martes, 31 de diciembre de 2024

De quince a 24

Ulises Velázquez Gil


Año tras año, cuando llega el momento de hacer un balance de las lecturas hechas, siempre me asalta la misma duda: ¿qué libros merecerán la señera mención de mi parte? Reviso, no una, sino varias veces, mi libreta de lecturas, hasta que, en algún momento, se desvele la clave para mi selección definitiva (a final de cuentas, aproximación y reintegro, como con los números de la Lotería Nacional).

Muchas de las lecturas hechas no sólo se circunscriben al material impreso, sino también al encuentro y ulterior conversación con mis contemporáneos, a quienes les debo, además de la grata coincidencia, nuevos datos o aprendizajes con que hacerle frente al siguiente día, en espera de crear, descubrir o de transformar (avatares con que la duda se hace presente).

Como es tradición aquí, allá y acullá, comparto con ustedes mi listado con los quince libros que me maravillaron en este 2024 a punto de irse: del reencuentro a la primera cita, de la promesa postergada a la fidelidad de cuño reciente, quede aquí el óbolo de mi constancia lectora, siempre atenta a recibir aires de otros lares. Finalmente, dejo en ustedes el acercamiento de primera mano, y aunque sobra decirlo, toda omisión o presencia inesperada, es bajo la responsabilidad de quien esto escribe.

POESÍA:

-Xicotepec. Años roble (Aurelia Cortés Peyron)

-Gato por liebre (Claudia Hernández de Valle-Arizpe)

-Lengua hierba. Notas, interrupciones y ejercicios (Diana del Ángel)

-Cuaderno bermejo (Mariana Bernárdez)

CUENTO:

-Los desterrados (Claudia Cabrera Espinosa)

-La sangre de las plantas (Lorena Rojas)

-Despojos (Lola Ancira)

NOVELA:

-¡Te amaba y me chingaste! (Nora de la Cruz)

-Enamorada de la apuesta (Irán Flores)

-Pasado cero (Óscar de la Borbolla)

-La canción detrás de todas las cosas (Gabriela Damián Miravete)

ENSAYO:

-Librovejero (Álvaro Castillo Granada)

-Cuentahilos. Elogio del editante (Santiago Hernández Zarauz)

AFORISMO:

-Un naufragio permanente. Aforismos 2013-2018 (Hiram Barrios)

VARIA INVENCIÓN:

-Trayectoria de las esquirlas (Diana Ramírez Luna) 

Aunque merecían figurar en el listado definitivo, digno es mencionar los siguientes libros: Un informante en el olvido: Alfonso Reyes de Marcos Daniel Aguilar (que nos devela una faceta poco explorada de la obra alfonsina, de dónde surgieron varios de sus libros más conocidos); el Manifiesto por la lectura de Irene Vallejo, cuyas letras no dejan de ganarle batallas al tiempo, y más cuando se pontifica sobre el quehacer del libro; el volumen Tiempo de mujeres, coordinado por Karina Vaquera, que reúne doce artículos y ensayos acerca del papel que juegan las mujeres en diversos campos de la actualidad, y, claro, no podemos dejar de mencionar un libro gratamente esperado: En agosto nos vemos, la novela inédita (e inacabada) de Gabriel García Márquez, quien, como el Cid Campeador, sigue ganando batallas.

Pese a los altibajos que cada año deja a su paso, no me cansaré de refrendar mi ferviente pasión por la lectura, desde la cual siempre saldrán al paso nuevas razones para conversar y en espera de ganarle nuevas partidas por venir. Y aquí me quedo por mientras. 

¡Muchas gracias a ustedes!

 

babelises@hotmail.com 

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miércoles, 14 de agosto de 2024

Ciudadanos del tiempo



Ulises Velázquez Gil


En su conocida obra Las ciudades invisibles, Italo Calvino, por boca de su narrador y protagonista Marco Polo, cuenta a Kublai Kan sobre las ciudades que tuvo la fortuna de visitar; muchas de las veces, de tan inverosímiles que se tornan muy reales, incluso cercanas.

            Tanto en la geografía física como en la literaria, la ciudad que suscita constantemente asombros que certezas (pocas al fin) es Jerusalén, con todo y el síndrome al que debe su nombre. Y es, precisamente, esta ciudad la que se vuelve eje de la antología que hoy nos ocupa, sobre todo cuando la figura de una gran escritora afianza empeños como afanes.

