lunes, 24 de diciembre de 2007

Carta Final de la Presidencia para 2007

H. Consejo Femenino de Gobierno:

2007 fue un año lleno de proyectos bien cumplidos en su mayor parte, pero también dio lugar al bosquejo de otros que, con persistencia y buena voluntad, se harán realidad durante el siguiente año, del cual sólo podemos augurar lo siguiente: lograr buenas razones y muchos amores. (En 2008, no faltarán reencuentros, proyectos comunes, mudanzas o simplemente días donde la gratitud, la constancia y la versatilidad hagan lo suyo, pero pedimos, fervorosamente, que se multipliquen aún más.)

Durante este año, ustedes me llevaron a viajar a bordo de sus naves, jugaron con el tiempo (nuestro tiempo) y compartieron las delicias y sinsabores de los proyectos comunes, pero también digno es de notar los gratos reencuentros suscitados, las lecturas compartidas, como así también comprobar la fidelidad de una conocencia, pero sobre todo, agradecer sus palabras de buen aliento, los extrañamientos y reproches hechos hacia quien escribe (con sus debidas réplicas y contrarréplicas) y, lo mejor de todo, saber que siempre contaré con ustedes: sea en la sensata distancia, sea en la discreta cercanía. Todas esas cosas (y las que faltaron, no por omisión, sino por selección), alrededor de ocho meses, se dieron cita en este inusitado lugar dentro de la Súper carretera de las Informaciones, llamado -simple y sencillamente- Nueva República de Babel, cuyo órgano rector lo conforman ustedes.

Faltándome palabras para el momento, solamente me resta expresarles –lugar común, qué remedio– mis mejores deseos para que 2008 inicie y termine de igual forma: con proyectos cumplidos, nuevas conquistas ganadas al tiempo y con el espíritu siempre joven al emprender las cosas, porque, ya lo dijo una vez Ofelia Guilmain, "la juventud no se lleva puesta, se ejerce". ¡¡Muchas gracias!!
Atte.
Ulises Velázquez,
Presidente de la Nueva República de Babel

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Lonesome Traveller: Salvador Elizondo

En literatura como en la vida, sobran los heterodoxos. Pero en el rubro meramente literario, la heterodoxia, en la creación de una obra o al expresar una actitud ante el mundo, es carta obligada de navegación. Y en la literatura mexicana, en específico, sobran estos exponentes. Sin embargo, y como una forma de celebrar el aniversario 75 de su nacimiento, dedicaré las siguientes palabras a un heterodoxo de tiempo completo: Salvador Elizondo, cuya obra -sobra decirlo- se encuentra a la vera del camino editorial en busca de su lector idóneo: objetivo primordial que siempre tuvo el autor al escribir sus obras.
Elizondo, como todo escritor que se respete, transitó por todos los géneros, de los cuales nada parece tener desperdicio alguno. Hijo de un productor cinematográfico y de una sobrina nieta del poeta Enrique González Martínez, creció rodeado de libros y de películas, mismos que le dieron un impresionante bagaje cultural en su obra de factura postrera. Su aparición en las letras mexicanas se dio de dos formas: una, con el libro Poemas (1960) en edición de autor, y la otra, más conocida, con la novela Farabeuf (1965), obra que mereció el premio Xavier Villaurrútia al año siguiente. A diferencia de sus contemporáneos que transitaban los caminos de la narrativa urbana mexicana y la experimentación al estilo de la nouveau roman francesa, Elizondo simplemente plasmó sus obsesiones, sin importarle en absoluto los resultados. En la confección de Farabeuf, aplicó una técnica cinematográfica, el montaje, cosa que le confirió a la obra en cuestión no sólo una, sino dos o hasta más lecturas. (El mismo procedimiento se observa en otra novela, El hipogeo secreto.)
Por el lado de la narrativa corta, exploró (y explotó también) los senderos de la varia invención; algunos de sus cuentos rozan universos rulfianos y borgesianos (Narda o el verano), mientras que otros, funcionan bajo el pretexto del ensayo, el diálogo y hasta la falsa crónica (El retrato de Zoé, El grafógrafo o algunos textos de Camera lúcida). Al terminar de leerlos, hay un cierto desconcierto en cómo recibimos esas obras. Pero si estamos conscientes de que la cualidad primordial para sumergirnos en su lectura es el juego, habremos dado el primer paso.
Otro aspecto a notar dentro de la obra elizóndica, es el apego a la memoria. Esta condición se ve de dos formas: una, la memoria del mundo, es decir, la crónica de los días presentes que, pasado mañana, se volverán permanentes. Mejor ejemplo de ello, es el ejercicio del periodismo, dentro del cual, Elizondo ha escrito artículos de impecable valor estilístico y documental. (Contextos, Estanquillo y, recientemente, Pasado presente, son prueba de ello.) Y, por el otro lado, la memoria propia, la personal. (El ejercicio público de ésta, queda más que demostrado en la novela corta Elsinore, y el privado, en los cientos de diarios personales que el autor llevó en vida.)
Ante todo esto, aún permanece en vilo seguir considerando a Elizondo un autor heterdoxo, si toda su obra es más que un compromiso con la escritura, o sea, de cuño ortodoxo. Más bien, su verdadera ortodoxia fue la escritura misma; los temas, claro está, ya buscarán su propia heterodoxia. Mejor que juzgue el lector, a quien la obra de Salvador Elizondo debe convencer, para luego, dejarse convertir. Después de todo, las obras tienen la última palabra.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Libros para llorar: Sostiene Pereira

Hace algunos días, tuve la fortuna de recibir una cálida misiva, desde Inglaterra, de la Consejera corresponsal Daniela Sandoval, cuyas impresiones y proyectos futuros me hicieron recordar una de las lecturas que, durante 2007, hice con fraternal devoción. Y con la lusofilia en el alma, le dedicaré mi siguiente divagación sobre la novela Sostiene Pereira, de Antonio Tabucchi.
En 1994, en Italia aparecía la nueva novela, Sostiene Pereira, del ya entonces aclamado Antonio Tabucchi, cuya primera novela, Piazza d'Italia, rozó los linderos de la narrativa social o de denuncia. Sin embargo, y aunque la cultura portuguesa tomara parte primordial en sus postreras obras, la obra en cuestión marcó un antes y un después en su vida literaria. Vamos por partes.
Corría el año de 1938 y en una Lisboa que ya resentía el amargo sabor de la dictadura de Antônio de Oliveira Salazar, se desarrolla la historia de un veterano periodista de sociales, Pereira, a quien encomendaron dirigir la página cultural de un diario vespertino lisboeta, experiencia de la que sale apenas bien librado. (Aunque esta noticia suele alegrar a cualquier hijo de vecino, a Pereira no le cuadraba aquello. Véamos por qué.) Como ya la edad hacía estragos física y anímicamente hablando al periodista, éste se empecinaba en escribir y publicar obituarios adelantados de los escritores en boga, hasta que conoce a Francesco Monteiro Rossi, un joven estudiante de filosofía quien luego se integra a las filas del suplemento gracias a su insistencia y, claro, a la constante necesidad de dinero que, por poco que fuese, le servía para complacer a su novia Marta, cuyas afinidades y simpatías iban más allá de lo amoroso. Pereira le comisionó la escritura de esos obituarios, los cuales llegaban a las fronteras de la diatriba y el retrato. Hasta aquí vamos bien.
La importancia del encuentro entre Pereira y Monteiro Rossi reside en que el espíritu optimista y combativo del segundo infundió, paulatinamente, nuevas esperanzas en el primero, dado que se había habituado a una serie de rutinas bastante huecas -aparentemente-, como hablarle al retrato de su finada esposa, beber en exceso limonadas muy dulces o degustar omelettes a las finas hierbas, haciendo caso omiso de las órdenes médicas, hasta que Monteiro Rossi le tambalea el esquema. Es más, hasta el propio Pereira reconoce el buen talento de su empleado, pero prefiere que las cosas encuentren su natural cauce. Un ejemplo: le achaca a Monteiro el caracter impublicable de sus obituarios, pero termina por guardarlos en un cajón del archivero, por si acaso. Y esto, precisamente, no lo hace por maldad, sino porque los tiempos difíciles que se viven no lo ameritan. ("Las buenas noticias, en tiempos de guerra, hay que dejarlas en cuarentena", dijo, alguna vez, Benito Juárez y razones no le faltaban.) Ahora bien, todos estos encuentros transforman a Pereira, de avinagrado a optimista, cuando termina por simpatizar con la causa de Monteiro Rossi y se opone a las espurias imposiciones de la política gobernante. Inclusive, el único obituario que escribe en el suplemento es el de su amigo, primera de muchas víctimas de la dictadura salazarista.
Finalmente, luego de cerrar el libro y de enjugarme los ojos, la historia del periodista Pereira deja una valiosa lección: que siempre hay buenas razones para seguir viviendo, por mínimas u opuestas que éstas sean. (En alguna parte del libro, Pereira le decía a Monteiro Rossi que además de abrir bien los ojos para escribir, también debía seguir las razones del corazón. Palabras de profeta, sin lugar a dudas.) Como en otras ocasiones, se me escapan cosas, pero invito a ustedes, lectores pretéritos, presentes y futuros, que llenen los huecos restantes con su propia lectura de la novela. Si después de leer Sostiene Pereira, terminan con lágrimas en los ojos -igual que un servidor-, terminarán por comprenderlo.
¡¡¡Gracias!!!

lunes, 19 de noviembre de 2007

Le Cinéma du Temps: Amélie

Bien decía Emilio García Riera que "el cine es mejor que la vida" y, a decir verdad, lo creo a carta cabal. Pero después de haber hablado sobre Blade Runner y La mirada de Ulises, en mi lista personal de películas -llamada ésta Al rescate de Arcadia, cuestión que retomaré en escritos postreros-, ahora corresponde a un filme, además de atípico, formidable.
Amélie (Le fabliaux destin d'Amélie Poulain, Jean-Pierre Jeunet, Francia, 2002) es una extraña fábula en torno a la soñadora Amélie Poulain, cuya vida (y la de sus familiares y conocidos) cambia el día de la muerte de la Princesa Diana, en uno de los puentes de París. A raíz de encontrar una caja de galletas detrás de un azulejo del baño en su departamento, se propone entregarla a su propietario verdadero. (Mientras sucede eso, secretamente cuenta con la complicidad de Raymond Dufayel, el hombre de cristal, vecino suyo en el edificio donde vive y del cual no puede salir.) Cuando la cajita llega a manos del Sr. Bredodeau, ha cumplido su cometido, y al conocer parcialmente la vida de sus conocidos, Amélie se asume como una salvadora de los desprotegidos y se da a la tarea de resolver sus problemas.
A la portera de su edificio, Madeleine Wallace, le hace recobrar su amor en el finado marido; a su padre, el Dr. Poulain, lo motiva a viajar gracias a las travesuras de un gnomo de jardín; intenta -de manera hilarante- hacerle de Cupido entre un ex-novio celoso marca Otelo y una hipocondriaca dependiente del Café des Deux Moulins; le da una sopa de su propio chocolate al verdulero Collignon, cuando éste le hace la vida imposible a Lucien, su colega en el negocio, entre otras peripecias, son los resultados de las buenas acciones de Amélie. Sin embargo, así como hay espacio para el prójimo, también debe haberlo para uno mismo y ella, luego de conocer a Nino Quincampoix, dependiente en una tienda de videos porno y cuya obsesión por recoger fotos de las máquinas despachadoras es más que evidente, se inclina en resolverle el misterio del hombre de las fotografías, además de flecharlo amorosamente. Los resultados, aparte de curiosos, quedan para quien vea la película.
¿Dónde reside el encanto de Amélie? Gracias a sus innumerables andanzas, Amélie otorga a las cosas una vital importancia, es decir, que el mínimo detalle es el factor determinante para la sucesión normal de las cosas. (V. gr. Una palabra de buen aliento -aunque falsa-, reavivó la esperanza de la portera.) Pero también juega con el orden (¿lógico?) de las cosas, como cuando cambia de lugar las cosas de Collingnon y hacerle ver que la vida no es lo que parece. Y, sobre todo, cuando cada cosa, luego de su inmediata resolución, pide a gritos una inusitada reacción, semejante a un happy end, pero eso sería pedir demasiado. (Si me quiero poner algo elevado, podría verse como una variante surrealista del efecto mariposa. Sans commentaires.)
En una palabra, Amélie nos enseña a jugar con el orden de las cosas, también a disfrutar de sus consecuencias, pero sobre todo, a darle importancia a los mínimos detalles de las cosas, que hacen más llevadera nuestra existencia, porque, cada día, la vida nos da una sorpresa. (Al igual que los artículos que versan sobre cine en la NRB, son muchos los detalles y poca la memoria para escribirlos.) Y conjugado esto con la excepcional música de Yann Tiersen, el resto son sólo minucias (en buen plan, claro está). Por último, cierro esta divagación con una de las frases de Hipolito, el escritor raté y cliente del Deux Moulins: Sin ti, las emociones de hoy son la mugre de ayer.
Au revoir!!!

