Ulises
Velázquez Gil
En
su conocida obra Las ciudades invisibles, Italo Calvino, por boca de su
narrador y protagonista Marco Polo, cuenta a Kublai Kan sobre las ciudades que
tuvo la fortuna de visitar; muchas de las veces, de tan inverosímiles que se tornan
muy reales, incluso cercanas.
Tanto en la geografía física como en
la literaria, la ciudad que suscita constantemente asombros que certezas (pocas
al fin) es Jerusalén, con todo y el síndrome al que debe su nombre. Y es, precisamente,
esta ciudad la que se vuelve eje de la antología que hoy nos ocupa, sobre todo
cuando la figura de una gran escritora afianza empeños como afanes.
Compilado y prologado por Vicente Quirarte, Encuentros con Israel. Mexicanos de la
cátedra “Rosario Castellanos”
reúne textos de once escritores que ocuparon en su momento la cátedra de marras,
donde dan cuenta de los días que pasaron por una ciudad que no deja de ofrecer
(y de ofrendar, incluso) sus maravillas y sus milagros, en una geografía
accidentada (¿fragmentada?) por sucesos de alcances políticos y religiosos.
Entre las constantes hostilidades de árabes y de judíos, la vida diaria emerge a
pesar de todo.
A guisa de señero homenaje
a Rosario Castellanos y su paso por Israel, tanto como embajadora como profesora
universitaria, a finales de los años 90 del siglo XX, se instituyó una cátedra
con su nombre en la Universidad Hebrea de Jerusalén, con la finalidad de que
escritores mexicanos impartan clases por un breve periodo, la cual, desde su
creación, ha recibido a varios escritores, quienes comparten andanzas y
maestranzas con sus estudiantes.
Dice Vicente Quirarte en
su presentación al volumen: Todo
viaje s separación y metamorfosis. Sustrae a su protagonista del normal
transcurrir y lo sitúa en un espacio inédito. Lo convierte en una hoja intacta
y sedienta de insospechadas fuerzas. Como la enfermedad o el amor, el viaje es
una experiencia que nos lleva al límite. Ninguno como el que se emprende hacia
un país imaginado o conocido a través de diversas formas de virtualidad, pero
que, sorprendente e imprevisto, nos estremece desde el inicial encuentro.
Desde su propia percepción y ulterior vivencia de
la ciudad de Jerusalén, los once autores reunidos incursionan, cada quien a su
modo, por los senderos de la crónica, en la cuenta de sus pasos por una ciudad
que se antoja moderna (dada la presencia y/o vigencia de los temas actuales, incluso
los de índole política) sin dejar su aura de espiritualidad y misticismo (donde
conviven, antaño, dos, tres manera de acercarse a la divinidad, ecos de una
tierra prometida). A este respecto, el texto de Rafael Olea Franco, “De un
singular aventura (entre la Ley de Dios y la Literatura)”, ofrece la visión de
un agnóstico por quien el lugar común asume como católico atávico: […] ¿se requiere ser judío para ingresar como
profesor a la Universidad Hebrea?; en este caso, ¿no alentaría esa restricción
contra el espacio plural propio de un ámbito universitario? Sin embargo, luego
de mi estancia, concluyo que la enorme diversidad cultural de los integrantes
del pueblo judío es un antídoto contra esa probable limitación […].
Grata diversidad se evidencia desde la nómina de
escritores convocados, entre los cuales podemos mencionar a Beatriz Espejo,
Rosa Beltrán, María Teresa Miaja de la Peña (las únicas mujeres, cabe
señalarlo), Ignacio Padilla, Carlos López Beltrán, Marco Antonio Campos, Mauricio
Tenorio Trillo, Ignacio Trejo Fuentes, Alejandro Higashi, el propio Olea Franco
y, ¡sorpresa!, al coordinador del volumen, cuyo texto une dos universos en una
misma ciudad: el de Carlos Pellicer y su peregrinaje intermitente por Jerusalén,
y el suyo propio, para consolidar una tradición (¡vaya palabra! -y más para la
comunidad judía) iniciada por su colega y maestro Carlos Montemayor (de quien
hubiera estado excelente contar con un texto suyo dentro de este volumen). He aquí la ciudad anhelada, imaginada, conquistada,
destruida. He aquí la ciudad como un hermoso juguete inalcanzable que los
hombres han utilizado para lo más alto y lo más deleznable de sus pasiones. Antes
de entrar en Jerusalén, hay que admirarla así, de lejos, sentir su palpitación
presente y avanzar en la conquista espiritual de sus espacios (“Encuentros con la ciudad de Dios”).
