viernes, 12 de septiembre de 2025

Sintonía de conocencias

Ulises Velázquez Gil

 

Una de las satisfacciones de todo artista novel (sin importar la disciplina de elección) es conocer a uno de sus ídolos, por quien se eligió la misma senda a seguir, a guisa de agradecimiento por compartir los mismos afanes y empeños; aunque lo más lógico es que las disciplinas artísticas tienen mayor impacto cuando se alimentan a sí mismas, que una ejerza influencia sobre otra distinta no resulta del todo lejano a este proceso: escritores que influyen a músicos, músicas que suscitan letra impresa.

            Para el segundo caso, digno es mencionar a Jordi Soler, en cuya obra han hallado cabida sus intereses musicales y radiofónicos: desde novelas sobre locutores sui generis hasta relatos protagonizados por figuras del medio, pasando por un pequeño (en tamaño, mas no en intensidad) volumen de poemas.

En Y uno se cree, de publicación reciente, Jordi Soler nos cuenta dos historias de sucesión alternada: su admiración por Joan Manuel Serrat (presente a lo largo de varias décadas) y la escritura a cuatro manos de una canción (por obra y gracia de una peculiar parvada aparecida en alguna novela de Soler publicada con anterioridad: [Serrat] había subrayado un pasaje de mi novele Ese príncipe que fui […] luego preguntó: ¿qué clase de pájaro es el xirimiticuaticolorodícuaro? Uno muy colorido y de plumaje esponjado, improvisé. ¿Esponjado?, ¿cómo?, ¿existe ese pájaro en Veracruz?, preguntó, y yo no tuve más remedio que decirle no lo sé, puede ser como nosotros queramos […].

            Mientras se afianza la empresa de darle cabida a tan singular pájaro bajo la forma de una canción, el autor deja libre curso a sus recuerdos y contar sus encuentros con Joan Manuel Serrat a lo largo de una vida, desde la primera vez que sus canciones (concretamente, en catalán) sonaban dentro de La Portuguesa, al interior de la selva veracruzana y habitada por exiliados que hablaban una lengua “inventada” (a decir de los oídos infantiles del autor en aquel entonces). Mi hermano y yo pudimos matricularnos en el colegio gracias a que nos sabíamos de memoria decenas de canciones de Serrat, sobre todo nos fueron muy útiles las que venían en dos de sus discos en catalán, Ara que tinc vint anys y Com ho fa el vent. […] las canciones de Joan Manuel Serrat eran, para nosotros, el faro que alumbraba el camino hacia el país al que no se podía regresar […] lo cual nos convertía a mi hermano y a mí en un paso de excéntricos que iban canturreando por la selva “En qualsevol lloc” o “Canço de matinada”, canciones en una lengua que ninguno de nuestros vecinos entendía.

Si hacemos caso a las palabras del joven clásico respecto a que “no se habita un país, sino una lengua”, en la matria llamada La Portuguesa se hablaba catalán, y el sentimiento de identidad del autor en ciernes se daba alrededor de una peculiar trinidad oriunda (o residente) de Cataluña: Johan Cruyff, Juan Marsé y, claro, Joan Manuel Serrat; sobre éste último dice lo siguiente: […] el origen de mi vocación de escritor está en ese álbum total que hizo Serrat con los poemas de Miguel Hernández, un disco que oí obsesivamente hasta su desintegración y que me llevó al libro del poeta que había en casa, y de aquel libro fui pasando a otros libros hasta que llegó el día en que me atreví a escribir los míos. Una sucesiva y coherente cadena de inspiraciones: la música serratiana desde la poesía de Miguel Hernández, la literatura española a partir de la poesía hernandiana, y de allí hasta atreverse a urdir el tejido de los propios libros, agradeciendo la sucesión de enlaces al encuentro con una vocación a prueba de tiempo.

A medida que pasa la vida, no dejan de salir al paso personas, obras, lecturas y, desde luego, músicas hacia las cuales llevar nuestra senda; si la escucha del “Noi del Poble-Sec” inoculó la poesía (por ende, la literatura) en el ser y hacer postreros de Jordi Soler, es ineludible la vuelta al punto de partida, es decir, volver a escuchar esa música como la primera vez, y añadirla a la galería de gustos adquiridos, tal y como ocurre en una escena donde, para un Soler adolescente, a la par de Led Zeppellin, David Bowie y Leonard Cohen -otro casi exitoso del tránsito de las letras a la música-, por mencionar sólo algunos nombres, Serrat figura como ídolo consolidado, referente obligado, incluso género musical en sí mismo. Con las canciones de Serrat nadie se atrevía a protestar, nadie quería quedar como un guarro, como un ignorante o como un insensible.

