Ulises Velázquez
Gil
En su discurso de ingreso
a El Colegio Nacional, Jaime Urrutia Fucugauchi define la vida en la academia
“en términos de aprender a hacer, saber hacer, hacer y hacer saber”; aunque de
todos ellos, el más persistente sea aprender a hacer. En el panorama
general de las ciencias, son contados los casos de personas excepcionales que
supieron ver más allá del panorama prevaleciente de su época, donde más que
seguir trayectorias, de antemano delimitadas, diseñaron su propio mapa de ruta,
en aras de aprender a hacer. Sin duda, se trata de los inventores, quienes más
allá de las necesidades de su tiempo, fueron conscientes de los pasos de sus
antecesores parar abrir brecha propia.
Para el caso de México, encontramos esta figura señera en
Guillermo González Camarena, cuyas aportaciones hacen eco hoy en día; sin
embargo, una vida como la suya no se define con base a un solo éxito u
contribución, sino a los pasos andados para conseguirlo.
Divulgador
de la ciencia y escritor de cuidada inteligencia y amor al detalle, Carlos
Chimal nos entrega en Fábrica de colores un acercamiento biográfico a
González Camarena, donde además de abordar su invento cumbre -la televisión a
colores-, pasa revista por los sucesos y las cosas que lo llevaron a realizar
dicho invento, amén de otras facetas apenas inimaginables. Y para conocerlas,
bastan cinco escalas (capítulos) para ello.
En
el primer capítulo, “Vivir es una cosa ciega”, conocemos los orígenes
familiares de González Camarena, así como los sucesos que detonaron su pasión
por las ciencias, en tiempos donde la defensa de una postura política o los
devaneos de la economía posteros a un conflicto armado, tenían mayor valía que
la fe en la ciencia y el conocimiento. En
el mundo exterior al que había llegado […], las cosas no andaban mejor,
dejando en los ciudadanos, chicos y grandes, la rara sensación de que muchos
eventos en este mundo están realmente conectados y las consecuencias son
ciertas. En ese mundo, el contacto del niño González Camarena con el
conocimiento (por medio de los trabajos de su padre y de sus lecturas tempranas
en la biblioteca familiar), lo llevó a interesarse por el electromagnetismo y
por los hombres que lo llevaron a efecto (visionarios todos), que inocularon en
él la inquietud de seguir sus pasos, porque […] en vez de salir a jugar con
los vecinos o encontrarse “ a echar relajo” con otros compañeros de la escuela,
Guillermo se encerraba a inventar artefactos en el sótano de la casa belle
époque […]. Una planta de luz para uso de su familia -y por la que
“cobraba” una cantidad simbólica- o hasta una reja electrificada a prueba de
niños abusivos (que le lanzaban cáscaras de naranja mientras él trabajaba)
fueron algunas de las cosas que el pequeño González Camarena hizo desde el
sótano de su casa. Pero lo más sorprendente de esa época eran los lugares donde
se abastecía de materiales para sus inventos: los mercados de La Lagunilla y
Tepito, donde “chatarra y basura indescifrable” se volvía combustible para “la
imaginación enfebrecida y metódica del inventor”; aunado esto a su prodigiosa
memoria, las maravillas resultantes de ello no se hacían esperar: Dominar
las técnicas que lo lleven a uno a obtener un objeto, el cual desempeñe el acto
para el que fue diseñado, exige conocer en forma minuciosa hasta el más humilde
los tornillos y el más insignificante de los cables. Tienes que entender a
ciencia cierta qué puedes esperar de cada uno de ellos.
Además
del conocimiento práctico, obtenido gracias a sus lecturas y pesquisas en
mercados de chácharas y negocios establecidos, Guillermo González Camarena
ingresó a la entonces Escuela Profesional de Ingeniería Mecánica (hoy ESIME)
del Instituto Politécnico Nacional para seguir aprendiendo, y pese a las bromas
de sus compañeros, su donaire e inteligencia le ganaron la admiración hasta de
sus propios maestros, a tal grado que uno de ellos lo acompañó hasta la
entonces Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas para el registro oficial
de una nueva empresa tecnológica.
Antes
de saber en qué consistiría esa gran empresa, descubriremos en el capítulo 2,
“La familia y la tribu”, las genealogías familiar y científica de González
Camarena, a fin de conocer su papel como continuador de una línea de
innovadores en la ciencia, pero también como una persona consiente de la brecha
abierta por su familia, desde abogados defensores de las libertades humanas y
políticas, hasta empresarios -su padre, por ejemplo- que buscaron crear
tendencia más que continuarla. (Paréntesis aparte: Concepción Navarro y Ogazón,
abuela materna de González Camarena, fue prima por vía materna de Ignacio Luis
Vallarta y de Pedro Ogazón y Rubio, gobernadores de Jalisco, así también de
Juana Ogazón Velázquez, abuela paterna del escritor Alfonso Reyes. Por diversos
caminos -las letras y la ciencia-, González Camarena y Reyes se abrieron paso,
siempre en aras del conocimiento, y de compartirlo contra viento y marea. Gente
de mítica prosapia, pero de afanes reales.)
