miércoles, 31 de diciembre de 2014

2014: quince lecturas del tiempo

Ulises Velázquez Gil

En este 2014, y como se habrán imaginado, la página que albergaba mi espacio estuvo en una serie de altibajos, los cuales influyeron sobremanera en la continuidad de la columna de quien esto escribe; aún así, el interés por compartir mis hallazgos bibliográficos no disminuyó del todo, y aunque mis colaboraciones fueron pocas, no así mis lecturas. (Quede aquí constancia de ello.)
Al momento de hacer el listado definitivo de los libros que leí en este año, resolví quedarme con los que resumen una deuda de cariñosa lectura, misma que, andando el tiempo, convertirá a un callado lector en un consumado colega. Con todo, la lectura como agradecimiento es el eje conductor de este espacio, en sus muchos avatares. He aquí esta selección.

1) ¿Te gusta el látex, cielo? (Nadia Villafuerte) Una galería de personajes que viven en una frontera constante, sea la de sus pensamientos, sea la de sus acciones, pero que al final tienen la última palabra. Personajes a salto de mata, queda en ustedes seguirles la huella… o perderles de vista.
2) Dodo (Karen Villeda) Itinerario por partida doble a través de la poesía, que nos lleva a conocer las dos caras de una tripulación ávida de aventuras y de ambiciones; por un lado, la incertidumbre al llegar a tierras extrañas, y por el otro, las secretas intenciones de cada viajero sobre un ave extrañamente preciada.
3) Filosofía y vocación (Aurelia Valero Pie) Recuento de aprendizajes al amparo del filósofo transterrado José Gaos, en cuyos discípulos y pares disentir y coincidir son parte primordial de la conversación y de la polémica suscitadas en pro del conocimiento. A más de medio siglo de distancia, aquellas discusiones resuenan en la actualidad como si apenas ayer hubieran comenzado.
4) Ignacio Allende. Una biografía (Adriana Rivas de la Chica) Justa y oportuna biografía sobre uno de los caudillos de la Guerra de Independencia, que redimensiona su lugar correspondiente en la historia mexicana; de indispensable lectura si deseamos conocer todas las perspectivas de la época.
5) Andrés y Diego en la muerte de Frida (Rafael Gaona) En este año se cumplieron 60 años de la muerte de Frida Kahlo, y esta novela, que además de dar cuenta de los sucesos previos al sepelio de la pintora, nos contó la historia de un escritor íntegro de vida y obra: Andrés Iduarte, en quien recayó toda la responsabilidad del suceso.
6) Cuaderno ideal (Brenda Lozano) Para comprender mejor las sinrazones de la distancia, nada como llevar un diario a guisa de bitácora y de terapia contra el olvido, así también para poner en orden las cosas. Esta novela agrupa todo ello y un poco más, para reconocer, de una vez por todas, que hay mucho de Ulises en Penélope.
7) Señorita Vodka (Susana Iglesias) Las andanzas de una teibolera por varias ciudades que se le escapan de las manos, donde descubre hasta qué punto un amor puede devastar una vida o hasta que profundo se puede caer en aras de reconocer el papel jugado en un mundo lleno de mentiras y de falsas esperanzas.
8) Los ingrávidos (Valeria Luiselli) Dos historias paralelas que tienen como escenario la ciudad de Nueva York, donde la memoria, el exilio y los pasos de un poeta por una ciudad ajena hacen que una editora descubra una historia que podría ser la suya. (Si las ciudades destruyen las costumbres, como sugería conocido compositor, en ésta hasta se reescriben.) 
9) Al calor de la amistad (Octavio Paz/José Luis Martínez) Recuento de varias décadas de constancia epistolar, muestra de una amistad ejemplar que resistió a todos los embates de su entorno nacional e internacional; dos vidas generosas e inteligentes unidas bajo el esmeril de la palabra, a prueba de tiempo, donde la honestidad intelectual brilla en cada línea, letra por letra.
10) Permiso para el amor (Efraín Huerta) En este año, pletórico en antologías y reediciones, este breve florilegio da fe de la poesía amorosa de Efraín Huerta, como otra manera de cantarle al tiempo y a la ciudad; una sencilla y grata manera de acercarse a un glorioso centenario.
11) Ausencia compartida (Marina Azahua) Galería de treinta ensayos donde la mirada se pone constantemente a prueba; entre fotografías, instalaciones, películas y esculturas, nuestra percepción pasa del vértigo a la certeza, porque detrás de cada objeto hay algo de nosotros mismos esperando salir a la luz.
12) Barrio Verbo (Ingrid Solana) A cada instante, el mundo y su velocidad requieren de muchas lecturas, en aras de ganarle al tiempo algunas partidas; los veinticuatro ensayos de este libro dan fe de esa empresa, donde al final de la lectura, será otra la manera de entablar guerra con las cosas.
13) Moho (Paulette Jonguitud) Un viaje al interior de una mujer que descubre, a través de un extraño pasajero de su cuerpo, los rescoldos de un acre pasado y los desconciertos de un presente sin invitación previa; una novela que merece varias lecturas, apelando al significado de aquel extraño inquilino de la protagonista. 
14) Antología personal (José Revueltas) En este año de gloriosos centenarios, digno es acercarse a la primera antología de un escritor comprometido con su tiempo, pero ante todo, con la palabra misma; cuentos y fragmentos de novela como prueba de vida en espera de suscitar en el lector contemplación y detenimiento. 
15) Un pedigrí (Patrick Modiano) Escrita cuando su autor cumplió 60 años, esta novela es un ajuste de cuentas con las vidas paralelas y disímiles de sus padres; así también, toma de conciencia en primera persona en aras de justipreciar su presencia en un mundo difícil de domesticar. (Quede la escritura como instrumento para lograrlo.)

