miércoles, 14 de agosto de 2024

Ciudadanos del tiempo



Ulises Velázquez Gil


En su conocida obra Las ciudades invisibles, Italo Calvino, por boca de su narrador y protagonista Marco Polo, cuenta a Kublai Kan sobre las ciudades que tuvo la fortuna de visitar; muchas de las veces, de tan inverosímiles que se tornan muy reales, incluso cercanas.

            Tanto en la geografía física como en la literaria, la ciudad que suscita constantemente asombros que certezas (pocas al fin) es Jerusalén, con todo y el síndrome al que debe su nombre. Y es, precisamente, esta ciudad la que se vuelve eje de la antología que hoy nos ocupa, sobre todo cuando la figura de una gran escritora afianza empeños como afanes.

Compilado y prologado por Vicente Quirarte, Encuentros con Israel. Mexicanos de la cátedra “Rosario Castellanos” reúne textos de once escritores que ocuparon en su momento la cátedra de marras, donde dan cuenta de los días que pasaron por una ciudad que no deja de ofrecer (y de ofrendar, incluso) sus maravillas y sus milagros, en una geografía accidentada (¿fragmentada?) por sucesos de alcances políticos y religiosos. Entre las constantes hostilidades de árabes y de judíos, la vida diaria emerge a pesar de todo.

A guisa de señero homenaje a Rosario Castellanos y su paso por Israel, tanto como embajadora como profesora universitaria, a finales de los años 90 del siglo XX, se instituyó una cátedra con su nombre en la Universidad Hebrea de Jerusalén, con la finalidad de que escritores mexicanos impartan clases por un breve periodo, la cual, desde su creación, ha recibido a varios escritores, quienes comparten andanzas y maestranzas con sus estudiantes.

Dice Vicente Quirarte en su presentación al volumen: Todo viaje s separación y metamorfosis. Sustrae a su protagonista del normal transcurrir y lo sitúa en un espacio inédito. Lo convierte en una hoja intacta y sedienta de insospechadas fuerzas. Como la enfermedad o el amor, el viaje es una experiencia que nos lleva al límite. Ninguno como el que se emprende hacia un país imaginado o conocido a través de diversas formas de virtualidad, pero que, sorprendente e imprevisto, nos estremece desde el inicial encuentro.

Desde su propia percepción y ulterior vivencia de la ciudad de Jerusalén, los once autores reunidos incursionan, cada quien a su modo, por los senderos de la crónica, en la cuenta de sus pasos por una ciudad que se antoja moderna (dada la presencia y/o vigencia de los temas actuales, incluso los de índole política) sin dejar su aura de espiritualidad y misticismo (donde conviven, antaño, dos, tres manera de acercarse a la divinidad, ecos de una tierra prometida). A este respecto, el texto de Rafael Olea Franco, “De un singular aventura (entre la Ley de Dios y la Literatura)”, ofrece la visión de un agnóstico por quien el lugar común asume como católico atávico: […] ¿se requiere ser judío para ingresar como profesor a la Universidad Hebrea?; en este caso, ¿no alentaría esa restricción contra el espacio plural propio de un ámbito universitario? Sin embargo, luego de mi estancia, concluyo que la enorme diversidad cultural de los integrantes del pueblo judío es un antídoto contra esa probable limitación […].

Grata diversidad se evidencia desde la nómina de escritores convocados, entre los cuales podemos mencionar a Beatriz Espejo, Rosa Beltrán, María Teresa Miaja de la Peña (las únicas mujeres, cabe señalarlo), Ignacio Padilla, Carlos López Beltrán, Marco Antonio Campos, Mauricio Tenorio Trillo, Ignacio Trejo Fuentes, Alejandro Higashi, el propio Olea Franco y, ¡sorpresa!, al coordinador del volumen, cuyo texto une dos universos en una misma ciudad: el de Carlos Pellicer y su peregrinaje intermitente por Jerusalén, y el suyo propio, para consolidar una tradición (¡vaya palabra! -y más para la comunidad judía) iniciada por su colega y maestro Carlos Montemayor (de quien hubiera estado excelente contar con un texto suyo dentro de este volumen). He aquí la ciudad anhelada, imaginada, conquistada, destruida. He aquí la ciudad como un hermoso juguete inalcanzable que los hombres han utilizado para lo más alto y lo más deleznable de sus pasiones. Antes de entrar en Jerusalén, hay que admirarla así, de lejos, sentir su palpitación presente y avanzar en la conquista espiritual de sus espacios (“Encuentros con la ciudad de Dios”).

