viernes, 15 de agosto de 2025

Naufragios y destellos


Ulises Velázquez Gil


En su libro de ensayos El punto ciego, Javier Cercas dice de una sus novelas que “a ratos parece un torbellino de biografías paralelas y contrapuestas”; de cierta manera, toda novela (y no dudaría también que en todo libro) lleva dentro de sí una “biografía”, sea del autor, sea de alguno de sus personajes, donde al finalizar la lectura, una vida termine por vislumbrarse.

            Dicha frase me salió al paso luego de leer la obra más reciente de Aura García-Junco, quien luego de dos novelas y un libro de ensayos, nos entrega un libro ya desconcertante desde el título mismo: Dios fulmine a la que escriba sobre mí. (Veamos por qué.)

Compuesto por nueve capítulos (cada uno, de carácter fragmentario), la autora se adentra en la figura de su padre, a través de la biblioteca que recibe como herencia, así también por los testimonios de colegas y amigos, pero, sobre todo, el suyo, como hija y como ulterior colega. Empiezo esta investigación con la esperanza de recorrer su vida de libro cerrado para, una vez pagada la deuda, iniciar un capítulo nuevo. Y, quizás, aprender a reírme con él mientras su mullet rebelde brinca triunfalmente porque, mediante el milagro de la multiplicación de la cebada, hizo de una cerveza dos cervezas. Aguadas e infames, pero dos.

            Al igual que el número de cervezas arriba citadas, la autora aborda dos vidas en paralelo: las de Juan Manuel García-Junco (padre) y de H. Pascal (escritor); éste último, se movió con enorme soltura dentro del bajofondo de la cultura en México, encabezando el proyecto Goliardos, de larga y aguerrida trayectoria. ¿Cómo acercarme a él? Los recuerdos son aire doloroso. Cada vez que intento acceder a ellos, se me escapan. Sólo que me quedan los objetos que, sin querer, me heredó. (Una biblioteca, por ejemplo.)

Después de una cuidadosa selección en fast track (por la premura de vaciar el departamento donde vivió su padre hasta aquel 2 de julio de 2019 -¡oh, ronda de las fechas!), Aura García-Junco se empeña en pasar revista a varios de los libros que la componen (a guisa de un fichero atípico), donde se consigna la materia -contenido- del volumen en turno, y a su vez, desatar otra historia (también paralela), correspondiente al Juan Manuel padre, o sobre H. Pascal, según se diera la oportunidad. Una biblioteca es más que la suma de sus obras. No estoy segura qué transmite de su dueña más allá de una infatuación, que a veces raya en lo enfermizo, por aglomerar libros polvosos, muchos de ellos sin leer. La de mi papá tenía la peculiaridad de la duplicación. Uno de los hábitos que más envidiaba su colección malsana a los libros eran las colecciones enteras que compraba en descuento en librerías de viejo, o los ejemplares de ediciones de la Secretaría de Cultura que terminaban en cajas. […] Era un regalador masivo de libros. Mucho de esto se perdió en la Gran Purga post mortem, pero aún así me quedan algunos clones que ya iré regalando, como era su destino.

Al igual que la biblioteca de marras, en el padre de la autora también destella la duplicación, la de encontrar dos avatares en el mismo individuo (tal y como reza aquel aforismo de Emil Cioran, “Dos enemigos es un mismo hombre dividido”): el joven periodista prometedor y hasta entonces padre presente, y el escritor solitario -solidario- y promotor de la cultura a contracorriente (con el ya mencionado proyecto Goliardos) de publicaciones proclives al underground y de eventos culturales -léase conciertos y escalas en el Circo Volador-, de índole iniciática y para iniciados. ¿Qué estoy haciendo en estas páginas? ¿Mitologizo yo también a Pascal? ¿Difamo a Juan Manuel? […] A veces la melancolía me invita a escribir mi propio monumento, en el que papá carezca de asperezas, y de paso me evite que lo juzguen con la dureza con que yo misma lo juzgué […].