En espera de coincidir en el 2015 que se avecina cada vez más, reciban mis mejores deseos y por aquí seguiremos, en la marcha de las letras, a la busca de un paréntesis aparte. Lo demás sólo el tiempo y nada más.
(¡Muchas gracias a ustedes!)

viernes, 26 de diciembre de 2014

José Revueltas: antologías necesarias

Ulises Velázquez Gil

Seamos realistas. Sólo en el fragor de la pérdida o en el fervor del aniversario las instancias culturales se animan en hacer homenajes, mesas redondas y publicaciones de y en torno al personaje del momento, y este año que termina fue pletórico en esas intenciones. Pero cuando se juntan los aniversarios de tres importantes escritores mexicanos, el asunto se complica aún más, por evitar a toda costa que uno de los homenajeados opaque al resto, mucho menos pasar de noche sus efemérides. Afortunadamente, las actividades realizadas tuvieron su justa medida, y los lectores de Octavio Paz, Efraín Huerta y José Revueltas podemos dormir tranquilos ante este año triplemente jubilar.
De los tres escritores celebrados en 2014, José Revueltas merece un poco más de atención; en aras de colocarlo en el justo lugar que merece, no faltaron mesas redondas, homenajes, lecturas colectivas ni publicaciones. Para conseguir la atención de nuevos lectores y reafirmar la elección de quienes lo han leído, nada como acercarse a las antologías de su obra, antesala de unas Obras Completas a la espera de leerse por completo. Vayamos por partes. 
            A principios de los dosmiles, Andrea Revueltas y Juan Cristóbal Cruz (hija y nieto del escritor, respectivamente) se sumergieron En el filo (UNAM / Era, 2000), selección de obra ensayística y testimonial, facetas poco conocidas del escritor duranguense como cronista de los cambios sociales, en su lucha por mejorar las condiciones de la gente y de buscar su posterior desarrollo. “Volver a los escritos de una personalidad tan inevitable en el paisaje cultural de nuestro país […], es una manera privilegiada de no ignorar el zócalo en que se deberá apoyar toda reflexión sobre nuestro nuevo siglo mexicano”. Una larga marcha en busca de justicia (“Marcha de hambre sobre el desierto y la nieve”), los recuerdos familiares en las cartas a Silvestre Revueltas y las miradas del ambiente carcelario en su diversas estancias en las Islas Marías y en Lecumberri, muestran a un Revueltas comprometido con el testimonio de los hechos, y qué mejor instrumento para ello que la palabra escrita.
            (Paréntesis aparte: ¿por qué una antología de ensayo, crónica y testimonio? Muy sencillo, como contrapeso de La palabra sagrada, publicada un año antes por Ediciones Era, con prólogo y selección de José Agustín –compañero de Revueltas en Lecumberri– con algunos cuentos suyos, incluyendo la noveleta El apando. A diferencia de En el filo, esta antología hoy en día cuenta con sucesivas reediciones. De lo perdido, lo encontrado.)
            No fue sino hasta este año cuando se planeó la reedición de sus obras publicadas individualmente, la conjunción en siete volúmenes de sus Obras completas, además de estudios críticos sobre su vida y obra, y, por supuesto, las antologías para un primer acercamiento. Con motivo del Día Nacional del Libro, celebrado el 12 de noviembre, se obsequió a los lectores El sino del escorpión (SEP/ CONACULTA/ CANIEM, 2014), volumen de diez cuentos seleccionados y prologados por Eduardo Antonio Parra. Treinta años de constancia en el cuento presentes en “Dios en la tierra”, “Dormir en tierra”, “La palabra sagrada” o en aquel que da nombre al volumen. “Con el día de ofrecer al lector mexicano una muestra representativa de la cuentística de José Revueltas […] seleccionamos de los tres volúmenes que el autor publicó en vida las que, a consideración de quien esto escribe” –dice Parra en el prólogo– “son las mejores piezas”. Aunque la mitad de la batalla ya estaba ganada, todavía una asignatura estaba pendiente: una antología “general” (por darle algún nombre), justa medida de creación y reflexión para adentrarse en la obra revueltiana.