sábado, 17 de noviembre de 2007

Reformas en la Nueva República

Consejeras, ciudadanos y habitantes de la Nueva República de Babel:

Durante la semana pasada, en el marco del Coloquio Memoria e Identidad, se suscitaron varios cambios en el seno de esta ilustre y heterodoxa república, donde el término a contracorriente le da grasa a esta avalancha de cambios. Sin embargo, por mero protocolo, seguiremos en esa misma vía. Y, por otro lado, he de anunciar los siguientes cambios dentro de la NRB:
  1. Con el ingreso, al Consejo Femenino de Gobierno, de las historiadoras Montserrat Rojas, Jael de la Luz y Rebeca López Mora, y de la diseñadora gráfica Leilani Medina, dicho organismo rector se reforma y queda de la manera como está expuesto en la presentación de este blog. Las Consejeras se dividirán ahora en Decanas (fundadoras de la NRB, cuya investidura será de caracter vitalicio), Numerarias (consejeras en activo) y Corresponsales (cuya participación se genere a la distancia). El Consejo contará con una Presidencia, la cual será rotatoria, es decir, que según la letra inicial del apellido, cada consejera lo presidirá por un breve tiempo. (Si la integrante que le toque cumplir con ese ministerio se encuentra ausente, la Presidencia pasará a la siguiente.) De cualquier manera, todas tienen voz y voto para aprobar y/o desaprobar las iniciativas del Presidente Vitalicio.
  2. Se crea un nuevo órgano en la NRB: la Junta de Consultores Ciudadanos, la cual estará integrada por Carlos Domínguez (Letras Hispánicas), Erich Obed Albarrán (Diseño Gráfico), Juan Bravo Zamudio y Francisco Morales Silva (Sociología), Ernesto González Rubio (Filosofía), y José Trinidad Cázarez y Julio César Morán (Historia), cuyas funciones serán de observación y de lectura dentro de la Nueva República.
Por lo demás, no habrá muchos cambios en esta heterodoxa región en la Súper Carretera de las Informaciones.
Atte.
La Presidencia de la Nueva República de Babel

Coloquio Memoria e Identidad

Cada día que pasa, sigo amando los coloquios. Y digo esto no sólo por la infinidad de temas expuestos, sino por el número de investigadores que terminan, inusitadamente, por afiliarse a nuestras conocencias, cosa que se agradece sobremanera. Y en el caso del coloquio Memoria e Identidad, realizado del 12 al 16 de noviembre en Acatlan City, no podría ser la excepción. Además de haber suscitado una enorme expectativa y que el número de expositores haya rebasado la frontera de lo meramente cuerdo -esto es fraternal descripción, como diría José Revueltas-, aprovecho esta tribuna para hacer una crónica de algunos highlights del evento.
El lunes 12, luego de una parca ceremonia de inauguración, comenzó la primera mesa, de la cual cabe decir que destilaba -por sí sola- una gran conmoción, a pesar de que el tiempo quedara (durante toda la semana) restringido a 17 minutos por ponente. El precio de la divulgación. De la primera mesa destacaron algunos trabajos interesantes, como el de Hilda López Carrillo, de la Universidad de Zacatecas, cuya ponencia tocó los linderos de la memoria y del olvido dentro de la historia. De los participantes de casa, resaltaron los trabajos de Blanca Estela Aranda, Manuel Ordóñez y de la alumna María Bárbara Enríquez, cuya ponencia que versó acerca de las tradiciones, tiene un estilo de escritura que se halla emparentado con los escritos de Luis González y González. (No me equivoco al decir que su peculiar estilo en el oficio de historiar, le abrirá las puertas de la investigación donde logre amalgamar la historia con las letras. Sin duda alguna.) Horas después, a las 4 p.m, al desarrollarse la segunda mesa, que tuvo como eje temático la letra impresa, destacaron sobremanera los trabajos de Laura Edith Bonilla, Elena Díaz Miranda y de Rita Robles, proveniente de la Facultad de Filosofía y Letras (UNAM), cuyos trabajos hicieron hincapié en la importancia de los diarios y de la obra de ciertos escritores como José María Vigil y Manuel Rivera Cambas. Una mesa suprema, a decir verdad.
El martes 13 (para unos, día común, para otros, objeto de superstición), la juventud acabó por imponerse en las dos mesas. A la par de grandes maestros y luminarías de Acatlán, como Irma Curiel Rosas, Carlos David Vargas, Lourdes Perkins y Arturo Torres Barreto, cuyos trabajos -como siempre- dejaron impresionado al respetable, las jovenes plumas de Yolistli Hernández Camacho y Ángeles Argueta Guerra no se quedaron atrás. El trabajo de la primera se trata de un acercamiento bastante interesante a la obra de fray Bernardino de Sahagún. (Esperemos que estas inquietudes la lleven a colaborar, en lo sucesivo, con la Dra. Pilar Máynez y con la Dra. Ascensión H. de León-Portilla, en el proyecto El legado de Sahagún.) Respecto a la segunda, no me equivoco al decir que sus investigaciones sentarán un buen precedente acerca de la mujer novohispana, y más si se trata de la faceta religiosa. Ante este alarde de maestría, esperemos que ésta no sea la última vez que participen en un coloquio de semejante importancia.
El miércoles 14, no paramos en lo que a mesas se refiere. El día quedó dividido en tres mesas, con un promedio de ¡¡7 ponentes!! cada una. De la primera resaltan las siguientes participaciones: la Dra. Alicia Gojman nos llevó de la mano hacia la historia de un templo judío olvidado en la colonia Polanco, como un referente en lo que identidad se refiere. Luego, los egresados Ignacio Nieto y Jael de la Luz rozaron los linderos de la religión en sus respectivos trabajos. (El primero, sobre la comunidad musulmana en México después del 9-11, y la siempre versatil Jael, sobre la experiencia de las comunidades cristianas y la injusticia social. Trabajos, a decir verdad, que ponen el dedo en la llaga, porque se trata de temáticas aún presentes y con miras a una posible solución.) Horas después, en la segunda mesa, la aplanadora acatleca hizo de las suyas. El profesor Joaquín Careaga tocó los tópicos del racismo y de la identidad, la historiadora Rosa Félix hizo lo propio acerca del discurso nacionalista de Benito Juárez durante la guerra de Intervención francesa, la internacionalista Georgina Villafranca sobre la obra de Samuel Huntington, y los noveles historiadores Pedro García Hurtado y José Trinidad Cázarez cuyos trabajos -microhistorias sobre un pueblo que pocos conocen y sobre la tercera raíz en México- son la prueba fehaciente de la saludable condición de la historiografía mexicana de los albores del siglo XXI. (No cabe duda de que, al hacer Historia, la comunidad acatleca no se anda con historias.) Pero la joya de la corona llegó hasta avanzada la tarde, con la última mesa donde los nombres de Raymundo Isidro, Irma Hernández Bolaños, Manuel de Jesús Serrano, Georgina Ávila y David Guerrero, rebasaron con toda expectativa. La identidad del pueblo hñahñu, el pueblo oaxaqueño en la obra de Manuel Martínez Gracida, las haciendas de la Cañada oaxaqueña, la identidad cultural de la Huasteca y las familias de un barrio obrero, fueron los temas que, tratados con gran maestría y en alarde de sabiduría, dejaron impresionados a los asistentes. Sin duda alguna.
Cuando los inicios son buenos y las continuaciones, excelentes, los finales no pueden quedarse atrás al respecto. Y mayor prueba de ello, tuvo lugar el jueves 15, con la primera mesa, donde resonaron los nombres de José García Gavito, Rebeca López Mora, Aurora Flores Olea, Julio César Morán, Pilar Barroso y de la novel Lilia Félix, cuya prosapia historiofílica sacó a relucir. Todos fueron trabajos de gran valía historiográfica y de tratamiento bien fundamentado, sin embargo, el tiempo -ése que nos cobra caro su desdén-, nuevamente, atacó de nuevo, mas los ánimos nunca cesaron por parte del público asistente. Con semejante espíritu, pasada la tarde comenzó la mesa de temáticas literarias. A pesar de un sorpresivo cambio de orden en la lectura, destacaron las ponencias de José Antonio Forzán (U. Anáhuac), Mauricio Yáñez (ENAH) y de las glorias locales Milagros Pichardo y José Ulises Velázquez, quienes mantuvieron en el público un inusitado interés por el mito y la identidad, la violencia en la novela latinoamericana, el muralismo mexicano y por la obra de Andrés Iduarte, a pesar de que el tiempo atacara de nuevo. El heroísmo de ambas partes se agradeció sobremanera.
Finalmente, un excelente final para un buen inicio al fin se dio con la mesa de clausura, realizada el día de ayer, viernes 16, con la participación especial de Arno Burkholder (Instituto Mora), quien habló sobre el diario Excélsior, y de Verónica Oikión Solano (COLMICH), cuya exposición sobre los movimientos armados de la segunda mitad del siglo XX generó una gran inquietud entre el público asistente. Por el otro lado, nuestras glorias locales como Rosalía Velázquez y Evelia Almanza, no podían quedarse atrás al respecto. La radio mexicana de los años 20, 30 y 40, y las expresiones de nacionalismo en México, fueron los temas que demostraron, a carta cabal, que la Historia, además de tener prisa, en los lares de Acatlan City surge a flor de piel ¡¡y de qué manera!! Con todo esto, el final del coloquio ya era inminente y además de felicitar a Julio César Morán, Presidente del Claustro de Historia y organizador del evento, por haber llevado a buen puerto las naves de la historia y reunir, en buena lid, al gremio de las Humanidades, tenemos la sincera esperanza de que el coloquio del año próximo sea mejor y, eso sí, que el tiempo no vuelva a hacer tanto de las suyas.
¡¡Felicidades a todos!!

