miércoles, 15 de julio de 2015

Lección de vida ejemplar

Ulises Velázquez Gil

Alguna vez mi abuela paterna me dijo una frase que hoy en día considero como su “testamento”, donde su sabiduría aún resuena como si apenas la hubiera escuchado: Los viejitos nos estamos retirando. En el ancho y ajeno mundo de las ciencias y las humanidades, hay tres maneras para consumar esa sentencia: la jubilación académica, el retiro voluntario (muy sonado en estos días, por cierto) y el fallecimiento. 
Un historiador de alto calibre académico, Silvio Zavala (1909-2014), cumplió a cabalidad con las tres formas; no consecutivas, cabe decirlo, pero consciente de una cosa importante: legar sus conocimientos y compartir su experiencia de vida a sus futuros colegas, así también como a los lectores de a pie, como quien esto escribe. Aunque en vida fue reacio a escribir sus memorias, no reparó en tiempo y espacio para dejar testimonio de su pasión historiográfica y en el pequeño volumen Conversaciones sobre historia: Silvio Zavala queda expresada dicha pasión.
Dividido en dos partes, este libro reúne cuatro interesantes entrevistas realizadas por colegas historiadores como Peter Bakewell, Ernesto de la Torre Villar y Jean Meyer, y por la periodista Patricia Rosales, y dos textos autobiográficos, donde podemos encontrar en estado puro la inquietud persistente de un clionauta de tiempo completo. Mi camino para llegar a la historia pasa primero por las enseñanzas del derecho, lo que nunca he deplorado; la formación jurídica seria, estructurada, hace ver las cosas con cierta profundidad y nunca me he arrepentido de ese aprendizaje…; se puede decir que mi nacimiento a la historia vino a través de los cursos de derecho constitucional […] y más tarde del estudio de las instituciones primero en México y luego en España.  
Estos primeros acercamientos al estudio de las instituciones, junto con una curiosidad a prueba de balas y un marcado olfato detectivesco, hicieron del entonces joven Silvio Zavala un historiador comprometido con la investigación, y pese a decirse que el pecado capital del investigador es la especialización excesiva (hasta volverlo un individuo de proceder petulante y enciclopédico), en Zavala sucedió de otra forma, hasta volverlo acertado (con sus pesquisas y lecturas), generoso (con sus maestros como con sus colegas) e inteligente (respecto de los destinatarios de sus investigaciones). Nada como escucharlo de primera fuente: [...] cuando se da ese deseo de aprender algo del pasado, así sea muy modestamente, me parece que el trabajo histórico viene a ser una especie de satisfacción de esa necesidad de conocimiento que surge del investigador, sobre todo cuando esa vocación nace en una persona joven y que tenga tiempo para prepararse y contestar algunas de las preguntas que se formule. (No cabe duda que quien profirió aquellas palabras, fue el primero en aplicarlas consigo mismo.)
Además de conversaciones muy amenas sobre la vida ejemplar de un historiador, Silvio Zavala comparte algunos “secretos” para hacer una buena investigación, donde también da libre curso a sus recuerdos, en una suerte de autobiografía no velada. El Yucatán de principios de siglo XX que lo vio nacer, sus estudios de Leyes en México y un viaje a la España anterior a la Guerra Civil que lo convirtió al sacerdocio de la Historia, muy llevado de la mano de don Rafael Altamira, cuya presencia destella en la conversación como quien mira hacia el firmamento en busca de una estrella guía: Eminente jurista, pedagogo, literato, filósofo, le gustaba el arte, por eso hizo su gran contribución a la historia de la civilización española, y como su cátedra era de derecho indiano, de las instituciones de América, naturalmente gentes que estudiábamos derecho, procedentes de América, de Filipinas, de España misma, convivíamos y nos formamos en ese ambiente.
Una cosa que preocupaba a don Silvio era la pluralidad de enfoques en cuanto a la factura de la Historia. En buena parte de los textos aquí reunidos, siempre le interesó que sus colegas futuros ampliaran, incluso superaran, los esfuerzos diligentemente hechos por él y sus epígonos de anterior trayectoria, porque la Historia, como las demás ciencias, es aún perfectible; luego de retirarse de toda actividad académica y diplomática, se dedicó a “poner en orden sus papeles”, porque quien comienza temprano a leer y a escribir, debe, temprano, a dejar de escribir, mas no a dejar de leer.
Así como Baltasar Gracían sostenía que hay tres tipos de conversaciones en esta vida, para Silvio Zavala las hay para hacer historia, o al menos, para “tropezar con el tiempo”: […] los problemas del tiempo son la tarea del historiador. Está, por una parte, la vida de la persona, las transformaciones de su propio modo de ver las cosas. Al lado de este tiempo personal está el paso del tiempo social, de la vida que se está desarrollando en torno de uno. Para acabar de complicar las cosas del tiempo del historiador está el hecho de que su afición o profesión lo lanza al tiempo ido, hacia otra gente que ya ha pasado. Esta reflexión del tiempo hay tenerla en cuenta para el trabajo del historiador. Quizá, en última instancia, su tarea consista en la convergencia del tiempo personal y del tiempo social con esa tercera dimensión del tiempo ido, del tiempo pasado, para incorporarlo a sus propias vivencias. (Los subrayados son míos.)
¿Por qué acercarse a Conversaciones sobre historia? Muy sencillo, para conocer de primera fuente la experiencia de un historiador dedicado a recobrar la memoria del tiempo que le precedió, bajo un cuidado rigor en la información recabada, así también en el estilo personal de hacer historia (detalle que, más adelante, un discípulo suyo, Luis González y González, logró ceñir en las páginas de El oficio de historiar); lección de vida ejemplar en espera de multiplicar los adeptos a la historia, sin importar el adjetivo que deseen añadirle. Ante mi lectura de la presente antología, creo entender por entero aquella sentencia de mi abuela paterna, y que, de cierta forma, me recordó el proceder de don Silvio en el justo balance de su vida, de “retirarse” muy a tiempo. (Por fortuna, dos alumnos suyos de El Colegio de México, Luis González y González –habitante de esa Ciudad Esmeralda de los historiadores, San José de Gracia– y Moisés González Navarro –recientemente fallecido al momento de escribir estas líneas– continuaron con pasión desmedida sus labores en pro del estudio y de la difusión de la Historia.)
Quede en ustedes acercarse al trabajo de Silvio Zavala, yucateco eminente en espera de una generosa lectura y de una justa biografía. Mientras esto o aquello sucede, que estas conversaciones susciten otras tantas en su honor. (Así sea.)  

Conversaciones sobre historia: Silvio Zavala. México, El Colegio de México, 2015.
  
(9/febrero/2015)

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