A
una pregunta que le hizo un colega suyo, Rubén Bonifaz Nuño le respondió de
manera elegante: “En esta vida hay que leer a los clásicos y a los amigos”.
Bajo esa lógica, se lee a los primeros por ocuparse de asuntos universales,
mientras que a los segundos (es decir, nuestros contemporáneos), por las cosas
de todos los días. En años recientes, la pluma de Irene Vallejo ha entrelazado ambos
escenarios, donde lo que a primera vista parece un tema exclusivo de los años dosmiles,
era ya moneda corriente en el panorama grecolatino, cuyo tratamiento y
resolución no deja de sorprendernos, sea por su sencillez, sea por su
profundidad.
En ese matiz, tenemos El futuro recordado, volumen que reúne su persistencia como columnista
en periódicos y revistas, y que, a diferencia de otros colegas suyos, prima la
concisión, es decir, cada artículo no rebasa la cuartilla en extensión. (Salvo
contadas excepciones, como suele pasar en el gremio…) Más de una centena de textos
que abarcan diversos temas, cuyo párrafo inicial se torna relato, tras el cual
aparece una pequeña lección de historia, o un análisis de actualidad. Baste
aquí “Beneficio bruto”, a guisa de ejemplo: Las
palabras tienen su historia, cambian de significado a medida que las personas
cambiamos de idea. Por eso, la evolución de algunos conceptos nos retrata como
sociedad. Pienso en un término muy común: beneficio. (Lo que
en un principio era sinónimo de un trabajo bien hecho, sin mayores fines que
los de satisfacer una necesidad, andando el tiempo se tornó de ímpetus acomodaticios
y convenencieros…)
A medida que avanzamos en su lectura, notamos que,
con todo y avances tecnológicos como desviaciones semánticas, somos seres
atenidos a la épica, que no nos cansaremos de urdir mitologías a diestra y
siniestra, tal y como podemos leer en “Troyanos”: Los troyanos informáticos aluden a la leyenda clásica. La guerra duraba
más de nueve años cuando los griegos, cansados del inútil asedio, decidieron
tomar Troya recurriendo al engaño. […] En recuerdo de ese engaño, llamamos
troyanos (por error, ya que los invasores eran griegos) a huéspedes
informáticos que abren las puertas de nuestro equipo a un atacante exterior […]. Incluso en las más nuevas tecnologías sobrevive la épica antigua.
Paréntesis aparte. En algún diálogo de la película
Gladiador, se dice que las cosas que se hacen en la Tierra resuenan
en la eternidad. En estos tiempos, excesivamente mediatizados y sometidos a la
tiranía de tuits y likes, sí ocurre ese eco, mas no del todo
halagüeño para quienes nos esforzamos en hacer la diferencia… pero persistimos
en el empeño. Y para reafirmarlo, baste aquí “La espiral de silencio”: La
libertad para expresar nuestras opiniones, es resultado de una larga conquista.
Sin embargo, todavía nos cohibimos cuando nuestras ideas van a contracorriente.
[…] Nuestra sociedad de masas, contradictoria y asustada, a veces libre
y a veces acomodaticia, necesita más que nunca individuos capaces de asumir los
riesgos de la originalidad.
En algún momento de la vida, llegué a escuchar una
frase tan lapidaria como alentadora: “Si quieres ser novedoso, lee a los
clásicos”. No cabe duda que las letras de Irene Vallejo no cejan en su empeño
de acercarnos (en cierto modo, devolvernos) a los clásicos, a sus obras, a su
presencia imbatible, sin importar el tópico, tema o escenario al que guste
referirse: una palabra (donde brillan sus dotes filológicas), un suceso, un
pensador, todos del orbe grecolatino. En días donde surgen próceres de oropel (con
sus huestes de bots y trolls, incluso), digno es subrayar estas
palabras: Recordemos a los griegos y desconfiemos de los líderes cuya única
obsesión es derrotar al rival. En la democracia, la rendición más importante no
es la del adversario, sino la rendición de cuentas (“Rendición”). Y en la
difusión -y ulterior defensa- del conocimiento podemos también hallar, sin
asomo de duda, ese tan ansiado deseo.
Con todo y que la presencia del saber grecolatino
es el hilo que une a todos los artículos, hay dos textos donde encuentro cierto
parentesco: “Islas del tesoro” y el discurso inaugural para la Feria del Libro
de Zaragoza de 2019. Para el primero, nos encontramos frente a un arranque de
memorias, que revelan el prístino encuentro de la autora con los libros, en
lugares donde se hacía escuchar la majestad de lo mínimo, recordando un
verso de Ramón López Velarde. Lo pequeño es hermoso. No recuerdo cuándo
empecé a amar los libros, pero la primera biblioteca que conocí permanece nítida
en mi memoria. […] Desde entonces me fascinan las modestas bibliotecas
de los barrios y los pueblos, esos cofres del tesoro al alcance de todos y
cerca de cada uno.
Si para Irene Vallejo aquel paraíso del que
hablaba Borges se le presentó bajo la forma de una biblioteca local, para
activos y nuevos lectores, éste se nos presenta como una feria del libro, y
doblemente dichosa cuando ésta se realiza en tu ciudad natal -Zaragoza, en este
caso. En esta ciudad yo recibí el regalo del lenguaje y de los cuentos. No recuerdo
la vida antes de que alguien me contase el primer cuento. Antes de que me
enseñasen a bucear bajo la superficie del mundo, en las aguas de la fantasía. Durante
esos años olvidados tuvo que ser duro -supongo- seguir una dieta tan estricta,
sólo realidad. El caso es que, cuando descubrí los libros, por fin pude tener
doble, triple, séptuple personalidad. Y ahí empecé a ser yo misma. (Como suele
pasar con los grandes discursos, éste es aleccionador, generoso e inteligente. Vaya,
hasta podría decirse que es la antesala de su ulterior Manifiesto por la
lectura…)
¿Por qué acercarse a El futuro recordado? A
veces, para hallar luz en un asunto que nos inquieta o nos atañe, es preciso
echar mano del saber legado por los clásicos de Grecia y de Roma, cuya respuesta
sorprende por su sencillez y concisión; primicia y permanencia que nos
sirven de guía por el sendero de la vida actual. En cuanto a su interés por los
clásicos y sus conocimientos, Irene Vallejo comparte afanes y empeños con Ikram
Antaki y Rubén Bonifaz Nuño, quienes hicieron de la cultura clásica el eje
conductor de sus reflexiones, sin dejar de conversar con sus contemporáneos,
con quienes nos queda mucho por aprender, “porque todos hablamos el lenguaje de
nuestro oficio”, a decir de Alfonso Reyes.
Que su lectura siga develando claves y suscite nuevas conversaciones, siempre en aras de mejorar nuestra visión del tiempo presente, donde los aprendizajes persistan y no dejen de señalarnos la senda a seguir. (Así sea.)
Irene Vallejo. El futuro recordado. México, Debate, 2022 (Historia. Ensayo).
(8/febrero/2023)