavía) predomina en aquellas latitudes. Desde su trinchera del café internet, López Beltrán nos da cuenta de ese ambiente. Quizá por venir de un país muy desigual no noté al principio tanta diferencia. Quizá fue porque al principio todo me pareció parte de un mosaico único y fascinante. Distinguir, diferenciar me llevó a sentir gran sorpresa de que en tan pocas cuadras, en tan mínima área, se acomodara tanta distancia (¿cultural? ¿religiosa? ¿política?) humana.

Tres autores que merecen especial atención, por la brevedad de sus colaboraciones, son Rosa Beltrán, Ignacio Padilla y María Teresa Miaja de la Peña. A diferencia de sus colegas y compañeros de libro (que optan -intencional y no- por el texto de largo aliento), ellos dedican pocas, pero grandiosas páginas a dar constancia de su paso por Jerusalén. La primera impresión es que la ciudad cabe en un dedal. Una impresión no significa nada, piensas, Jerusalén son las historias que has leído, las imágenes que han pintado, grabado, esculpido en piedra o en palabras durante milenios. Han hecho literatura sobre una tierra arisca. Las mayores fantasías nunca surgen de lo grandilocuente (Rosa Beltrán, “Al borde del mundo”); […] Allá fui a dar, en fin, para hablar del agua mientras me dejaban beber del manantial del mundo que mana de la fuente jerosolimitana. […] Allí viví el asombro del arte que germina no de la paz bucólica de las utopías sino de la interminable violencia que sigue levantando y de la ira sempiterna que nos hace humanos (Ignacio Padilla, “Del mar en Jerusalén”); […] Cuántos antes que yo pasaron por Jerusalén a través de los tiempos, de las invasiones, cruzadas, conquistas, peregrinaciones, viajes; cuántos la han escrito, pintado, descrito, cantado, amado, anhelado e incluso quizá detestado, cuántos la construyeron y cuántos la destruyeron. No puedo ni siquiera intentar imaginarlo (María Teresa Miaja de la Peña, “¡Oh, Jerusalén! De murallas, desiertos y oasis”).

Mención aparte merecen Marco Antonio Campos, Ignacio Trejo Fuentes y Mauricio Tenorio Trillo con sus correspondientes colaboraciones, donde la crónica destella desde el primer párrafo, y que también se emparentan con el resto por el hecho de saberse maestros en un recinto extranjero, pero tan cercano por obra y gracia de Rosario Castellanos, cuya figura, a más de cincuenta años de distancia, sigue más presente que nunca.

En suma, Encuentros con Israel da cuenta del talento desmedido de los escritores mexicanos que ocuparon la cátedra “Rosario Castellanos” en la Universidad Hebrea, con lo cual se cumple un deseo de la escritora y diplomática en cuanto a estrechar los lazos entre México e Israel (enlace que, hoy día y pese a los sucesos recientes, sólo queda afianzar). A semejanza del narrador de Las ciudades invisibles (referida al principio de estas líneas), todos los escritores se tornan ciudadanos del tiempo con el hecho de compartir sus andanzas por la ciudad de Jerusalén, así también de las maestranzas allí adquiridas, que les concede un lugar en el mundo, lleno de letras y de vida, de palabras y recuerdos (como los que Ignacio Trejo Fuentes plasmó en su Diario de Jerusalén, a la sazón, el último libro que publicó en vida).

Con todo y que la realidad insiste en rebasar nuestro entendimiento, digno es proseguir el legado de una escritora sin par (quien compartirá centenario con la universidad que le acogió durante su breve, pero edificante misión en Medio Oriente) mediante la participación de escritores mexicanos cuya sabiduría abone hacia una mejor proyección de la cultura mexicana allende las fronteras.

Quede aquí, su dedicada y grata lectura. (Así sea.)   


Vicente Quirarte (coord.) Encuentros con Israel. Mexicanos de la cátedra “Rosario Castellanos” en la Universidad Hebrea de Jerusalén. México, UNAM/ Secretaría de Relaciones Exteriores/ Amigos Mexicanos de la Universidad Hebrea de Jerusalem, 2013.  

 

babelises@hotmail.com

@Cliobabelis 




lunes, 8 de abril de 2024

Recuerdo entre libros

Ulises Velázquez Gil


De entre las cápsulas e intervenciones culturales que solían programarse por la frecuencia de Opus 94.5 FM, existió una cuyo título, en sí, era profesión de fe: Todo lo que somos está en los libros, que se caracterizaba por proponer al radioescucha un libro o un autor que le suscitara interés o un (posible) acercamiento por medio de la lectura. Si en algo se distinguía su titular, Alicia Zendejas, es en ser una persona de libros; su marcada presencia dentro de la historia del Premio Xavier Villaurrutia la dibuja de cuerpo entero en esos afanes y empeños.

            Si de personas de libros hablamos, esta nomenclatura hoy día recae en un librero (anticuario, de lance, de ocasión, da por igual el adjetivo), cuya pericia y olfato bibliográfico pone frente a sí desde un ejemplar incunable hasta una rareza sólo reservada a un cuento de Borges o de Arreola. De ese tipo de andanzas y maestranzas se compone Librovejero, libro donde Álvaro Castillo Granada da cuenta de sus pasos por el oficio de librero, al que llegó por casualidad, pero con una marcada conciencia de su vocación, que se distingue -fundamentalmente- por trazar la ruta que lleve a un libro con su (posible) destinatario.

Treinta textos (como el número de años que lleva su autor en el oficio librero) que evidencian la pasión por un mundo de letra impresa, y de los sucesos que se dieron en paralelo a su aparición; para muestra, el siguiente fragmento: Ese era el trabajo con el que soñaba desde niño. ¿Cómo lo veía entonces? No lo tengo claro. No había conocido a alguien a quien pudiera decirle librero. Generalmente cuando entraba en una librería esperaba que algún libro lograra hallarme en medio de todos los que me rodeaban y se ajustara a mi bolsillo. Eran tantos los libros que quería leer y tener que me dediqué a hacer listas. Ahí nació una afición que, con el paso del tiempo, me ha sido muy útil: lector y consultador de bibliografías (“Ya no me quedaban hojas de vida”).