Compilado y prologado por Vicente Quirarte, Encuentros con Israel. Mexicanos de la cátedra “Rosario Castellanos” reúne textos de once escritores que ocuparon en su momento la cátedra de marras, donde dan cuenta de los días que pasaron por una ciudad que no deja de ofrecer (y de ofrendar, incluso) sus maravillas y sus milagros, en una geografía accidentada (¿fragmentada?) por sucesos de alcances políticos y religiosos. Entre las constantes hostilidades de árabes y de judíos, la vida diaria emerge a pesar de todo.

A guisa de señero homenaje a Rosario Castellanos y su paso por Israel, tanto como embajadora como profesora universitaria, a finales de los años 90 del siglo XX, se instituyó una cátedra con su nombre en la Universidad Hebrea de Jerusalén, con la finalidad de que escritores mexicanos impartan clases por un breve periodo, la cual, desde su creación, ha recibido a varios escritores, quienes comparten andanzas y maestranzas con sus estudiantes.

Dice Vicente Quirarte en su presentación al volumen: Todo viaje s separación y metamorfosis. Sustrae a su protagonista del normal transcurrir y lo sitúa en un espacio inédito. Lo convierte en una hoja intacta y sedienta de insospechadas fuerzas. Como la enfermedad o el amor, el viaje es una experiencia que nos lleva al límite. Ninguno como el que se emprende hacia un país imaginado o conocido a través de diversas formas de virtualidad, pero que, sorprendente e imprevisto, nos estremece desde el inicial encuentro.

Desde su propia percepción y ulterior vivencia de la ciudad de Jerusalén, los once autores reunidos incursionan, cada quien a su modo, por los senderos de la crónica, en la cuenta de sus pasos por una ciudad que se antoja moderna (dada la presencia y/o vigencia de los temas actuales, incluso los de índole política) sin dejar su aura de espiritualidad y misticismo (donde conviven, antaño, dos, tres manera de acercarse a la divinidad, ecos de una tierra prometida). A este respecto, el texto de Rafael Olea Franco, “De un singular aventura (entre la Ley de Dios y la Literatura)”, ofrece la visión de un agnóstico por quien el lugar común asume como católico atávico: […] ¿se requiere ser judío para ingresar como profesor a la Universidad Hebrea?; en este caso, ¿no alentaría esa restricción contra el espacio plural propio de un ámbito universitario? Sin embargo, luego de mi estancia, concluyo que la enorme diversidad cultural de los integrantes del pueblo judío es un antídoto contra esa probable limitación […].

Grata diversidad se evidencia desde la nómina de escritores convocados, entre los cuales podemos mencionar a Beatriz Espejo, Rosa Beltrán, María Teresa Miaja de la Peña (las únicas mujeres, cabe señalarlo), Ignacio Padilla, Carlos López Beltrán, Marco Antonio Campos, Mauricio Tenorio Trillo, Ignacio Trejo Fuentes, Alejandro Higashi, el propio Olea Franco y, ¡sorpresa!, al coordinador del volumen, cuyo texto une dos universos en una misma ciudad: el de Carlos Pellicer y su peregrinaje intermitente por Jerusalén, y el suyo propio, para consolidar una tradición (¡vaya palabra! -y más para la comunidad judía) iniciada por su colega y maestro Carlos Montemayor (de quien hubiera estado excelente contar con un texto suyo dentro de este volumen). He aquí la ciudad anhelada, imaginada, conquistada, destruida. He aquí la ciudad como un hermoso juguete inalcanzable que los hombres han utilizado para lo más alto y lo más deleznable de sus pasiones. Antes de entrar en Jerusalén, hay que admirarla así, de lejos, sentir su palpitación presente y avanzar en la conquista espiritual de sus espacios (“Encuentros con la ciudad de Dios”).

