Ulises Velázquez Gil
(@Cliobabelis)
En una de tantas entrevistas, Ricardo
Garibay citó de memoria una sentencia aplicable al oficio de leer que asumió en
cada momento de su vida: “Para qué buscar maestros si cada libro es uno de
ellos…” (Conste que nada hay en contra
del gremio magisterial.) Aunque, a decir verdad, sí engloba algo de
razón: mientras más se sumerge uno en la lectura, nuevas y mejores cosas salen
a su paso, creando paulatinamente un conocimiento propio, y, por qué no, hasta
un consumado magisterio. Aún así, son tan necesarios los libros –porque siempre
hay uno para cada ocasión– como los maestros –guías oportunos cuando la
curiosidad requiere de un molde para fortalecerse andando el tiempo.
De
la extensa nómina de autores que han navegado en ambas aguas sin ahogarse, y
con resultados que sorprenderían a más de uno, se encuentra el escritor Felipe
Garrido (Guadalajara, Jal., 1942), quien ha dedicado la casi totalidad de sus
vida a dos prístinas y francas empresas: la creación literaria, evidente en
varios libros de cuentos, y a la promoción de la lectura y a la formación de
lectores, muy necesaria en estos tiempos donde el kindle se pone “al tú por tú” con los libros tradicionales. En
ambos territorios, con todo y sus resultados, realiza la misma acción: leer el
mundo.
El
primer resultado de esa acción se dio en 1973 con la publicación de su primer
libro, Viejo continente, suerte de
crónicas e impresiones derivadas de un largo viaje que el autor hizo a Europa
durante 1968. Mientras las juventudes parisinas (y de todo el mundo, cabe
enfatizar) pedían a gritos lo imposible para asumir la realidad, Garrido vivía
esa realidad de la manera más imposible, es decir, viajando; no hubo país del
viejo mundo que le dejara una experiencia inusitada, con miras a ver de otra
forma el mundo. Si los viajes ilustran, como reza el lugar común, para él esta
sentencia le quedaba corta… y creería que así ha sido desde entonces.
En
su afán de descifrar los signos con que se compone el mundo, tanto el escrito como el no escrito (si seguimos sendos términos de Italo Calvino), la
trayectoria de Felipe Garrido ha tomado dos caminos paralelos: la narrativa de
factura propia y la formación de lectores (misma que lo llevó, en algún momento
de su vida, ¡¡hasta al Departamento de Materiales Educativos de la SEP !!). Para la primera vía,
digno es mencionar sus libros de cuentos, como Con canto no aprendido, La urna y otras historias, La musa y el
garabato y Conjuros, por el cual
recibirá el próximo 24 de abril el Premio Xavier
Villaurrutia 2011. (Bien merecido.)
Respecto
a la formación de lectores, Garrido hace hincapié en que para serlo, no sólo
basta leer y escribir, sino aplicarlos constantemente en el acto de leer,
porque quien lee un libro, puede leer dos, y quien lee dos, podrá hacerlo con
tres, y así sucesivamente. También cabe mencionar que no sólo la lectura es
aplicable a las horas de clase, sino para otras cosas, como el tiempo libre,
por ejemplo. Además, es enfático cuando reconoce que la literatura ayuda a la
vida, pero por igual también lo hacen la ciencia y la tecnología, y demás
disciplinas que se acumulen en la semana.
Sea
como narrador sin mancha, sea enarbolando la heroica misión de formar lectores,
una corporación de rancio abolengo en esta orilla del charco atlántico, la Academia Mexicana
de la Lengua ,
lo ungió como miembro numerario hace ya ocho años; concretamente, el 9 de
septiembre de 2004, en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes (tal
y como lo consigna la edición especial de su discurso de ingreso que tuvo a
bien obsequiarme). Como lo marca su propia normativa, luego de asistir a, por
lo menos, diez sesiones, y de acordar con el director lugar y fecha de su
consiguiente investidura, el nuevo académico realizará la lectura de su
discurso inicial, que consta de dos partes: la primera, donde pondera y
justiprecia las cualidades de su predecesor en la silla que habrá de ocupar, y
la segunda sobre un tema de libre elección. El título de su discurso, seguro
habrán adivinado, no podía ser otro: Leer
el mundo.
Llevado
de la mano por Don Quijote y Sancho, y por los manes de Manuel Alcalá y Alfonso
Reyes, Garrido recuerda sus primeros pasos como lector, luego su importante
papel como formador de lectores, pero sobre todo, consigna una fe de vida: “Leer los signos para leer el mundo; somos
nosotros quienes les damos significado y sentido. El signo es el mismo: Don
Quijote y Sancho hace cada quien su lectura […] Estoy en el mundo para leerlo”.
En
ese empeño de “leer el mundo”, reconoce que un medio muy poderoso para formar
un lector es la lectura en voz alta; desde su profesores del Instituto México
hasta legendarios maestros de la
Facultad de Filosofía y Letras, como María del Carmen Millán
(quien lo adiestró en las artes editoriales dentro de en la benemérita
colección SEP-Setentas) y Juan José Arreola.
Finalmente,
queda por decir que la presencia de Felipe Garrido en la Academia Mexicana
de la Lengua es
fundamental, dado que la lengua española, al encontrarse en constante transformación,
debe reafirmar un apostolado a favor de su aprendizaje, pero sobre todo, de
promover la lectura en todos los ámbitos; no por nada, es actualmente su
Director Adjunto. Además, en pro de una mejor formación de lectores, todo
recurso avocado a ello es sumamente valedero: desde la lectura tradicional de
padres a hijos hasta la recomendación multiusos
transmitida por Facebook y Twitter.
En pocas palabras,
Felipe Garrido es un médico de la lectura,
porque se encarga de su cuidado y su conservación al suministrarle pluralidad e
imaginación a un acto tan solemne como divertido. Y como cada lectura (y
relectura, cabe decirlo) conlleva en sí misma su propia multiplicación, queda
acercarse a su discurso de ingreso, y así conocer muy a fondo a un escritor y
académico eminente con todas las letras. (Buen comienzo, ¿no creen?)
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