            Entre las publicaciones preparadas para el centenario, resalta Ver en las tinieblas (Fondo de Cultura Económica/ Era, 2014), voluminosa selección a cargo de José Manuel Mateo, experto en la obra de Revueltas y cuya mirada crítica supo pesar en igual medida narrativa que reflexión, con algunas variantes respecto de las antologías precedentes. Como la hecha por José Agustín, incluyó El apando, pero dejó de lado varios de los cuentos conocidos y suplió esa ausencia con los primeros capítulos de El tiempo y el número, novela que Revueltas escribía al momento de su muerte en 1976. Por otro lado, su relación con la de Andrea Revueltas y Juan Cristóbal Cruz se reforzó con los Apuntes para una semblanza de Silvestre Revueltas, evidencia de un (posible) afán biográfico que define y resignifica la figura de su hermano tanto como genio y compositor como hermano y mentor. Ante estos escenarios, el editor nos dice lo siguiente: “No se trata, pues, de ahorrarle a nadie el trabajo de leer entero al autor de Dios en la tierra o Los errores […] sino porque para cumplir tal propósito deberíamos llegar hasta los archivos donde se conservan originales, inéditos y aun materiales publicados en su momento pero no reunidos en las Obras completas […] Y aun cuando se lea todo acaso estaremos en el principio, porque la lectura apenas cuenta si prescinde de la relectura; y sin la segunda, tercera o cuarta lectura no hay trabajo reflexivo”.
Ante este panorama de antologías –todas necesarias, cabe decirlo– hay una fundamental, que resume una trayectoria comprometida con la palabra. Se trata, desde luego, de la Antología personal (1975) que el propio Revueltas preparara para el Fondo de Cultura Económica. Cuentos de Dios en la tierra, Dormir en tierra y Material de los sueños conviven en franca armonía con dos capítulos de su novela Los días terrenales; precedidos por “Mi posición esencial” a guisa de prólogo, donde expone sus ideas sobre la novela y sobre la misión que tiene como narrador y crítico de su tiempo. Comenzaré por referirme a una cuestión de mi oficio como escritor. Lo que concibo como novela, o sea, esa forma particular del movimiento: el movimiento real percibido, representado e imaginado por medio de los recursos de la literatura. […] Para la novela la realidad es un todo objetivo, pero también subjetivo y fantástico, del cual puede eliminarse incluso cualquier objetividad. (Todavía tenemos mucho que aprender de esta posición esencial, en paralelo con las demás antologías.) 
A final de cuentas, todo acercamiento es permisible, y esa condición es inmune a celebraciones, homenajes del sector oficial o conmemoraciones a contracorriente; ojalá y con estas líneas aparezca un nuevo lector de José Revueltas, dispuesto a echarse un clavado en una obra prístina y comprometida. Después de todo, no serán las primeras ni las últimas antologías que se hagan al respecto. Ya el tiempo se encargará de confirmar nuestras pesquisas o equivocaciones.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