            A diferencia del dependiente de librería de prestigio, el librero sabe sondear los gustos de sus potenciales parroquianos, ver sus temas de interés y, hasta con un poco de suerte, conseguir el deseado ejemplar con la prístina dedicatoria de su autor; esta dinámica ha llevado a Álvaro Castillo a conocer figuras señeras de las letras como a nuevos amigos (y cómplices) en el oficio -con miras a cofradía- de librero. Uno de ellos -muy sonado hoy día por una novela de póstumo impacto-, además de echar mano de su conocimiento librario, le “bautizó” en atención a su ingenio y artificio con el sobrenombre que le da título al libro. Es en ese momento cuando comienzo a existir para él. Me puso un apodo que fue convirtiéndose, para algunos, en una manera de nombrarme: “Librovejero”. Primero fue “Libroviejero”. Lo cambió: “Mejor Librovejero… como ropavejero…” No solamente le conseguía libros a su hermano, sino a él también. Sus encargos venían/llegaban por múltiples vías. Siempre ediciones precisas y específicas. No podían ser otras. Las que había leído, las que había tenido, las que había visto [Gabriel García Márquez].

Para un buen librero, no hay hallazgo raro (puesto que todo libro es, en sí, una rareza), pero cuando se trata de un “cliente” como García Márquez, el caso puede adquirir dimensiones épicas; tal y como se plasman em “De Gabo a Mario”, donde un volumen que reúne el saber de sendos titanes de las letras hispanoamericanas, se torna empresa épica en cuanto a conseguir las firmas de ambos escritores (si recordamos su persistente enemistad hasta el momento en que se dio el hallazgo). Si para un consumado “caza firmas”, dárselas de “espontáneo” encierra su propia epopeya, ante dos figuras adversas esto se dificulta más. Haber hecho coincidir, sin trampa ni engaño alguno, a estos dos inmensos escritores, quienes alguna vez fueron los mejor amigos, en la misma página de un libro que nos deja escucharlos hablar, es una de las conquistas más hermosas que me ha dado la oportunidad de realizar (gracias a la complicidad y la amistad, por supuesto) este oficio de librero en el que ya llevo treinta y tres años. Y siga usted contando.

Así como existen el amor o la amistad a primera vista, para Álvaro Castillo Granada existe también “a primera leída”, una vez que sus manos y ojos se encuentran con un autor en espera de compartirle sus ingeniosos y geniales afanes, como ocurrió con Fina García Marruz y Cintio Vitier (protagonistas de “Fina, mi Fina” y “Cinfin”, respectivamente) y, vicariamente, con Eliseo Diego (“Mi Eliseo, Fefé”). Amistades que se unen por los libros, y que se afianzan mediante el trato personal, de cuyas maravillas y milagros somos testigos -y hasta con un poco de suerte, abonarlo a nuestra propia experiencia. Siempre, siempre, han estado para mí. Para nosotros. No sólo en su casa nos hemos visto. Hasta estuvimos los tres sentados una vez en el cuarto de un hospital cuando ingresaron a Cintio (“Fina, mi Fina”); […] Miré tus libros, me senté en el piso, los saqué todos y los puse frente a mí […] Los abrí uno por uno y leí cada una de las dedicatorias; […] Mirarlos, ver las fechas y el lugar donde los compré, es sumergirme en la memoria, sentir que ha sido mucho el tiempo que ha pasado y que ha sido más, demasiado más, lo que hemos compartido, los tres (“Cinfin”).

La vida de quienes amamos los libros no sólo se compone de autores y de ejemplares firmados, sino también de sucesos y de cosas que irrumpen con sorpresa y nos obsequian su magia a cada paso. Una mochila -jaba- que se llena de libros en espera de encontrarse con sus próximos lectores, una figuración sólo realizable dentro de un cuento, la cardiografía que conlleva el primer autógrafo conseguido -que suscita y secunda a sus sucedáneos-, e incluso las crónicas del instante que ciertos libros se presentaron frente a nuestros ojos, y en cuya vuelta se siente menos la nostalgia. Compartir memorias es uno de los misterios más fascinantes de la existencia. No es sólo el compartir la experiencia sino lo que conservamos de ella, lo que decidimos por alguna razón preservar y guardar.

Con todo, en Librovejero se da fe de los pasos por un sendero tan edificante como vertiginoso, cuyas andanzas y maestranzas no dejan de prodigar saberes y querencias -y doblemente cuando de libros se trata-; en las lecturas que hacemos, de igual forma con aquellas que nos esperan en el futuro, queda una parte de sí mismos, con una visión del mundo más amplia, pero certera en afectos y convicciones, donde anide el recuerdo entre libros, imbatible a todo tiempo.

En la nómina de libreros ungidos a las letras, el nombre de Álvaro Castillo Granada figura con igual intensidad junto al de don Enrique Fuentes (cuyos empeños hoy día prosigue su hija Andrea en la Antigua Librería Madero en la Ciudad de México), desde su ínsula de nombre San Librario (que devela sus propios arcanos per se), donde -amistosamente- se confirma la fortaleza de un verso de Joan Margarit: La libertad es una librería.

Quede aquí la invitación para acercarse a este volumen de alcances memorialistas, aunados a la franqueza de las buenas plumas, dotando de permanencia lo fugitivo, para deleite de activos y de nuevos lectores. (Así sea.)   


Álvaro Castillo Granada. Librovejero. Bogotá, Fondo de Cultura Económica, 2023 (Colección Popular, 834).  

 

babelises@hotmail.com

@Cliobabelis



viernes, 23 de febrero de 2024

¡Zarpar al fin!

 Ulises Velázquez Gil

 

 

De las cinco novelas que componen su llamada Pentagonía, Reinaldo Arenas escribió Otra vez el mar cuatro veces: tres de éstas, luego que le fuera requisado el manuscrito correspondiente. (La versión definitiva hoy se encuentra bajo resguardo de la Universidad de Princeton, junto con el resto del archivo del escritor cubano.)