lunes, 5 de noviembre de 2007

Viaje al fondo del escritorio

Alfonso Reyes, regiomontano universal, decía alguna vez que escribir "era limpiar los papeles del escritorio" y, a decir verdad, sí lo creo. Sin embargo, cada vez que el consabido mueble nos pide a gritos no sólo una manita de gato, sino una zarpa de tigre, la escritura pasa a un segundo plano y no nos resta más que sacar el rimero de papeles y ordenarlos según cierta importancia. Esto vino a mi mente gracias a una mañanera llamada celular de Rosalía Velázquez, historiadora con todas las letras, quien me invitó a limpiar su escritorio de papeles -literalmente-, para luego repartirnos el botín documental.
Vaciar las gavetas del escritorio y después (con una pericia que ya quisieran Bones Brennan y el Dr. Gregory House) revisar cuidadosamente cada papelillo hasta que, finalmente, éste termina en el cesto de la basura, no sin antes romperlo en dos y hasta en cuatro partes, o, por el contrario, perdonarle la vida y mandarlo a otra carpeta, a la espera de un segundo aire. (Otros, menos optimistas, hasta un tercero o cuarto podrían adjudicarle.) Para cualquier hijo de vecino, la primera acción debería ser la más obvia y, por ende, la más lógica, mas no ocurre así. Cuando se trata de los borradores de una ponencia, la servilleta donde nació un primer poema o de las fotografías de generación universitaria, gana por default la querencia y se reubican esos recuerdos en otra gaveta, aún más generosa y hasta justiciera. Pero como buena parte del mundo babélico que habita nuestros escritorios se compone por fotocopias de libros, magazines de variopinta materia y hasta por cajitas de segunda mano -sea de habanos, chocolates o diskettes- para guardar marinola y media, aquí la empresa es mucho más difícil, porque siempre surge el clásico pretexto: "Mejor los guardo; nunca se sabe cuándo serán de utilidad". Craso error.
Cada cosa, en el momento dado, requiere su utilidad; sin embargo, nos aferramos -me incluyo, qué remedio- a conservar rimeros y rimeros de papeles simplemente por una posible utilidad postrera, que, a decir verdad, tarda en llegar, e inclusive, para no hacer más largo el cuento, nunca llega. Involuntariamente, surge en este contexto un cierto coleccionismo. (Con anterioridad hablé acerca de las colecciones y, la verdad, la más peligrosa de todas nace sin tocar a la puerta. A las pruebas me remito.) Ahora bien, lo que resta por hacer es lo siguiente: seguir en la ordenanza y jerarquización de los papeles, solamente con algunas diferencias:
  1. Buscar una carpeta y poner allí recortes de periódicos y revistas, cuyo interés no rebase la simple coyuntura.
  2. Con los juegos de fotocopias, si son de imperiosa necesidad en varias ocasiones, engargolarlas no estaría de más. Con las que se usaron una sola vez, sigamos la técnica del reciclaje por dos vías: una, empleando el reverso para escribir, y la otra, venderlas u obsequiarlas a quien les dé mejor uso.
  3. Por último, quedan las revistas. La opción de regalarlas no está de más, aunque no es una solución total. Si su función no pasó del mero entretenimiento, venderlas por volumen a los cartoneros es buena opción, al menos para recobrar algo de dinero invertido. Los suplementos culturales correrán mejor suerte si se donan a una hemeroteca -pública o privada, no importa-; si su destino sigue siendo el cesto de la basura, ya es decisión única e inapelable de quien lo decida.
En fin... ¿qué queda por hacer? Mientras existan los escritorios, siempre habrá papeles de por medio. Cada fin de semana, cual Jacques Cousteau y la tripulación del Calypso, debemos sumergirnos en las profundidades del oceáno (de papeles) y así descubrir sus maravillas y sus peligros. Después de esto, cualquier escritorio nos lustrará el calzado. ¿A poco no?

sábado, 3 de noviembre de 2007

Le Cinéma du Temps: La mirada de Ulises

En estos días de constante cambio climático, al ver gente muy bien ataviada con abrigo, bufanda, boina, guantes y otros enseres, vinieron a mi mente algunas escenas de una película griega, cuya temática sigue vigente más que nunca: sea por los sinsabores de la guerra, sea por la constante búsqueda de un arte prístino, es decir, que lo diga todo.
La mirada de Ulises (Theo Angelopoulos, Grecia-Francia-Italia, 1995) cuenta la historia de A. (Harvey Keitel), un cineasta griego quien luego de radicar durante varios años en Estados Unidos, regresa a su país natal para presentar su última película, para después lanzarse a la búsqueda de los negativos de la primera película filmada en los Balcanes. Su viaje lo llevará por tierras algo extrañas, mismas que le mostraran paisajes desolados, tiempos transcurridos y hasta la aparición de una mujer que, de alguna manera, delimitará sus acciones postreras. Comencemos por el principio.
La primera escena de la película se describe de la siguiente manera: A. observa a lo lejos un barco, mientras que, a su vez, un viejo fotógrafo fallece frente al mar. (Ante estas señales, A., semejante al Odiseo de la mitología griega, emprende el regreso a casa.) En Florina, su pueblo natal, al norte de Grecia, se estrena su última película, misma que genera polémica entre los sectores más conservadores. En pleno disturbio, decide emprender un viaje del que no piensa volver; buscar los negativos del primer filme hecho en los Balcanes, rodado por los hermanos Manakis, es ahora su única prioridad.
En la frontera greco-albanesa, el taxista que lo lleva hacia su primera escala le explica los secretos de la nieve, cuando ésta cubre los campos aledaños a la garita migratoria y, a lo lejos, miles de migrantes caminan sin cesar. En Skopje, conoce a una empleada del Museo Cinematográfico de Macedonia, quien lo acompaña hasta Bucarest en busca de los rollos perdidos. En ese viaje, A. retrocede al pasado y es inculpado injustamente por ser cómplice de los Manakis. Pero sólo fue un sueño. (Digno es de notar que las mujeres que A. se encuentra en su camino, son interpretadas por la misma actriz -Maïa Morgenstern-, porque la Penélope que A. busca no la hallará en casa, sino fuera de ésta.) Ya en Bucarest, luego de despedirse de la empleada del museo, viaja nuevamente al pasado, pero a su pasado familiar, donde un interminable baile de Año Nuevo juega con las alegrías y sinsabores de la familia: desde la liberación por parte de las fuerzas aliadas hasta el ascenso del sistema socialista. Regresa al presente y llegar a Belgrado es su única prioridad, por lo que viaja en un transbordador que lleva una estatua de Lenin hacia Alemania y bajarse en Belgrado. (A las orillas del Danubio, miles de personas, al ver el transbordador con dicha estatua, quedan impresionadas y hasta algunas logran santiguarse. No cabe duda que la búsqueda de A. se desarrolla en los años posteriores a la caída del bloque soviético.) En Belgrado descubre que todas las películas están en Sarajevo y llegar hasta allí era imposible, gracias a que la guerra cortó toda forma de comunicación. Sin importarle esto, llega hasta la zona de guerra y encuentra los rollos perdidos.
Sin embargo, el hecho que sustenta su viaje no es la búsqueda de una vieja película, sino un sentido de identidad, de buscar sus orígenes. Como director de cine, cada película hecha es un intento por responderse a sí mismo; el viaje, simplemente le obsequia las respuestas. Como aquellos versos de Constantino Cavafis: "No hallarás otras tierras, no hallarás otro mar:/ la ciudad te habrá de seguir".
Personalmente, no creo decir más sobre La mirada de Ulises: solamente me limitaré a recomendarla, porque hay tantas cosas que se me escapan y porque la música, compuesta por Eleni Karaindrou, es magnífica. (En la Galería de la Memoria hay una prueba de ello. Por un rato nada más.) Más al respecto, no puedo decir.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Leaving Port Memories: La sesión de los viernes

Al igual que varios profesores de Pedagogía (y una que otra Diseñadora Gráfica con pretensiones de educadora), me agradan las películas con temática magisterial, como Al maestro con cariño, La sociedad de los poetas muertos, La sonrisa de Mona Lisa, Lección de honor o Una mente brillante (si se quiere), donde la figura del profesor ante un peculiar grupo de alumnos destaca a contra corriente, con tal de dejarles una buena enseñanza, la cual acaba por permanecer. (Que sirva esta digresión como arranque para una más de las Leaving Port Memories.)
Hace tres años, cuando la juventud y el tiempo libre sobraban, me nació una inquietud por impartir clase (de lo que fuera, para ser preciso). Además, requería salir un poco del boxeo de sombra mientras llegaba el momento para publicar nuevamente algunos poemas. Gracias a las corazonadas de Ericka Mildred Aguilar, Secretaria Técnica de Humanidades, y a mis buenas intenciones, me convenció para impartir algunas asesorías de ortografía y redacción para alumnos de Historia, Filosofía, Letras y Comunicación, más los que se acumularan en el camino. Dejé mis horarios ideales y sólo me quedó esperar. Finalmente, una semana después, tuve una buena respuesta y me convenció un horario que nunca olvidaré: viernes, de 1 a 3 p.m (como el noticiario de Jacobo Zabludovsky, para acabarla...) Y la semana siguiente, arrancaban las sesiones. Era septiembre, según recuerdo.
El (supuesto) primer día fue un fracaso: dos alumnas de Comunicación, algo despistadas por el conato de puente (era la semana de las Fiestas Patrias), llegaron al salón. Les di algo de tarea, para la semana siguiente, pero nunca regresaron. Pero a la semana siguiente, sí fue el primer día oficial, con seis alumnos bastante peculiares: dos heterdoxos (hasta para ellos mismos) de Filosofía, una egresada de Historia buscando nortes -creo que una brújula también- para escribir la tesis, dos niñas de Comunicación suficientemente prometedoras y una profesora de Historia, con alma literaria. (Sólo desertó la tesista.) A decir verdad, estaba sorprendido por la peculiaridad de mis muchachos; por la edad, los intereses, no sé, podían haber sido mis compañeros de carrera, pero estaban allí, a la espera de encontrar una certera alternativa para aprender (también diría olvidar, pero me tengo confianza). Gracias a ello, desempolvé mis apuntes de Didáctica de la especialidad, le agregué algunas de las lecturas que había hecho en mis años de tallerista poético, y el resto, bueno... ya vendría con la semana. (No en vano, tanto Felisberto Hernández y Álvaro Mutis como Vicente Quirarte y Andrés Henestrosa, hicieron únicas algunas de mis sesiones.) Y los libros básicos: la Ortografía de la Lengua Española, de la Real Academia Española, y el Curso de redacción para escritores y periodistas, de Beatriz Escalante. La sesión de los viernes, por sí misma, me hacía la semana entera.
A finales del semestre, se cerró un ciclo, con la esperanza de seguir adelante y con nuevas energías, aprender las latas diarias del interminable arte de la docencia. Sinceramente, no sentí despedirme del todo de mis muchachos, porque siempre cabía la esperanza de coincidir con ellos por los pasillos del edificio A8. (Nunca me falló esa corazonada, pero una continuación para la sesión de los viernes, aún se veía lejana.) Tiempo después, los heterodoxos filosóficos siguieron su camino; las comunicadoras se lanzaron a la aventura académica (cada una en su respectivo lado del charco), y la maestra de Historia se volvió una de mis grandes amigas, a tal grado que me volvió un cultor de Clío y gracias a sus amistades historiográficas, el INEHRM, por ejemplo, es uno de mis puertos obligados. (Cosas de la vida: mi efímera etapa como profesor funcionó como partera de mi nueva época poética, pero ahora en Universo de El Búho, donde publico hasta la fecha.)
Tres años después, mis alumnas Leyvi Castro, Verónica del Toral y Rosalía Velázquez (comunicadoras e historiadora) ya vuelan con alas propias, pero su querencia intelectual aún se halla presente. Además, ahora tengo sinceras y seguras colegas para las próximas empresas que el tiempo futuro traerá consigo. (Por mientras, sé que cuento con sus enseñanzas, propuestas y amistad dentro del Consejo Femenino de Gobierno de esta Nueva República de Babel.) Casi al momento de ponerle punto final a estas líneas, vienen a mi mente dos referencias fílmicas:
  1. La frase de Heráclito dicha por el profesor William Hundert (Kevin Kline) en Lección de honor: El caracter de un hombre es su destino. (Siempre seguiré creyendo en su naturaleza sabia y lapidaria.)
  2. Aguardar, como John F. Nash (Russell Crowe) en Una mente brillante, que me toque la ceremonia de la pluma, reconociendo los logros de una vida. (Personalmente, preferiría que me llegara dicho momento cuando rebase los 75 años, porque aún tengo mucho que enseñar y, claro está, demasiadas cosas por aprender.)
Después de todo, una vida no sería completa sin las latas de la enseñanza, ¿verdad?