La vida que se detiene

Ulises Velázquez Gil

En las letras mexicanas, son contados los casos de escritores únicos, cuya obra aún espera un paciente lector y un crítico certero que pondere su presencia en el panorama cultural. A esta pléyade de autores “iconoclastas”, donde se mencionan los nombres de Josefina Vicens, Pedro F. Miret y Francisco Tario, hay uno que, por sí mismo, destaca entre todos. Su nombre, Salvador Elizondo.
Para unos, narrador consumado, para otros, poeta secreto, y para algunos, provocador profesional, Salvador Elizondo fue la prueba viviente de esa pasión por la escritura; misma que cuenta con obras emblemáticas como Farabeuf, Narda o el verano, Camera lúcida o Estanquillo, por decir algunas. Y como todo escritor que se respete, halló cobijo en las páginas de un periódico simplemente para compartirnos sus visiones, maravillas trasnochadas, incluso después de haber fallecido.
Pasado anterior, libro que hoy nos ocupa, reúne buena parte de la colaboración periodística de Elizondo en las páginas del diario Unomásuno, y consigna el interés del autor por la vida que pasa frente a él; aunque no se trate de su primera compilación periodística (Estanquillo, de 1994, fue primero en tiempo y derecho), Pasado anterior nos presenta a un Elizondo de cuerpo entero, uno que siempre nos sorprende con sus desconciertos.
Cuando Andrés Henestrosa volvió a la trinchera periodística a principios de los dosmiles en El Universal y en el propio Unomásuno, sus lectores de toda la vida presentimos que don Andrés se repetía, es decir, que nos parecía haber leído algo similar en artículos anteriores… pero en diarios ya extintos y hasta reunidos en volúmenes anteriores. Para el caso de Elizondo, estos artículos se publicaron en el Unomásuno (antes que en El Nacional, compilados en Estanquillo), cuyo tratamiento punzante y a ratos ácido, no disminuye la maestría ni su capacidad de síntesis.
Desde el Indio Fernández y la debacle del cine mexicano, pasando por los sinsabores de la política en turno, hasta el señero homenaje a sus colegas de de pluma, Elizondo nos entrega un entusiasta retrato de todos ellos, aderezado con algunos elementos auto-biográficos, como su pasión por la fiesta brava y su admiración por fotógrafos insignes como Manuel Álvarez Bravo, o Paulina Lavista, a la sazón, su esposa e instigadora del volumen de marras.
Pese a que la publicación de Pasado anterior, obedeció, de cierta manera, a un afán post-mortem, todos los artículos pueden leerse como si hubieran sido escritos ¡apenas ayer!, es decir, con una prosa fluida en su lectura pero certera en sus intenciones; además, dicha antología presenta un lado menos conocido de Elizondo: no el narrador “truculento” que fue en su juventud, sino el ciudadano de a pie, preocupado por los temas del momento. (¿Acaso habría decir también que el padre de familia, el profesor universitario o el escritor retirado en su torre de Babel, también caben en esa nómina temática?)
Pasado anterior, con todo, es un muestrario de cosas y casos de la vida diaria, vistos desde el cedazo crítico de Salvador Elizondo; suerte de manual de supervivencia, nos enseña a ver con otros ojos la vida, que se detiene acompasada en el instante mismo de su creación. Para los activos y nuevos fans de Elizondo, hacía falta ya que estos materiales salieran a la luz, reunidos en forma de libro, teniendo como gloriosos antecedentes hemerográficos Contextos, el propio Estanquillo y su granada selección de Escritos mexicanos bajo el amparo de la Biblioteca del ISSSTE. Aún así, ningún artículo tiene desperdicio, eso sí, acabada su lectura, siempre tendremos antojo de leer muchos más. (Así sea.)

