Ulises Velázquez Gil
En algún
momento de su vida, al periodista y escritor español Julio Camba se le planteó
la posibilidad de ingresar a la Real Academia Española, a lo que el punzante
periodista respondió: “Si la Academia es una distinción, mejor distinción es no
ser de la Academia”. Y no le faltaba razón, pues los académicos de la lengua
–en ese tiempo– se preocupaban más por el lucimiento intelectual que por la
búsqueda del conocimiento colectivo. (Por fortuna, en estos tiempos las
Academias ya moderaron su conducta, pero aún quedan cosas por resolver.)
Entre los
esfuerzos por llevar el conocimiento del español de México a una gran parte de
la población, el referente obligado son las Minucias
del lenguaje de Victoriano Salado Álvarez (retomadas, medio siglo después,
por José G. Moreno de Alba), desde la trinchera del periodismo diario; en ese
empeño, digno es resaltar la presencia del historiador y sacerdote Ángel María
Garibay (1898-1967), quien dedicó tiempo y espacio hemerográfico en exponer
temas de índole lingüística, muy a contracorriente de la historia de lo inmediato, como Renato Leduc denominó al periodismo.
Gracias al encomiable esfuerzo de la investigadora universitaria Pilar Máynez
Vidal, esos artículos encontraron puerto seguro para fines de divulgación, en
espera de suscitar otros debates y colmar la curiosidad del paciente lector.
En torno al español hablado en México
reúne 32 artículos donde Garibay
abordó temas de naturaleza lingüística, en afán de disipar algunas dudas sobre
el origen (real) de ciertas palabras, echar luces hacia frases de uso
frecuente, e incluso, desde contextos diferentes (política, literatura, asuntos
propios del periodismo) poner sobre la mesa temas que, en apariencia ingenuos y
no tan notorios, desaten polémicas de altos vuelos. Tal es el caso de “Errores
garrafales”. Cuenta Garibay que mientras espera ser atendido por un amigo suyo,
hojea un tomo de la Enciclopedia Jackson y encuentra un error respecto a un
artículo sobre cultura prehispánica; para quien pasó más de media vida inmerso
en el estudio de las culturas autóctonas, era de esperarse la siguiente
reacción: […] Es una vergüenza que saquen
tanto dinero en estas enciclopedias, y para escribirlas no tengan la mínima
dosis de honradez. Informes torcidos son peores que la absoluta ignorancia. Es
doloroso pagar porque lo desorientan a uno totalmente. Por otro lado, en
“Bello paradigma”, reconoce la importancia de las enciclopedias para el lector,
donde su información […] nunca puede
estar completa, nunca pueden abarcar el todo. Aunque el todo a que se limitan
sea ya muerto. […] cada día, cada
hora, hay nuevos descubrimientos y nuevas interpretaciones de los textos
descubiertos. Nunca acaba la indagación y por eso nunca acaba la información.
Por otro
lado, cabe señalar que cada artículo de Garibay es, en sí, una pequeña
enciclopedia, porque además de dar santo y seña sobre el origen de una
determinada palabra o su correcta etimología, también ahonda –de a tiro por
viaje– en la política (“Divagaciones sobre el tapado”, “Chilaquiles”),
demografía (“¿De quién es el porvenir?”) y educación, por decir algo; pero hay
un tema donde tiene muy bien afilada la vista: la labor de la Academia Mexicana
de la Lengua, a la que en algunos artículos sólo llama “la notable”: Los estudios lingüísticos que hacen las
academias –si de veras los hacen y no pierden el tiempo en capillas de
adoración pública, o en pleitecillos de quinto patio– suelen ser poco
trascendentes. Y no por falta de valor, que a veces lo tienen y muy alto, sino
porque rara vez trascienden al pueblo. […] Y el pueblo sigue, en uso de uno de los pocos derechos que nadie puede
quitarle, elaborando nuevos modos, creando nuevas palabras, forjando nuevos
giros. Ayer pudieron ser disparates; pasado mañana serán perlas del joyero
clásico (“Cuestión de palabras”).