sábado, 27 de octubre de 2007

Conocencias de Clío: INEHRM

Para quien escribe, literato con alma de historiador, es imprescindible encontrar recintos donde la historia y las letras se enlacen, para luego convertirse en una sola disciplina. Desde hace dos años, la Academia Mexicana de la Historia cumplió a carta cabal con esa función y desde hace año y fracción, la comparte con el INEHRM.
El Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones en México (INEHRM), dependencia de la Secretaría de Gobernación, tuvo como primera finalidad avocarse a los estudios sobre la Revolución mexicana, para luego ampliar sus horizontes de investigación hacia los siglos anteriores, como el XIX, por ejemplo. Gracias a los ciclos de conferencias y a las numerosas publicaciones que edita, el INEHRM sí se toma en serio la difusión histórica, misma que se amplió -en todos lo sentidos- gracias a un legendario programa radiofónico sabatino, conducido por el magistral Gastón García Cantú, y cuyo sucesor, Conversaciones sobre historia, que ahora conduce (con maestría y sencillez) Javier Garciadiego. Para un historiador diletante -quien escribe, claro está-, ese programa se volvió una obligación y, si se permite el término, en una forma de vida. Y para cerrar con agrado el círculo de la historia, debía hacer una visita a las instalaciones del instituto, como si fuese La Meca o La Villa, sin ir más lejos.
A principios de junio de 2006, luego del homenaje a Cosío Villegas en la Biblioteca de Hacienda y del ciclo de conferencias de Enrique Krauze en El Colegio Nacional, decidí seguir los pasos de Clío en el INEHRM, gracias a las constantes invitaciones de Rebeca Vergara. Llegué muy temprano a la cita -la presentación de un libro-, donde las caras conocidas se hicieron presentes: Georgette José, amiga de Rosalía Velázquez; Javier Garciadiego, la propia Rebeca y sus amigas Jael de la Luz -otrora becaria del instituto, igual que Becca- y Miriam Solano, muy bien acompañada, por cierto. Me sentí muy bien entre gente dedicada a la historia, pero esa primera visita no me convencía del todo, hasta que tres meses después, la verdadera prueba llegó. El Homenaje a José C. Valadés fue el pretexto idóneo para ello. Acompañado por Laura Cabrera, de quien luego supe que era amiga de Patricia Galeana, el evento estuvo de lujo. Nos tomamos un buen vino y hasta salimos con unos libros de regalo. Después vinieron otros foros, a los que asistí con mi querida Paulina Martínez y en otros, simplemente para apoyar a Rosalía Velázquez en su increible papel como expositora. (Gracias a ello, Pablo Serrano, Azucena Coronado, Georgette José y Josefina MacGregor ahora son grandes amigos de quien escribe. Por lo menos, colegas.) Y, bueno, sobre la presencia de Javier Garciadiego (de quien me declaro admirador y a quien ya dediqué unas palabras con anterioridad), está de más escribir algo al respecto.
Por el otro lado, también en el INEHRM tuve gratos reencuentros y agradables conocencias. Entre los primeros, con Carlos Gorbea, joven historiador, y con Gisella de León, psicóloga con alma de historiadora; sólo son dos las conocencias allí surgidas, pero no menos importantes: Elvia Luna, dramaturga de vuelos históricos, y Angélica Pulido, abogada de lustre historiográfico. A ellos les debo parte de mis visitas a la casona frente a la Plaza del Carmen, en San Ángel. Además, la historia, sin importar las trapisondas generadas, logra unificar más que separar. Y eso ya es, en sí, un mérito.
Aunque haya otras cosas que hacer y que vivir, nunca estará de más pasar unas gratas horas en San Ángel, donde la historia otorga al tiempo y a sus más asiduos visitantes, no sólo una admiración a la casa de Heródoto, sino grandes amistades cuya conocencia es el mejor premio. Ojalá que así perdure.

viernes, 12 de octubre de 2007

¡¡¡Felicidades, Laurette!!!

Hoy, en la Nueva República de Babel, cerramos un ciclo de pequeños homenajes a las cuatro Consejeras fundadoras, cuyas propuestas, correcciones y, sobre todo, amistad, he agradecido sobremanera durante varios años. Ahora toca el turno a mi querida Laura Cabrera, a quien estas palabras le lustran el calzado, puesto que merece mucho más. Aún así, me aviento al ruedo.
Conocí a Laurette hace algunos años, cuando nuestra (de) generación ingresó a la Universidad luego de 10 difíciles meses que nos robaron la primavera. (Y el verano, el otoño y el invierno.) Desde el primer día -literalmente- despuntó en todos los campos, dada su persistencia en la investigación, la pericia para conocer a los compañeros y saber de qué estaban hechos, pero más en concreto, a su espíritu plural para convivir y, posteriormente, convencer. (También convertir, si me pongo drástico.) Gracias a esas virtudes, se ganó la admiración y el respeto de muchos, y la amistad de pocos. Cuestión de enfoques.
Una de sus principales cualidades es decir las cosas en el momento indicado y con todas las letras. Si algo le agrada en demasía de un persona, lo dice; si algo le disgusta, lo sostiene. (Bien se le podría aplicar aquella máxima de Andrés Iduarte: Cuanto pensé, lo dije. Cuando dije, lo sostuve.) En un hipotético diccionario de virtudes humanas, Laura, sin dudarlo siquiera, sería congruencia, porque se conserva firme en sus acciones y en sus decires. (Muchas de sus opiniones -a las que no les sobra ni les falta nada- han derrumbado imperios y, de refilón, orgullos y falsas presunciones. En estos casos, ni imputar o debatir es bueno.)
Pero no todo es polémica en ella. Siempre se da tiempo para leer una buena novela, aplicarle unos buenos minutos a un nuevo género musical (un ejemplo: cuando le late Patricia Kaas, no la convence Alizée), asistir a un buen concierto o alguna feria del libro, escribir obras de varia invención (e intención), en fin... Este mundo ancho y ajeno le queda chiquito a una mujer de altos vuelos. Personalmente, coincidir con ella en el Palacio de Minería -durante los tres días del Homenaje a Felisberto Hernández, primero, y después en alguna feria del libro-, es una experiencia inolvidable. (Fue, precisamente, en Minería, donde su presencia me hizo acuñar una frase que hoy en día es mi escudo de armas: Nada como volver a los viejos puertos. Y si le sumamos que un colega común y un servidor, éramos como los protagonistas de la saga novelística de Álvaro Mutis, es decir, una suerte de Maqroll el gaviero y Abdul Bashur, y teniendo en Laurita a nuestra Ilona Grabowska, el resto sale por añadidura.)
En suma, celebro a dos Lauras: la íntegra, que pesa y sopesa todo lo que mira, oye y toca; y la plural, cuyo oficio de vivir está más que probado. Me alegra mucho tenerla como colega, pero más como amiga. (Y cuyas apreciaciones, aunque me derrumben continuamente el orgullo, seguiré atendiendo.) Celebrarte el día de hoy no basta, pero la emoción del momento sólo me motiva a decirte:
¡¡¡Felicidades, Laurette!!!

jueves, 11 de octubre de 2007

Nuevas presencias neobabélicas

En aras del cambio y la constante retroalimentación en el seno de la Nueva República de Babel, hacemos los presentes anuncios:
  • El ingreso oficial de Elisa Cuevas al Consejo Femenino de Gobierno, por sus contribuciones y consejos que mantienen con buena salud la marcha de la cliocracia babélica. Y porque su espíritu renacentista siempre será una gran motivación para investigar y afrontar nuevas y eficaces empresas. ¡¡Bienvenida, Elisa!!
  • El nombramiento como ciudadano oficial de la NRB al fotógrafo y literato Carlos Domínguez, para que las conocencias y coincidencias prosigan en pro de una sana y gratificante amistad. Para él, a su esposa Lucía y a su hijo Leonardo, va mi sincera admiración. ¡¡Enhorabuena!!
Atte.
La Presidencia de la Nueva República de Babel

Conferencias, coincidencias y conocencias

Desde hace más de tres años, siempre ha sido un asiduo asistente a todo tipo de eventos relacionados con la difusión de la cultura, cuyos senderos se reparten entre la historia y la literatura. Las charlas en la Academia Mexicana de la Historia, las ciclos de conferencias en El Colegio Nacional, foros en el INEHRM, presentaciones literarias en Bellas Artes... en fin, siempre del caño al coro y del coro al caño. (Siempre tendré motivos para hacerlo. Sin duda.)
Todo esto viene a mi memoria porque antier tuve la fortuna de asistir al Homenaje a Julieta Campos, en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. (Con toda franqueza, era el primer evento literario al que asistía en meses; todos los demás, una de dos: o eran foros sobre historia de México, o charlas con historiadores. Aún así, todas valen mucho la pena.) De alguna forma, veía esto como un regreso (¿triunfal?) a mi primera casa vocacional, o sea, la literatura. Sin embargo, la sorpresa no quedó allí, porque me encontré con dos rostros amigos de Acatlan City: Elisa Cuevas, socióloga con alma renacentista, y Carlos Domínguez, fotógrafo de escritores y coleccionista de autógrafos, igual que un servidor. Durante casi dos horas, mi emoción por escuchar la voz presente de varios escritores, permanecía intacta, luego de un largo tiempo sin asistir a una mesa literaria. Y, lógico en Carlos y en quien escribe, nos lanzamos a la cacería del consabido autógrafo. Le sacamos la firma a Margo Glantz, pero me ganó el colega con su ejemplar de Sealtiel Alatriste. (Cosas que pasan.) Finalmente, compartimos coincidencias y conocencias al tomar una copa de vino tinto, mientras contemplábamos las maravillas del Centro Histórico desde la terraza del lugar. Fue una velada totalmente palacio (de Bellas Artes).
Ayer, la conocencia literaria nos reunió, nuevamente, a Carlos y a un servidor, ya en nuestra segunda casa, Acatlan City, gracias a la irreverente y heterodoxa presencia de Paco Ignacio Taibo II. (Sin temor a equivocarme, para quienes leemos con devoción a un autor, conocerlo y que estampe su rúbrica en su libro, es, en sí, una meta cumplida. Y si no nos creen, que nuestros ejemplares de La lejanía del tesoro demuestren lo contrario.) Además, no era la primera vez que mi colega fotógrafo compartía el honor del momento con quien escribe. Para nada.
La primera vez que compartimos el momento literario fue en Casa Lamm, gracias a que Beatriz Espejo me invitó a la presentación de sus Cuentos reunidos, allá por marzo de 2004. Los presentadores: Emmanuel Carballo y Eraclio Zepeda, moderados por Álvaro Enrigue. ¡¡De lujo!! Con puntualidad sospechosamente inglesa, Carlos y yo llegamos temprano al evento. Minutos después, aparecieron los presentadores y la homenajeada, quienes firmaron nuestros libros, además de posar ante la cámara de mi colega. Una noche inolvidable, sin lugar a dudas. Tiempo después, durante un ciclo de conferencias de Fernando del Paso en El Colegio Nacional, hace dos años, coincidimos nuevamente. En aquella ocasión, después de la ronda de firmas, abandonamos el lugar hechos la raya, porque la querencia nos llamaba a gritos. Era un miércoles de noviembre, según recuerdo.
En fin... son pocas las coincidencias, muchas las conferencias y mutuas las conocencias (Roberto López Moreno y Raymundo Ramos, por ejemplo) que no pararemos de asistir a eventos de naturaleza semejante. Es más, si se me permite la comparación, seríamos como Héctor García y Carlos Monsiváis, por la regularidad con que las empresas y tribulaciones literarias nos enlazan a menudo. Espero que prosiga de esa manera.

jueves, 4 de octubre de 2007

¡¡¡Felicidades, Mildred!!!