            Sirva el dato anterior para comenzar con una nueva serie de entregas (luego de varios meses fuera de circulación por razones que no es preciso mencionar), donde espero retomar algo del espíritu original con que nacieron tanto La marcha de las Letras como Las horas de mi agenda en el espacio en línea antes conocido como Flor y Látigo.

Mientras estuve en una recesión intermitente, llegaron a mi vida toda serie de sucesos (favorables y no), donde al final del día mis lecturas del mundo presente no dejan de sorprender y de generar nuevos enlaces.

El feliz reencuentro con una querida colega y amiga (de quien esperamos nuevas colaboraciones dentro de la serie Trazos y enlaces) vino a inyectarle vida a un oficio que, antes que todo, se compone de persistencia. Las reseñas de libros de La marcha de las Letras como las misceláneas de Las horas de mi agenda me ayudaron mucho a ponerle orden a mi mundo (el que pasa frente a mis ojos, el que comparto con mis contemporáneos, el que descubro a través de la lectura), y en suma justicia, digno es proseguir con ese afán.

En estos días, donde la Feria de Minería llega a su cuadragésima quinta edición, llega el momento justo para dejar mi recesión involuntaria, echar plumas y libretas a la maleta y, como en la novela que Álvaro Mutis planeaba escribir dentro de la saga de Maqroll el gaviero, gritar entusiasmado ¡Zarpar al fin!   

 

babelises@hotmail.com 

@Cliobabelis 

viernes, 26 de enero de 2024

El infinito de los imposibles

Con todo y que el nuevo año ya lleva casi un mes transcurrido, doy la bienvenida a este espacio en línea a una colega y amiga, que lleva muchas horas de vuelo en el ejercicio de la escritura, pero es hasta ahora que se le concede una agradable escala dentro de su itinerario. 

Desde remembranzas y reseñas de libros hasta crónicas y reflexiones (como la que leeremos a continuación), se le desea buena suerte y que su talento destelle a diestra y siniestra.

NRB

 

El infinito de los imposibles

 

Tania Rodríguez Castro

 

Como seres humanos racionales que coexisten en sociedad llevamos a cuestas la ineludible necesidad de comunicarnos, una actividad que por común, constante e innata pasa por muchos inadvertida. Pero para algunos; No sé si muchos o pocos, no sé si cuerdos o locos, no sé si lúcidos o dormidos, no sé si terrestres o divinos, pero lo que sí sé es que son los más "afortunados" para quienes la ocasión de comunicarse puede ser la oportunidad de abrir aquella puertecita que con habidos esfuerzos retiene aquellos universos que luchan por existir.

Hay algunos, esos mismos afortunados, que sirven de puente entre el "todo" esa magia de lo absoluto y el lado mortal; en cada palabra pronunciada, en cada letra plasmada, por cada pincelada, nota musical, mirada, sentimiento o suspiro transmutan lo etéreo y paren, sí, ¡dan vida a la realidad! Son esos ejércitos de artesanos que crean herramientas de la nada y llenan cada vacío de la existencia o la no existencia, con historias, imágenes, melodías, caricias que dan sentido al existir. Son ellos quienes crean mundos nuevos, convertidos en monumentos, poemas o ciudades, son los que sueñan los que con sus diestros bisturíes diseccionan la materia sin vida para injertar jardines, sabores, ilusiones y candiles bastos de luces de esperanza para este plano inerte. 

Aquellos audaces, rebeldes, revolucionarios que desafían lo preexistente con sus fértiles mentes, los que a pesar de lo normal y lo cotidiano abren nuevos senderos a la realidad. De ellos es el lienzo de la vida, la partitura por comenzar. Son ellos quienes perfuman las secciones de noticias, quienes embellecen el despertar y la promesa de un mejor mañana. Son ellos mi fuente de inspiración y su colección de imposibles, la misión. Si tú, mi estimado lector, te les unes, si usas tu llave personal para esa puerta o si por curiosidad te asomas por el cerrojo te aseguro que tuyo también será este planeta por editar.

domingo, 31 de diciembre de 2023

Quince (y más) de 2023

Ulises Velázquez Gil


A diferencia de todos los años, en esta ocasión se me dificultó un poco hacer la selección oficial, debido a que el espacio donde solía publicarla, se perdió por razones que no es necesario explicar; sin embargo, pudo más el placer de leer -y de compartir esas impresiones- que los vaivenes de los últimos meses.

Para fortuna nuestra, en este año se reanudaron las actividades presenciales en las ferias de libro, y, como es natural, a las mesas de novedades llegaron nuevos títulos y autores, y viejos conocidos volvieron a nosotros mediante el acto de releer; en mabos casos, atentos al encuentro con sus nuevos lectores.

Sin faltar a la tradición de cada año (pero en otro espacio), comparto con ustedes mi listado con los quince libros que me maravillaron en este año; en algunos casos destella la experiencia de la primera vez, mientras que otros, marcan un grato reencuentro. Según sea el género de su preferencia, queda en ustedes el acercamiento de buenas a primeras, y toda omisión o presencia inesperada, es bajo la responsabilidad del arriba firmante.

POESÍA:

-Peces de pelea (Moriana Delgado)

-Dorsal (Nadia López García)

-Lenguas de agua (Roberto Acuña)

-La raíz negra de los astros (Nadia Escalante Andrade)

-Luz clave (Claudia Hernández de Valle-Arizpe)

CUENTO:

-Aproximaciones desde el abismo (Jazmín García Vázquez)

NOVELA:

-Maktub (Fanny Morán)

-Una leona rampa en la noche (Héctor Iván González)

-Cochabamba (Jorge F. Hernández)

ENSAYO:

-Cómo recorrer una ciudad sin despertarla (Violeta Orozco)

-Los sueños de mis fantasmas (Irene Vallejo)

-La vibración del silencio. Meditaciones sonoras (Patricia Arredondo)

-Naufragio entre palabras (Mónica Lavín)

-Escribir con el presente: archivos, fronteras y cuerpos (Cristina Rivera Garza)

MEMORIAS:

-Tríptico del Cangrejo (Álvaro Uribe) 

Mención especial merecen las Cartas encontradas (1966-1974) de Rosario Castellanos y Raúl Ortiz y Ortiz, por tratarse de un epistolario harto esperado; Entre vírgenes y hetairas de Beatriz Espejo, en torno a Ramón López Velarde (en este año que se cumplió el centenario de la publicación de El Minutero) y para celebrar el Premio Nacional de Artes y Letras conferido hacia su autora.  Así también La fundación de El Colegio Nacional de Javier Garciadiego Dantan, en ocasión del 80 aniversario de El Colegio Nacional, y, siguiendo con las efemérides de este 2023 a punto de fenecer, Los sueños intactos. Evocaciones de Álvaro Mutis en su centenario, para celebrar al creador de Maqroll el gaviero.