Sin embargo, la misma ciudad no le ofrece una experiencia similar para los demás autores de Encuentros con Israel. Para Beatriz Espejo, en “Jerusalén, notas de aquellos días”, el vaivén de sus pasos reside en su labor docente como profesora universitaria -sin mayores diferencias respecto al que realiza en la UNAM- y en el recuerdo de sus manes (madre y maestros) que acompañan sus pasos por la llamada “ciudad de oro”: Mucho de mi tiempo libre lo paso en mi cuarto escribiendo o leyendo. Esto último con voracidad. Quizás por su extensión traje curiosamente las obras que la dieron el Nobel a Thomas Mann. El sábado se fue la luz eléctrica cerca de las siete de la noche, todavía había claridad, pero los regaderas empezaron a perder fuerza y a fallar. Se organizó un verdadero escándalo que llegaba hasta mi habitación. Eran las voces de muchos ortodoxos ejercitando con furia sus potentes pulmones. Habían ido a bañarse conforme a los rituales establecidos.

Sin importar la rutina en que se sumerjan nuestros autores, la vida de la ciudad acaba por alcanzarles; para Carlos López Beltrán, en “Ayer estoy en Jerusalén”, no sólo se trata de la rutina religiosa, comercial y cultural, sino del ambiente bélico que (todavía) predomina en aquellas latitudes. Desde su trinchera del café internet, López Beltrán nos da cuenta de ese ambiente. Quizá por venir de un país muy desigual no noté al principio tanta diferencia. Quizá fue porque al principio todo me pareció parte de un mosaico único y fascinante. Distinguir, diferenciar me llevó a sentir gran sorpresa de que en tan pocas cuadras, en tan mínima área, se acomodara tanta distancia (¿cultural? ¿religiosa? ¿política?) humana.

Tres autores que merecen especial atención, por la brevedad de sus colaboraciones, son Rosa Beltrán, Ignacio Padilla y María Teresa Miaja de la Peña. A diferencia de sus colegas y compañeros de libro (que optan -intencional y no- por el texto de largo aliento), ellos dedican pocas, pero grandiosas páginas a dar constancia de su paso por Jerusalén. La primera impresión es que la ciudad cabe en un dedal. Una impresión no significa nada, piensas, Jerusalén son las historias que has leído, las imágenes que han pintado, grabado, esculpido en piedra o en palabras durante milenios. Han hecho literatura sobre una tierra arisca. Las mayores fantasías nunca surgen de lo grandilocuente (Rosa Beltrán, “Al borde del mundo”); […] Allá fui a dar, en fin, para hablar del agua mientras me dejaban beber del manantial del mundo que mana de la fuente jerosolimitana. […] Allí viví el asombro del arte que germina no de la paz bucólica de las utopías sino de la interminable violencia que sigue levantando y de la ira sempiterna que nos hace humanos (Ignacio Padilla, “Del mar en Jerusalén”); […] Cuántos antes que yo pasaron por Jerusalén a través de los tiempos, de las invasiones, cruzadas, conquistas, peregrinaciones, viajes; cuántos la han escrito, pintado, descrito, cantado, amado, anhelado e incluso quizá detestado, cuántos la construyeron y cuántos la destruyeron. No puedo ni siquiera intentar imaginarlo (María Teresa Miaja de la Peña, “¡Oh, Jerusalén! De murallas, desiertos y oasis”).

Mención aparte merecen Marco Antonio Campos, Ignacio Trejo Fuentes y Mauricio Tenorio Trillo con sus correspondientes colaboraciones, donde la crónica destella desde el primer párrafo, y que también se emparentan con el resto por el hecho de saberse maestros en un recinto extranjero, pero tan cercano por obra y gracia de Rosario Castellanos, cuya figura, a más de cincuenta años de distancia, sigue más presente que nunca.

En suma, Encuentros con Israel da cuenta del talento desmedido de los escritores mexicanos que ocuparon la cátedra “Rosario Castellanos” en la Universidad Hebrea, con lo cual se cumple un deseo de la escritora y diplomática en cuanto a estrechar los lazos entre México e Israel (enlace que, hoy día y pese a los sucesos recientes, sólo queda afianzar). A semejanza del narrador de Las ciudades invisibles (referida al principio de estas líneas), todos los escritores se tornan ciudadanos del tiempo con el hecho de compartir sus andanzas por la ciudad de Jerusalén, así también de las maestranzas allí adquiridas, que les concede un lugar en el mundo, lleno de letras y de vida, de palabras y recuerdos (como los que Ignacio Trejo Fuentes plasmó en su Diario de Jerusalén, a la sazón, el último libro que publicó en vida).

Con todo y que la realidad insiste en rebasar nuestro entendimiento, digno es proseguir el legado de una escritora sin par (quien compartirá centenario con la universidad que le acogió durante su breve, pero edificante misión en Medio Oriente) mediante la participación de escritores mexicanos cuya sabiduría abone hacia una mejor proyección de la cultura mexicana allende las fronteras.

Quede aquí, su dedicada y grata lectura. (Así sea.)   


Vicente Quirarte (coord.) Encuentros con Israel. Mexicanos de la cátedra “Rosario Castellanos” en la Universidad Hebrea de Jerusalén. México, UNAM/ Secretaría de Relaciones Exteriores/ Amigos Mexicanos de la Universidad Hebrea de Jerusalem, 2013.  

 

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