Ulises Velázquez Gil
Comienza el último mes del año (y, por
ende, éste llega a su inminente fin), luego de pasar revista a varios libros
que han pasado por mis manos, tal y como lo preví en la carta que envié a
Juliana Castellanos, decidí hacer un alto en el camino y volver a uno de los
libros que siguen haciendo mella en la sensibilidad que quien esto escribe. Va
de cuento: en 1994, apareció la nueva novela del ya entonces aclamado escritor
italiano Antonio Tabucchi (cuya primera novela, Piazza d’Italia, rozó los linderos de la
narrativa social o de denuncia); me refiero, desde luego, a Sostiene Pereira.
Corría el año de 1938, y en
una Lisboa que ya resentía el amargo sabor de la dictadura de Antônio de
Oliveira Salazar, se desarrolla la historia de un veterano periodista de
sociales, Pereira, a quien se le encomienda dirigir la página cultural de un
diario vespertino lisboeta, experiencia de la que sale apenas bien librado.
Como ya la edad hacía estragos física y anímicamente hablando en el periodista,
éste se empecinaba en escribir y publicar obituarios adelantados de los
escritores en boga, empresa nada envidiable y que no robaba muchas fuerzas…
hasta que conoce a Francesco Monteiro Rossi, un joven estudiante de filosofía,
quien se integra al suplemento gracias a su insistencia y, claro, a la
constante necesidad de dinero que, por poco que fuese, le servía para complacer
a su novia Marta, cuyas afinidades y simpatías iban más allá de lo amoroso.
Pereira le comisionó la escritura de esos obituarios, los cuales llegaban a las
fronteras de la diatriba y el retrato.
La importancia del encuentro
entre Pereira y Monteiro Rossi reside en que el espíritu optimista y combativo
del segundo infundió, paulatinamente, nuevas esperanzas en el primero, dado que
se había habituado a una serie de rutinas bastante huecas -aparentemente-, como
hablarle al retrato de su finada esposa, beber en exceso limonadas muy dulces o
degustar omelettes
a las finas hierbas, haciendo caso omiso de las órdenes médicas, hasta que
Monteiro Rossi le tambalea el esquema. El propio Pereira no ceja en reconocerle
su extraordinario talento, pero prefiere que las cosas encuentren su natural
cauce, y aunque le achaque el caracter “impublicable” de sus obituarios, al
final termina por guardarlos en un cajón del archivero, por si acaso. Y esto,
precisamente, no lo hace por maldad, sino porque los tiempos difíciles que se
viven ameritan cierta prudencia. (Las
buenas noticias, en tiempos de guerra, hay que dejarlas en cuarentena,
dijo, y no sin razón, Benito Juárez.) A final de cuentas, Pereira pasa de
avinagrado a extrañamente optimista, y hasta simpatiza con la causa de Monteiro
Rossi, oponiéndose a las espurias imposiciones de la política gobernante; el
único obituario que se publica en el suplemento vespertino, es el de su amigo,
primera de muchas víctimas de la dictadura salazarista.
Seguro más de uno se
preguntará: si Pereira ya tenía la vida resuelta ¿por qué luchar contra la
adversidad? ¿No se le hacía más fácil seguir como traductor de autores
inofensivos, que tirándose a matar? Luego de cerrar el libro (y de enjugarme
los ojos), la historia del periodista Pereira deja una valiosa lección: siempre
hay buenas razones para seguir viviendo, por mínimas u opuestas que éstas sean.
En alguna parte del libro, Pereira le decía a Monteiro Rossi que además de
abrir bien los ojos para escribir, también debía seguir las razones del corazón.
(Palabras de profeta, sin lugar a dudas.)
Como en otras ocasiones, se
me escapan cosas y hasta repito algunas verdades, pero ustedes, lectores
pretéritos, presentes y futuros, tienen la misión de llenar los huecos
restantes con su propia lectura. Si después de leer Sostiene Pereira, terminan con lágrimas en los
ojos -igual que un servidor-, terminarán por comprenderlo, o por lo menos, se
aproximarán a ello. (Así sea.)
Antonio
Tabucchi. Sostiene Pereira. Una
declaración. 11ª ed. Trad. de Carlos Gumpert y Xavier González
Rovira. Barcelona, Anagrama, 2005. (Compactos, 201)
(9/diciembre/2011)
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