Y en ese mismo empeño, Aura García-Junco se remonta hacia los orígenes de su padre (que, de paso, son los suyos), cuando encuentra en la biblioteca heredada ¡libros en alemán!, vestigios de un naufragio también llamado biblioteca paterna (la del abuelo y bisabuelo, que también transitaron por los senderos de las letras). Intento aprender de los libros que se han escrito sobre historias personales y repetirme que la mía, como haya sido, está ahí. Si tuve un abuelo traductor que obligaba a sus hijos a leer filosofía, lo tuve y ya está. Mi papá mamó libros desde muy pequeño. Luego, cuando mi abuelo murió, él y su hermano mayor hicieron lo mismo con el hermano menor, que era muy pequeño para haber alcanzado las enseñanzas con sangre de su padre.

A medida que se avanza en la lectura de Dios fulmine a la que escriba sobre mí, otro aforismo (nietzscheano, se sabe) no ceja en aparecerse a golpe de párrafo; “Cuando no se tuvo un buen padre, habría que inventárselo”. Para la autora, se suceden toda serie de sentimientos (unos adversos, otros poco más que gratos), y el impacto entre ambos, a la par del escrutinio de la biblioteca, no “inventa” un buen padre, pero al menos pondera su humanidad; respecto a H. Pascal, su “paternidad” se refleja en coordinar talleres de jóvenes autores, publicar sus (para siempre verdes) textos de creación en antologías a contracorriente, incluso en el factótum que le acompañó en toda empresa y tribulación de afanes culturales. En Juan Manuel primó la intención -aproximada, pero certera-, mientras que para H. Pascal persistió la invención -incluso de sus propias genealogías. Muchas veces deseé que mi papá nunca hubiera abandonado su saco de lana con parches en los codos, que habitara ese cliché del intelectual que, conforme me iba adentrando en el mundillo de las letras, veía por todas partes en los hombres “exitosos” de su generación. […] En completa sintonía con eso, admiraba al personaje Pascal, el señor que, vestido con camisas de colores, hacía festivales habitados por sombras darks y metaleras. Siempre, al que ibas a encontrarte en todas las ferias del libro, el que saludaba a todo el mundo y recibía, casi siempre, un saludo emotivo de vuelta.

Además del atípico fichero arriba mencionado, la autora encarta, a pie de página, un pequeño diccionario personal, donde consigna sus inquietudes, sus taras e incluso reclamos hacia su padre. Para muestra, basten las siguientes definiciones:

LIMPIAR: eliminar lo que queda de cotidiano. 

PRESTAR UN LIBRO: Quizás la mejor manera de hacer un regalo.


LO PERSONAL: Pensar un libro es personal. Decir lo que pienso sobre alguna obra se siente como desnudarme en público.


TENER UNA HISTORIA: Inventar recuerdos que no existieron en el reino de lo físico, pero sí en el de lo afectivo.

(Y hay una veintena más, a caballo entre el aforismo y la humorada, la greguería y el flaubertiano Diccionario de las ideas recibidas, para deleite y azote de sus lectores en potencia…)

En suma, ¿dónde reside el atractivo de Dios fulmine a la que escriba sobre mí? Cuando es preciso saber el rumbo de nuestra vocación -la literaria, se sabe-, digno es hacer un recuento de la gente que nos dio destino y sentido -aunque, en la práctica, ambas nociones se contrapongan a cada instante-, a fin de justipreciar mejor su genio y figura, no exentas de naufragios y destellos, después de todo.

Dentro de las obras de Aura García-Junco, el volumen objeto de estas líneas es el más atípico del grupo, pero el más certero en cuanto a sus afanes memorialistas (que se puede leer con la misma dedicación que una novela, según se vea), que dan fe de una época agridulce, donde con todo y reservas florecen los mejores recuerdos, para después pasar la página y -¡ahora sí!- urdir una obra nueva, cuyo destino está por verse (o leerse, incluso).

Quede en ustedes conocerlo de primera fuente. (Así sea.)   


Aura García-Junco. Dios fulmine a la que escriba sobre mí. México, Sexto Piso, 2023 (Narrativa).  

 

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@Cliobabelis