miércoles, 9 de mayo de 2007

Paisaje bajo la lluvia

Precisamente hoy, luego de la primera conferencia del ciclo Historia, ¿para qué? en la Academia Mexicana de la Historia (donde tuve la fortuna de encontrarme con Erika Mota, historiadora y ex-compañera de Jael de la Luz, Miriam Solano, Sofía Torres y Rebeca Vergara, también de la legendaria generación 2000-2003), la ciudad se veía como extraída de una película, como Blade Runner o alguna de Theo Angelopoulos, si se me permite la comparación.
De camino hacia Reforma y Av. Hidalgo, la lluvia apenas me mojaba (he de reconocerlo), sin embargo, cada gota que caía sobre mi cabeza, me hacía recordar en cosas, mejor dicho, en aquellas personas que hace tiempo estuvieron allí, con la lluvia como música de fondo. Mas no es la primera vez que ocurre eso. Para nada.
Hace algunos años, un cucufato alumno de Letras Hispánicas con pretensiones de escritor (actualmente adicto al celular, casi historiador honorario y fanático del pop francés -leáse Alizée o Mylène Farmer), entró a la carrera con el sueño de volverse un Álvaro Mutis, pero tenía un grave problema: mostrar sus primeros intentos de escritura le causaba escozor por doquier. Son embargo, cuando una mujer bonita (¡¡La primera de tantas!!) y una tarde lluviosa se cruzaron en su camino, el resultado fue otro. En su primer cuento aparecieron aquellos elementos, mismos que se repetieron en el segundo; la última vez que lo vi, le pregunté si aún estaba dispuesto a cerrar esa inesperada trilogía. (Por su rostro, me di cuenta que la dejaría trunca.) Nunca me contestó.
Diametralmente opuesto al caso de mi colega, la lluvia se presentó en algunos de mis poemitas, mismos que ameritaron un constante re-etiquetado, o sea, que cambiaba la dedicatoria según el tiempo presente. Pero siempre había algo de agua. (Una ex-compañera, pro judía a más no poder, me platicó de una extraña teoría que determinaba a los escritores de acuerdo a los 4 elementos. Y como notó cierta presencia del agua en todas mis expresiones, me nombró poeta de agua.) Además de la lluvia, creo que si la combino con el paisaje citadino, quedo conmocionado ante semejante resultado. Para muestra, basta un botón: en el Eje Central, todavía presenciaba la tenue caída de la lluvia, hasta que una luz multicolor, proveniente de la Torre Latinoamericana, terminó por crear un paisaje verdaderamente poético, casi como un poema de Carlos Pellicer o como la escena final de Blade Runner. Una maravilla, sin lugar a dudas.
Si alguna vez me preguntaran cuál sería mi paisaje idóneo para vivir en la memoria, sin tapujos me quedaba con la lluvia cayendo sobre la nocturna ciudad. De verdad.

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