lunes, 19 de agosto de 2013

Vidas que se desvanecen

Ulises Velázquez Gil

En la literatura como en la vida es posible vivir dos historias iguales, o tres, o cuatro… las que el azar y la lectura nos permitan conocer. Sin embargo, cuando estos dos mundos se contraponen, es inevitable que los ecos de uno se introduzcan en los sonidos de otro. Y viceversa. (Aún así, se disfrutan ambas experiencias...)
Para Beatriz Rivas esta dicotomía se antoja apasionante en cada novela que nos entrega con puntualidad; para el caso de Todas mis vidas posibles, el reto es aún mayor: un nombre, a manera de deíctico, nos lleva por ambientes que, si obramos acorde a las leyes de la lógica, nos parecerían, hasta cierto punto, imposibles, pero como en la página escrita se permite todo, vayamos por partes.
Una Beatriz (la autora, para más señas) recibe una carta de un lector inverosímil hasta para ella misma: un condenado a muerte, quien luego de leer La hora sin diosas (que en este año cumple su primera década de publicación) resolvió escribirle a la autora para agradecerle haberla escrito y a manera de aliciente para las horas contadas. (¿Cómo llegó este pedazo de Beatriz a las manos de un asesino, de un hombre que aguarda su muerte sin una cita fija en el calendario?) Y ella, en el afán de descubrir que cosas hay detrás de esta peculiar coincidencia, se permite otra búsqueda colateral: ¿cuántas mujeres comparten su mismo nombre? Mejor dicho, ¿acaso hay en el mundo varias Beatriz Rivas en espera de contarse? (Ya veremos…)
El nombre es destino, dicen, y hay quien afirma que nombrar algo equivale a fijar la referencia de aquello que se nombra. Beatriz tiene su origen en el latín y significa bienaventurada, la que da felicidad […] El nombre no se elige, como tampoco el signo zodiacal, la carta astral, las líneas de la mano, el código genético ni la familia en que nacemos. ¿Podrá escoger en cuál Beatriz ha de encarnar algún día? Como en la lotería o el melate, el resultado ganador es uno, pero las posibilidades de compartirlo son diversas; así sucede con los nombres, a la vera de contar su propia historia, y para muestra, la primera en tiempo y en derecho: la de Dante, por supuesto. Dice: […] eres la más famosa de todas, la más antigua también. Has sido citada múltiples veces. La humanidad te conoce o imagina. Te hemos dado cientos de rostros y voces, Posees un nombre noble y milenario. Se habla de ti ahora como se ha hablado siempre: con respeto […] Pero, ¿escondes algún secreto?
En efecto, la Beatriz más famosa tiene enormes razones para demostrar la perspectiva exagerada con que Dante Alighieri la inscribió en los anales de la literatura, cuando en realidad ella vivió una existencia mesurada, sin tantas complicaciones, y las palabras del poeta, más que inmerecidas, son, de cierta forma, falsas. (Al final, cabrá la resignación.) Solamente quédame creer en el enorme poder de la literatura. Soy quien soy porque Dante Alighieri me ha nombrado y no puedo remediarlo. […] Sus poemas cantan el amor que tuvo por mí y, sin embargo, son un monumento que me aprisiona, paraliza y repele.
Paréntesis aparte: al tiempo que leía Todas mis vidas posibles, escuché una canción de Laura Pausini, en cuya letra se me reveló la siguiente epifanía: “una vida entera a mí no me vale/ porque no se viven dos historias iguales”. No exactamente de la misa forma, pero la intensidad sí es una sola. En la Beatriz epistolar y la agente viajera (madre e hija, por cierto) es la develación de una vida secreta, no tan halagüeña, pero única pese a todo. Me dediqué con tanto esfuerzo a ser tu enemiga y, sin embargo, te extraño. ¿Cómo no extrañar a alguien que fue la modelo para encontrar mi forma de ser? Exactamente la contraria.