Cada año lo refrendo: mientras persista la pasión por la lectura, siempre tendremos muchas razones para conversar. Y hasta aquí, la presente escala. 

¡Muchas gracias a ustedes!

 

babelises@hotmail.com 

@Cliobabelis

miércoles, 22 de febrero de 2023

Primicia y permanencia

Ulises Velázquez Gil


A una pregunta que le hizo un colega suyo, Rubén Bonifaz Nuño le respondió de manera elegante: “En esta vida hay que leer a los clásicos y a los amigos”. Bajo esa lógica, se lee a los primeros por ocuparse de asuntos universales, mientras que a los segundos (es decir, nuestros contemporáneos), por las cosas de todos los días. En años recientes, la pluma de Irene Vallejo ha entrelazado ambos escenarios, donde lo que a primera vista parece un tema exclusivo de los años dosmiles, era ya moneda corriente en el panorama grecolatino, cuyo tratamiento y resolución no deja de sorprendernos, sea por su sencillez, sea por su profundidad.

En ese matiz, tenemos El futuro recordado, volumen que reúne su persistencia como columnista en periódicos y revistas, y que, a diferencia de otros colegas suyos, prima la concisión, es decir, cada artículo no rebasa la cuartilla en extensión. (Salvo contadas excepciones, como suele pasar en el gremio…) Más de una centena de textos que abarcan diversos temas, cuyo párrafo inicial se torna relato, tras el cual aparece una pequeña lección de historia, o un análisis de actualidad. Baste aquí “Beneficio bruto”, a guisa de ejemplo: Las palabras tienen su historia, cambian de significado a medida que las personas cambiamos de idea. Por eso, la evolución de algunos conceptos nos retrata como sociedad. Pienso en un término muy común: beneficio. (Lo que en un principio era sinónimo de un trabajo bien hecho, sin mayores fines que los de satisfacer una necesidad, andando el tiempo se tornó de ímpetus acomodaticios y convenencieros…)

A medida que avanzamos en su lectura, notamos que, con todo y avances tecnológicos como desviaciones semánticas, somos seres atenidos a la épica, que no nos cansaremos de urdir mitologías a diestra y siniestra, tal y como podemos leer en “Troyanos”: Los troyanos informáticos aluden a la leyenda clásica. La guerra duraba más de nueve años cuando los griegos, cansados del inútil asedio, decidieron tomar Troya recurriendo al engaño. […] En recuerdo de ese engaño, llamamos troyanos (por error, ya que los invasores eran griegos) a huéspedes informáticos que abren las puertas de nuestro equipo a un atacante exterior […]. Incluso en las más nuevas tecnologías sobrevive la épica antigua.

Paréntesis aparte. En algún diálogo de la película Gladiador, se dice que las cosas que se hacen en la Tierra resuenan en la eternidad. En estos tiempos, excesivamente mediatizados y sometidos a la tiranía de tuits y likes, sí ocurre ese eco, mas no del todo halagüeño para quienes nos esforzamos en hacer la diferencia… pero persistimos en el empeño. Y para reafirmarlo, baste aquí “La espiral de silencio”: La libertad para expresar nuestras opiniones, es resultado de una larga conquista. Sin embargo, todavía nos cohibimos cuando nuestras ideas van a contracorriente. […] Nuestra sociedad de masas, contradictoria y asustada, a veces libre y a veces acomodaticia, necesita más que nunca individuos capaces de asumir los riesgos de la originalidad.   

En algún momento de la vida, llegué a escuchar una frase tan lapidaria como alentadora: “Si quieres ser novedoso, lee a los clásicos”. No cabe duda que las letras de Irene Vallejo no cejan en su empeño de acercarnos (en cierto modo, devolvernos) a los clásicos, a sus obras, a su presencia imbatible, sin importar el tópico, tema o escenario al que guste referirse: una palabra (donde brillan sus dotes filológicas), un suceso, un pensador, todos del orbe grecolatino. En días donde surgen próceres de oropel (con sus huestes de bots y trolls, incluso), digno es subrayar estas palabras: Recordemos a los griegos y desconfiemos de los líderes cuya única obsesión es derrotar al rival. En la democracia, la rendición más importante no es la del adversario, sino la rendición de cuentas (“Rendición”). Y en la difusión -y ulterior defensa- del conocimiento podemos también hallar, sin asomo de duda, ese tan ansiado deseo.

Con todo y que la presencia del saber grecolatino es el hilo que une a todos los artículos, hay dos textos donde encuentro cierto parentesco: “Islas del tesoro” y el discurso inaugural para la Feria del Libro de Zaragoza de 2019. Para el primero, nos encontramos frente a un arranque de memorias, que revelan el prístino encuentro de la autora con los libros, en lugares donde se hacía escuchar la majestad de lo mínimo, recordando un verso de Ramón López Velarde. Lo pequeño es hermoso. No recuerdo cuándo empecé a amar los libros, pero la primera biblioteca que conocí permanece nítida en mi memoria. […] Desde entonces me fascinan las modestas bibliotecas de los barrios y los pueblos, esos cofres del tesoro al alcance de todos y cerca de cada uno.

