domingo, 6 de enero de 2013

Quince lecturas para definir 2012

Como ya es tradición en todos los espacios virtuales donde tengo la dicha de colaborar, al momento de hacer mi listado definitivo, me di cuenta que el número de libros notables rebasaba los quince, así que para evitar posibles conflictos acerca de la inclusión de uno y la omisión de otros, decidí enumerar los quince libros que más me impresionaron, desde las novedades de 2012 hasta los clásicos de mi librero, porque, como decía José Gaos, “una biblioteca es un proyecto de lectura para toda la vida”, y con estas notas semanales, espero contribuir con mi óbolo tanto a su proyecto como al mío.
Seguro advertirán la presencia de algunos autores ya inscritos en listados anteriores, y eso indica una franca fidelidad hacia ellos y sus obras. A final de cuentas, toda lectura siempre es una forma de agradecimiento. Con todo, aquí les va esta selección, con la esperanza de seguir contando con su preferencia en 2013 y más allá. (Y aquí paro el carro.)

1) El lector se hace, no nace (Felipe Garrido) Consciente de que la formación de lectores conlleva toda suerte de experiencias, Felipe Garrido nos comparte las suyas, aunadas con varias propuestas para hacer doblemente llevadera esa labor, y esta selección de artículos, prólogos y conferencias es la prueba de ello.

2) Cómo ser mujer y no vivir en el infierno (Beatriz Escalante) Galería de historias sobre mujeres que buscan significarse en este mundo, donde la única constante no es el cambio, sino la incertidumbre. Frente a esa circunstancia, su remedio y reconstrucción dependerá de contar su propia historia; la pieza faltante ya la dispondrá el lector.

3) Historia de mi hígado y otros ensayos (Hernán Bravo Varela) Porque todo libro de ensayos es un paseo, Bravo Varela nos comparte no un paseo, sino una “parranda” hacia varios temas, gratos a su formación como escritor, donde también deja de lado la solemnidad y nos sumerge en otros mundos; divertimento y sabiduría, como en todas sus películas.

4) “Nosotros”. La juventud del Ateneo de México (Susana Quintanilla) Antes de los jóvenes entusiastas del ’68, hubo una generación que enarboló un ideal humanista con miras a crearle a México una nueva identidad, y como en toda época, los vientos políticos del momento y ciertas polémicas intestinas intentaron separar a sus miembros, pero su historia persistió al final.

5) Babia (Karen Villeda) Se ha dicho hasta el cansancio que los poetas, a falta de biografía, tienen obra; para este caso, ambas se conjuntan. Por un lado, se crea un territorio a prueba de tiempo, y por el otro, se recrea una vida, que hace de las palabras el medio ideal para encontrarse en el mundo que se vive: matria al fin y al cabo.

6) Contramundos (Ingrid Solana) Cuatro animales emblemáticos para la autora adquieren carta de residencia poética en este libro; recorrer sus estancias a manera de reconocimiento y así descubrir que, como aseguraba Samuel Beckett, “los animales saben”, y hasta el mínimo indicio devela grandes hallazgos.

7) Sin biografía (Claudia Hernández de Valle-Arizpe) En todo viaje realizado, son los objetos más entrañables los que suscitan el asombro del mundo, pero también sirven a manera de llave maestra para recrearlo. (En esta compilación poética, el “ábrete sésamo” se confirma verso a verso.)

8) Viento amargo (Beatriz Rivas) Los últimos días de un estratega consumado se tornan, por obra del azar, en años de aprendizaje de una joven entusiasta, que comparte su curiosidad, inyectándole vida a un hombre que casi la pierde en silencio; una relación al límite, que dejará helado a más de un lector.

9) Fuga en Mí menor (Sandra Lorenzano) El pasado pide a gritos volver al ser y hacer de un hombre, que busca en la música –verdadero arte del silencio− respuesta a todas sus interrogantes; en esta novela todas las voces no cesan de hablarse, y es indispensable escucharlas, puesto que hay silencios persistentes, así también tristes.

10) Veredas para un centauro (Paola Velasco) Heredera a la distancia −y guardando la misma, si se me permite decirlo− de Michel de Montaigne y Alfonso Reyes, sus paseos en forma de ensayo se vuelven veredas al conducirnos hacia escenarios, objetos, pero sobre todo, lecturas que pintan por entero nuestro genio y figura.

11) Canción de tumba (Julián Herbert) “Madre, sólo hay una”, reza el lugar común, y para esta novela, la figura materna deja de lado esa engolosinada imagen con que la venden cada 10 de mayo, para volverse humana, encabronadamente rebelde, sin otro afán que librar el fregadazo nuestro de cada día; y a su hijo, el narrador de esta historia, le consta. (Leer para creer.)

12) Fervores (María de Guerra) La primera plaquette de una joven y experimentada escritora, encuentra de forma afortunada su lugar en la poesía mexicana del principios del siglo presente; aquí los tres senderos de la duda −crear, descubrir y transformar− cumplen su cometido al develarnos instantes que, gracias a su generosidad poética, se perderían totalmente: un destino que al fin cobra sentido.

13) Antigua grandeza mexicana (René Avilés Fabila) Oda y elegía simultáneas por una ciudad que hoy pervive en archivos fotográficos y en cancioneros de cantina; sin embargo, también sirve como el pretexto perfecto para adentrarse en ella: su nomenclatura urbana auxilia a la cultural para esa empresa, incluso las de Balbuena y Novo entran al quite.

14) Palinodia del rojo (Fernando Fernández) El oficio delirante de los poetas del siglo áureo cobra nueva fuerza en la obra poética de un escritor contemporáneo, que eleva al grado de proeza cada uno de sus versos, donde la inteligencia no está peleada con el ingenio; esgrima verbal por dondequiera que se vea.

15) Escribo a ciegas (Jorge F. Hernández) A manera de resumen de la primera década de producción hebdomadaria del autor, se reúnen amistades entrañables, lecturas a prueba de tiempo, maestros con signos de admiración y familiares de corazón abierto, a la par de los altibajos con que el mundo nos tiene acostumbrados; refrescante dosis de agua de azar para deleite del lector.


(¡¡Muchas gracias!!)

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