Nuevamente, la Nueva República de Babel está de plácemes y no faltan razones para ello. En esta ocasión, corresponde celebrar a una de sus ilustres fundadoras: Ericka Mildred Aguilar, filósofa de formación, pero con alma de niña, quien sigue viendo al mundo como si fuera la primera vez.
Conocí a Mildred hace algunos años, en el lugar más inverosímil de todos: las escaleras del Palacio de Minería, durante el Homenaje Internacional a Felisberto Hernández. Pero los enlaces comenzaron poco después, en la cordialidad de su oficina en la División de Humanidades. Al principio, me resultaba extraño que una niña, formada en los amplios senderos de la filosofía, tuviera una perspectiva plenamente abierta a nuevos horizontes, que sentaban en la misma mesa tanto a la ciencia como a la imaginación; no en vano, sus autores predilectos son Italo Calvino, Jorge Luis Borges y José Ortega y Gasset, por quienes siente una sincera admiración.
Cada vez que nuestros (apretados) itinerarios coinciden, siempre es gratificante su compañía. (Es más, gracias a su sonrisa siempre impostergable, tuve mi primera oportunidad para impartir -si esa es la palabra- un peculiar curso de ortografía y redacción. Gracias mil.) Si Mildred fuese una palabra en un hipotético diccionario de ideas, sin duda sería espontaneidad. Razones sobran. Y aunque el destino le genere cierto número de detractores, éstos al final acabarían por reconocer el ímpetu y la energía que aplica en todas las empresas que realiza. Lo digo y lo sostengo.
Finalmente, ¿qué más podría decir acerca de una mujer sin par? Simplemente me queda reconocer tu amistad y tus consejos, no sólo hoy que festejas tu cumpleaños (bien sabemos que las mujeres no tienen edad, ¿verdad?), sino cada día que vives, con la sincera esperanza de que el tiempo no cambie tus cartas de navegación, puesto que tienes muy delimitado tu itinerario. Mientras tanto, el Palacio de la Música, el Estadio Espartano y la Galería de la Memoria te rinden señero homenaje.
¡¡¡Felicidades, Mildred!!!

martes, 2 de octubre de 2007

Leaving Port Memories: Disparen sobre el ponente

Hace alrededor de dos años, comencé mi periplo como ponente y conferencista gracias a una mesa redonda (y colectiva) sobre la Primera parte del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, de la cual podría decir que me fue bien, casi regular si me pongo drástico. Sin embargo, mi debut como conferencista cuasi lector, se remonta tiempo atrás.
En noviembre de 2001, gracias a la insistencia de Miguel Ángel de la Calleja (en aquel momento, jefe de la sección de Letras Hispánicas) y a la buena atención de Patricia Macías, joven funcionaria del Instituto de Cultura del D.F., tuve mi primera oportunidad para leer mis poemas, al igual que varios colegas de barco, o sea, de carrera, como Carlos Fraga (quien hoy trabaja en Publicaciones del IPN), Israel Pérez Fragoso (cuya pista le he perdido) y Julio Ortega Jiménez (colega y amigo, hoy en día hombre de familia), una especie de Abdul Bashur para este intento de Maqroll que soy yo. Juntos, y repartidos por toda la semana, nos tocó leer nuestras obras poética y narrativa ante una (todavía) joven comunidad de literatos tirando a poetas malditos (o malditos poetas, según como se vea) provienientes de la Facultad, la Ibero, el Claustro de Sor Juana y la Metropolitana de Iztapalapa.
Nosotros no le pedíamos peras al olmo ni tejocotes al ahuehuete, pero estábamos conscientes de que nuestra obra bien podía dejar huella en los muros del Ex-Convento de San Lorenzo, entre las calles de Belisario Domínguez y Allende; además, la noche (devuelta a nosotros luego del engorroso horario de verano) le daba un toque mágico al encuentro. Israel y Fraga leyeron sus relatos como si lo hubieran hecho en Bellas Artes, aunque su competencia (dos niños de la Ibero, actualmente chícharos en canales culturales) era lo suficientemente amedrentadora. (Poco faltó para que nos gritaran: Disparen sobre el poeta, aludiendo a aquella película de los años 50, con Charles Aznavour como protagonista.) Respecto a los poetas de la delegación acateca, a Julio y quien escribe nos fue de maravilla. La originalidad de los poemas julianos y la versatilidad de los haikús de un servidor, dejaron al respetable con el ojo cuadrado. (Desde ese momento, la poesía se volvió una prueba de vida y nunca nos faltaron eventos u oportunidades para retomar el ancho y ajeno camino de los recitales poéticos.)
Años más tarde, gracias a la buena esperanza de Ericka Mildred Aguilar (Secretaria Técnica de la División de Humanidades y Consejera fundadora de la Nueva República de Babel), a mediados de 2003, los literatos rebeldes de Acatlán volvieron a las andadas. Carlos Fraga, Julio Ortega y quien escribe leyeron sus obritas ante alumnos de nuevo ingreso de Letras e Historia. (Tres carcamanes leyendo poesía y narrativa ante un público de villamelones, háganme el reverendo favor.) Lo único que nos faltaba era la bebida: un whisky on the rocks para Fraga, una cheve bien fría para Julio y una copa de vino tinto para un servidor. (Qué pena por Mildred: estar entre los Poetahuevos ¡¡qué puntada!!)
Ahora, a seis años de distancia de mi primera participación y a escasos 40 días del coloquio Memoria e Identidad, sólo me queda esperar que griten, desde algún punto del auditorio donde se lleve a cabo el chou, aquella lapidaria frase:
¡¡Disparen sobre el ponente!!
(Cuestión de enfoques.)

sábado, 29 de septiembre de 2007

¡¡¡Felicidades, Monse!!!

En la corta vida de la Nueva República de Babel, aún sostengo la postura de que las mujeres no tienen edad; desde luego, porque toda ocurrencia, pliego petitorio y hasta repentinas imposiciones, han tenido cabida en esa eutopía en red, y eso es un reflejo de sus intereses. Renuevo mis votos para que siga esto así.
Para finalizar el mes y darle paso a una nueva época de celebraciones, ahora toca el turno a una Consejera de reciente ingreso: Monserrat Montes de Oca, diseñadora gráfica y una lectora de tiempo completo. Conocí a Monse gracias a una Consejera fundadora, Ana Cárdenas, también diseñadora y en cuyas ocurrencias se sostiene la continuidad de la NRB. No le falló el tino, porque ya hacía falta renovar las coincidencias.
En el poco tiempo que llevo de conocerla, parece que llevo toda una vida. Además, Monse tiene una cualidad que sólo aparece cada siglo. (Debería decir ¿cada milenio?) Sabe mirar con ojos nuevos el mundo que la rodea o, mejor dicho, propone cosas que aún no se presentan. (De existir un diccionario universal de destinos, Monse se definiría en una palabra: visualización, y ésa, la lleva más allá.) Aunque su gremio no es literario, inventa e intenta nuevas empresas, que harían palidecer hasta al más ducho escritor. (Y lo reconozco.) No en vano, su pasión por la escenografía la lleva a ejercer a carta cabal esos dictados de la creatividad. En una palabra, se trata de una renacentista con todas las letras.
Francamente, no se me ocurren más cosas para describir a una mujer sin par y con el ánimo bien puesto. Simplemente me limito a seguir contando con sus palabras, ideas, pero sobre todo, con una segura complicidad. Por eso y más, celebro hoy tu cumpleaños con el sincero deseo de que sigas incursionando en nuevas empresas y, lo más importante, darle un nuevo ángulo a las cosas ya establecidas.
¡¡Felicidades, Monse!!

martes, 25 de septiembre de 2007

Atrapado por los covers

Hace algunas semanas, compré el tan ansiado compacto de Mylène Farmer simplemente para satisfacer un capricho musical, mismo que se dio por bien servido. Sin embargo, mi asombro venía de tiempo atrás, gracias a la maravilla del internet. Me explico mejor.
En una página dedicada a videos de variopinta materia, busqué el videoclip de "Désenchantée", éxito noventero de la Farmer, para más señas. En la búsqueda definitiva no sólo apareció la versión de Mylène, sino también la de otra cantante, de nombre Kate Ryan. Ni tardo ni perezoso, busqué información sobre la susodicha. ¡¡Sorpresa, sorpresa!! Se trataba de una cantante belga -compatriota de Lara Fabian, sólo que en versión popera-, cuya cualidad es hacer covers a éxitos de cantantes legendarias. (¡¡Qué tal!!) A decir verdad, la versión que hizo Kate Ryan no es mala, solamente se pasa de rítmica. (La Farmer tampoco es calmadita que digamos, eh.) Y no conforme con esa canción, Ryan hizo lo propio con "Libertine" de Mylène, y, el colmo del cinismo, con "Voyage voyage", de Desireless.
Para quienes amamos la música en todas sus vertientes, bien sabemos que la fidelidad a un grupo, cantante o género determinado es más que evidente, pero tratándose de versiones de la misma canción, la cosa cambia. Obviamente, por decir un ejemplo, las canciones de Los Beatles tienen y tendrán a los propios integrantes como sus mejores intérpretes, aunque nos agraden sus infinitas versiones, desde Betsy Pecanins y Diana Krall hasta la Orquesta Sinfónica Nacional y la inverosímil Banda Plástica de Tepetlixpa, entre otros que se nos escapan de la mente.
Sin embargo, las versiones originales rara vez llegan a tener una versión que la respete, iguale o, siendo extremos, la supere con todas las letras. Digamos otro ejemplo. Años atrás, se desató una ola por editar tributos a cantantes y compositores ya legendarios, cuyas interpretaciones correrían por cuenta de grupos y cantantes de moda. En el caso del maestrísimo José Alfredo Jiménez, a excepción de Enrique Bunbury con "El jinete", ninguno dio el ancho. Por el contrario, con la producción discográfica dedicada al Príncipe de la canción, José José, la mayoría de las versiones sí cumplió con lo estipulado, es decir, rendirle pleitesía a un cantante non. (Respecto a la muy locuaz versión del grupo Molotov para "Payaso", lo mejor que podría pasar es que la rola pase por el potro, la dama de hierro y la guillotina, y al infame grupo, darle pamba con picahielo y sin repetir agujerito. Merecerían la excomunión, pero no llego a tanto.)
En fin... en esto de los covers, ni para cuando acabar. Simplemente hay buenas interpretaciones y malas versiones, cuya preferencia, ni duda cabe, corre por cuenta del radioescucha, melómano o músico en turno.
(Después del cover, ¿el diluvio?)

jueves, 20 de septiembre de 2007

¡¡¡Felicidades, Eunice!!!