Sin embargo, la misma ciudad no le ofrece una experiencia similar para los demás autores de Encuentros con Israel. Para Beatriz Espejo, en “Jerusalén, notas de aquellos días”, el vaivén de sus pasos reside en su labor docente como profesora universitaria -sin mayores diferencias respecto al que realiza en la UNAM- y en el recuerdo de sus manes (madre y maestros) que acompañan sus pasos por la llamada “ciudad de oro”: Mucho de mi tiempo libre lo paso en mi cuarto escribiendo o leyendo. Esto último con voracidad. Quizás por su extensión traje curiosamente las obras que la dieron el Nobel a Thomas Mann. El sábado se fue la luz eléctrica cerca de las siete de la noche, todavía había claridad, pero los regaderas empezaron a perder fuerza y a fallar. Se organizó un verdadero escándalo que llegaba hasta mi habitación. Eran las voces de muchos ortodoxos ejercitando con furia sus potentes pulmones. Habían ido a bañarse conforme a los rituales establecidos.

Sin importar la rutina en que se sumerjan nuestros autores, la vida de la ciudad acaba por alcanzarles; para Carlos López Beltrán, en “Ayer estoy en Jerusalén”, no sólo se trata de la rutina religiosa, comercial y cultural, sino del ambiente bélico que (todavía) predomina en aquellas latitudes. Desde su trinchera del café internet, López Beltrán nos da cuenta de ese ambiente. Quizá por venir de un país muy desigual no noté al principio tanta diferencia. Quizá fue porque al principio todo me pareció parte de un mosaico único y fascinante. Distinguir, diferenciar me llevó a sentir gran sorpresa de que en tan pocas cuadras, en tan mínima área, se acomodara tanta distancia (¿cultural? ¿religiosa? ¿política?) humana.

Tres autores que merecen especial atención, por la brevedad de sus colaboraciones, son Rosa Beltrán, Ignacio Padilla y María Teresa Miaja de la Peña. A diferencia de sus colegas y compañeros de libro (que optan -intencional y no- por el texto de largo aliento), ellos dedican pocas, pero grandiosas páginas a dar constancia de su paso por Jerusalén. La primera impresión es que la ciudad cabe en un dedal. Una impresión no significa nada, piensas, Jerusalén son las historias que has leído, las imágenes que han pintado, grabado, esculpido en piedra o en palabras durante milenios. Han hecho literatura sobre una tierra arisca. Las mayores fantasías nunca surgen de lo grandilocuente (Rosa Beltrán, “Al borde del mundo”); […] Allá fui a dar, en fin, para hablar del agua mientras me dejaban beber del manantial del mundo que mana de la fuente jerosolimitana. […] Allí viví el asombro del arte que germina no de la paz bucólica de las utopías sino de la interminable violencia que sigue levantando y de la ira sempiterna que nos hace humanos (Ignacio Padilla, “Del mar en Jerusalén”); […] Cuántos antes que yo pasaron por Jerusalén a través de los tiempos, de las invasiones, cruzadas, conquistas, peregrinaciones, viajes; cuántos la han escrito, pintado, descrito, cantado, amado, anhelado e incluso quizá detestado, cuántos la construyeron y cuántos la destruyeron. No puedo ni siquiera intentar imaginarlo (María Teresa Miaja de la Peña, “¡Oh, Jerusalén! De murallas, desiertos y oasis”).

Mención aparte merecen Marco Antonio Campos, Ignacio Trejo Fuentes y Mauricio Tenorio Trillo con sus correspondientes colaboraciones, donde la crónica destella desde el primer párrafo, y que también se emparentan con el resto por el hecho de saberse maestros en un recinto extranjero, pero tan cercano por obra y gracia de Rosario Castellanos, cuya figura, a más de cincuenta años de distancia, sigue más presente que nunca.

En suma, Encuentros con Israel da cuenta del talento desmedido de los escritores mexicanos que ocuparon la cátedra “Rosario Castellanos” en la Universidad Hebrea, con lo cual se cumple un deseo de la escritora y diplomática en cuanto a estrechar los lazos entre México e Israel (enlace que, hoy día y pese a los sucesos recientes, sólo queda afianzar). A semejanza del narrador de Las ciudades invisibles (referida al principio de estas líneas), todos los escritores se tornan ciudadanos del tiempo con el hecho de compartir sus andanzas por la ciudad de Jerusalén, así también de las maestranzas allí adquiridas, que les concede un lugar en el mundo, lleno de letras y de vida, de palabras y recuerdos (como los que Ignacio Trejo Fuentes plasmó en su Diario de Jerusalén, a la sazón, el último libro que publicó en vida).