“Para
mirar a la distancia”, tercer capítulo de Fábrica de colores, (ahora sí)
da cuenta de la empresa de gran alcance, principal motivación del trabajo de
González Camarena: la transmisión de imágenes a distancia, es decir, la
televisión. En este punto, el autor nos pone al tanto de los sucesos y de las
figuras que dedicaron sus días a la creación y al perfeccionamiento del
televisor y qué tan importante serían las aportaciones de GGC en ese campo. Al
igual que sucede con los mejores creadores, estaba insatisfecho. Sabía que el
siguiente paso era desarrollar la televisión a colores, por lo cual desde 1935
dedicó todo su talento a perfeccionar su equipo personal. […] Pronto
cayó en la cuenta de su potencial para la naciente televisión en blanco y
negro, y decidió patentarlo, animado por su hermano Jorge. Después de todo, ¡la
vida transcurría a colores! Para lograr el registro de su patente en los
Estados Unidos (puesto que en México ya era visitante asiduo de la SCOP -hoy
SCT-), consiguió el dinero necesario para ello de una manera poco ortodoxa para
un científico: se dedicó a componer canciones y con un poco de suerte, llegaría
el intérprete ideal que haría famosas sus composiciones -y con las
consiguientes regalías, claro. En componer canciones de gran éxito como en
perfeccionar sus inventos, a González Camarena no le fallaba el tiro, pues en
aras de aprender a hacer, digno es abrir brecha, con un espíritu
ecuánime, previsor y hasta juguetón, porque […] entendía el aspecto lúdico
de inventar artefactos útiles para convertir la vida real, ciega, aleatoria y
hostil, en algo cercano al paraíso, propósito esencial de un buen mago. Y
dentro de esa “magia” que sólo la ciencia y la imaginación tienen, sus afanes
se tornaron videncia, donde su invento tenía ya su propio radio de acción: la
televisión con propósitos educativos: […] si bien es debido a su espíritu
lúdico era natural para él que la televisión al aire debiera de ser
eminentemente educativa, su disciplina y visión le soplaron al oído: “Sí,
educa, pero no aburras al espectador”. Ése fue el tipo de magia que practicaba
con Chen Kai […], o frente a su familia algo divertido que, al final,
quizá venga acompañado de una enseñanza. (Un equipo profesional de
televisión para la enseñanza de la medicina y la entrada al aire del Canal 5
XHGC, lo demuestran a todas luces.)
Al
momento de llegar al capítulo cuarto, “Houston, hemos resuelto un problema”, vemos
qué tan lejos llegaron sus inventos y las consecuencias derivadas de éstos; para
ello, los Laboratorios GonCam (es decir, el sótano de su casa en Havre 74)
ofrecían otras maravillas dignas de exponerse en una feria de ciencias, pero su
“destello” perduraría por décadas tanto en la pantalla Trinitron como en equipo
de transmisión portátil a colores empleado por la NASA en plena efervescencia
espacial.
El
capítulo quinto, “El Club de la Terrible Pesca del Ajolote”, aborda aspectos
menos conocidos (no por ello, entrañables) de la vida de Guillermo González
Camarena. Gustaba de inventar historias, recrear sucesos históricos mientras
salía de viaje, aprendía náhuatl con hablantes nativos -en lugar de hacerlo con
profesores universitarios-, y como todo genio que se digne de serlo, encontrar
en remanso de paz entre la algarabía de la tecnología y el sopor de la
realidad, donde flora y fauna convivieran en franco equilibrio. Vaya, hasta le
hizo de diseñador gráfico con su logotipo del Canal 5, basado en los ideogramas
nahuas, que parece hecho para el día de hoy. Y por encima de estas cosas, su
familia ocupaba su atención a cada paso.
A
medida que avanzamos en la lectura, el genio y figura de GGC destella
intensamente cuando sus hijos refieren alguna anécdota: desde el “colorido” de
sus cartas, enviadas desde alguna parte del mundo, hasta volverse cómplice suyo
en alguna travesura: […] un hombre serio y al mismo tiempo juguetón, respetuoso
y desenfadado, simpatizante de la discreción y no del alarde. Podríamos
confundirlo con un pequeño mago del entretenimiento pero en algún momento nos
daríamos cuenta de la “seriedad” del asunto. (Incluso, sus habilidades de
científico, en ocasiones las aprovechó para jugarle bromas a sus amigos y
sorprenderlos con trucos de magia dignos del mejor mago de Las Vegas, con
sesión hipnótica y toda la cosa.)
¿Dónde
reside la magia de Fábrica de colores? En presentarnos, con toda su
amplitud, a un personaje único en la historia mexicana, cuyo afán de conocer
los arcanos del conocimiento lo llevó por derroteros inimaginables, tan sólo
usando los recursos que tenía a la mano, y de ahí, crear maravillas para uso y
deleite de la población en general; y como buen inventor que se digne de serlo,
encontrar en los colores del tiempo la trayectoria a seguir, en el
empeño de aprender a hacer.
Figuras
como la de Guillermo González Camarena bien merecen un biógrafo a la medida, y
con este trabajo de Carlos Chimal ya se tiene hecha la mitad de la tarea; el 50%
restante queda en manos de ustedes, lectores, y ponerla al alcance de todos,
porque en la ardua empresa de hacer saber (retomando a Urrutia
Fucugauchi), todo queda en intentar e inventar. Y que el tiempo nos ampare en
ello.
Carlos Chimal. Fábrica de colores. La vida del inventor
Guillermo González Camarena. México, Fondo de Cultura Económica/ Secretaría
de Educación Pública/ Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, 2017 (La
Ciencia desde México, 248).
1 comentario:
incredible Uli
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