(Paréntesis
aparte: ¿por qué Garibay fue drástico y devastador con las Academias, pese a
que fue uno de sus más renombrados y laboriosos integrantes? Muy sencillo. Por
las discusiones bizantinas de sus colegas, donde se habla de todo para llegar a
nada, siendo él de carácter persistente y ordenado. Ante esta situación,
expresó lo siguiente: “Señores, yo no vuelvo aquí, no me gusta perder mi
tiempo”. Pese a disentir con la dinámica predominante al interior, nunca
renunció a la Academia Mexicana de la Lengua, y aunque su trinchera fue de
papel… periódico, no dejó de lado su labor crítica y de investigación.)
Una d las
peculiaridades de los artículos de Ángel María Garibay es su estilo breve, conciso
y certero; ningún tema le fue ajeno, inclusive los adversos a su dinámica de
trabajo. Incluso se tomó tiempo para hacer una modesta proposición, materia
prima de “Debiera haber académicas”: [es] la
necesidad de que en la Academia hay damas. Tengo rumores de que hay varias
vacantes en la corporación. Pero como hace largos meses que no la visito,
ignoro cuántos sillones de inmortales están vacíos. Desde luego existen. ¿Por
qué no dan uno a una dama? […] Me
importa la participación femenina, no me importa quién ni por qué, con tal que
tenga los méritos justos. (Para fortuna suya –y nuestra– la nómina femenina
en la Academia Mexicana de la Lengua se abrió paso con el ingreso de María del
Carmen Millán, y de ahí otras diez más, sin contar las correspondientes ni las
honorarias. Pequeño paso, pero bien dado.)
Para los
tiempos que corren, no desmerece la lectura de “Estadista polígrafo”. Con el
pretexto de ponderar un volumen laudatorio a Isidro Fabela, Garibay reflexiona
sobre el significado de ambas palabras y el erróneo sentido que se les
confiere. (Ojalá y los políticos de ahora se acerquen –un poquito– a este
artículo. Así verán que la forma, como sugería otro estadista y polígrafo, es
fondo. Apreciaciones aparte…)
Dentro de
esta compilación, mención especial merecen los cuatro “Disparatarios” en los
cuales se abordan brevemente asuntos sobre palabras, origen, destino y uso
frecuente. Como, por ejemplo, el primero, donde aborda palabras como policlínica, simposio y el incorrecto uso del prefijo tetra-; claro, con ese estilo desenfadado y punzante que a más de
uno le sacaría canas verdes o una cara ruborosa, según sea el caso. (Palabras de origen griego visten mucho y son
perlas en la lengua corriente. Pero hay que usarlas bien y, más aún, saber las
formas sin disparates.)
¿Dónde
radica la importancia de En torno al
español hablado en México? Para esclarecer aspectos poco explorados del
español de México, es acertada compilación; para conocer una prosa clara y bien
documentada donde todos los temas generan interés y curiosidad, magnífico punto
de partida para acercarse al resto de la obra de Ángel María Garibay, empresa
de mayor aliento. Sin embargo, su mayor acierto radica en darnos una lección de
lectura en la cual se vean con claridad las maravillas que componen a nuestra
lengua: palabra y ponderación a prueba de tiempo, a la vera de otros encuentros
(y disparates ¿por qué no?).
Retomando
la caustica respuesta de Julio Camba, en efecto, no ser de la Academia sí que
es una gran distinción, pero luego de leer estos artículos del padre Ángel
María Garibay, la mejor distinción siempre sobrepasa toda suerte de
instituciones. En ustedes, generosos lectores, queda comprobarlo. (¿Será?)
Ángel María Garibay. En torno al
español hablado en México. 1ª reimp. Estudio introductorio, selección y
notas de Pilar Máynez Vidal. México, UNAM, 2015. (Biblioteca del Estudiante
Universitario, 124)
(20/junio/2016)
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