Con todo y que la realidad insiste en rebasar nuestro entendimiento, digno es proseguir el legado de una escritora sin par (quien compartirá centenario con la universidad que le acogió durante su breve, pero edificante misión en Medio Oriente) mediante la participación de escritores mexicanos cuya sabiduría abone hacia una mejor proyección de la cultura mexicana allende las fronteras.

Quede aquí, su dedicada y grata lectura. (Así sea.)   


Vicente Quirarte (coord.) Encuentros con Israel. Mexicanos de la cátedra “Rosario Castellanos” en la Universidad Hebrea de Jerusalén. México, UNAM/ Secretaría de Relaciones Exteriores/ Amigos Mexicanos de la Universidad Hebrea de Jerusalem, 2013.  

 

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lunes, 8 de abril de 2024

Recuerdo entre libros

Ulises Velázquez Gil


De entre las cápsulas e intervenciones culturales que solían programarse por la frecuencia de Opus 94.5 FM, existió una cuyo título, en sí, era profesión de fe: Todo lo que somos está en los libros, que se caracterizaba por proponer al radioescucha un libro o un autor que le suscitara interés o un (posible) acercamiento por medio de la lectura. Si en algo se distinguía su titular, Alicia Zendejas, es en ser una persona de libros; su marcada presencia dentro de la historia del Premio Xavier Villaurrutia la dibuja de cuerpo entero en esos afanes y empeños.

            Si de personas de libros hablamos, esta nomenclatura hoy día recae en un librero (anticuario, de lance, de ocasión, da por igual el adjetivo), cuya pericia y olfato bibliográfico pone frente a sí desde un ejemplar incunable hasta una rareza sólo reservada a un cuento de Borges o de Arreola. De ese tipo de andanzas y maestranzas se compone Librovejero, libro donde Álvaro Castillo Granada da cuenta de sus pasos por el oficio de librero, al que llegó por casualidad, pero con una marcada conciencia de su vocación, que se distingue -fundamentalmente- por trazar la ruta que lleve a un libro con su (posible) destinatario.

Treinta textos (como el número de años que lleva su autor en el oficio librero) que evidencian la pasión por un mundo de letra impresa, y de los sucesos que se dieron en paralelo a su aparición; para muestra, el siguiente fragmento: Ese era el trabajo con el que soñaba desde niño. ¿Cómo lo veía entonces? No lo tengo claro. No había conocido a alguien a quien pudiera decirle librero. Generalmente cuando entraba en una librería esperaba que algún libro lograra hallarme en medio de todos los que me rodeaban y se ajustara a mi bolsillo. Eran tantos los libros que quería leer y tener que me dediqué a hacer listas. Ahí nació una afición que, con el paso del tiempo, me ha sido muy útil: lector y consultador de bibliografías (“Ya no me quedaban hojas de vida”).

            A diferencia del dependiente de librería de prestigio, el librero sabe sondear los gustos de sus potenciales parroquianos, ver sus temas de interés y, hasta con un poco de suerte, conseguir el deseado ejemplar con la prístina dedicatoria de su autor; esta dinámica ha llevado a Álvaro Castillo a conocer figuras señeras de las letras como a nuevos amigos (y cómplices) en el oficio -con miras a cofradía- de librero. Uno de ellos -muy sonado hoy día por una novela de póstumo impacto-, además de echar mano de su conocimiento librario, le “bautizó” en atención a su ingenio y artificio con el sobrenombre que le da título al libro. Es en ese momento cuando comienzo a existir para él. Me puso un apodo que fue convirtiéndose, para algunos, en una manera de nombrarme: “Librovejero”. Primero fue “Libroviejero”. Lo cambió: “Mejor Librovejero… como ropavejero…” No solamente le conseguía libros a su hermano, sino a él también. Sus encargos venían/llegaban por múltiples vías. Siempre ediciones precisas y específicas. No podían ser otras. Las que había leído, las que había tenido, las que había visto [Gabriel García Márquez].

