martes, 15 de mayo de 2007

Agenda de mil vidas

Ayer, mientras platicaba con Ana Cárdenas sobre compactos postergados y nuevas adquisiones musicales, me fijé detenidamente en su agenda. Le pregunté acerca de ésta y, amablemente, me explicó su origen y hasta el código cromático que la rige. Con todas estas minucias, llegué a preguntarme ¿por qué usamos agendas?
Cada fin de año, tanto librerías como compañías papeleras, sacan a la venta una amplia gama de agendas para el siguiente ciclo de 365 días; aunque la utilidad sea la misma, al momento de comprarla, el diseño, la funcionalidad y hasta los materiales, juegan un papel preponderante y que determina sobremanera el curso de nuestra vida. (Confieso que, aunque se vean atractivas las agendas con pensamientos de Paulo Coelho, ilustraciones de Maitena y hasta las aventuras de Lizzie McGuire, definitivamente no las compraría. Cuestión de gustos.) Y ello se sostiene en las siguientes impresiones.
Al adquirir una agenda, se hace con el fin de ordenar los pasos de nuestra vida a lo largo de un año, donde lo único seguro es, además de la incertidumbre, un cambio de última hora para una cita. Pero hay agendas para todos los gustos y necesidades. Para quien ahorra palabras al momento de anotar una cita o encomienda a realizar, los espacios hechos desde la imprenta le son suficientes. (Y aquí el tamaño tampoco importa.) Y para quien se da aires de Mujer Maravilla (o de Napoleón Bonaparte, según se vea), hace todo lo posible por extender las hojas para anotar su orden del día, como quien prepara la estrategia idónea para la mejor de todas las batallas. Por ejemplo: Anita, al ver rebasada la anatomía de su leal secretaria vestida de curpiel, decidió darle más tiempo de vida al agregarle unos folios más (ello, gracias a la versatilidad de la espiral para engargolar); luego, le adicionó un código cromático -que sólo ella entiende, porque quien escribe ni para eso es bueno-, y voilà!!: lista para varios días en un mismo año.
Pero así como existen las agendas funcionales y creativas -visto desde el contenido-, nunca faltan los que toman su agenda como el adminículo perfecto para estar a la moda, sin importar los compromisos anotados en ésta. Para la niña nice de secundaria (y segura candidata a Bárbara Bazterrica), contar con la agenda de moda es más importante que resaltar -con letra de molde y subrayado con marcatextos- el día de su examen final. También hay quienes las compran y no las usan (por temor a que la pluma bic le dé en la chapa a las tiras de Mafalda o a las ilustraciones de las agendas temáticas de la UNAM) y terminan, con más gloria que pena, por coleccionarlas. Pero son los menos, claro está.
Funcional o hedonista, contar con una agenda significa ganarle al tiempo parte de la batalla. Llevar registro de nuestros actos, es ya en sí una proeza, cosa que evidencia nuestro afán por hacerlo y planearlo todo, mientras haya vida (y hasta presupuesto, si es preciso) para comprar una compañera nueva y entablar nuevamente la interminable guerra contra el tiempo.

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