En estos días de lluvias torrenciales y correos electrónicos postergados, siempre es oportuno regresar a los viejos puertos donde los proyectos sólo eran eso y las esperanzas de emprender nuevas aventuras, estaban a flor de piel. Una persona que asumió esa condición, desde el primer día de vida de la Nueva República de Babel, fue Eunice Alpízar, primera viajera por las aguas de la pluralidad babélica y ahora Consejera corresponsal. Sin embargo, ¿cómo fue su aparición en estos lares?
Conocí a Eunice apenas hace un año, como parte de una generación bastante peculiar, cuya mayor cualidad era estrenar -por así decirlo- a los nuevos maestros del turno vespertino, entre éstos, a Laura Cabrera, fundadora de la NRB. (Como buen crítico de las nuevas generaciones que ingresaban a la carrera de Letras Hispánicas, al conocerla, sabía, muy a vuelo de pájaro, que no sería una generación más, ni mucho menos se desencantaría como algunas a las que había pertenecido.) Simplemente, se empeñaría en conocer más de un ambiente único y con resultados fascinantes.
Gracias a una llamada de auxilio bibliográfico, inicié mi contacto con Eunice, una mujer de gustos a contracorriente (como Nacho Vegas, a quien sólo ubicaba por haber rescatado del panteón a Enrique Bunbury), pero con una enorme sensibilidad para la poesía y las letras en general. Si Eunice fuese una palabra del diccionario, sin temor a equivocarme, sería temporalidad, porque a cada cosa le concede su espacio y tiempo, sin importar la dismilitud entre dos o más. Y porque sabe mirarlas por vez primera, a pesar del tiempo transcurrido, aunque éste haya pasado o, en su defecto, permanezca detenido. Lamentablemente, a principios del presente semestre, el destino le deparó una (repentina) pausa en su camino de letras, dándole otro tiempo, otro espacio. Sin embargo, bien lo sabemos, mientras haya vida y una sólida amistad, que el mundo que siga girando.
Celebro tu cumpleaños, querida Eunice, con la sincera esperanza de que todas tus empresas salgan a pedir de boca y también rezo para que regreses a estas tierras que te vieron nacer a la vida literaria; a las que, sin dudarlo siquiera, te recibirán como si fuese el primer día. (Y conste que no salgo con el lugar común del Decíamos ayer...) Y como pequeño, pero sincero homenaje, el Estadio Espartano estará dedicado completamente a ti.
¡¡¡Felicidades, Eunice!!!

sábado, 15 de septiembre de 2007

Conocencias de Clío: Enrique Krauze

La conocencia de esta ocasión estará dedicada al recuento (y al recuerdo, claro está) de cómo se originó mi interés por la Historia: cuestión que tuvo a bien preguntarme Laura Cabrera hacía algunas semanas. La respuesta de aquel momento era muy simple: gracias a Rosalía Velázquez. Sin embargo, el recuerdo se remonta años atrás en el tiempo.
En mis gloriosos años en la primaria, me gané el mote de historiador simplemente por una tendencia natural por aprenderme fechas y nombres. Pero el tiempo se encargó de ponerme en el camino correcto. Estaba en la secundaria cuando aparecieron en los puestos de revistas los primeros libros de la naciente editorial Clío, fundada por el historiador Enrique Krauze. Los primeros libros eran de índole biográfica (Porfirio Díaz, Javier Solís y Cantinflas, por decir algunos), de los cuales sólo compré la colección dedicada al Gral. Díaz, escrita a cuatro manos por Fausto Zerón-Medina y Enrique Krauze. Quedé encantado al leerlos que, desde ese momento, supe que mi camino estaría marcado por la Historia.
Cinco años después de mi entrada a la Universidad, donde estudié Letras Hispánicas, mi contacto con las ligas mayores de la historiografía estaba por comenzar. Por azares del destino, conocí la Academia Mexicana de la Historia y durante la octava edición del ciclo Historia, ¿para qué?, tuve mi primer encuentro con Enrique Krauze, quien impartió una conferencia sobre José Fernando Ramírez. Finalmente conocería al autor de mis primeros libros de Historia. Pero tuvo que pasar un año para que le expresara de viva voz mis impresiones y sólo me limité a que me firmara mis ejemplares de Caras de la historia y Caras de la democracia. (Sin embargo, gracias a esa conferencia, conocí a Miriam Solano, con quien compartí coincidencias y dispatías. Que esta conocencia sea también un merecido homenaje.)
Al año siguiente, en El Colegio Nacional, durante su primer ciclo de conferencias ya como miembro de esa insigne institución, mientras me firmaba mis ejemplares de la serie Biografía del poder y su discurso de ingreso a El Colegio Nacional, al fin le confesé que su obra, modestamente, me abrió las puertas de la historia. Al oír eso, sonrió agradecido y me instó para que siguiera con ese mismo ánimo. Se lo agradecí sobremanera. Y no fue sino hasta el pasado mes de junio, en el marco del homenaje a José Luis Martínez, realizado en el propio colegio, donde me firmó sus Caudillos culturales en la Revolución mexicana. (Inclusive, allí mismo, le comenté -en tono de broma- a Javier Garciadiego que le estaba "haciendo la competencia". El doctor sólo me dijo: "Ese libro ya es todo un clásico". Lapidaria la frase, sin lugar a dudas.)
Aunque mis contactos personales con Krauze sólo se limitaron al autógrafo y al comentario cebollero, sinceramente le he profesado una admiración por acercar la historia a todo mundo. Se le pueden criticar sus métodos de investigación, pero a su impecable prosa no hay quién le gane. Además, hizo suyos los conceptos de biografía del saber y del poder, provenientes de la tradición británica, mismos que han originado señeras obras dentro de la historiografía mexicana del siglo XX. Abundarán sus detractores, ni dudarlo siquiera, pero sus obras, por default o en tiempos extra, tendrán la mitad de la batalla ganada.
Mañana, día de fiesta nacional, también debe serlo para la grey mexicana de Clío, al celebrar los sesenta años de una figura firme en convicciones, pero doblemente firme en su compromiso con y para la Historia.
¡¡Enhorabuena, Dr. Krauze!!

lunes, 10 de septiembre de 2007

Bautizos de tinta y grafito

La semana pasada, mientras platicaba con Paulina Martínez acerca de diarios y radiodifusión en México, entre otras cosas, hojeaba un libro sobre Plutarco Elías Calles que le había regalado en su cumpleaños, simplemente por el gusto de hacerlo. Cuando revisé la última página, en ésta estaba escrito su nombre, fecha y, entre paréntesis, el motivo por el cual llegó a sus manos. (Y ella lo sabe muy bien.) Esta manera muy suya de inscribir los nuevos libros a su universo personal, me remite a la antiquísima tradición del ex-libris, es decir, la señal que indica la propiedad de un libro y también las características del dueño. Vayamos despacio.
La mayoría de las veces, un ex-libris suele ser una estampa que se coloca en las primeras páginas del ejemplar en cuestión, cuyo diseño va de lo sencillo a lo complicado, según las intenciones (y las invenciones, claro) del dueño. Sería exhaustivo dar una historia del ex-libris desde sus inicios, porque la investigación llevaría más tiempo que vida, sin embargo, y sin picarme de evasivo, sólo dedicaré unas líneas al ex-libris más popular: el que se hace con bolígrafo o con lápiz.
Hacerlo con tinta y agregarle la rúbrica, equivale a una marcada conciencia de pertenencia, es decir, de que ese ejemplar ya forma parte de una vida. También es sinónimo de trabajo, porque se busca entender el tema y, gracias a éste, comprendernos a nosotros mismos. Diametralmente opuesto es hacerlo con lápiz, donde además de reconocerse en la lectura y de compartir un tiempo prístino y único, es darle al libro una segunda de muchas oportunidades para hacer lo suyo, y así seguir con vida en el ancho y ajeno camino de la lectura. Y ¿cómo sucede esto? Muy sencillo: cuando paso revista al acervo de mi pequeña biblioteca, regularmente me fijo en la temática del ejemplar de marras que voy a regalar. Cuando sé que una persona muy querida para quien escribe le dará un buen uso, haciendo de tripas corazón, tomo la goma y borro mi ex-libris. (Pocas veces, me he arrepentido de ello, pero no suele ser a diario. Cosas que pasan.)
Desde este lado del charco, quien escribe también tiene sus manías a la hora de rubricar sus libros. Antes, en la lejana prehistoria, ponía con tinta mi nombre en la primera hoja, además del mes y el año. Tiempo después, hacía esto en la última página, casi llegando al lomo del libro. Gracias a un amigo escritor, cuya guía no cesaré de agradecer, me introdujo al uso del lápiz para rotular mis libros. Actualmente, en la primera hoja pongo la fecha completa (día-mes-año), además de mi rúbrica y, entre paréntesis, si el caso lo amerita, la persona que me lo regaló o que estuvo acompañándome, tanto en persona como en espíritu, al momento de comprarlo.
En una palabra, estas maneras para rotular los libros, cumplen una función de bautizo porque al inscribirse en nuestra vida, se vuelven, de alguna manera, como nuestros hijos o ahijados, cuya compañía es gratificante, pero también su ausencia, temprana o tardía, nos enseña muchas cosas. Me imagino que los libros rotulados con tinta, años después y en la sordidez de las librerías de viejo, tendrán otra oportunidad para vivir, si los futuros dueños lo disponen, llevando consigo el sino de su encarnación anterior. En el caso de los rotulados con lápiz, es volver a empezar, como si fuera el primer día. Después de todo, la lectura no entiende de pertenencias físicas, pero sí de fidelidades espirituales. ¿Será?

