Hace algunos meses, después de la lectura de Claudia Hernández de Valle-Arizpe y Ernesto Lumbreras en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia en la Condesa, compartí con Claudia una frase lapidaria que ha sido parte de mi vida: "Amistad que no rebasa la frontera de los dos años, no es amistad verdadera". Ella, al escuchar esto, de drástico y de extremista no me bajó; al menos, en ese momento. Sin embargo, quien desee escudriñar por el lado oscuro del camino -el mío, cabe decir-, al final tendrá que darme la razón. Pero vayamos por partes.
Alguna vez, leyendo una entrevista que se le hizo al animador chileno Don Francisco, encontré la siguiente perla de su autoría: "Soy hombre de pocos amigos y muchos conocidos", y sin dudarlo siquiera, terminé por suscribirla. Y es verdad, son contadas las personas que han ido más allá de la relación académica, laboral y hasta política, pero ninguna ha rebasado su trinchera respectiva. Pero, a fuerza de constancia y persistencia, varias de esas personas superan la barrera de los dos años, y actualmente tienen un lugar muy especial en mi corazón (dispensen lo empalagoso de esta expresión, pero ni modo). Y aunque no las vea con cierta regularidad, siempre se conserva viva la amistad.
Y ¿por qué me restrinjo al parámetro de los dos años? Para unos, la verdadera amistad se hace en un día, con sucesivas confirmaciones a lo largo del tiempo; mientras que, para otros, aún se encuentra en proceso: cinco años, tres décadas, toda una vida... En mi experiencia personal, dos amistades que se antojaban duraderas, ya sea por las coincidencias o por la tentativa de llegar a una relación que se antojaba para futura boda, se interrumpieron por un serie de errores que derivaron en un paulatino distanciamiento, y para cuando se dieron estas disyuntivas, se habían cumplido, precisamente, dos años. A partir de esas desconcertantes experiencias, me quedé con el prurito de los dos años.
Andando el tiempo, descubrí gracias a una maravillosa mujer (de quien, por cierto, me despedí al mediodía en el Panteón Francés, luego de ¡¡siete años!! de amistad) que "los dos años" son sólo una prueba de resistencia, de la que, muy pocos, salen airosos. Afortunadamente, con ella sí se superó por completo, y motivó otra serie de amistades que, para dicha mutua, también hoy gozan de muy buena salud. (Sin contar las pequeñas discrepancias con que cuenta el día tras día...)
Con estas líneas, no busco enseñar nada a nadie, ni mucho menos tomar esta bitácora en línea como una sucursal del Muro de los Lamentos; simplemente deseaba escribirlo, por el mero placer de teclear unos cuantos carácteres de computadora.
A final de cuentas, aún queda mucho por decir sobre aquella experiencia de los dos años, y para comprobarla, hay más tiempo que vida. (Así sea.)
1 comentario:
Me encantó.
Gracias.
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