Si para Irene Vallejo aquel paraíso del que hablaba Borges se le presentó bajo la forma de una biblioteca local, para activos y nuevos lectores, éste se nos presenta como una feria del libro, y doblemente dichosa cuando ésta se realiza en tu ciudad natal -Zaragoza, en este caso. En esta ciudad yo recibí el regalo del lenguaje y de los cuentos. No recuerdo la vida antes de que alguien me contase el primer cuento. Antes de que me enseñasen a bucear bajo la superficie del mundo, en las aguas de la fantasía. Durante esos años olvidados tuvo que ser duro -supongo- seguir una dieta tan estricta, sólo realidad. El caso es que, cuando descubrí los libros, por fin pude tener doble, triple, séptuple personalidad. Y ahí empecé a ser yo misma. (Como suele pasar con los grandes discursos, éste es aleccionador, generoso e inteligente. Vaya, hasta podría decirse que es la antesala de su ulterior Manifiesto por la lectura…)

¿Por qué acercarse a El futuro recordado? A veces, para hallar luz en un asunto que nos inquieta o nos atañe, es preciso echar mano del saber legado por los clásicos de Grecia y de Roma, cuya respuesta sorprende por su sencillez y concisión; primicia y permanencia que nos sirven de guía por el sendero de la vida actual. En cuanto a su interés por los clásicos y sus conocimientos, Irene Vallejo comparte afanes y empeños con Ikram Antaki y Rubén Bonifaz Nuño, quienes hicieron de la cultura clásica el eje conductor de sus reflexiones, sin dejar de conversar con sus contemporáneos, con quienes nos queda mucho por aprender, “porque todos hablamos el lenguaje de nuestro oficio”, a decir de Alfonso Reyes.

Que su lectura siga develando claves y suscite nuevas conversaciones, siempre en aras de mejorar nuestra visión del tiempo presente, donde los aprendizajes persistan y no dejen de señalarnos la senda a seguir. (Así sea.)   

Irene Vallejo. El futuro recordado. México, Debate, 2022 (Historia. Ensayo).  

 

(8/febrero/2023)

miércoles, 21 de diciembre de 2022

Camino, puente y escalas

 

Ulises Velázquez Gil 


“Dos enemigos son un mismo hombre dividido”, dice Emil Cioran en Del inconveniente de haber nacido. Para quienes nos enfrentamos al vértigo de la escritura, en algún momento de la vida es preciso desprenderse un poco y poner en orden todas las taras que nos definen (aproximadamente) como la gente que elegimos ser. Sin embargo, en algún instante una extensión de nosotros se aferra en hacerse escuchar, provocando un choque, no sólo de personalidades, también de perspectivas relacionadas a una misma vida, a un espacio delimitado per se.

            Consciente de esta división de caracteres, en su novela El hambre invisible, Santi Balmes nos hace una invitación para emprender un viaje al principio del mundo, o lo que es lo mismo, internarse hacia el caos que compone a un sujeto que eligió el camino del arte, para dejar su paso en este mundo, a ratos ancho y ajeno por los dictados de una sociedad convencional.

A resultas de una caída (¿Albert Camus, acaso?), el protagonista, Román Spinelli, Equilibrista, hace un viaje hacia el interior de sí mismo; a diferencia del viaje exterior, su travesía es hacia su propia mente, es decir, por las diversas escalas de su vida, y qué lo llevó hasta el momento actual. A través de cuarenta y cuatro capítulos (incluidos uno denominado cero y un epílogo), bajo el nombre de estaciones, hacemos un recorrido, amén de retrospectivo, hasta rimbombante por el carácter de algunos de los personajes que allí nos aguardan. El creador está a merced de quien lo observa -hoy en día ni siquiera hace falta que uno pague-: es la ley. A un equilibrista no le juzga Dios, sino mil minidioses que lo miran desde el prosenio. Y no son idiotas. Ser audiencia es saborear la divinidad. Dios lo hace con nosotros, por lo que ejercer como público es nuestra infantil venganza.

Lo dicho: el espectáculo está a unas páginas de nuestro alcance, y Román Equilibrista (tal y como su apellido lo define), busca el balance de su presencia en este mundo; sin embargo, para lograr ese ansiado equilibrio, es menester tambalearse un poco: […] la primera condición para ser Equilibrista, para subir a la cuerda, para seguir vivos, es estar un poco loco. Era la magnitud de su locura lo que estaba por determinar. Para enfrascarse en un viaje de reconocimiento, por decirlo de alguna forma, es preciso valerse de una excusa; en este caso, Román Equilibrista se lanza a la búsqueda de Edith, una mujer que le es importante en ese momento de su vida, y, precisamente, el deseo de alcanzarla es quien lleva la nota dominante en su trayecto psiconáutico.   

La Ciudad de Bruma, lugar donde ocurre la novela, es el topus uranus donde Equilibrista se encontrará con sujetos que, de cierta manera, le acompañarán en sus afanes introspectivos. Como en toda ciudad que se precie de serlo, recorreremos sus calles y barrios, en espera de que aquellos personajes le muestren lecciones por aprender o recuerdos para desbloquear. Uno de ellos representa la parte drástica y punitiva: Yo, Román Cuso, Fiscal General de su psique, o, lo que es lo mismo, de la ciudad interior de Bruma, autorizo a Román Spinelli, de profesión Equilibrista sobre Alambradas Mentales, a pernoctar durante cinco días improrrogables. Al final de su estancia será requerido para una serie de acciones que él, a cambio de nuestra hospitalidad, tendrá que realizar con el mejor de los ánimos.

A contraposición de Román Cuso, tenemos a Román Líbid, la parte sexual, ninfómana y masturbatoria, que más bien es el libre curso de un instinto “primitivo” aún latente en el interior de Equilibrista. Porque nuestro ser sexual puede triunfar más que nunca cuando precisamente desprende cero interés por el sexo. Es una treta exitosa. […] Sea como fuese, aquel chico llamado Román AntiLíbid estaba gozando de los más sutiles placeres que podía experimentar un hombre, e irían aumentando con el paso del tiempo.

Por otro lado, tenemos a Román Perturbado, otro de los avatares de Equilibrista, muy apaleado (literalmente) por los altibajos del éxito y al igual que el autor, también la música es su mundo, cuya fama le obnubila y le impide ver con claridad su situación. En aquel diorama del pasado, Perturbado estaba a punto de iniciar un combate de boxeo contra un luchador llamado Vida. Como árbitro, ni más ni menos que un tipo llamado Destino. Me olvidaba de una cosa: el entrenador de Vida era el Fiscal Román Cuso, alias Culpa. Bajo este avatar, precisamente, se suceden los álbumes más emblemáticos de la banda donde ejerce de vocalista (un apenas disimulado Love of Lesbian): 1999 y La noche eterna.