sábado, 8 de septiembre de 2007

Le Cinéma du Temps: Blade Runner

Hace algunas semanas, platicaba con Paulina Martínez, Consejera de la NRB, acerca del cine y de las películas que debía ver en estos días. Sinceramente, me declaré (y me declaro, qué remedio) culpable del crimen de no asistir a ver película alguna. Anoche, platicando con don Jorge, Sarita y Ana Cárdenas, mientras ellos me daban un ligero aventón, confesé con más pena que otra cosa, que hacía tiempo que no veía cine, y que las pocas oportunidades se han restringido a la (in) comodidad de la sala de mi casa, en pleno vis à vis con el Once y/o el Veintidos. "Mal, muy mal", me dijo don Jorge; palabras más, palabras menos.
Sin embargo, estas réplicas tanto de Paulina como de los Cárdenas Vargas, me dejaron el prurito de retomar el camino del buen cinéfilo, es decir, que el cine debía regresar a mi vida, sin más ni más. Pero luego de pensarlo muy bien, llego a una sólida conclusión: mi renuencia a entrar a una sala cinematográfica o a un videoclub, obedece a un solo prejuicio: que el cine actual me tiene sin cuidado. (Bueno, no es que le haga el feo a las grandes joyas del circuito cultural, ni que me ponga flamenco con la bisutería hollywoodense. Para nada.) Creo que se debe a que el poco (relativamente) cine que he visto, ha dejado honda huella en mi vida y la mejor manera que encuentro para aventarme nuevamente al mundo del cine, es contando mis impresiones sobre varias películas que son parte de mi vida. (Y porque hay una segunda razón: por responder a las plegarias de Paulina.)
Blade Runner (Ridley Scott, E.U., 1982): En un futuro relativamente lejano, en la ciudad de Los Angeles, en 2019, varios replicants (copias genéticamente modificadas de un ser humano) escapan de una colonia terrícola en Marte y regresan a la Tierra para satisfacer sus ansias de venganza contra el emporio que los creó. El grupo, conformado por Roy Batty, Leon, Pris y Zhora, llegan a Los Angeles donde buscan respuestas, además de venganza. Para acabar con los replicants insurrectos, se creó una unidad especial de policias llamados blade runners, cuya labor primordial es retirarlos (sinónimo de matar). Uno de esos policias, Rick Deckard, es comisionado para desempeñar dicha labor con el grupo comandado por Batty; para ello, solicita la ayuda del científico que los creó, el Dr. Eldon Tyrell, porque aquellos replicants no eran comunes respecto al resto de su especie. Tanto Batty como sus compañeros eran nexus-6, es decir, "más humanos que los humanos". (Más claro, ni el agua.) Y esta condición lleva a Deckard a replantarse muchas cosas.
A primera vista, esta película de ciencia ficción parece de lo más convencional, pero sería un craso error creerlo. Detrás de un futuro lejano, aún se busca responder a las preguntas fundamentales que se ha hecho el ser humano: ¿quién soy? ¿de dónde vengo? ¿cuánto tiempo me queda? Los replicants buscan eso y más, es decir, el sentido de sus vidas. Por el lado de Rick Deckard el dilema ético se resume en la obligación de matar o en la disyuntiva de hacerlo o no. Al final de la película, aprende (si esa es la palabra) que los seres que asesina inmisericordemente, son más humanos que él mismo. En una palabra, los replicants, al asumir su efímera vida, buscan y encuentran más cosas que los propios humanos, cuya vida, que suponen larga, la desperdigan por doquier en cosas meramente banales. Además, visualizar un futuro así nos acerca, creo, al presente; o sea, que hasta en las regiones más apocalípticas, hay guiños de ojo a la esperanza. Ejemplo claro es el monólogo final de Roy Batty, quien luego de salvar al asesino de sus amigos, profiere las siguientes palabras:
He visto cosas que ustedes, los humanos,
no podrían creer.
Naves de ataque en llamas
cayendo del hombro de Orión.
He visto parpadear rayos-c
cerca de la puerta de Tännhauser.
Todos estos momentos
se perderán en el tiempo,
como lágrimas en la lluvia.
Tiempo de morir.
Blade Runner, basada en un cuento del norteamericano Philip K. Dick, quien falleció antes del estreno de la película, a sus 25 años de vida, sigue tan llena de vida, porque sus cuestionamientos aún siguen siendo -para nosotros- los mismos. ¿Llegará una respuesta? Tal vez sí, tal vez no. El resto no es cosa nuestra.


sábado, 1 de septiembre de 2007

Cómo sobreviví a la Venta Nocturna del FCE

Cada año y a finales de agosto, el Fondo de Cultura Económica realiza su ya tradicional Venta Nocturna en algunas de sus librerías y quien escribe, bibliópata por los cuatro costados, no se la perdería para nada. Pero antes de contar lo que me sucedió el pasado jueves 30 de agosto, dejo que la memoria haga un poco de historia.
Hace dos años, supe de la existencia de dicha venta por los anuncios del periódico, mismos que sí atendí, pero muy de pasada. (Bueno, admito que moría de ganas por conocer esos ambientes, pero en aquel momento estaba más que indeciso. Además, las veces que oía hablar de "ventas nocturnas", como las de Sanborns o El Palacio de Hierro, éstas terminaban hasta muy tarde, o sea, hasta que fuera atendida la última persona.) Sin embargo, el azar me llevó hasta la librería "Octavio Paz" del FCE y, sin proponérmelo, ya era parte de la Venta Nocturna. Para fortuna mía, compré -con el poco presupuesto que llevaba- sólo dos libros (ahora inconseguibles, cabe decir) y también conocí -muy de pasada- a algunos escritores, como Hugo Hiriart, León Krauze y Pablo Boullosa; también las caras conocidas no se hicieron esperar, como Beatriz Escalante y Óscar de la Borbolla, quienes me saludaron y hasta les extrañó que yo anduviera por esos lares alrededor de las 8 p.m. Cosas que pasan.
El año pasado, más o menos por la misma fecha, fui a la "Octavio Paz" por más libros de la Venta Nocturna. (En todas las ediciones de la venta, siempre predomina la mesa de las ofertas, es decir, libros que, sólo esa noche, costaban ¡¡10 pesos!!) Ni tardo ni perezoso, y con un poco más de presupuesto, entré al ataque. Por mis adquisiones no me puedo quejar: compré una antología de discursos y dos tomos de correspondencia de Plutarco Elías Calles, el tomo IV de Idea de México, de Gastón García Cantú; la obra poética de Otto-Raúl González, Camino a Tlaxcalantongo, de Ramón Beteta, y otro que se me olvida por ahora.
Lo que le pone sabor al asunto, además de los escritores invitados y la amplia gama de libros, es la enorme fila que se hace a la hora de pagar las ofertas. (Aquí no aplicaba la regla de Monsieur Etorre, misma que en el súper se cumple a carta cabal.) Como se trataba de una sola caja, la rapidez de ésta la generaba el número de libros por persona. El número mínimo de libros era de cinco, mientras que el máximo, ¡¡de 30 y hasta más!! (Y pagar con tarjeta, acto chic que pone en shock y lo deja a uno bastante chèque, para nada valía de algo.) Mientras avanzaba la hilera, y con un mundo de libros sobre los brazos, hombros y espalda, se intercambiaban opniones, dos clientes desconocidos se volvían camaradas y las parejas de novios hacían lo suyo, la polifacética Fernanda Tapia -en ese momento, embarazada de Adélie, su primera hija- entrevistaba a todos los clientes de la fila. Por poco y me entrevistaba, pero ya había pagado mis libros y me retiré de allí hecho la raya. (Y eran las 8 de la noche. Bastante temprano, ¿no es así?)
Ahora, para la edición de este año, había agendado la (posible) fecha con un mes de anticipación, pero el visto bueno se dio el viernes 24, luego de escuchar un reportaje sobre dicho evento en un noticiario radial de la mañana. Horas después, le platiqué de esto a mi queridísima Annemarie, cosa que le gustó bastante. Como ella no podía ir, me dio un presupuesto aceptable para que, literalmente, hiciera milagros y le comprara algunas joyitas. La venta comenzaría alrededor de las 6 p.m, pero me tomé la molestia de llegar media hora antes, por aquello de medir el terreno. Mientras eso sucedía, me encontré con Jean Meyer, quien me saludó y me platicó su asombro al ver la inusitada asistencia en la librería.
Revisé la lista de peticiones de Annette: Historia de México, historia del arte, biografías y alguna novela interesante. Finalmente, sí se cumpieron sus peticiones, porque además de esos temas, también agregué a la canasta libros de arquitectura, viajes y poesía, máxima pasión de Sarita, su mamá. Ahora el reto no era pagar primero en la caja ni salir rápidamente del lugar, sino cómo llevarse 31 libros de todos los tamaños hasta Tlalnepantla. ¡¡Y lo logré!! (Sólo don Jorge, Sarita, Marianne y quien escribe lo sabemos, pero como en Las Vegas, eso se quedó en su casa.)
No me cabe la menor duda que siempre seré un asiduo visitante del FCE cada vez que realiza su Venta Nocturna, pero lo mejor de todo es que siempre será buen pretexto para viajar y, por qué no, para integrarse paulatinamente a la extraña fauna de librería, de la que hablé en artículos anteriores. Ahora, el reto para 2008 no sólo será rebasar los 31 libros, sino también asistir muy bien acompañado. (Se vale soñar, ¿no?)

miércoles, 29 de agosto de 2007

¡¡¡Felicidades, Paulina!!!

Ayer, precisamente, estaba bastante preocupado porque las celebraciones en torno a Paulina Martínez Gutiérrez, Consejera Fundadora de la Nueva República de Babel y secretaria de Salud, salieran a pedir de boca. Ahora, y gracias a una (oportuna) corrección, hoy es el día en que la NRB festeje a una mujer sin par.
Gracias a Paulina, acuñé una teoría que, precisamente por ella, terminé por confirmar. La dichosa teoría en cuestión tiene que ver con las vocaciones, o sea, las carreras. Me explico mejor. Cada quien tiene una carrera natural y otra elegida. (En la primera, son tendencias naturales que se manifiestan por sí mismas; la otra, un camino a seguir: santo y seña de una vida.) Al conocer la prosapia médica de Paulina, digamos que su misión se enfoca en mantener la buena salud de muchas cosas, como el trabajo intelectual y las amistades, por ejemplo. (Cuando digo esto, me refiero a lo que otros llaman constancia.) Por el otro extremo, su carta de marear está regida por el signo de la Historia, misma a la que le dedica buena parte de sus días. En una palabra, más que estudiar los caprichos de Clío, se empeña en vivirlos por sí misma. Gracias a estas cosas, se crea un equilibrio que se resume en una solar palabra: juventud. Lo demás es mera añadidura. (Si Paulina fuera una palabra del diccionario, seguramente sería constancia. Ni dudarlo siquiera.)
Sea en conciertos del maestrísimo Fito Páez, sea como amanuense de historiadoras, Paulina irradia juventud y le otorga un constante renacimiento a las cosas que la rodean, porque la vida se hace a cada rato, claro está.
Por ésta y más razones, que por sabidas se callan, celebro tu cumpleaños convencido de una sola cosa: eres la prueba fehaciente de que las mujeres, además de no tener edad, intentan e inventan su propio mundo, el cual no se hallará exento de sorpresas. (Y para muestra, durante esta semana, los segmentos de la NRB que ya conoces, estarán exclusivamente dedicados a ti.)
¡¡¡Felicidades, Pauluna!!!

sábado, 25 de agosto de 2007

Lonesome Traveller: Alvaro Mutis

Nacido en Bogotá el 25 de agosto de 1923, el bagaje literario de Álvaro Mutis se forjó gracias a su lectura de los clásicos en francés (cuando residió temporalmente en Bruselas, debido a que su padre cumplía funciones diplomáticas) y también a las largas estancias en Coello, tierra de estirpe cafetalera en la provincia colombiana. Sin embargo, su descubrimiento de la poesía fue gracias a las clases de literatura que le impartió el poeta Eduardo Carranza, mientras Mutis era un joven estudiante de secundaria. Pero dos hechos posteriores dieron inicio a la carrera literaria del colombiano: la lectura de libros de Historia que hacía en la biblioteca del colegio y sus escapadas al billar. (Esto disgustó tanto a sus maestros como a su familia, la cual lo convenció para ponerse a trabajar.)
Álvaro Mutis trabajó como locutor en la Radio Nacional, donde leía las noticias, para más tarde desempeñarse como gerente de publicidad de compañías cerveceras, petroleras y de aviación, en tiempos diversos. (Gracias a sus relaciones en la compañía aérea, viajó junto a un amigo suyo a Cartagena de Indias, donde conoció a su gran amigo de toda la vida: Gabriel García Márquez.)
En 1948, junto a Carlos Patiño, publicó su primer libro de poemas, La balanza, mismo que se destruyó cuando el bogotazo, que acabó con todas las librerías de la ciudad. Y al año siguiente, ya en solitario, sacó Los elementos del desastre, donde apareció por vez primera una especie de alter ego suyo: Maqroll el gaviero, mismo que no lo habría de abandonar.
Debido a un proceso judicial en su contra, Mutis llegó a México (donde reside hasta la fecha), para luego ser encarcelado en Lecumberri, mientras se arreglaba su extradición a Colombia. Allí escribió su Diario de Lecumberri, además de algunas obras más. Finalmente, queda exonerado y prosigue su vida normal, vendiendo comerciales y películas por toda Latinoamérica. Gracias a sus labores publicitarias, hizo casting para el doblaje de la voz del narrador de la serie Los Intocables, misma que terminó haciendo, dándole un inolvidable sello distintivo en la historia de la televisión. (¿Quién no recuerda aquella frase: "Chicago, 1928...")
A la par de la poesía, Mutis se destapó como narrador al publicar varios cuentos en publicaciones colombianas y mexicanas, pero se tomó en serio la narrativa al escribir, a mediados de los años 80, La Nieve del Almirante, primera de siete novelas protagonizadas por Maqroll el gaviero. Le seguirían Ilona llega con la lluvia (misma que se llevó a la pantalla grande, protagonizada por Margarita Rosa de Francisco), Un bel morir, La última escala del tramp steamer, Amirbar; Abdul Bashur, soñador de navíos y Tríptico de mar y tierra. (Se dice que aún tiene otra en proceso de escritura, donde ¿llegará a matar a Maqroll? No se sabe...)
Hoy, en el 84 aniversario de su nacimiento, celebremos a Mutis leyendo sus obras y viajemos junto a Maqroll, disfrutando de sus empresas y tribulaciones que son las mismas de la literatura en sí: contar el sufrimiento, desde luego, pero también la dicha que produce la vida y el ejercicio de la amistad que el colombiano ha sembrado en los suyos y en el séquito de lectores que aumenta cada día.

