viernes, 11 de octubre de 2013

Primer viaje, primera mirada

Ulises Velázquez Gil

A diario y en toda ocasión, toda primera vez es siempre la mejor: una amistad incipiente, una ruta para llegar a casa, el uso de un nuevo aparato que supla al celular de mil batallas, por mencionar otras maneras de llamarla, al final todo deriva en un primer viaje por donde quiera que se vea. Pero cuando éste llega a nosotros en la infancia temprana, éste resultará el mejor de todos.  
Para celebrar sus primeros 44 años de servicio (y en espera de grandes glorias por venir), el Sistema de Transporte Colectivo (Metro) tuvo la original y novedosa idea publicar una antología de textos alusivos a ese primer viaje en Metro, como resultado de un concurso que se convocó a principios de año, dirigido hacia niños de entre 6 y 12 años. De todos los trabajos recibidos, se eligieron 40 finalistas, y a partir de allí, se eligieron los 24 más significativos (incluyendo los ganadores de los primeros lugares) para que esa antología se hiciera realidad.   
Muestrario de incipientes exploraciones subterráneas, Un metro de aventuras nos presenta 24 maneras de vivir la primera impresión que el Metro dejó en aquellos protagonistas y viajeros en proceso de germinación. (Aunque para muchos, ese primer viaje nunca termina del todo...) En su generoso prólogo, Leo Mendoza (cuyo primer recuerdo del Metro se remonta a una tragedia familiar) es enfático al decirnos lo siguiente: […] el Metro no deja de sorprendernos, imaginemos por un momento lo que ese espacio significa para un niño: más allá de los apretones, las incomodidades y uno que otro abusivo o vivales, en este medio de transporte viajan diariamente millones de historias, algunas tan buenas que luego pasan a ser parte de las noticias, de alguna novela o hasta de una buena película.
De aquellas historias nacidas en el Metro, recuerdo con especial atención “Dos palabras”, escrito por María Fernanda Blas Gómez, alumna de secundaria, primer grado, quien descubriera en la Línea 12 uno de muchos sinsabores que la vida nos entrega sin aviso previo, pero también se le develó un milagro inusitado: […] ese día yo descubrí el significado de la palabra “divorcio”. Como hija había escondido mi cabeza para que no me doliera la separación de mis padres, la ruptura de mi familia. Pero también descubrí el significado de la palabra “amistad”, pues créanme, a partir de ese día Camila y yo somos grandes amigas, las mejores confidentes, las mejores comadres. […] estoy segura que en esa línea Dorada siempre la recordaré porque en ella nació una amistad que espero dure por toda la vida.
Dos historias dignas de notar en Un transporte de aventuras: “La patita de Cenicienta” de Karla Jazmín López Pérez (1° primaria) y “El bautizo de mi gatita” de Brenda Magaly Gómez Sandoval (5° primaria). Para el primer caso, a raíz de un descuido al momento de abordar el vagón, la protagonista (Cenicienta versión petite) queda atrapada al filo del tiempo. (Desde ese día siempre cuidé de dar el paso más grande al subir al vagón. Jamás olvidaré ese momento. Aún tengo miedo y sigo calzando pequeño a pesar de mis siete años.) Mientras que para el segundo caso, la nomenclatura de las estaciones que integran la Línea 1 ejerce una sorprendente atracción hacia una niña, en el afán de nombrar a su nueva mascota. (Viajábamos por la línea Uno, estaba yo tan concentrada en el nombre que no me di cuenta en qué estación nos encontrábamos cuando mamá y papá preguntaron: “¿Dónde estamos?” De pronto alcé la vista y leí estación del Metro Balderas, y se me vino una idea genial. –¿Mamá, puedo ponerle a mi gatita Balderas? Mamá contestó con su linda sonrisa: –El nombre que tú quieras está bien, mi princesita.)
Muestrario de viajes del campo a la ciudad (sin dejar el D. F.), enlace de museos, reunificador de familias y generador de nuevas amistades, entre otras sorpresas llevadas de la mano de la fantasía (como un Buzz Lightyear al rescate del juguete perdido, un escape subterráneo de una guerra mundial, o la antesala de un viaje intergaláctico), el Metro nunca deja de sorprender a estos pequeños buscadores de la serpiente naranja, y desde su prístina perspectiva (sin los prejuicios que nosotros, metronautas de tiempo compartido, acumulamos a lo largo de los años) nos enseñan a valorar con justeza un medio de transporte indispensable en nuestras vidas, y que, sin tarifas diferenciadas ni tragedias en hora pico, la vida en el Metro es la mejor visa al paraíso.
A la primera de cambios, quizá sólo sean las primeras palabras de escritores ocasionales, pero confío plenamente en que varios de los 24 niños que nos contaron su odisea personal en Un transporte de aventuras, en un futuro no tan lejano persistan en el afán de contarnos más historias del Metro, porque hay dos cosas en esta vida que nunca se dejan de hacer: viajar y soñar, y en ambas, ellos lo saben de sobra, no existen límites. Ante nuestros ojos, siempre observaremos un primer viaje, pero ante los suyos, una primera mirada es innegable. Para lo demás, quedará el tiempo. (Verdad que sí.)

AA. VV. Un transporte de aventuras. El Metro a través de la mirada de los niños. México, Sistema de Transporte Colectivo Metro / Para leer en libertad, A. C., 2013.

1 comentario:

Eleutheria Lekona dijo...

Gracias por sostener así la literatura.