Si las novelas, ensayos, poemas, relatos y hasta canciones son una forma de agradecimiento de un joven lector/escucha hacia el genio y la figura de Joan Manuel Serrat, el sencillo hecho de que el cantautor, andando el tiempo y el milagro de la amistad, le influyera en una empresa a cuatro manos como lo fue (por el momento) la escritura de una canción, donde sendos pájaros de la fauna novelística creada por Jordi Soler habiten otro bosque, uno compuesto de música y de palabras, combinación imbatible que destella, relumbra, expide colores, magia, milagros inclusive, […] siempre guiados por el rigor de Serrat, que era nuestra linterna, un rigor que fue muy evidente desde el primer boceto de la canción, el mismo al que yo me someto cuando escribo mis novelas y mis ensayos, pero en este caso, al ser la escritura de una canción un arte que está fuera de mi universo literario, su rigor me parecía de otra naturaleza […] Al integrarse a ese rigor, que desde luego excedía mis capacidades, me quedó claro de dónde habían salido esas canciones magistrales que me han marcado desde que era un niño.

En suma, Y uno se cree da fe de una doble fidelidad: hacia la poesía (presente de principio a fin en la empresa de escribir una canción a cuatro manos), desde la amistad (cuando las letras de Soler suscitan admiración y una postrer cadena de sucesos y figuras en común); mientras conocemos los vaivenes de una escritura a cuatro manos, recordamos con el autor la evolución natural de un escucha, forofo, fan de un catalán sin par; sintonía de conocencias, afianzadas al milagro de la amistad a primera vista y de la fidelidad recíproca de dos genios ungidos al reino de las palabras.

Si en La cantante descalza y otros casos oscuros del rock hizo ver que todas las vidas dedicadas a la música se entrelazan de manera inusitada, en el libro que ocupa estas líneas, no sólo describe, sino que se asume parte de una historia más grande, donde la música de una vida se vuelve una vida llena de músicas: las creadas por Serrat, las contadas por Soler, y aquéllas que buscan insertarse dentro de nuestras vidas, y en ese sentido, bien vale recordar lo dicho por el Nano en otra de sus canciones: El camí fa pujada i me’n vaig a peu. (Buen camino.)


Jordi Soler. Y uno se cree. De como Joan Manuel Serrat y yo nos pusimos, una vez, a escribir una canción. Madrid, Alfaguara, 2025 (Narrativa hispánica).  

 

babelises@hotmail.com 

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viernes, 15 de agosto de 2025

Naufragios y destellos


Ulises Velázquez Gil


En su libro de ensayos El punto ciego, Javier Cercas dice de una sus novelas que “a ratos parece un torbellino de biografías paralelas y contrapuestas”; de cierta manera, toda novela (y no dudaría también que en todo libro) lleva dentro de sí una “biografía”, sea del autor, sea de alguno de sus personajes, donde al finalizar la lectura, una vida termine por vislumbrarse.

            Dicha frase me salió al paso luego de leer la obra más reciente de Aura García-Junco, quien luego de dos novelas y un libro de ensayos, nos entrega un libro ya desconcertante desde el título mismo: Dios fulmine a la que escriba sobre mí. (Veamos por qué.)

Compuesto por nueve capítulos (cada uno, de carácter fragmentario), la autora se adentra en la figura de su padre, a través de la biblioteca que recibe como herencia, así también por los testimonios de colegas y amigos, pero, sobre todo, el suyo, como hija y como ulterior colega. Empiezo esta investigación con la esperanza de recorrer su vida de libro cerrado para, una vez pagada la deuda, iniciar un capítulo nuevo. Y, quizás, aprender a reírme con él mientras su mullet rebelde brinca triunfalmente porque, mediante el milagro de la multiplicación de la cebada, hizo de una cerveza dos cervezas. Aguadas e infames, pero dos.

            Al igual que el número de cervezas arriba citadas, la autora aborda dos vidas en paralelo: las de Juan Manuel García-Junco (padre) y de H. Pascal (escritor); éste último, se movió con enorme soltura dentro del bajofondo de la cultura en México, encabezando el proyecto Goliardos, de larga y aguerrida trayectoria. ¿Cómo acercarme a él? Los recuerdos son aire doloroso. Cada vez que intento acceder a ellos, se me escapan. Sólo que me quedan los objetos que, sin querer, me heredó. (Una biblioteca, por ejemplo.)

Después de una cuidadosa selección en fast track (por la premura de vaciar el departamento donde vivió su padre hasta aquel 2 de julio de 2019 -¡oh, ronda de las fechas!), Aura García-Junco se empeña en pasar revista a varios de los libros que la componen (a guisa de un fichero atípico), donde se consigna la materia -contenido- del volumen en turno, y a su vez, desatar otra historia (también paralela), correspondiente al Juan Manuel padre, o sobre H. Pascal, según se diera la oportunidad. Una biblioteca es más que la suma de sus obras. No estoy segura qué transmite de su dueña más allá de una infatuación, que a veces raya en lo enfermizo, por aglomerar libros polvosos, muchos de ellos sin leer. La de mi papá tenía la peculiaridad de la duplicación. Uno de los hábitos que más envidiaba su colección malsana a los libros eran las colecciones enteras que compraba en descuento en librerías de viejo, o los ejemplares de ediciones de la Secretaría de Cultura que terminaban en cajas. […] Era un regalador masivo de libros. Mucho de esto se perdió en la Gran Purga post mortem, pero aún así me quedan algunos clones que ya iré regalando, como era su destino.