Paréntesis aparte: dentro del capítulo/estación que Santi Balmes le dedica a Pertur, me pareció encontrar frases o giros que, con sólo aguzar el oído, hoy día son brillos de preciadas gemas como “Bajo el volcán” y de “Planeador”, barcos insignia de El Poeta Halley, álbum de estudio grabado hace poco más de seis años, y que este singular personaje aparece en estos lares, se trata de la parte creativa que llevó a Equilibrista hasta su momento actual; todo sueño, juego o la alegre conjunción de ambos denota un deseo todavía latente, un leitmotiv que se niega a desaparecer, pese a que los vientos de la realidad -con sus correspondientes avatares al paso del tiempo… y de las páginas- le cierren un poco los caminos. Aún así, el joven poeta persiste en afanes como en empeños. La sensación de tiempo, definitivamente, es proporcional a la edad. Un bienio, en una persona que acaba de cumplir los quince, es casi una séptima parte de su existencia. La frase “Llevo toda la vida con él” es, con toda seguridad, la más parcial y nociva que puede pronunciar una persona joven. Y probablemente, una de cualquier edad. […] Entre impacto y deflagración, puedo llegar a la conclusión de que el descubrimiento artístico, es ¡maldita sea!, un momento incendiario.

Una tercia de avatares digna de mención, la componen Psiconauta, Román Augustus a las Finas Hierbas y Román Feliz. Del primero, digno es notar su carácter cambiante (incluso en las fuentes tipográficas empleadas en sus diálogos): […] la vida de un Psiconauta necesitaba el humor como un cohete el combustible. Porque los Psiconautas lo relativizan todo; el segundo, en cambio, es un tránsfuga de las academias, que no cesa de buscar el placer a la par que el aprendizaje […] junto a gente que consideraba divertida e interesante [y sostiene que] cualquier día es bueno para celebrar el fin del mundo. Porque cualquier día es un fin del mundo en potencia. Y de Román Feliz se podría decir que evita cualquier sobresalto y, por ello, le veta a Equilibrista la oportunidad de conocerle, por la posibilidad de conjurar algo adverso. Esta extraña tercia se podría resumir en un tópico de la cultura clásica: Carpe diem (“aprovecha el día” en latín), sin dejar de lado el Sapere aude (“atrévete a saber”).

Para cerrar con esta galería de epígonos, queda presentar a Román Tôdas, el Mago, que, a decir verdad, es el genuino guía de Equilibrista, así también del Joven Halley, a quienes devuelve la fe y la creatividad perdidas a lo largo de los años. He aquí alguna de sus consejas: Escribir para encontrar el placer […]. Escribir para rellenar vacíos. En realidad, el hombre inquieto, una vez se da cuenta de que la relación con su entorno cercano puede convertirse en un caudal de frustración, empieza a buscar placer empleando los más variopintos recursos. Aquellos que jamás han encontrado desde su propio interior la manera de autosatisfacer su Hambre Invisible necesitan a excitadores profesionales. […] Un creador no deja de ser un ingeniero de emociones. Sus laboratorios, hasta la fecha, son legales, así que no hay problema, hermanos en la fe.

Con todo, en la suma de caracteres que componen El hambre invisible descubrimos que hay etapas hondas en el ser y hacer de cada persona, incluso si éstas se contraponen (como en el aforismo de Cioran referido al principio de estas líneas); Román Spinelli, Equilibrista, en plena edad media sale al encuentro con facetas de su vida que precisa reconocer, que no remediar, porque la debacle también es una forma de la enseñanza: camino, puente y escalas para replantearse a fondo.

Aunque no es la primera vez que Santi Balmes incursiona por los caminos de la novela, sí lo es en cuanto a la intención de suscitar una reflexión acerca de las distintas etapas que componen a un individuo ungido al arte. Una novela que atrae, como decía Jorge F. Hernández, “por los ensayos que se filtran con sutil encanto en algunos de sus muchos párrafos […] donde los enredos de sus personajes van confeccionando una no tan simulada dramaturgia con sus diálogos y los gestos que les veo cuando los leo”. (Una confederación de almas, como aquella que imaginó Antonio Tabucchi en su Sostiene Pereira.)

Para quien le sigue la huella al autor dese su faceta como delirista y voz de Love of Lesbian, inevitable hallar frases o referencias a canciones de su repertorio (lo cual enriquece la experiencia, claro está); y para quienes apenas tienen noticia de ésta, estamos frente a un narrador non, de muchas horas de vuelo en un oficio doblemente sorpresivo.

Quede aquí la invitación para adentrarse en ese mundo, desde la primera palabra hasta el punto final. (¡Buen viaje!)   

Santi Balmes. El hambre invisible. 2ª ed. Barcelona, Planeta, 2018.  


(7/diciembre/2022)

viernes, 2 de diciembre de 2022

Fijación y parpadeo

Ulises Velázquez Gil

 

En alguna entrevista realizada al escritor colombiano Álvaro Mutis, éste recordaba un consejo de su madre: “Detrás de todas las cosas está usted”. Para quienes encuentran a diario la trama de las cosas (y doblemente en quienes recae el oficio de urdir una columna semanal), esta sentencia debe grabarse en letras de oro, o por lo menos, memorizarse por quienes se adentran a los senderos de la llamada “literatura con prisa”.

            Sin tanta prisa de por medio, Jesús Silva-Herzog Márquez nos entrega un pequeño volumen donde se evidencian sus intereses, lecturas, encuentros, donde más que suscitar el análisis puntiagudo (tal es su faceta de analista político), se busca recobrar el asombro por la vida que se presenta a diario.

Andar y ver (título con reminiscencias a José Ortega y Gasset) se compone por 32 artículos, de breve extensión, donde su autor no se queda con la inquietud de hacer lecturas fuera del canon analítico, de figuras muy caras a su admiración, o simplemente, darle libre curso a la pluma, muy a la manera de aquella sentencia de Alfonso Reyes: Escribo por divagar.