Salvador Elizondo. Pasado anterior. México, Fondo de Cultura Económica, 2007. (Letras Mexicanas, 141)

(19/diciembre/2011)

lunes, 22 de diciembre de 2014

Una mirada periférica

Ulises Velázquez Gil

Se dice que cada quien es “hijo de sus obras”, es decir, por buenas o por malas que éstas hayan sido, sus consecuencias y resultados asumimos por entero. Para quienes hacemos de la escritura una forma de confrontarse con el mundo, digno es hacer un alto en el camino y poner las cosas un poco en orden y así seguir adelante con nuestras andanzas y maestranzas.
Un atípico escritor francés (hoy día, flamante Premio Nobel de Literatura), Patrick Modiano se sumerge en una tarea tan exhaustiva como apasionante a través de la novela: contar su vida, no con la pretensión de una autobiografía, sino justipreciar su lugar en el mundo, y esta acción, desde la trinchera de las letras, se vuelve una interesante empresa.
A lo largo de cinco partes, Un pedigrí es una novela que pasa revista a los ambientes donde se dio el nacimiento y ulterior desarrollo del futuro escritor; a lo largo de la narración, resuenan en la memoria nombres diversos, escenarios que, a primera vista, no pasarían de la mención enciclopédica, pero que en la petite histoire de Modiano son necesarios, diríase que indispensables. Que el lector me disculpe por todos estos nombres y los que vendrán a continuación. Soy un perro que hace como que tiene pedigrí. Mi madre y mi padre no pertenecen a ningún ambiente concreto. Tan llevados de acá para allá, tan inciertos que no me queda más remedio que esforzarme por encontrar unas cuantas huellas y unas cuantas balizas en estas arenas movedizas, igual que nos esforzamos por completar con letras medio borradas una ficha de estado civil o un cuestionario administrativo.
Como en toda vida digna de contarse, los personajes de Modiano aparecen y desaparecen como figurantes de un escenario inmenso, a excepción de tres fundamentales: el autor y sus propios padres, ambos en recíproca relación con el primero, y las personas que giran en la órbita de cada uno, funcionan a manera de enlaces con el mundo de allá afuera. Dos mariposas extraviadas e inconscientes en una ciudad sin mirada. […] Pero qué le voy a hacer, ése es el terruño –o el estiércol– de donde vengo. Estos retazos de sus vidas que he reunido lo sé sobre todo por mi madre. Muchos detalles referidos a mi padre se le escaparon, el turbio mundo de la clandestinidad y del mercado negro donde se movía por la fuerza de las cosas. Ella no supo casi nada y él se llevó sus secretos consigo.
Dicen que el infortunio o el grato azar acercan a dos desconocidos, sin importar sus vidas previas, y doblemente si éstas son tan disímiles y algo fugitivas como el tiempo mismo. Por un lado, la trayectoria de su padre se conformaba de claroscuros y pruritos (su condición judía y la mala fama de los apellidos italianos en la posguerra), viviendo siempre a salto de mata, entre negocios de dudosa acción. Albert Modiano (o Henri Lagroua) vivía al día, de milagro, en una suerte de lotería jugada con los mismos números, sin otra ganancia que el error y la experiencia. Sin embargo, le da a su hijo una importante lección: Una noche […] mi padre me dijo una frase que, sobre la marcha, no entendí demasiado bien, una de las pocas confidencias que me haya hecho nunca: “Nunca hay que descuidar los detalles pequeños… Yo, por desgracia, siempre he descuidado los detalles pequeños…” Pero en donde el señor Modiano era muy enfático era en el deseo ferviente que su hijo llegara a estudios superiores: A mi padre le habría gustado que fuera ingeniero agrónomo. Opinaba que era una carrera con futuro. Si le daba tanta importancia a los estudios era porque él no había estudiado y era hasta cierto punto como esos gángsters que quieren meter a sus hijas en un internado para que las eduquen las hermanitas.    
