Ulises
Velázquez Gil
En
su libro de ensayos El punto ciego, Javier Cercas dice de una sus
novelas que “a ratos parece un torbellino de biografías paralelas y
contrapuestas”; de cierta manera, toda novela (y no dudaría también que en todo
libro) lleva dentro de sí una “biografía”, sea del autor, sea de alguno de sus
personajes, donde al finalizar la lectura, una vida termine por vislumbrarse.
Dicha frase me salió al paso luego
de leer la obra más reciente de Aura García-Junco, quien luego de dos novelas y
un libro de ensayos, nos entrega un libro ya desconcertante desde el título
mismo: Dios fulmine a la que escriba sobre mí. (Veamos por qué.)
Compuesto por nueve capítulos (cada uno, de carácter
fragmentario), la autora se adentra en la figura de su padre, a través de la
biblioteca que recibe como herencia, así también por los testimonios de colegas
y amigos, pero, sobre todo, el suyo, como hija y como ulterior colega. Empiezo esta investigación con la esperanza
de recorrer su vida de libro cerrado para, una vez pagada la deuda, iniciar un
capítulo nuevo. Y, quizás, aprender a reírme con él mientras su mullet rebelde
brinca triunfalmente porque, mediante el milagro de la multiplicación de la
cebada, hizo de una cerveza dos cervezas. Aguadas e infames, pero dos.
Al igual que el número de cervezas
arriba citadas, la autora aborda dos vidas en paralelo: las de Juan Manuel
García-Junco (padre) y de H. Pascal (escritor); éste último, se movió con
enorme soltura dentro del bajofondo de la cultura en México, encabezando el
proyecto Goliardos, de larga y aguerrida trayectoria. ¿Cómo acercarme a él? Los recuerdos son aire doloroso. Cada vez que
intento acceder a ellos, se me escapan. Sólo que me quedan los objetos que, sin
querer, me heredó. (Una biblioteca,
por ejemplo.)
Después de una cuidadosa selección en fast
track (por la premura de vaciar el departamento donde vivió su padre hasta
aquel 2 de julio de 2019 -¡oh, ronda de las fechas!), Aura García-Junco se
empeña en pasar revista a varios de los libros que la componen (a guisa de un
fichero atípico), donde se consigna la materia -contenido- del volumen en turno,
y a su vez, desatar otra historia (también paralela), correspondiente al Juan
Manuel padre, o sobre H. Pascal, según se diera la oportunidad. Una biblioteca
es más que la suma de sus obras. No estoy segura qué transmite de su dueña más
allá de una infatuación, que a veces raya en lo enfermizo, por aglomerar libros
polvosos, muchos de ellos sin leer. La de mi papá tenía la peculiaridad de la
duplicación. Uno de los hábitos que más envidiaba su colección malsana a los
libros eran las colecciones enteras que compraba en descuento en librerías de
viejo, o los ejemplares de ediciones de la Secretaría de Cultura que terminaban
en cajas. […] Era un regalador masivo de libros. Mucho de esto se perdió
en la Gran Purga post mortem, pero aún así me quedan algunos clones que
ya iré regalando, como era su destino.
Al igual que la biblioteca de marras, en el padre
de la autora también destella la duplicación, la de encontrar dos avatares en
el mismo individuo (tal y como reza aquel aforismo de Emil Cioran, “Dos enemigos
es un mismo hombre dividido”): el joven periodista prometedor y hasta entonces
padre presente, y el escritor solitario -solidario- y promotor de la cultura a
contracorriente (con el ya mencionado proyecto Goliardos) de publicaciones
proclives al underground y de eventos culturales -léase conciertos y
escalas en el Circo Volador-, de índole iniciática y para iniciados. ¿Qué estoy haciendo en estas páginas?
¿Mitologizo yo también a Pascal? ¿Difamo a Juan Manuel? […] A veces la melancolía me invita a escribir mi propio monumento, en el
que papá carezca de asperezas, y de paso me evite que lo juzguen con la dureza
con que yo misma lo juzgué […].