Sin embargo, la misma ciudad no le ofrece una experiencia
similar para los demás autores de Encuentros
con Israel. Para Beatriz Espejo, en “Jerusalén, notas de aquellos días”, el
vaivén de sus pasos reside en su labor docente como profesora universitaria
-sin mayores diferencias respecto al que realiza en la UNAM- y en el recuerdo de
sus manes (madre y maestros) que acompañan sus pasos por la llamada “ciudad de oro”:
Mucho de mi tiempo libre lo paso en mi
cuarto escribiendo o leyendo. Esto último con voracidad. Quizás por su
extensión traje curiosamente las obras que la dieron el Nobel a Thomas Mann. El
sábado se fue la luz eléctrica cerca de las siete de la noche, todavía había
claridad, pero los regaderas empezaron a perder fuerza y a fallar. Se organizó
un verdadero escándalo que llegaba hasta mi habitación. Eran las voces de
muchos ortodoxos ejercitando con furia sus potentes pulmones. Habían ido a
bañarse conforme a los rituales establecidos.
Sin importar la rutina en que se sumerjan nuestros
autores, la vida de la ciudad acaba por alcanzarles; para Carlos López Beltrán,
en “Ayer estoy en Jerusalén”, no sólo se trata de la rutina religiosa,
comercial y cultural, sino del ambiente bélico que (todavía) predomina en aquellas
latitudes. Desde su trinchera del café internet, López Beltrán nos da cuenta de
ese ambiente. Quizá por venir de un país
muy desigual no noté al principio tanta diferencia. Quizá fue porque al
principio todo me pareció parte de un mosaico único y fascinante. Distinguir,
diferenciar me llevó a sentir gran sorpresa de que en tan pocas cuadras, en tan
mínima área, se acomodara tanta distancia (¿cultural? ¿religiosa? ¿política?)
humana.
Tres autores que merecen especial atención, por la
brevedad de sus colaboraciones, son Rosa Beltrán, Ignacio Padilla y María Teresa
Miaja de la Peña. A diferencia de sus colegas y compañeros de libro (que optan
-intencional y no- por el texto de largo aliento), ellos dedican pocas, pero
grandiosas páginas a dar constancia de su paso por Jerusalén. La primera impresión es que la ciudad cabe
en un dedal. Una impresión no significa nada, piensas, Jerusalén son las historias
que has leído, las imágenes que han pintado, grabado, esculpido en piedra o en
palabras durante milenios. Han hecho literatura sobre una tierra arisca. Las mayores
fantasías nunca surgen de lo grandilocuente (Rosa Beltrán, “Al borde del mundo”); […] Allá fui a dar, en fin, para hablar del agua mientras me dejaban beber
del manantial del mundo que mana de la fuente jerosolimitana. […] Allí viví el asombro del arte que germina
no de la paz bucólica de las utopías sino de la interminable violencia que
sigue levantando y de la ira sempiterna que nos hace humanos (Ignacio Padilla, “Del mar en Jerusalén”); […]
Cuántos antes que yo pasaron por
Jerusalén a través de los tiempos, de las invasiones, cruzadas, conquistas,
peregrinaciones, viajes; cuántos la han escrito, pintado, descrito, cantado,
amado, anhelado e incluso quizá detestado, cuántos la construyeron y cuántos la
destruyeron. No puedo ni siquiera intentar imaginarlo (María Teresa Miaja de la Peña, “¡Oh, Jerusalén!
De murallas, desiertos y oasis”).
Mención aparte merecen Marco Antonio Campos,
Ignacio Trejo Fuentes y Mauricio Tenorio Trillo con sus correspondientes colaboraciones,
donde la crónica destella desde el primer párrafo, y que también se emparentan
con el resto por el hecho de saberse maestros en un recinto extranjero, pero
tan cercano por obra y gracia de Rosario Castellanos, cuya figura, a más de
cincuenta años de distancia, sigue más presente que nunca.
En suma, Encuentros
con Israel da cuenta del talento desmedido de los escritores mexicanos que ocuparon
la cátedra “Rosario Castellanos” en la Universidad Hebrea, con lo cual se
cumple un deseo de la escritora y diplomática en cuanto a estrechar los lazos entre
México e Israel (enlace que, hoy día y pese a los sucesos recientes, sólo queda
afianzar). A semejanza del narrador de Las
ciudades invisibles (referida al principio de estas líneas), todos los escritores
se tornan ciudadanos del tiempo con el hecho de compartir sus andanzas
por la ciudad de Jerusalén, así también de las maestranzas allí adquiridas, que
les concede un lugar en el mundo, lleno de letras y de vida, de palabras y
recuerdos (como los que Ignacio Trejo Fuentes plasmó en su Diario de Jerusalén, a la sazón, el último libro que publicó en
vida).
Con todo y que la realidad insiste en rebasar
nuestro entendimiento, digno es proseguir el legado de una escritora sin par
(quien compartirá centenario con la universidad que le acogió durante su breve,
pero edificante misión en Medio Oriente) mediante la participación de
escritores mexicanos cuya sabiduría abone hacia una mejor proyección de la
cultura mexicana allende las fronteras.
Quede aquí, su dedicada y grata lectura. (Así
sea.)
Vicente
Quirarte (coord.) Encuentros con Israel.
Mexicanos de la cátedra “Rosario Castellanos” en la Universidad Hebrea de
Jerusalén. México, UNAM/ Secretaría de Relaciones Exteriores/ Amigos Mexicanos
de la Universidad Hebrea de Jerusalem, 2013.
@Cliobabelis