Para un buen librero, no hay hallazgo raro (puesto que todo libro es, en sí, una rareza), pero cuando se trata de un “cliente” como García Márquez, el caso puede adquirir dimensiones épicas; tal y como se plasman em “De Gabo a Mario”, donde un volumen que reúne el saber de sendos titanes de las letras hispanoamericanas, se torna empresa épica en cuanto a conseguir las firmas de ambos escritores (si recordamos su persistente enemistad hasta el momento en que se dio el hallazgo). Si para un consumado “caza firmas”, dárselas de “espontáneo” encierra su propia epopeya, ante dos figuras adversas esto se dificulta más. Haber hecho coincidir, sin trampa ni engaño alguno, a estos dos inmensos escritores, quienes alguna vez fueron los mejor amigos, en la misma página de un libro que nos deja escucharlos hablar, es una de las conquistas más hermosas que me ha dado la oportunidad de realizar (gracias a la complicidad y la amistad, por supuesto) este oficio de librero en el que ya llevo treinta y tres años. Y siga usted contando.

Así como existen el amor o la amistad a primera vista, para Álvaro Castillo Granada existe también “a primera leída”, una vez que sus manos y ojos se encuentran con un autor en espera de compartirle sus ingeniosos y geniales afanes, como ocurrió con Fina García Marruz y Cintio Vitier (protagonistas de “Fina, mi Fina” y “Cinfin”, respectivamente) y, vicariamente, con Eliseo Diego (“Mi Eliseo, Fefé”). Amistades que se unen por los libros, y que se afianzan mediante el trato personal, de cuyas maravillas y milagros somos testigos -y hasta con un poco de suerte, abonarlo a nuestra propia experiencia. Siempre, siempre, han estado para mí. Para nosotros. No sólo en su casa nos hemos visto. Hasta estuvimos los tres sentados una vez en el cuarto de un hospital cuando ingresaron a Cintio (“Fina, mi Fina”); […] Miré tus libros, me senté en el piso, los saqué todos y los puse frente a mí […] Los abrí uno por uno y leí cada una de las dedicatorias; […] Mirarlos, ver las fechas y el lugar donde los compré, es sumergirme en la memoria, sentir que ha sido mucho el tiempo que ha pasado y que ha sido más, demasiado más, lo que hemos compartido, los tres (“Cinfin”).

La vida de quienes amamos los libros no sólo se compone de autores y de ejemplares firmados, sino también de sucesos y de cosas que irrumpen con sorpresa y nos obsequian su magia a cada paso. Una mochila -jaba- que se llena de libros en espera de encontrarse con sus próximos lectores, una figuración sólo realizable dentro de un cuento, la cardiografía que conlleva el primer autógrafo conseguido -que suscita y secunda a sus sucedáneos-, e incluso las crónicas del instante que ciertos libros se presentaron frente a nuestros ojos, y en cuya vuelta se siente menos la nostalgia. Compartir memorias es uno de los misterios más fascinantes de la existencia. No es sólo el compartir la experiencia sino lo que conservamos de ella, lo que decidimos por alguna razón preservar y guardar.

Con todo, en Librovejero se da fe de los pasos por un sendero tan edificante como vertiginoso, cuyas andanzas y maestranzas no dejan de prodigar saberes y querencias -y doblemente cuando de libros se trata-; en las lecturas que hacemos, de igual forma con aquellas que nos esperan en el futuro, queda una parte de sí mismos, con una visión del mundo más amplia, pero certera en afectos y convicciones, donde anide el recuerdo entre libros, imbatible a todo tiempo.

En la nómina de libreros ungidos a las letras, el nombre de Álvaro Castillo Granada figura con igual intensidad junto al de don Enrique Fuentes (cuyos empeños hoy día prosigue su hija Andrea en la Antigua Librería Madero en la Ciudad de México), desde su ínsula de nombre San Librario (que devela sus propios arcanos per se), donde -amistosamente- se confirma la fortaleza de un verso de Joan Margarit: La libertad es una librería.

Quede aquí la invitación para acercarse a este volumen de alcances memorialistas, aunados a la franqueza de las buenas plumas, dotando de permanencia lo fugitivo, para deleite de activos y de nuevos lectores. (Así sea.)   


Álvaro Castillo Granada. Librovejero. Bogotá, Fondo de Cultura Económica, 2023 (Colección Popular, 834).  

 

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viernes, 23 de febrero de 2024

¡Zarpar al fin!