Figuras como las de André Glucksmann, Wislawa Szymborska, Anna Ajmátova, Robert Hughes, más las que se sumen a la lectura, confirman a cabalidad que, mientras una buena pluma destelle por su presencia, ningún tema nos será del todo ajeno. Y para muestra, el siguiente fragmento: Somos criaturas de pares: dos ojos, dos brazos, un par de piernas, un pulmón derecho y uno izquierdo. Será por eso que tendemos a ordenar el mundo en parejas. Y así, al arco de luces, movimientos y sonidos que va de un amanecer a otro, lo rompemos en dos tiempos: el día y la noche (“La luz de los opuestos”).

Si aplicamos esta dialéctica al conjunto de artículos que componen Andar y ver, caemos en la cuenta de que la misma pasión con que se habla de un importante analista y/o teórico, que de sucesos peculiares como tomar una siesta, los peligros que conlleva aceptar un regalo, o una reflexión acerca de la propina (donde Mr. Pink de Reservoir dogs cae en un estoicismo que ya quisiera el SAT). Si somos sinceros, la propina no es un pago por un buen servicio. Las razones que el propinador tiene para gratificar al propinatario poco tienen que ver con la prestación recibida. […] No es difícil anticipar que un mesero eficiente y antipático recibirá menos propina que un meesero torpe pero amable y mucho menos que una guapa mesera incompetente y coqueta. (¡Hasta para los temas del diario, Silva-Herzog Márquez no deja los linderos de la polémica!)

Por otro lado, es preciso detenerse en dos pares de artículos: “Autorretrato de crítico con atún” y “La terapia de Goya”, sobre Robert Hughes (el crítico de arte más polémico de nuestro tiempo, es la lucidez de la rudeza. O al revés. El crítico no solamente destaza pintores sino también a políticos e intelectuales), de quien nos da noticia de su genio y figura, cuya subversión lo llevó a negar a su propio país. Y el suceso que le devuelve vida y acción se resume en “La terapia de Goya”. El Goya de Hughes es un artista de este mundo, un pintor que nos sintió apetitos metafísicos, sino sólo los otros. Nadie como él ha retratado el placer con tanta agudeza como ha captado el dolor. Es raro que un artista sea tan convincente en ambos mundos: el ombligo de la maja y las verrugas de las brujas.

Otra pareja de artículos, que bien podrían conformar uno solo, la componen “Una fotografía” y “Mato, luego existo”. De este último, una reflexión sobre Orwell y el hundimiento del Titanic como imagen que define al siglo XX, hace eco en el autor sobre cuál sería la escena o el cuadro más significativo de nuestra época: Seguramente muchos ubicaremos las imágenes del 11 de septiembre en ese sitio privilegiado de la memoria. Las torres gemelas son nuestro Titanic.) De ahí, Silva-Herzog Márquez parte su reflexión (o su apunte, mejor dicho) sobre un libro de André Glucksmann, donde la figura hostil de nuestra época no lleva puestos explosivos por encima de la ropa, sino que se pasea en traje sastre desde algún palacio… Respecto a “Una fotografía”, retoma un poco a Susan Sontag y vuelve a esa imagen con que la que el siglo XXI ya es ineludible: las Torres Gemelas, en particular, aquélla una donde se ve a un hombre en caída libre. Nuestra vida cotidiana está tapizada de esas estampas de barbarie. Lo que nos perturba es esta fotografía no es la visión del sufrimiento, sino la apariencia de quietud. Es más fácil aceptar el dolor de la víctima que la determinación de un hombre que decide su muerte.

Pero no todo es tragedia ni desánimo en Andar y ver; el autor también se da vuelo recordando a un maestro y colega suyo en los empeños de anotar la vida que viene. En “El dietario de Julián Meza” bien podemos encontrar joyas como la siguiente: Escribir por gusto es un empeño que tiene poco sentido en un mundo que dedica sus imprentas a la difusión de las obviedades de los opinadores, la jerga de los académicos y las mercancías de los fabricantes de best-sellers. […] escribir por el gozo de recorrer con tinta un cuaderno en blanco. Escribir para habitar otro mundo.

Otra peculiaridad que no debemos pasar por alto es la concisión de cada texto, es decir, su brevedad. A este respecto, no dudaría en aplicarle las mismas palabras que el autor dijo de Ryszard Kapuscinski en “El patio de los fragmentos”: Frente al caminante tenaz y metódico, pasea el viajero curioso que cede a la variedad de sus inclinaciones. Si escriben, el primero buscará redactar un tratado, el segundo coleccionará fragmentos. Este coleccionista, como Canetti, registrará lo que pase por su cabeza sin elección previa; se abrirá a la sorpresa, acogerá la tentativa. Los trozos de escritura aflorarán de ninguna parte sin conducir a sitio alguno.

Para terminar estas líneas, volvamos al consejo de Mutis: detrás de todas las cosas está usted. En cuanto uno cierra Andar y ver, no dudaremos en aplicárselo a Jesús Silva-Herzog Márquez, quien al escribir sobre figuras y sucesos de su (libre) elección, cumple a cabalidad la dinámica primigenia del ensayo, es decir, paseo, donde todo se resume a fijación y parpadeo, cualidades dignas de un miniaturista en cuyos trazos se evidencia una panorámica entera. Con este volumen (del cual se esperarían sucesivas compilaciones), se inaugura una vertiente ensayística en la obra del autor, en paralelo a su análisis político; a diferencia de este último, aquí lo fugitivo sí permanece, y se queda en nosotros, en aras de proseguir la conversación (o el paseo, si se quiere).

Después de todo, entre hojear este libro y ojear su contenido, nunca dejemos de mirar: hacia adentro, desde afuera. (Sea, pues.)   

Jesús Silva-Herzog Márquez. Andar y ver. México, UNAM/DGE-Equilibrista, 2005 (Pértiga, 1).  

