A lo largo de 2011, quien esto escribe tuvo una que otra ausencia de estos parajes virtuales, y no es para menos. Entre las contingencias familiares y una que otra reestructuración personal, leer fue la manera de seguir avante ante todo y contra todo.
Año con año, resuelvo a enumerar los quince libros que más me impresionaron en el año pasado. Aunque ninguno es igual a otro, una palabra nueva o una impresión inusitada determinan un nuevo rumbo, o confirman el ya asumido. Aparte de haberlos disfrutado sobremanera, en algunos casos tuve la oportunidad de haber conocido al autor, y en otros, fue el obsequio de grandes colegas, cuya lectura de mi parte es una forma de agradecer dicha deferencia. Con todo, comparto con todos ustedes esta selección, en espera de seguir contando con su preferencia a lo largo de 2012.
1) La biblioteca de mi padre (Rodrigo Martínez Baracs) Visita guiada al interior de una de las bibliotecas más importantes de las letras mexicanas, vista desde la mirada de uno de sus testigos y protagonistas más importantes; bibliófilos, investigadores y lectores interesados en conocer más de la literatura mexicana, más que indispensable.
2) Adentro no se abre el silencio (Nadia Escalante Andrade) La poesía inusitada de una escritora con muchas horas de vuelo, nos presenta mil y un maneras de asir el tiempo en los lares de la poesía; entre la duermevela y el despertar, hay distancias que se detienen, y Nadia comparte de primera fuente sus visitaciones.
3) La consagración de la primavera (Camila Krauss) Porque toda poesía es una celebración, Camila Krauss nos comparte aquellas visiones que la llevaron a descubrir, de primera fuente, los arcanos de los que se compone la vida, hecha de palabras, igualmente geniales que desconcertantes. Al final, queda la poesía para confirmarlo.
4) Perros muy azules (Claudia Hernández de Valle-Arizpe) A manera de un “réquiem por un sueño”, tres personajes se pierden para encontrarse; mientras alguien busca vida en la repetición de la memoria, otro se empeña apasionadamente en vivir muchas vidas siempre al margen del tiempo, y sólo una voz decide ver el mundo con otra misma mirada, prístina al fin y al cabo.
5) Por qué importa Sinatra (Pete Hamill) Ni biografía exhaustiva ni escueta monografía, se nos cuenta el aprendizaje musical y afectivo de un cantante que no cejó en vivir a plenitud cada instante de su vida, trayendo consigo una inusitada y legendaria voz que unió a todas las generaciones en una ronda, y persiste en la razón de por qué nos importa y mucho.
6) Andrés y Diego en la muerte de Frida (Rafael Gaona) Detrás de las polémicas exequias de la pintora Frida Kahlo, la presencia del eximio escritor Andrés Iduarte destaca como un dechado de integridad, a merced de los intereses políticos del momento; al final, un escritor comprometido con su honestidad literaria, dio señera lección a todos, lo mismo estrechos colaboradores que acérrimos detractores.
7) Cartas a Tomás Segovia (1957-1985) (Octavio Paz) Ha querido el azar y la coincidencia en regalarme este epistolario entre dos poetas, ahora que uno de ellos, Tomás Segovia, falleció este año; los proyectos poéticos, las gratas confluencias, pero, sobre todo, una amistad distante y cordial, siempre a la espera de conocerse personalmente. De todas las compilaciones epistolares en torno a Paz, ésta es la más entrañable.
8) Red de autores (José Balza) Uno de los críticos y narradores más peculiares de la literatura venezolana, nos entrega una granada selección de ensayos, artículos y retratos de sus escritores; desde Baltasar Gracián y El Lunarejo, pasando por Julio Torri y Octavio Paz, hasta Adolfo Castañón y Paquita la del Barrio, Balza no deja de sorprendernos al compartirnos el entramado verbal de cada uno. Una antología sin par, que merece una y varias relecturas.
9) De tela y de papel (Elva Macías) Publicada por Parentalia ediciones, esta plaquette de diecisiete poemas da fe de la constancia poética de una escritora que ha hecho del viaje su toral residencia; su infancia en Chiapas se desgaja en instantes plenos de sorpresa, pero también de franqueza hacia un tiempo deseado, como la tela que nos cobija, y sorpresivo, como el papel que nos describe.