Al igual que la biblioteca de marras, en el padre de la autora también destella la duplicación, la de encontrar dos avatares en el mismo individuo (tal y como reza aquel aforismo de Emil Cioran, “Dos enemigos es un mismo hombre dividido”): el joven periodista prometedor y hasta entonces padre presente, y el escritor solitario -solidario- y promotor de la cultura a contracorriente (con el ya mencionado proyecto Goliardos) de publicaciones proclives al underground y de eventos culturales -léase conciertos y escalas en el Circo Volador-, de índole iniciática y para iniciados. ¿Qué estoy haciendo en estas páginas? ¿Mitologizo yo también a Pascal? ¿Difamo a Juan Manuel? […] A veces la melancolía me invita a escribir mi propio monumento, en el que papá carezca de asperezas, y de paso me evite que lo juzguen con la dureza con que yo misma lo juzgué […].

Y en ese mismo empeño, Aura García-Junco se remonta hacia los orígenes de su padre (que, de paso, son los suyos), cuando encuentra en la biblioteca heredada ¡libros en alemán!, vestigios de un naufragio también llamado biblioteca paterna (la del abuelo y bisabuelo, que también transitaron por los senderos de las letras). Intento aprender de los libros que se han escrito sobre historias personales y repetirme que la mía, como haya sido, está ahí. Si tuve un abuelo traductor que obligaba a sus hijos a leer filosofía, lo tuve y ya está. Mi papá mamó libros desde muy pequeño. Luego, cuando mi abuelo murió, él y su hermano mayor hicieron lo mismo con el hermano menor, que era muy pequeño para haber alcanzado las enseñanzas con sangre de su padre.

A medida que se avanza en la lectura de Dios fulmine a la que escriba sobre mí, otro aforismo (nietzscheano, se sabe) no ceja en aparecerse a golpe de párrafo; “Cuando no se tuvo un buen padre, habría que inventárselo”. Para la autora, se suceden toda serie de sentimientos (unos adversos, otros poco más que gratos), y el impacto entre ambos, a la par del escrutinio de la biblioteca, no “inventa” un buen padre, pero al menos pondera su humanidad; respecto a H. Pascal, su “paternidad” se refleja en coordinar talleres de jóvenes autores, publicar sus (para siempre verdes) textos de creación en antologías a contracorriente, incluso en el factótum que le acompañó en toda empresa y tribulación de afanes culturales. En Juan Manuel primó la intención -aproximada, pero certera-, mientras que para H. Pascal persistió la invención -incluso de sus propias genealogías. Muchas veces deseé que mi papá nunca hubiera abandonado su saco de lana con parches en los codos, que habitara ese cliché del intelectual que, conforme me iba adentrando en el mundillo de las letras, veía por todas partes en los hombres “exitosos” de su generación. […] En completa sintonía con eso, admiraba al personaje Pascal, el señor que, vestido con camisas de colores, hacía festivales habitados por sombras darks y metaleras. Siempre, al que ibas a encontrarte en todas las ferias del libro, el que saludaba a todo el mundo y recibía, casi siempre, un saludo emotivo de vuelta.

Además del atípico fichero arriba mencionado, la autora encarta, a pie de página, un pequeño diccionario personal, donde consigna sus inquietudes, sus taras e incluso reclamos hacia su padre. Para muestra, basten las siguientes definiciones:

LIMPIAR: eliminar lo que queda de cotidiano. 

PRESTAR UN LIBRO: Quizás la mejor manera de hacer un regalo.


LO PERSONAL: Pensar un libro es personal. Decir lo que pienso sobre alguna obra se siente como desnudarme en público.


TENER UNA HISTORIA: Inventar recuerdos que no existieron en el reino de lo físico, pero sí en el de lo afectivo.

(Y hay una veintena más, a caballo entre el aforismo y la humorada, la greguería y el flaubertiano Diccionario de las ideas recibidas, para deleite y azote de sus lectores en potencia…)

En suma, ¿dónde reside el atractivo de Dios fulmine a la que escriba sobre mí? Cuando es preciso saber el rumbo de nuestra vocación -la literaria, se sabe-, digno es hacer un recuento de la gente que nos dio destino y sentido -aunque, en la práctica, ambas nociones se contrapongan a cada instante-, a fin de justipreciar mejor su genio y figura, no exentas de naufragios y destellos, después de todo.

Dentro de las obras de Aura García-Junco, el volumen objeto de estas líneas es el más atípico del grupo, pero el más certero en cuanto a sus afanes memorialistas (que se puede leer con la misma dedicación que una novela, según se vea), que dan fe de una época agridulce, donde con todo y reservas florecen los mejores recuerdos, para después pasar la página y -¡ahora sí!- urdir una obra nueva, cuyo destino está por verse (o leerse, incluso).

Quede en ustedes conocerlo de primera fuente. (Así sea.)   


Aura García-Junco. Dios fulmine a la que escriba sobre mí. México, Sexto Piso, 2023 (Narrativa).  

 

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