Y en ese mismo empeño, Aura García-Junco se
remonta hacia los orígenes de su padre (que, de paso, son los suyos), cuando
encuentra en la biblioteca heredada ¡libros en alemán!, vestigios de un naufragio
también llamado biblioteca paterna (la del abuelo y bisabuelo, que también transitaron
por los senderos de las letras). Intento aprender
de los libros que se han escrito sobre historias personales y repetirme que la
mía, como haya sido, está ahí. Si tuve un abuelo traductor que obligaba a sus
hijos a leer filosofía, lo tuve y ya está. Mi papá mamó libros desde muy
pequeño. Luego, cuando mi abuelo murió, él y su hermano mayor hicieron lo mismo
con el hermano menor, que era muy pequeño para haber alcanzado las enseñanzas
con sangre de su padre.
A medida que se avanza en la lectura de Dios
fulmine a la que escriba sobre mí, otro aforismo (nietzscheano, se sabe) no
ceja en aparecerse a golpe de párrafo; “Cuando no se tuvo un buen padre, habría
que inventárselo”. Para la autora, se suceden toda serie de sentimientos (unos
adversos, otros poco más que gratos), y el impacto entre ambos, a la par del
escrutinio de la biblioteca, no “inventa” un buen padre, pero al menos pondera
su humanidad; respecto a H. Pascal, su “paternidad” se refleja en coordinar
talleres de jóvenes autores, publicar sus (para siempre verdes) textos de
creación en antologías a contracorriente, incluso en el factótum que le acompañó
en toda empresa y tribulación de afanes culturales. En Juan Manuel primó la
intención -aproximada, pero certera-, mientras que para H. Pascal persistió la
invención -incluso de sus propias genealogías. Muchas veces deseé que mi
papá nunca hubiera abandonado su saco de lana con parches en los codos, que habitara
ese cliché del intelectual que, conforme me iba adentrando en el mundillo de
las letras, veía por todas partes en los hombres “exitosos” de su generación. […]
En completa sintonía con eso, admiraba al personaje Pascal, el señor que,
vestido con camisas de colores, hacía festivales habitados por sombras darks y
metaleras. Siempre, al que ibas a encontrarte en todas las ferias del libro, el
que saludaba a todo el mundo y recibía, casi siempre, un saludo emotivo de
vuelta.
Además del atípico fichero arriba mencionado, la
autora encarta, a pie de página, un pequeño diccionario personal, donde consigna
sus inquietudes, sus taras e incluso reclamos hacia su padre. Para muestra,
basten las siguientes definiciones:
LIMPIAR: eliminar lo que queda de cotidiano.
PRESTAR UN LIBRO: Quizás la mejor manera de hacer un regalo.
LO
PERSONAL: Pensar un libro es personal. Decir lo que pienso sobre alguna obra se
siente como desnudarme en público.
TENER UNA
HISTORIA: Inventar recuerdos que no existieron en el reino de lo físico, pero
sí en el de lo afectivo.
(Y
hay una veintena más, a caballo entre el aforismo y la humorada, la greguería y
el flaubertiano Diccionario de las ideas recibidas, para deleite y azote
de sus lectores en potencia…)
En suma, ¿dónde reside el atractivo de Dios fulmine a la que escriba sobre mí? Cuando es preciso saber el rumbo de
nuestra vocación -la literaria, se sabe-, digno es hacer un recuento de la
gente que nos dio destino y sentido -aunque, en la práctica, ambas nociones se
contrapongan a cada instante-, a fin de justipreciar mejor su genio y figura,
no exentas de naufragios y destellos,
después de todo.
Dentro de las obras de Aura García-Junco, el volumen
objeto de estas líneas es el más atípico del grupo, pero el más certero en
cuanto a sus afanes memorialistas (que se puede leer con la misma dedicación
que una novela, según se vea), que dan fe de una época agridulce, donde con
todo y reservas florecen los mejores recuerdos, para después pasar la página y
-¡ahora sí!- urdir una obra nueva, cuyo destino está por verse (o leerse, incluso).
Quede en ustedes conocerlo de primera fuente. (Así
sea.)
Aura
García-Junco. Dios fulmine a la que
escriba sobre mí. México, Sexto Piso, 2023 (Narrativa).
@Cliobabelis