10) Aguja (José Ángel Leyva) Bajo el postulado rimbaudiano de que el poeta es un vidente, Leyva nos entrega un libro lleno, más que de sorpresas, de invitaciones al viaje que sólo la poesía puede ofrecernos; entre naguales, ángeles y uno que otro diablo, la vida nos incita a conocernos mediante la palabra diaria, certera como una aguja que nos hace y nos deshace, en oficio de Penélope.
11) Tránsito (Claudina Domingo) Más que un poemario, una visita guiada y sin límite de escalas por una Ciudad de México que se antoja habitable, en el sentir abelquezadiano del “mejor de los mundos imposibles”, donde la ciudad nos enseña los dientes y se ensaña con nosotros, sus habitantes, pero a su vez, nos entrega una esperanza, débil al fin, de convivir con ella. Cada quien sabrá su cuento.
12) Expediente del atentado (Álvaro Uribe) Con las cacareadas celebraciones del Centenario por detrás, esta novela que versa sobre el fallido asesinato de Porfirio Díaz, nos presenta un panorama que, si no fuese por las fechas y los personajes, diríamos que se trata de un hecho reciente; bueno, si la historia se empeña en repetírnoslo, claro. (Novela de premio, sin duda.)
13) Más breve que una vida (Antonio Tenorio) En su primera novela, Tenorio se sumerge a los ríos de la memoria familiar al contarnos la vida y milagros de Francisco J. Múgica, caudillo de la Revolución mexicana; un hombre implacable en la escena pública, pero espiritual y nostálgico en la vida privada. Al final, los recuerdos hablan por sí solos.
14) La última escala del tramp steamer (Álvaro Mutis) Una lección de viaje, pero más de fraternidad encontramos en esta noveleta de la saga de Maqroll el gaviero, donde a pesar de los sinsabores de la vida y las pocas y gratas sorpresas encontradas al paso, queda repensar el itinerario y seguir adelante. De las obras indispensables para acercarse a Mutis.
15) Todo nada (Brenda Lozano) Dos formas de la pérdida (la muerte de su abuelo y la ruptura amorosa) se conjuntan en el ser y hacer de una mujer que se cuestiona a cada paso sus razones de vida, sobre si su proceder es el correcto, o de las mil y un maneras de evadirlo, o, si se quiere, de contarlo, a guisa de pecado y expiación. Al final, quedan las palabras.
Año con año, resuelvo a enumerar los quince libros que más me impresionaron en el año pasado. Aunque ninguno es igual a otro, una palabra nueva o una impresión inusitada determinan un nuevo rumbo, o confirman el ya asumido. Aparte de haberlos disfrutado sobremanera, en algunos casos tuve la oportunidad de haber conocido al autor, y en otros, fue el obsequio de grandes colegas, cuya lectura de mi parte es una forma de agradecer dicha deferencia. Con todo, comparto con todos ustedes esta selección, en espera de seguir contando con su preferencia a lo largo de 2012.
1) La biblioteca de mi padre (Rodrigo Martínez Baracs) Visita guiada al interior de una de las bibliotecas más importantes de las letras mexicanas, vista desde la mirada de uno de sus testigos y protagonistas más importantes; bibliófilos, investigadores y lectores interesados en conocer más de la literatura mexicana, más que indispensable.
2) Adentro no se abre el silencio (Nadia Escalante Andrade) La poesía inusitada de una escritora con muchas horas de vuelo, nos presenta mil y un maneras de asir el tiempo en los lares de la poesía; entre la duermevela y el despertar, hay distancias que se detienen, y Nadia comparte de primera fuente sus visitaciones.
3) La consagración de la primavera (Camila Krauss) Porque toda poesía es una celebración, Camila Krauss nos comparte aquellas visiones que la llevaron a descubrir, de primera fuente, los arcanos de los que se compone la vida, hecha de palabras, igualmente geniales que desconcertantes. Al final, queda la poesía para confirmarlo.
4) Perros muy azules (Claudia Hernández de Valle-Arizpe) A manera de un “réquiem por un sueño”, tres personajes se pierden para encontrarse; mientras alguien busca vida en la repetición de la memoria, otro se empeña apasionadamente en vivir muchas vidas siempre al margen del tiempo, y sólo una voz decide ver el mundo con otra misma mirada, prístina al fin y al cabo.