La vida de su madre, por otro lado, corría entre bambalinas y extensas giras artísticas por Francia y el extranjero; como si la propia vida no le bastara, la madre del joven Patrick buscaba otra manera de vivir todas las vidas imposibles. En enero de 1962 una carta de mi madre […]: “No te he llamado por teléfono esta semana. No estaba en casa. El viernes por la noche fui al cóctel que dio Litvak en el plató de su película. También he ido al estreno de la película de Truffaut Jules et Jim y esta noche voy a ver la obra de Calderón en el TNP… Me acuerdo de ti y sé que estudias mucho. Ánimo, querido muchacho. Sigo sin arrepentirme de haber dicho que no a la obra con Bourvil […]
Entre las vidas al límite de sus padres, sobresalen los deseos propios y las inquietudes de hacer una vida sin tantas complicaciones, pero… ¿qué vida no las tiene?; así como su padre se embarca en nuevos negocios al margen del tiempo, la ley y hasta la geografía, y su madre interpreta papeles en escenarios tan disímiles, el joven Modiano encuentra su pasión por la vida en la literatura, en leerla, primero, para después escribirla. No es gratuito que a lo largo de la novela haga revista de todos los libros leídos por obra y gracia del azar, las bibliotecas de provincia, los amigos de sus padres, el padre Accambray –su profesor de francés en el liceo– y hasta de los robos a casa habitación por una urgente necesidad monetaria, hicieron mella en su carácter y lo conducirían por el camino de la escritura: En cuanto empecé a escribir, nunca volví a robar nada. También mi madre, pese a su habitual altanería, birlaba a veces algunos artículos “de lujo” y de marroquinería en las secciones de La Belle Jardinière o en otras tiendas. Nunca la pillaron con las manos en la masa. (Si se me permite el símil policial, de la reconstrucción de los hechos a la vuelta al lugar del crimen las palabras hacen la diferencia.)    
Carlos Pellicer, poeta y viajero, expresó en alguno de sus poemas un deseo juvenil: “Tengo 20 años y creo que el mundo ha nacido conmigo”. No dudaría por mucho en que el joven protagonista de Un pedigrí suscribiría también esa inquietud, sin embargo, no era tan fácil en realidad: Estábamos saliendo de un túnel, pero no sé de qué túnel. […] ¿Era acaso la ilusión de los que tienen veinte años y creen, una generación tras otra, que el mundo empieza con ellos? Aquella primavera el aire me pareció más liviano. Y no es para menos, puesto que otro tiempo menos ajetreado (pero no carente de taras y pruritos) se avecinaba para el futuro escritor.
¿Por qué leer Un pedigrí? A la primera de cambios, para conocer de primera fuente a un narrador sin par, en quien la memoria es solamente un instrumento para crear nuevas historias que nos devuelvan el pasado que se escapó tras una pesada sombra, así también compartirnos algo del presente y sus sorpresas (como Catherine, niña protagonista de otra novela del escritor francés); una mirada periférica por una época pródiga en breves encuentros y notorias discrepancias, que por economía del lenguaje llamamos brecha generacional. Y en esos avatares, Patrick Modiano tiene muchas historias que contar, y ésta es sólo el principio. (Quede la sugerencia.)  

