Ulises Velázquez Gil
Con la pericia que le caracterizaba, Renato
Leduc denominó con suma justeza al periodismo como historia de lo inmediato,
es decir, que todos los sucesos y cosas de cada día no suelen ocurrir más que
en su propio ambiente, donde sólo adquieren vida y valía cuando se leen (o se
conocen) en el mero instante de haber sucedido. Sin embargo, hay sucesos,
personas y cosas que trascienden esa frontera de tinta, y se vuelven (con todo
y los riesgos que esto conlleva) una historia sin tiempo, dejando la inmediatez
para las reacciones periféricas.
En el
caso de Rafael Cabrera, esta circunstancia se dio en el preciso instante de
conocer a una maravillosa e interesante mujer, creativa por los cuatro
costados, pero sujeta a los altibajos del tiempo que sufrió en carne propia:
Elena Garro, cuya sola mención de su nombre, desata tempestades e ilumina
senderos al unísono. El resultado de ese encuentro, y la persistencia en
conocer todas las aristas de una mujer sin par, se concentra en éste, su primer
libro: Debo olvidar que existí. Retrato inédito de Elena Garro.
Compuesto
por 22 capítulos, Cabrera nos presenta un volumen de raigambre periodística,
que explora senderos desconocidos de la vida, obra y milagros de Elena Garro
(cuyo centenario del año pasado pasó por una serie de altibajos, por donde
quiera que se vea), a fin de echar luz sobre una figura notable como atractiva,
susceptible de admiración como de envidias. He
buscado que este reportaje no sea una defensa ni una sentencia de Elena Garro.
Ante todo, he querido reconstruir y entender la historia llena de
incongruencias, confusiones y silencios de una autora fundamental para la
lengua española. En particular […]
1968, año que destruyó su imagen pública como una roca que estrella un espejo.
En la
historia como en el periodismo, es ineludible el uso de nombres y de fechas,
pero ello obedece a poner en contexto a los protagonistas de cada suceso; 1968,
para Elena Garro, marcó un “antes” y un “después”, por el hecho de vivir
tiempos interesantes, donde más que buscar el quid de las cosas, fue más fácil
crear chivos expiatorios… como ahora. Tras el “antes”, se encuentra una
meteórica carrera literaria que marcó un nuevo rumbo dentro de las letras
mexicanas (teatro y narrativa, en especial), mientras que en el “después”, se
halla una dolorosa errancia, caracterizada por hechos escabrosos que por
coincidencias providenciales: ineludibles todos, al fin y al cabo.
Casi a
manera de una “película”, los capítulos nones de Debo olvidar que existí, sobre el año de marras, se alternan con
los pares donde Cabrera presenta las etapas de vida y creación de Elena Garro,
como se puede ver en el siguiente fragmento de “El orden solar”: Elena Garro nació el lunes 11 de diciembre
de 1916, en la capital del estado mexicano de Puebla. Pero la localidad es un
mero accidente en su biografía. Elena bien pudo haber nacido en algún poblado
de España; quizá en el camarote de un barco que surcaba el oleaje del Océano
Atlántico; en algún sitio de La Habana o tal vez en las costas del Golfo de
México. Y ese azar, quizá, marcó desde entonces lo que sería su destino errante.
A primera
vista, el fragmento anterior no tiene nada de extraordinario (en cuanto a datos
y fechas), pero cumple su objetivo -como buen arranque de capítulo- cuando se
empeña en adentrarnos en el universo elenagarriano;
ese “destino errante” no sólo se dio en la geografía exterior, sino, con mayor
intensidad, en la geografía interior de sus cuentos, novelas y obras de teatro.
La patria de Elena Garro fue el jardín
donde jugaba y la mesa de su casa, ahí ocurrían los juegos y las discusiones de
poesía, del tiempo y las religiones con sus padres y hermanos. No asombra que
en Un hogar sólido anheló volver al
“orden solar” que significaba su familia.
En la
literatura como en la vida, hay dos escenarios irreversibles: encontrarse con
personajes interesantes (en el buen y en el mal sentido) y jugarse la vida
futura con nuestras propias palabras, para este último caso, las palabras y
acciones de Elena, sembradas a lo largo de su obra, hallaron eco en la vida
misma, y su encontronazo con el tiempo presente. (Cabrera nos menciona algunos
ejemplos: cuando Elena menciona en Los
recuerdos del porvenir que los indígenas que se rebelan contra el gobierno,
los ahorcaban en Cocula, estas palabras se volvieron dolorosa coincidencia hoy
en día con la “versión oficial” sobre el paradero de los 43 normalistas de
Ayotzinapa. (¿Coincidencia? Qué les digo…)
Por otro
lado, una mujer sin par sólo podía rodearse por personajes igual de atractivos,
sea cual sea su calaña, como Sócrates Campos Lemus y Fernando Gutiérrez Barrios
(caras de una misma moneda, si se permite decirlo), Carlos Madrazo y Helena Paz
Garro (congruencia y apasionamiento en los hechos y en las palabras, con todo y
sus respectivos altibajos), y un Octavio Paz que apenas se asoma (y su
consecuente ración de involucramiento, sin perder su aura intelectual, ni
hacerlo menos “villano”: sólo un personaje y nada más).
Más que
defender o sentenciar a Elena Garro, Cabrera procede como los buenos biógrafos
e historiadores: justiprecia su papel dentro de la historia literaria de México
en el siglo XX, donde -hasta antes de la lectura de este “reportaje con sabor a
biografía”- sólo se le asignaba una fecha de residencia, cuando su propia obra
y ulterior legado trascienden todo tipo de fronteras impuestas por el tiempo. Y
en aras de ese deseado justiprecio, digno es recabar testimonio para conocer
mejor los claroscuros de una mujer de notable personalidad e indomable
inteligencia. (Desde las conocencias “de oídas” hasta las vivencias a salto de
mata, la mayoría de los testimonios recabados por el autor no se quedan en la
indiferencia, es decir, que la pintan fielmente al recuerdo compartido, y en
ese sentido, el autor ya puso la piedra angular de un trabajo susceptible de
futuras actualizaciones y cumplir a cabalidad aquella sentencia de Voltaire:
“Los muertos merecen la verdad”.
En suma, Debo olvidar que existí. Retrato inédito de
Elena Garro bien merece la lectura por una fuerte razón: conocer los
altibajos de un personaje excepcional en todos los sentidos, cuyo talento
desmedido y una lectura de la realidad a prueba de balas, hacen mucha falta en
estos tiempos, donde el autobombo y las políticas convenencieras son el pan
(duro) de todos los días; ante ello, el trabajo de Rafael Cabrera es de vital
importancia por iluminar nuestra perspectiva sobre Elena Garro y, por ende,
recalcar la importancia de su obra literaria, imbatible como la memoria que nos obsequia las mejores biografías y
testimoniales.
Junto a los
nombres de Emmanuel Carballo, René Avilés Fabila, Carlos Landeros, Luis Enrique
Ramírez, Lucía Melgar y Liliana Pedroza, inscribo con orgullo desde ahora el
nombre de Rafael Cabrera, dentro de una grey de apasionados con la vida, obra y
milagros de Elena Garro, quien, como el Cid Campeador, continúa ganando
batallas más allá del glorioso centenario. (¡¡… y lo que falta por venir!!)
Rafael Cabrera. Debo olvidar que existí. Retrato inédito de
Elena Garro. México, Debate, 2017 (Ensayo).
(28/junio/2017)
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