 Ulises Velázquez Gil

 

 

De las cinco novelas que componen su llamada Pentagonía, Reinaldo Arenas escribió Otra vez el mar cuatro veces: tres de éstas, luego que le fuera requisado el manuscrito correspondiente. (La versión definitiva hoy se encuentra bajo resguardo de la Universidad de Princeton, junto con el resto del archivo del escritor cubano.)

            Sirva el dato anterior para comenzar con una nueva serie de entregas (luego de varios meses fuera de circulación por razones que no es preciso mencionar), donde espero retomar algo del espíritu original con que nacieron tanto La marcha de las Letras como Las horas de mi agenda en el espacio en línea antes conocido como Flor y Látigo.

Mientras estuve en una recesión intermitente, llegaron a mi vida toda serie de sucesos (favorables y no), donde al final del día mis lecturas del mundo presente no dejan de sorprender y de generar nuevos enlaces.

El feliz reencuentro con una querida colega y amiga (de quien esperamos nuevas colaboraciones dentro de la serie Trazos y enlaces) vino a inyectarle vida a un oficio que, antes que todo, se compone de persistencia. Las reseñas de libros de La marcha de las Letras como las misceláneas de Las horas de mi agenda me ayudaron mucho a ponerle orden a mi mundo (el que pasa frente a mis ojos, el que comparto con mis contemporáneos, el que descubro a través de la lectura), y en suma justicia, digno es proseguir con ese afán.

En estos días, donde la Feria de Minería llega a su cuadragésima quinta edición, llega el momento justo para dejar mi recesión involuntaria, echar plumas y libretas a la maleta y, como en la novela que Álvaro Mutis planeaba escribir dentro de la saga de Maqroll el gaviero, gritar entusiasmado ¡Zarpar al fin!   

 

babelises@hotmail.com 

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viernes, 26 de enero de 2024

El infinito de los imposibles

Con todo y que el nuevo año ya lleva casi un mes transcurrido, doy la bienvenida a este espacio en línea a una colega y amiga, que lleva muchas horas de vuelo en el ejercicio de la escritura, pero es hasta ahora que se le concede una agradable escala dentro de su itinerario. 

Desde remembranzas y reseñas de libros hasta crónicas y reflexiones (como la que leeremos a continuación), se le desea buena suerte y que su talento destelle a diestra y siniestra.

NRB

 

El infinito de los imposibles

 

Tania Rodríguez Castro

 

Como seres humanos racionales que coexisten en sociedad llevamos a cuestas la ineludible necesidad de comunicarnos, una actividad que por común, constante e innata pasa por muchos inadvertida. Pero para algunos; No sé si muchos o pocos, no sé si cuerdos o locos, no sé si lúcidos o dormidos, no sé si terrestres o divinos, pero lo que sí sé es que son los más "afortunados" para quienes la ocasión de comunicarse puede ser la oportunidad de abrir aquella puertecita que con habidos esfuerzos retiene aquellos universos que luchan por existir.

Hay algunos, esos mismos afortunados, que sirven de puente entre el "todo" esa magia de lo absoluto y el lado mortal; en cada palabra pronunciada, en cada letra plasmada, por cada pincelada, nota musical, mirada, sentimiento o suspiro transmutan lo etéreo y paren, sí, ¡dan vida a la realidad! Son esos ejércitos de artesanos que crean herramientas de la nada y llenan cada vacío de la existencia o la no existencia, con historias, imágenes, melodías, caricias que dan sentido al existir. Son ellos quienes crean mundos nuevos, convertidos en monumentos, poemas o ciudades, son los que sueñan los que con sus diestros bisturíes diseccionan la materia sin vida para injertar jardines, sabores, ilusiones y candiles bastos de luces de esperanza para este plano inerte. 

Aquellos audaces, rebeldes, revolucionarios que desafían lo preexistente con sus fértiles mentes, los que a pesar de lo normal y lo cotidiano abren nuevos senderos a la realidad. De ellos es el lienzo de la vida, la partitura por comenzar. Son ellos quienes perfuman las secciones de noticias, quienes embellecen el despertar y la promesa de un mejor mañana. Son ellos mi fuente de inspiración y su colección de imposibles, la misión. Si tú, mi estimado lector, te les unes, si usas tu llave personal para esa puerta o si por curiosidad te asomas por el cerrojo te aseguro que tuyo también será este planeta por editar.