miércoles, 22 de agosto de 2007

Sacco y Vanzetti: 80 años de memoria

Hace exactamente 80 años, en el estado de Massachusetts, fueron condenados -injustamente- a morir en la silla eléctrica dos inmigrantes de origen italiano: el zapatero Nicola Sacco y el vendedor ambulante de pescado Bartolomeo Vanzetti. Como la NRB no es precisamente una tribuna política, me limitaré a comentar los homenajes artísticos que se han hecho a este par inolvidable de luchadores sociales.
En 1955, el novelista norteamericano Howard Fast escribió su novela La pasión de Sacco y Vanzetti, cuya trama se desarrolla el mismo día de la ejecución de los italianos (22 de agosto de 1927), pero desde distintos ángulos. Lo mismo describe las últimas horas de Sacco y Vanzetti en la prisión, que un instante en la vida del Duce Mussolini por convencer al gobierno norteamericano de conceder el indulto al zapatero y al humilde vendedor de pescado, y también las reacciones de los sectores obrero y burgués ante semejante acontecimiento. Una novela polifónica, cuya lectura no es nada desmerecedora. Recomendable, ni dudarlo siquiera.
El cineasta italiano Giuliano Montaldo llevó a la pantalla grande, en 1970, el proceso judicial de Sacco y Vanzetti, cuya banda sonora fue compuesta por su compatriota Ennio Morricone, quien además contó con la colaboración de la norteamericana Joan Baez para la composición de dos temas emblemáticos: "The Ballad of Sacco and Vanzetti" (basada en las cartas que ellos escribieron a sus familiares desde la prisión) y la clásica "Here's to you", también conocida como la "Marcha de Sacco y Vanzetti". Hasta la fecha, esa película sigue siendo un aliciente para la juventud combativa de hoy en día. (Es más, después del 11 de septiembre de 2001, como que recobró algo de su frescura primigenia, ¿verdad?)
Por último, sólo me resta decir que el arte, más que la política, hace perdurar los sucesos que el siglo pasado nos dejó, y que siempre que escuchemos a Joan Baez, Georges Moustaki o Mireille Mathieu, no dejaremos de sentir ese espíritu combativo cada vez que suenan los acordes de "Here's to you", al igual que el filme de Montaldo o la novela de Fast. (La Galería de la Memoria también se une a esa intención.) Mejor homenaje ya no puede existir. De verdad.

martes, 21 de agosto de 2007

La Cantante de la Semana: Enya

De todas las cantantes que han pasado por las intrañas tierras de la NRB, destaca una por su serenidad y, claro está, la versatilidad que emana de sus canciones. Me refiero a la irlandesa Enya.
Eithne Ni Bhraenain (su nombre en gaélico) nació en el seno de una familia con acendrada tradición musical: junto a varios de sus hermanos formaron el grupo Clannad, quienes compusieron e interpretaron la música de la serie Robin Hood. Más tarde, Enya y su hermana Maire Brennan (también connotada cantante de reminiscencias celtas, pero más allegada a la tradición irlandesa) abandonaron la agrupación y así forjar sus carreras solistas.
La primera producción de Enya fue el soundtrack de la serie documental The Celts, mismo que se reeditaría años después, pero con su segundo disco, Watermark, se colocó en los cuernos de la luna con el primer sencillo, "Orinoco flow" (que en este lado del charco se usó para un comercial de whisky, pero ni modo), sin olvidarnos de la ecléctica "Storms in Africa". (Para posteriores reediciones, se incluyó una "segunda parte", es decir, su versión en inglés. La original está cantada en gaélico.)
Años después, su tercera producción, Shepherd moons, hizo de las suyas con los inolvidables sencillos "Caribbean blue", "Aldebaran" y "Book of days", cuya versión en inglés fue el tema de la película Far and Away, protagonizada por Nicole Kidman y Tom Cruise. (Con esto, la versatilidad de los temas de Enya estaba más que probada.) Para mediados de los años 90, The Memory of Trees fue -hasta la fecha- su disco más logrado, por retomar elementos del Watermark, pero con ciertos guiños de ojo a las incantaciones latinas y a melodías orientales. Para muestra, están "Anywhere is", "On my way home" y "China roses", por decir algunas.
Luego de su recopilación Paint the sky with stars (de donde se desprendió el sencillo "Only if..."), vino A day without rain, disco que en 2001 tuvo un inusitado éxito de ventas, puesto que el primer sencillo, "Only time", fue empleada por los noticiarios estadounidenses para ilustrar escenas del 11 de septiembre. (Sans comments.) Y aprovechando el fervor por la irlandesa, el cineasta neozelandés Peter Jackson y el compositor norteamericano Howard Shore solicitaron su colaboración para interpretar la canción-tema de la primera parte de El Señor de los Anillos, llamada "May it be". (En el resto de la saga, Annie Lennox entró al quite, pero no fue lo mismo.)
Su última producción discográfica, Amarantine, es diametralmente diferente a lo realizado en discos anteriores, puesto que si aún persiste esa serenidad muy suya, también se adentra por senderos no explorados, como en "Sumiregusa", cantada totalmente en japonés. Tanta fue la expectativa con este disco, que la compañía disquera sacó, la Navidad pasada, una edición especial con villancicos. [Nota bene: Esto no es nuevo: Enya ya antes había interpretado villancicos; ejemplo claro, "Oiche chiun" ("Silent night"), o sea, la típica "Noche de paz", incluida como bonus track del Shepherd moons.]
Para quienes gustan de la world music, bien sabemos que Enya no basta ni sobra. Para nada. Por tratarse de una cantante sin par (y muy alejada de la parafernalia musical), cada disco suyo es un viaje hacia nuevas tierras, pero con una diferencia: que quien viaja -o sea, escucha- por su mundo, ya nunca será el mismo, aunque se trate de una sola persona. Aún así, siempre habrá una canción de Enya que sea parte de nuestro corazón, es decir, nuestro muy particular "Book of days". (¿Será así? Disfrútenla.)

viernes, 17 de agosto de 2007

Leaving Port Memories: Ferias del libro

Una de las satisfacciones que tengo desde que comencé a estudiar Letras Hispánicas, es la frecuente visita a las ferias del libro, donde siempre termino por comprar algo. (Minúsculo, pero significativo.) Además, y paulatinamente, no sólo la oferta es editorial, sino también vivencial. Procedo a recordármelo.
La primera feria a la que asistí fue en el Palacio de Minería, hace alrededor de seis años. En aquel momento, era un joven ingenuo cuya biblioteca apenas era un proyecto. Y como tal, sólo le sacaba jugo a la carpa de ofertas y saldos de la UNAM, donde compré quince libros de poesía ¡¡de a peso!! (Aún así, la bolsa pesaba que daba horror.) Y desde allí supe que siempre volvería a Minería, sea como sea. La sentencia sí se cumplió.
Al año siguiente, no me animé a entrar al Palacio, pero fue en octubre de 2002 cuando Minería me hizo parte de sí. Durante tres días, de 8 a 8, en el marco del Homenaje Internacional a Felisberto Hernández en el Centenario de su nacimiento. Las pausas para comer y antes de las conferencias, a veces las ocupaba para leer, pero el ambiente editorial no era el mismo. (Aunque, he de confesarlo, Minería me dio una oportunidad de oro por ese tiempo, de la que me ocuparé en otro momento.)
A partir de marzo de 2003, se hizo oficial mi asistencia a las Ferias del Libro. Primero en Minería, acompañado por algunos colegas míos con quienes pasé largas horas y felices momentos comprando libros y caminando por los pasillos del palacio, mientras oía "Merry Christmas, Mr. Lawrence", de Ryuichi Sakamoto en el discman de un colega. (Allí mismo, tuve un reencuentro con una mujer, cuya infaltable amistad agradezco hasta la fecha.) Desde ese día, acuñé una frase que -ocasionalmente- es mi escudo de armas: Nada como volver a los viejos puertos.
El viento editorial me llevó hacia otras aguas, las del Politécnico, cuya feria anual me trajo de una manera extraña: siempre había creído que sólo vendían libros técnicos y aún así asistí. Craso error al creerlo, porque sí había libros técnicos y también literarios, lo que ya le puso sabor al asunto. De visitante fantasma en el Ex-Convento de San Lorenzo, en el Centro Histórico, me convertí en elemento decorativo en Zacatenco. No me arrepiento. (Además, contrariamente a Minería, a ésta siempre termino por asistir solo. ¿Destino? Me temo que sí...)
Los años pasan y las ferias también, pero con sensaciones e intenciones distintas. En los últimos dos años, y en marzo, precisamente, estuve muy bien acompañado. En 2006, por una niña que me quitaba el sueño -¡¡y el presupuesto!!-, que terminó por seguir su camino. Mientras el tiempo se detuvo en Minería, coincidimos con Javier Garciadiego, se portaba como chiquilla en dulcería en los stands de materiales didácticos y libros infantiles, y quien escribe, bueno... digamos que le hacía el día a sus (ahora) amigos de El Colegio Nacional. Cosas que pasan.
Este año, en Minería y también acompañado por una inteligente y sincera amiga, los papeles se cambiaron: me tocó estar como niño en juguetería, irradiando felicidad por los cuatro costados. (Ahora que me acuerdo, creo que la traía de cabeza. Suele pasar.) Son oportunidades que no dejo de disfrutar y, claro está, de agradecer.
Casi a punto de cerrar el conducto de la memoria, pienso que cada año trae buenas ferias, con sus respectivas compañías para comprar, aunque no sea libros, al menos tiempo y unas ganas de pasarla bien con alguien muy caro a nosotros. (Bien sé que para 2008, en Minería, estaré muy bien acompañado por una hermosa e inteligente mujer; seguramente distinta respecto de años anteriores. En Zacatenco, si el destino sigue jugándome bromas pesadas, regresaré solo. Pero, a pesar de estas certidumbres, conservo viva la esperanza de que la historia cambie en el Museo de Antropología, cada septiembre. Se vale soñar.) De cualquier manera, los libros como las mujeres, requieren su propio tiempo y siempre es saludable volver a los viejos puertos, pero con ganancias distintas. Verdad que sí.