Del apasionamiento prematuro de su madre al arrebatado proceder de la hija, existe un solo paso de distancia, el odio, que, a fuerza de reconocimiento, se transforma en aceptación. Poco a poco me había dado cuenta de que mi pasión por el movimiento no era más que un escape de mí misma. ¿Pero acaso uno puede huir de quien realmente es? […] finalmente soy quien soy y ya es hora de encontrarme.    
Para el caso de dos Beatrices más (igualmente, madre e hija), es el silencio quien definirá su jugada maestra. A la hija –periodista en Ciudad Juárez− la vuelve prisionera de la violencia y víctima de la impunidad, mientras que a la madre, le tiene reservada la más dolorosa de las cárceles: un cuerpo que ya no le responde; aunque en ambas, el compromiso con la muerte es ineludible: […] le pedí a mamá que me asegurara que moriríamos al mismo tiempo para no sufrir su ausencia. Yo le hice idéntica promesa. Juramos morir al mismo tiempo, el mismo día, en idéntico segundo. (Dos historias iguales, en verdad, donde la muerte del cuerpo –por presencia y por permanencia− se hace notar. Lamentablemente.)   
Una migrante hispano-africana, una manicurista oniromante y un personaje creado por Carlos Ruiz Zafón, se unen a esta asamblea de homónimas contando su propia historia, pero en la vida de las otras, son sólo un pie de página, o la sensación de un “tal vez te vi” o del “¿te conozco de algún lado?” Sea como sea, en todas se aplican las tres formas de la experiencia literaria: vivencial (Beatriz Rivas Diouf, hija de un español recalcitrante y una centroafricana pletórica de maravillas en la lengua), vicaria (Bety, la manicurista, cuyos sueños encierran los deseos realizados de sus clientes) y virtual (Beatriz Aguilar, personaje de La sombra del viento de Ruiz Zafón, con una vida posible y prolongada después del punto final). Ellas, de algún modo, se “cuelan” en el entramado de sus contemporáneas como pequeña pieza en el engranaje cotidiano, pero primordiales en su movimiento.
Ahora bien, mientras estas vidas siguen su curso, o buscan el momento idóneo para salir a escena o hacer mutis, digno es resaltar la presencia de Beatriz, la autora, en plena lucha con el ángel que la cuida y además le cuestiona sus obsesiones: un compañero escritor (y su pasado tras la espalda), los viajes en común, las lecturas hechas, pero ante todo, sus manías de escritora. Entre la vida que se va y la realidad despiadada, quedan los enormes y mágicos poderes de la ficción, la mejor de todas las mentiras y, por ende, la más certera de todas.
Respecto a su encuentro con aquel condenado a muerte, Beatriz autora finalmente consolida su face to face con aquel inusitado lector; una vez que se consuma esa curiosidad, queda, después de todo, vivir la vida, donde, si hacemos caso a Álvaro Mutis, “casi todo es otra cosa”. Luego de su anagnórisis nominal, […] ha transformado la visión que tiene de sí misma. No lo había notado hasta ese momento: se ha reconciliado con su nombre. Ha comprendido lo que al principio parecía incomprensible: no puede seguir huyendo de la vida cotidiana, hundiéndose en el mundo de la culpa y rechazando sus deseos.
A final de cuentas, Todas mis vidas posibles de Beatriz Rivas nos recuerda que hay historias diferentes o similares desarrollándose a distancia de nosotros, en espera de insertarse en el cotidiano instante de la vida, sujeta a la experiencia virtual, vicaria y vivencial que elegimos; vidas que se desvanecen en un osario de arena, un pasaporte binacional, un cuerpo aprisionado en recuerdos, en los terrenos volátiles de la literatura, o simple y sencillamente, detrás de un nombre que lleva a cuentas, digno es denotarlo, todos los nombres. (¿A poco no?)

Beatriz Rivas. Todas mis vidas posibles. México, Alfaguara, 2009.

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