Patrick Modiano. Un pedigrí. Trad. de María Teresa Gallego Urrutia. 2ª ed. Barcelona, Anagrama, 2014 (Panorama de Narrativas, 684).

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Oficio de Scherezada

Ulises Velázquez Gil

En la escena final de Blade Runner, Roy Batty, antes de morir, confiesa a su perseguidor Rick Deckard sobre las cosas que ha visto a lo largo de su vida y que los humanos no podrían creerle. En el arduo y proteico oficio de la literatura, aquella profesión de fe del reflexivo replicant también podría quedarnos muy a la medida, por el impulso natural de aplicar en el papel una, otra o varias historias. Para el caso particular del narrador y ensayista Jorge F. Hernández, dicha condición aplica sobremanera de forma satisfactoria, pero las cosas que sus cuentos nos presentan, aunque conocidas, es otra su manera de leerlas. 
Suscribiendo lo dicho por Julio Cortázar acerca del cuento (que éste gana por nocaut, a diferencia de la novela que lo hace por puntos), El álgebra del misterio nos entrega catorce historias que se sustentan en los avatares de la memoria, la del propio Jorge F. Hernández, para ser precisos; cuenta que una vez, una de sus maestras más queridas, Mrs. Grabsky, le sugirió convertir en cuentos todas las “patrañas” dichas en clase. (Y así fue, desde entonces…)
Ante el alud de información que nos embarga el cerebro, tenemos siempre el remanso de los datos aislados, las historias insólitas y las ocurrencias impredecibles. Cuando perdemos, por ejemplo, una credencial, surge una imperiosa necesidad por contarlo, de saber qué se esconde tras ese hecho. Sea como producto de las lecturas o de los encuentros con la vida misma, Jorge F. Hernández se sirve de esas experiencias para hilvanar un cuento. Un “científico” que lo inventó casi todo –hasta una tercera parte del Quijote–, un amigo inventado (“True friendship”) o hasta la hipótesis –y su consecuente confirmación– de cómo los enanos se esfuman del mundo, toda historia tiende a presentar, en lo inusitado de su anécdota, otra forma de ver las cosas; darse, por así decirlo, una oportunidad para vivirlas en carne propia. Y como su inventiva no sólo se queda en el caballete narrativo, varias ocurrencias se vislumbran en el microrrelato; intermedios inexplicables, como él dio en nombrarlos, cuya sola finalidad estriba en presentar “historias” sin fecha de caducidad, es decir, “que emanan de los momentos vacíos, de los deseos apenas formulados y de los anhelos imposibles que sólo necesitan la duración fugaz de una buena sobremesa para volverse eternos”.
Ante el imperio de las amnesias y la muy socorrida práctica de acomodar el pasado según los antojos del presente, tenemos siempre a la mano el escudo de nuestra propia memoria. Cuando su madre tuvo un derrame cerebral, Jorge F. recurrió a un oficio que destila creatividad por los cuatro costados y así devolverle el presente perdido: contar historias. A diferencia de Scherezada o del tusitala Robert Louis Stevenson, no procuraba prolongar el tiempo, sino recobrarlo en su justa dimensión; “Eight seven three” da cuenta de ello, con un cómplice inusitado (hasta para quien esto escribe): los números, soñados por el protagonista, a guisa de una epifanía, como Russell Crowe en A beautiful mind cuando los números se le presentan enfrente de sí, y cada uno origina un nuevo comienzo, entre apuestas en el hipódromo y los ejercicios escolares. Siguiendo con los números, “Siete unos”, que se antoja crónica de cuatro jugadores de dominó, se torna delirante itinerario de recuerdos y charadas, mismos que vuelven una y otra vez al mismo escenario, como una sucesión de números jugados que nunca se repiten. (Paréntesis aparte: cuando se publicó Un montón de piedras, su primera “antología personal”, Jorge F. nos compartió varios cuentos inéditos, como primicia de un próximo libro; cuando se leen por vez primera, se disfrutan sobremanera, y para cuando llega el nuevo volumen a donde pertenecen, la satisfacción de la relectura nos entrega otras respuestas, y, de ser posible, hasta confirma su deleite primigenio. Vivir para ver.)
Ante las ruidosas imposiciones de la falsificación o el engaño, tenemos el silencio de nuestra conciencia. Para “Cabeza fría” (que recoge un horror de nuestros tiempos, las ejecuciones como producto del narco) queda el acto de contar esa historia como una expiación y, si se quiere, hasta un salvoconducto de la realidad desquiciada. Pero es en “Coincidencias inútiles” el lugar del crimen que sustenta esa frase. ¿Qué resulta más inverosímil? ¿Contar la historia de un enfermo mental y su empeño en mandar su cuento a un concurso? ¿Acaso, el no menos sorprendente encuentro entre un lector de Adolfo Bioy Casares y un doble suyo made in Spain? Me inclinaría a pensar que ambos escenarios, por la manera cómo se cuentan; aunque, al final, solamente el narrador tiene en su conciencia el quid de las cosas, la secreta matemática de las palabras.
Con los libros anteriores que Jorge F. Hernández dedicó al cuento (En las nubes, Escenarios del sueño y Seis Cuentos Seis y uno de regalo), se nota una gratísima correspondencia con El álgebra del misterio en presentarnos varias historias que, de no contarse, de seguro acabarían por perderse. Volviendo a Blade Runner, queda sino recibir el testamento que el replicant Roy Batty nos deja en su momento final: Todos estos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. La misión del narrador es hacer que esas historias, sus historias, no se pierdan en el camino, como las lágrimas en la lluvia, claro está.
Finalmente, aquel oficio de Scherezada tiene en Jorge F. Hernández a uno de sus representantes más activos, en estos tiempos donde hemos perdido la capacidad de asombro. Como en todo libro suyo, en El álgebra del misterio también hay una historia que viaja con las alas del sueño, como parte de una historia más grande, que no requiera de tantas explicaciones, pero sí de personajes inolvidables y de misterios meramente sorpresivos. (Así sea.)  

Jorge F. Hernández. El álgebra del misterio. México, Fondo de Cultura Económica, 2011. (Letras Mexicanas)

(17/febrero/2012)