5) Por qué importa Sinatra (Pete Hamill) Ni biografía exhaustiva ni escueta monografía, se nos cuenta el aprendizaje musical y afectivo de un cantante que no cejó en vivir a plenitud cada instante de su vida, trayendo consigo una inusitada y legendaria voz que unió a todas las generaciones en una ronda, y persiste en la razón de por qué nos importa y mucho.
6) Andrés y Diego en la muerte de Frida (Rafael Gaona) Detrás de las polémicas exequias de la pintora Frida Kahlo, la presencia del eximio escritor Andrés Iduarte destaca como un dechado de integridad, a merced de los intereses políticos del momento; al final, un escritor comprometido con su honestidad literaria, dio señera lección a todos, lo mismo estrechos colaboradores que acérrimos detractores.
7) Cartas a Tomás Segovia (1957-1985) (Octavio Paz) Ha querido el azar y la coincidencia en regalarme este epistolario entre dos poetas, ahora que uno de ellos, Tomás Segovia, falleció este año; los proyectos poéticos, las gratas confluencias, pero, sobre todo, una amistad distante y cordial, siempre a la espera de conocerse personalmente. De todas las compilaciones epistolares en torno a Paz, ésta es la más entrañable.
8) Red de autores (José Balza) Uno de los críticos y narradores más peculiares de la literatura venezolana, nos entrega una granada selección de ensayos, artículos y retratos de sus escritores; desde Baltasar Gracián y El Lunarejo, pasando por Julio Torri y Octavio Paz, hasta Adolfo Castañón y Paquita la del Barrio, Balza no deja de sorprendernos al compartirnos el entramado verbal de cada uno. Una antología sin par, que merece una y varias relecturas.
9) De tela y de papel (Elva Macías) Publicada por Parentalia ediciones, esta plaquette de diecisiete poemas da fe de la constancia poética de una escritora que ha hecho del viaje su toral residencia; su infancia en Chiapas se desgaja en instantes plenos de sorpresa, pero también de franqueza hacia un tiempo deseado, como la tela que nos cobija, y sorpresivo, como el papel que nos describe.
10) Aguja (José Ángel Leyva) Bajo el postulado rimbaudiano de que el poeta es un vidente, Leyva nos entrega un libro lleno, más que de sorpresas, de invitaciones al viaje que sólo la poesía puede ofrecernos; entre naguales, ángeles y uno que otro diablo, la vida nos incita a conocernos mediante la palabra diaria, certera como una aguja que nos hace y nos deshace, en oficio de Penélope.
11) Tránsito (Claudina Domingo) Más que un poemario, una visita guiada y sin límite de escalas por una Ciudad de México que se antoja habitable, en el sentir abelquezadiano del “mejor de los mundos imposibles”, donde la ciudad nos enseña los dientes y se ensaña con nosotros, sus habitantes, pero a su vez, nos entrega una esperanza, débil al fin, de convivir con ella. Cada quien sabrá su cuento.
12) Expediente del atentado (Álvaro Uribe) Con las cacareadas celebraciones del Centenario por detrás, esta novela que versa sobre el fallido asesinato de Porfirio Díaz, nos presenta un panorama que, si no fuese por las fechas y los personajes, diríamos que se trata de un hecho reciente; bueno, si la historia se empeña en repetírnoslo, claro. (Novela de premio, sin duda.)
13) Más breve que una vida (Antonio Tenorio) En su primera novela, Tenorio se sumerge a los ríos de la memoria familiar al contarnos la vida y milagros de Francisco J. Múgica, caudillo de la Revolución mexicana; un hombre implacable en la escena pública, pero espiritual y nostálgico en la vida privada. Al final, los recuerdos hablan por sí solos.
14) La última escala del tramp steamer (Álvaro Mutis) Una lección de viaje, pero más de fraternidad encontramos en esta noveleta de la saga de Maqroll el gaviero, donde a pesar de los sinsabores de la vida y las pocas y gratas sorpresas encontradas al paso, queda repensar el itinerario y seguir adelante. De las obras indispensables para acercarse a Mutis.
15) Todo nada (Brenda Lozano) Dos formas de la pérdida (la muerte de su abuelo y la ruptura amorosa) se conjuntan en el ser y hacer de una mujer que se cuestiona a cada paso sus razones de vida, sobre si su proceder es el correcto, o de las mil y un maneras de evadirlo, o, si se quiere, de contarlo, a guisa de pecado y expiación. Al final, quedan las palabras.
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