viernes, 11 de marzo de 2022

De clara vocación

 

Ulises Velázquez Gil


“Hay vidas, hay vidas que se van,/ diciendo todo lo que hicimos mal./ Frecuencias que se van sintiendo/ de los que quisimos más”. Al momento de escuchar el presente fragmento de la canción “Estaré” del grupo mexicano DLD, se cae en la cuenta de que si en algo se distingue nuestra estancia en el mundo, es en seguir aprendiendo, con todo y que la ausencia de la gente que nos dio nombre y destino todavía destelle en el tiempo. En el campo de la literatura esto es moneda corriente, y estas ausencias se tornan materia prima para poemas, cuentos, novelas, memorias y autobiografías; estas últimas, donde los sucesos no se cuentan cómo fueron, sino como nos es posible recordarles.

            De una década a la fecha, se han publicado libros de raigambre memorialista, donde se evidencia el proceso que llevó a sus autores a transitar por los senderos de la escritura y para muestra, Cuando me volví mortal, volumen atípico -por único- dentro de la bibliografía de Carmen Boullosa. Compuesto por seis textos, a caballo entre el ensayo y las memorias, conocemos de primera fuente los sucesos que llevaron a su autora a cobrar conciencia acerca de la escritura, de volverla su fe de vida.

            Comencemos con el texto homónimo, suerte de viaje en el tiempo hasta 1957, en aquellos días del sismo que sacudió a la Ciudad de México, suceso que se volvería importante para la autora. Varias revelaciones fundadoras me ocurrieron esa noche. La primera es la manera en que quedé ligada a papá. La conciencia era el ojo y el parpadeo, y en el temblor nos imprimía juntos en una placa. La imagen capturada estaba movida. […] Matriz. Estábamos juntos en un lecho que era vientre, principio y origen. En esa telúrica epifanía se da un suceso capital: contar las cosas desde la propia mirada, aunque -¡oh, inocencia!- se eche mano de la mentira. Mentía para tener un punto de apoyo: mi voz, mi articulación a la mentira. Yo era la creadora de lo que convencía a los que estábamos alrededor de la mesa. Yo nos restauraba una fe. Yo nos regresaba a una posible tierra firme confiable. Mentía para ser mi propia simiente, mi heredera, mi padre y madre.  

A medida que se va creciendo, es necesario adquirir conciencia propia, y en ese proceso, digno es resaltar la buena impronta de la gente querida hoy integrada al inventario de ausencias, como podemos leer en “Mis cadáveres”: […] Emprendí una aventura de conocimiento sobre mi persona, sobre la formación de mi cuerpo, tomando como espejo algunos cadáveres con los que tuve relación en mi infancia y adolescencia. En alguna entrevista, el escritor Álvaro Mutis dijo que los sucesos que determinan una vida aparecen entre los siete y los doce años; a medida que avanzamos en la lectura, esto se suscribiría de buenas a primeras. Si la experiencia del sismo del ’57 creó conciencia sobre la acción de contar, respecto a la presente remembranza ¿para qué contar, por qué contar y quiénes serían sus destinatarios? Es, precisamente, esa ausencia quien le afianza la vocación de escribir, cuyos recuerdos no pasen desapercibidos del todo.  

Dos textos merecen especial atención: “Ojos” y “La hija del bosque”. Para el primer caso, es el acto de mirar quien devela mejor el camino a seguir en cuanto al destino de la escritura: […] Tengo apetito de ver y me satisface hondamente lo que observo, tanto apetito y tanta satisfacción que cinco décadas después estos sentimientos están aún frescos en la memoria. Veo, veo, veo. Lo hago con avidez y serenidad. […] Soy toda ojos, ojos iluminados, ojos en iluminación. Miro largo e intenso. Veo tanto que con los ojos doy un trago de esa fantasía que llamamos eternidad. Una “eternidad” donde la mirada del niño, del viejo, no se limite solamente a nomenclaturas cronológicas, sino saberse atemporal: “tan joven y tan viejo”, citando a un clásico de nuestra época.

En “La hija del bosque”, asistimos de nueva cuenta al encuentro de una epifanía, en la que los libros y el estado de extranjería consolidan la vocación de escritora, a la caza de nuevas historias a contrapunto del tiempo: […] yo sabía que conocía cómo retrasar la llegada de la muerte porque soy un ser que escribe, ésa es mi marca de identidad, y nosotros le ponemos un margen que ellas, la calavera, no puede trasponer. Decir “mi último deseo” no me hacía, como cuando lo pensé de niña, inmortal. Un error de traducción en uno de los libros comprados por la autora abre hilo -empleando una expresión tuitera- sobre una historia por venir, donde tiempos lejanos circulan en justo paralelo, para persistir en la escritura…y dar justo testimonio. Tal vez elegí escribir porque no se hacía alrededor de casa, porque no conocía yo a ningún escritor, porque aunque hubiera crecido rodeada de libros, en cambio no había conocido a ese género de personas. Era un camino único, y sentí que eso me haría sólida.   

En suma, Cuando me volví mortal nos ofrece una visita guiada por lo senderos que hicieron de Carmen Boullosa la escritora que conocemos y leemos hoy día. A la par de sus novelas, este libro merece una lectura periférica -por decir paralela-, donde se evidencia el afianzamiento de un oficio de resistencia, de clara vocación al paso del tiempo, y cuyo talento desmedido se encuentra en constante transformación.

Quede aquí este libro, donde la persistencia aún está por escribir sus próximas páginas, plenas de memorias y presencias, siempre gratas al final del día. (Así sea.)   

Carmen Boullosa. Cuando me volví mortal. México, Cal y Arena, 2010.  

 

(25/febrero/2022)

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