(18/noviembre/2022)


lunes, 14 de noviembre de 2022

Destino y sentido

Ulises Velázquez Gil

 

En alguna de las cartas que Octavio Paz le escribió a su colega catalán Pere Gimferrer, se puede leer la siguiente frase: El verdadero y único premio del escritor son sus amigos desconocidos. Para quienes hacen de la escritura semanal una carrera de resistencia contra el tiempo, encontrarse un lector que agradezca las líneas de un artículo (que le ayudó a sobrellevar la vida de todos los días) es el bálsamo que renueva el afán de asir el tiempo, a la vera de sucesos y figuras inolvidables -al menos, para quien guste de escribirlo.

Después de dos volúmenes que reúnen lo más granado de su columna Agua de azar, Jorge F. Hernández nos entrega un tercero, cuyo título da fe de una meta cumplida, donde ninguna inquietud se queda sin explorar y las figuras que nos dan sentido siguen ganando batallas, siempre al encuentro con sus andanzas y maestranzas.

Llegar al mar se compone por 79 artículos, donde el autor da fe de su admiración por maestros, colegas y amigos que le ayudan a ser -palabras más, palabras menos- una mejor persona y un buen escritor, tal y como ocurre con viejos conocidos suyos (también nuestros, si hemos seguido con suma dedicación las compilaciones anteriores), como Jorge Ibargüengoitia: Celebro […] sus novelas que releo como si reviviera la época en que visitábamos las librerías esperando sus nuevos libros. Soy de la idea de que las muchas perfecciones envidiables que cuajó en Estas ruinas que ves (incluyendo sus dos finales), Dos crímenes y Las muertas transpiran -entre la admiración y la envidia- una contagiosa adrenalina por escribir, más allá del placer de su lectura (“¡Ibargüengoitia, forever!”). O grandiosos contemporáneos que siguen presentes, tanto en el recuerdo como en las maestranzas suscitadas por su obra. Ejemplo irrebatible: Eliseo Alberto, Lichi. ¡Ay, mi Lichi, si supieras!, que hay días en que parece que escucho tu voz con música de fondo, un son triste que revela que esa fibra musical donde se finca el jolgorio de tu isla también es dolor y recuerdo a menudo que Bioy Casares nos daba licencia para ser así como somos al definir que toda cursilería cuando es humilde tiene todo el gobierno del corazón (“Informe de eternidad”).

Además de proseguir esa conversación con maestros, colegas y amigos, Jorge F. Hernández pasa revista a sucesos recientes, que le muestran señales que evidencian los alcances que tiene el ser humano en cuanto a su papel dentro del mundo. Hay dos figuras que merecen especial atención: Nelson Mandela y Malala Yousafzai. Del primero nos dice: [es] el hombre que hablaba en silencio las palabras que nombran a las cosas, los callados párrafos de la prosa más íntima, los versos que se aprenden de memoria los presos que no pueden abrir las alas de los libros. El hombre que miraba el instante que hoy se acerca calladamente desde el momento en que veía a través de los barrotes de su celda el cielo indescriptible que a veces parece inalcanzable, allá donde se pronuncian en cada uno de los idiomas todos los nombres de la libertad (“Todos los nombres”). Por otro lado, […] las palabras de Malala Yousafzai deberían recordarnos que efectivamente todas las niñas son princesas (¿qué no hubo nadie que se los hiciera creer en su infancia?), todas emperatrices de su propia voluntad, dueñas de sus palabras, ensueños y encantos. Ya lo sabemos: en algún momento o instante de su vida (suspiros que pueden durar segundos o toda una vida) toda mujer es la mujer más bella del mundo… (“En el nombre…”).

Son las palabras las que dan sentido al mundo, sea la vía que uno se digne a usarlas; lo mismo pueden construir presencias que derrumbar reputaciones. Y una buena pluma como la de Jorge F. Hernández lo sabe por entero, porque sus fuerzas y afanes se vuelcan hacia una justa ponderación de las cosas que valen la pena (por ver, para vivir), así también para hacer clara denuncia de sujetos y situaciones no tan halagüeñas del todo.

Uno de sus maestros en el oficio de hacer literatura con prisa, es Antonio Muñoz Molina, con quien comparte, además de una colección de libros publicados por la UNAM, un peregrinaje por los sucesos de cada día. Sobre la desmedida (pero justa) admiración por el autor de Travesías y El Robinson urbano, podemos leer en “Shalom” lo siguiente: Yo aprendo mucho de los escritores de veras, que además son grandes personas; abrevo de la desatada imaginación y honesta pasión ante la página con la que escriben, tanto como de la decencia y cordura civil con la que caminan por las calles… Yo admiro la literatura de Antonio Muñoz Molina, aprecio su amistad tan cerca tan lejos (Bien podrían aplicarse dichas palabras a nuestro autor. Y nos consta quienes lo hemos leído y/o conversado…)

¿Por qué Llegar al mar? Ante una realidad plagada de plagiarios, politicastros con poco seso frente a la cultura y toda serie de sucesos funestos y que flaco favor nos hacen con sus improperios y poco tacto, digno es recordar que la vida de veras, aquella que le da destino y sentido a nuestra presencia, es la materia prima de los artículos de Jorge F. Hernández, donde el agua de azar no deja de multiplicar sus sortilegios, con todo y que […] hubo más de un jueves en que me resigné a la aceptación dolorosa de no ser ya necesario para quienes me llegué a creer indispensable, a contrapelo de la conmovedora aparición semanal de un nuevo lector que me escribía algún correo o me confiaba de viva voz el entrelazamiento de su voluntad, memoria o imaginación con cualesquiera de mis párrafos. (Los verdaderos amigos desconocidos que mencionaba Octavio Paz, referido al principio de estas líneas.)

Con todo y que esta compilación cierra una época en su trayectoria hebdomadaria (la cual no termina del todo, sino que se pospone), sus letras siguen prodigando lecciones de vida y sin contratiempos de por medio, para que, al final del día, suscribir aquel deseo que Santi Balmes, vocalista de Love of Lesbian, expresó en la canción “Viento de oeste”: Que un camino así pueda guiarte,/ pueda guiarte a mí./ Que la vida sea al fin tu obra de arte,/ tu obra de arte…

Quede aquí la evidencia de sus pasos. (Gracias, siempre.)

 

Jorge F. Hernández. Llegar al mar. Prólogo de Hernán Bravo Varela. México, Almadía, 2016. (Crónica)

(31/octubre/2022)