sábado, 1 de septiembre de 2007

Cómo sobreviví a la Venta Nocturna del FCE

Cada año y a finales de agosto, el Fondo de Cultura Económica realiza su ya tradicional Venta Nocturna en algunas de sus librerías y quien escribe, bibliópata por los cuatro costados, no se la perdería para nada. Pero antes de contar lo que me sucedió el pasado jueves 30 de agosto, dejo que la memoria haga un poco de historia.
Hace dos años, supe de la existencia de dicha venta por los anuncios del periódico, mismos que sí atendí, pero muy de pasada. (Bueno, admito que moría de ganas por conocer esos ambientes, pero en aquel momento estaba más que indeciso. Además, las veces que oía hablar de "ventas nocturnas", como las de Sanborns o El Palacio de Hierro, éstas terminaban hasta muy tarde, o sea, hasta que fuera atendida la última persona.) Sin embargo, el azar me llevó hasta la librería "Octavio Paz" del FCE y, sin proponérmelo, ya era parte de la Venta Nocturna. Para fortuna mía, compré -con el poco presupuesto que llevaba- sólo dos libros (ahora inconseguibles, cabe decir) y también conocí -muy de pasada- a algunos escritores, como Hugo Hiriart, León Krauze y Pablo Boullosa; también las caras conocidas no se hicieron esperar, como Beatriz Escalante y Óscar de la Borbolla, quienes me saludaron y hasta les extrañó que yo anduviera por esos lares alrededor de las 8 p.m. Cosas que pasan.
El año pasado, más o menos por la misma fecha, fui a la "Octavio Paz" por más libros de la Venta Nocturna. (En todas las ediciones de la venta, siempre predomina la mesa de las ofertas, es decir, libros que, sólo esa noche, costaban ¡¡10 pesos!!) Ni tardo ni perezoso, y con un poco más de presupuesto, entré al ataque. Por mis adquisiones no me puedo quejar: compré una antología de discursos y dos tomos de correspondencia de Plutarco Elías Calles, el tomo IV de Idea de México, de Gastón García Cantú; la obra poética de Otto-Raúl González, Camino a Tlaxcalantongo, de Ramón Beteta, y otro que se me olvida por ahora.
Lo que le pone sabor al asunto, además de los escritores invitados y la amplia gama de libros, es la enorme fila que se hace a la hora de pagar las ofertas. (Aquí no aplicaba la regla de Monsieur Etorre, misma que en el súper se cumple a carta cabal.) Como se trataba de una sola caja, la rapidez de ésta la generaba el número de libros por persona. El número mínimo de libros era de cinco, mientras que el máximo, ¡¡de 30 y hasta más!! (Y pagar con tarjeta, acto chic que pone en shock y lo deja a uno bastante chèque, para nada valía de algo.) Mientras avanzaba la hilera, y con un mundo de libros sobre los brazos, hombros y espalda, se intercambiaban opniones, dos clientes desconocidos se volvían camaradas y las parejas de novios hacían lo suyo, la polifacética Fernanda Tapia -en ese momento, embarazada de Adélie, su primera hija- entrevistaba a todos los clientes de la fila. Por poco y me entrevistaba, pero ya había pagado mis libros y me retiré de allí hecho la raya. (Y eran las 8 de la noche. Bastante temprano, ¿no es así?)
Ahora, para la edición de este año, había agendado la (posible) fecha con un mes de anticipación, pero el visto bueno se dio el viernes 24, luego de escuchar un reportaje sobre dicho evento en un noticiario radial de la mañana. Horas después, le platiqué de esto a mi queridísima Annemarie, cosa que le gustó bastante. Como ella no podía ir, me dio un presupuesto aceptable para que, literalmente, hiciera milagros y le comprara algunas joyitas. La venta comenzaría alrededor de las 6 p.m, pero me tomé la molestia de llegar media hora antes, por aquello de medir el terreno. Mientras eso sucedía, me encontré con Jean Meyer, quien me saludó y me platicó su asombro al ver la inusitada asistencia en la librería.
Revisé la lista de peticiones de Annette: Historia de México, historia del arte, biografías y alguna novela interesante. Finalmente, sí se cumpieron sus peticiones, porque además de esos temas, también agregué a la canasta libros de arquitectura, viajes y poesía, máxima pasión de Sarita, su mamá. Ahora el reto no era pagar primero en la caja ni salir rápidamente del lugar, sino cómo llevarse 31 libros de todos los tamaños hasta Tlalnepantla. ¡¡Y lo logré!! (Sólo don Jorge, Sarita, Marianne y quien escribe lo sabemos, pero como en Las Vegas, eso se quedó en su casa.)
No me cabe la menor duda que siempre seré un asiduo visitante del FCE cada vez que realiza su Venta Nocturna, pero lo mejor de todo es que siempre será buen pretexto para viajar y, por qué no, para integrarse paulatinamente a la extraña fauna de librería, de la que hablé en artículos anteriores. Ahora, el reto para 2008 no sólo será rebasar los 31 libros, sino también asistir muy bien acompañado. (Se vale soñar, ¿no?)

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