Ulises Velázquez Gil
Alguna vez mi abuela paterna me dijo
una frase que hoy en día considero como su “testamento”, donde su sabiduría aún
resuena como si apenas la hubiera escuchado: Los viejitos nos estamos retirando. En el ancho y ajeno mundo de
las ciencias y las humanidades, hay tres maneras para consumar esa sentencia:
la jubilación académica, el retiro voluntario (muy sonado en estos días, por
cierto) y el fallecimiento.
Un
historiador de alto calibre académico, Silvio Zavala (1909-2014), cumplió a
cabalidad con las tres formas; no consecutivas, cabe decirlo, pero consciente
de una cosa importante: legar sus conocimientos y compartir su experiencia de
vida a sus futuros colegas, así también como a los lectores de a pie, como
quien esto escribe. Aunque en vida fue reacio a escribir sus memorias, no reparó
en tiempo y espacio para dejar testimonio de su pasión historiográfica y en el
pequeño volumen Conversaciones sobre
historia: Silvio Zavala queda expresada dicha pasión.
Dividido
en dos partes, este libro reúne cuatro interesantes entrevistas realizadas por
colegas historiadores como Peter Bakewell, Ernesto de la Torre Villar y Jean
Meyer, y por la periodista Patricia Rosales, y dos textos autobiográficos,
donde podemos encontrar en estado puro la inquietud persistente de un clionauta
de tiempo completo. Mi camino para llegar
a la historia pasa primero por las enseñanzas del derecho, lo que nunca he
deplorado; la formación jurídica seria, estructurada, hace ver las cosas con
cierta profundidad y nunca me he arrepentido de ese aprendizaje…; se puede
decir que mi nacimiento a la historia vino a través de los cursos de derecho
constitucional […] y más tarde del
estudio de las instituciones primero en México y luego en España.
Estos
primeros acercamientos al estudio de las instituciones, junto con una
curiosidad a prueba de balas y un marcado olfato detectivesco, hicieron del
entonces joven Silvio Zavala un historiador comprometido con la investigación,
y pese a decirse que el pecado capital del investigador es la especialización
excesiva (hasta volverlo un individuo de proceder petulante y enciclopédico),
en Zavala sucedió de otra forma, hasta volverlo acertado (con sus pesquisas y lecturas), generoso (con sus maestros como con sus colegas) e inteligente (respecto de los destinatarios
de sus investigaciones). Nada como escucharlo de primera fuente: [...] cuando se da ese deseo de aprender algo del
pasado, así sea muy modestamente, me parece que el trabajo histórico viene a
ser una especie de satisfacción de esa necesidad de conocimiento que surge del
investigador, sobre todo cuando esa vocación nace en una persona joven y que
tenga tiempo para prepararse y contestar algunas de las preguntas que se
formule. (No cabe duda que quien profirió aquellas palabras, fue el primero
en aplicarlas consigo mismo.)
Además de
conversaciones muy amenas sobre la vida ejemplar de un historiador, Silvio
Zavala comparte algunos “secretos” para hacer una buena investigación, donde
también da libre curso a sus recuerdos, en una suerte de autobiografía no
velada. El Yucatán de principios de siglo XX que lo vio nacer, sus estudios de
Leyes en México y un viaje a la España anterior a la Guerra Civil que lo convirtió
al sacerdocio de la Historia, muy llevado de la mano de don Rafael Altamira, cuya
presencia destella en la conversación como quien mira hacia el firmamento en
busca de una estrella guía: Eminente
jurista, pedagogo, literato, filósofo, le gustaba el arte, por eso hizo su gran
contribución a la historia de la civilización española, y como su cátedra era
de derecho indiano, de las instituciones de América, naturalmente gentes que
estudiábamos derecho, procedentes de América, de Filipinas, de España misma,
convivíamos y nos formamos en ese ambiente.
Una cosa
que preocupaba a don Silvio era la
pluralidad de enfoques en cuanto a la factura de la Historia. En buena parte de
los textos aquí reunidos, siempre le interesó que sus colegas futuros
ampliaran, incluso superaran, los esfuerzos diligentemente hechos por él y sus epígonos
de anterior trayectoria, porque la Historia, como las demás ciencias, es aún
perfectible; luego de retirarse de toda actividad académica y diplomática, se
dedicó a “poner en orden sus papeles”, porque quien comienza temprano a leer y
a escribir, debe, temprano, a dejar de escribir, mas no a dejar de leer.
Así como
Baltasar Gracían sostenía que hay tres tipos de conversaciones en esta vida,
para Silvio Zavala las hay para hacer historia, o al menos, para “tropezar con
el tiempo”: […] los problemas del tiempo
son la tarea del historiador. Está, por una parte, la vida de la persona, las
transformaciones de su propio modo de ver las cosas. Al lado de este tiempo
personal está el paso del tiempo
social, de la vida que se está
desarrollando en torno de uno. Para acabar de complicar las cosas del tiempo
del historiador está el hecho de que su afición o profesión lo lanza al tiempo
ido, hacia otra gente que ya ha pasado. Esta reflexión del tiempo hay tenerla
en cuenta para el trabajo del historiador. Quizá, en última instancia, su tarea
consista en la convergencia del tiempo personal y del tiempo social con esa
tercera dimensión del tiempo ido, del tiempo pasado, para incorporarlo a sus propias vivencias. (Los subrayados son
míos.)
¿Por qué
acercarse a Conversaciones sobre historia?
Muy sencillo, para conocer de primera fuente la experiencia de un historiador
dedicado a recobrar la memoria del tiempo que le precedió, bajo un cuidado
rigor en la información recabada, así también en el estilo personal de hacer
historia (detalle que, más adelante, un discípulo suyo, Luis González y
González, logró ceñir en las páginas de El
oficio de historiar); lección de vida
ejemplar en espera de multiplicar los adeptos a la historia, sin importar
el adjetivo que deseen añadirle. Ante mi lectura de la presente antología, creo
entender por entero aquella sentencia de mi abuela paterna, y que, de cierta
forma, me recordó el proceder de don Silvio en el justo balance de su vida, de “retirarse”
muy a tiempo. (Por fortuna, dos alumnos suyos de El Colegio de México, Luis
González y González –habitante de esa Ciudad Esmeralda de los historiadores,
San José de Gracia– y Moisés González Navarro –recientemente fallecido al
momento de escribir estas líneas– continuaron con pasión desmedida sus labores
en pro del estudio y de la difusión de la Historia.)
Quede en
ustedes acercarse al trabajo de Silvio Zavala, yucateco eminente en espera de
una generosa lectura y de una justa biografía. Mientras esto o aquello sucede,
que estas conversaciones susciten otras tantas en su honor. (Así sea.)
Conversaciones sobre historia: Silvio Zavala. México, El Colegio de México, 2015.
(9/febrero/2015)
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