miércoles, 19 de abril de 2017

Generosidad de la memoria

Ulises Velázquez Gil

En la introducción que hizo para la serie televisiva Cosmos, Carl Sagan, astrónomo y anfitrión, describió al ser humano “a la mitad entre un átomo y una estrella”, es decir, como testigo de sucesos grandiosos como de pequeñas maravillas, a lo largo de su trayectoria en el universo.
            En la vida como en las letras, cada conocencia tiene su propio grado de predominio y de influencia sobre o en torno a una vida en solitario, donde muchas de las veces, el golpe de timón que determina el curso posterior de una vida ocurre, incluso, a mitad del camino.
Para Carlos Fuentes (1928-2012), cuya prosa certera y ágil lo abarcaba (casi) todo, inclusive los senderos de la memoria, plasma en Personas sus encuentros y experiencias con aquellos contemporáneos con quienes tuvo la dicha de coincidir, y que dejaron honda huella en su trayectoria de vida; “a mitad de camino”, muchas de las veces, con quienes fue menos pesado su tránsito por el mundo de su tiempo: compañeros de viaje con quienes la lectura del mundo (y el suyo propio, a final de cuentas) pasaba del asombro al desconcierto. (¿Y qué vida no suele ser asombrosa?)
Si suscribimos aquella sentencia de Plutarco, en la que un mínimo detalle de un personaje dice mucho más que sus grandes proezas, en los doce textos que componen Personas, la pasión por el detalle se nota a las claras cuando se ahonda en las vidas ejemplares (y paralelas, diríase también) de Luis Buñuel, Julio Cortázar y Alfonso Reyes, pasando por sus maestros en la Facultad de Derecho de la UNAM, entre otros colegas eminentes. Sobre el cineasta aragonés, Fuentes nos obsequia la siguiente estampa, a manera de ejemplo: […] Una tarde, esperando a Buñuel, me atrevo a mirar atrás de los libros de teléfono. No me asombra lo que encuentro. […] son las novelas que le hubiese gustado filmar. […] Hay primeras ediciones firmadas de los escritores surrealistas, sobre todo un volumen de fantasías germánicas de Max Ernst, que Luis me obsequia […]. (Para el caso de Buñuel, se evidencia una pasión literaria detrás de un cineasta de grandes alcances artísticos, que aún sorprenden a más de medio siglo de su conversión a imágenes en movimiento.)
Cuando se ocupa de colegas suyos como Alfonso Reyes y Julio Cortázar, la cardiografía empleada por Fuentes se mueve por territorios conocidos, sin embargo, hay una diferencia que radica en ciertos detalles que se vuelven prueba de vida en el ulterior recuerdo del escritor. Para Reyes la literatura no es estado de alma que conduce a la santidad o al melodrama, es lenguaje dentro del lenguaje. La literatura narra un suceder imaginario que no se corresponde necesariamente con lo real, pero que constituye lo real –añade a lo real algo que antes no estaba allí. La literatura no es sólo reflejo sino construcción de la realidad. (Para un autor de altos vuelos, tal el caso de Reyes, la vida como las letras mismas no volverían a ser las mismas, luego de aquel 9 de febrero de 1913 de infausta memoria en que “no volvió a ser feliz”. Risueño, sí, coincide Fuentes, pero feliz, sólo Reyes lo supo.)
En Julio Cortázar, por otra parte, sí se podía ser feliz a plenitud con la vida, sobre todo cuando se trata de ponderar toda ocasión que se presenta frente a uno. Mi carrera literaria debe a Julio Cortázar ese impulso inicial, en el que la inteligencia y la exigencia, el rigor y la simpatía, se volvían inseparables y configuraban, ya, al ser humano que me escribía de usted y con el que yo ansiaba romper el turrón. Su correspondencia era el hombre entero más ese misterio, esa adivinanza, ese deseo de confirmar que, en efecto, el hombre era tan excelente como sus libros y éstos, tan excelentes como el hombre que los escribía.
Por muchas vueltas que le doy, no hallo manera de sumar individuos”, aseguraba Juan de Mairena (y, por ende, Antonio Machado). Cuando se trata de justipreciar una faceta o una minucia en común, Carlos Fuentes sí conseguía la sumatoria, en aras de resaltarlos mejor por separado, tal y como se evidencia en “Magister dixit”, “El cuarto poder” y “Cuatro grandes gringos”. En este último, los genios y talentos del Arthur Miller, John Kenneth Galbraith y Arthur Schlesinger confirman un peculiar prisma de colores, donde la amistad y el sentimiento de contemporaneidad expone por entero sus cualidades en cuanto a su lectura del mundo presente, sea escrito, sea no escrito, si seguimos una idea de Italo Calvino: […] es un Quijote en el gran escenario del mundo, probándonos, una y otra vez, que los molinos son gigantes, y que la imaginación humana, si no puede por sí sola cambiar el mundo, sí puede, siempre puede, fundar una mundo nuevo y, con esperanza, un mundo mejor [Styron]; […] creía en la capacidad humana para salir de “las piscinas del instinto” y de “los oscuros atavismos de la sinrazón y la guerra. Sin embargo […] sintió angustia de saber que la muerte puede atravesar con un dedo “la delicada red del porvenir” y que, a veces, “el cosmos, simplemente, cuelga el teléfono” [Miller]; […] ¿Qué defendió, qué proponía […] en sus grandes libros? […]: que la vituperada intervención del Estado en la economía era insignificante comparada con la intervención económica permanente de las grandes corporaciones. […] develó el teatro del mundo económico. [Galbraith]; […] depositó su fe más fervorosa en los poderes de recuperación de la democracia americana [Schlesinger].
En “El cuarto poder” desfilan en igualdad de importancia Fernando Benítez, Tom Wicker y Jesús de Polanco, primordiales en su trinchera de tinta y papel. Pero de estos textos donde “suma individuos”, “Magister dixit” es el más entrañable para Fuentes por tratarse de sus maestros en la Facultad de Derecho de la UNAM, quienes le dieron deber y destino. Y como también las mujeres tienen toral presencia en su recuerdo, Fuentes se ocupa de ellas de manera oportuna y acertada tanto en “Tres mujeres desconocidas” (Edith Stein, Anna Ajmátova y Simone Weil) como en “Dos mujeres por conocer” (Susan Sontag y María Zambrano), dejando en el lector el deber de acercarse a su genio y figura. (Creo en mujeres concretas. Con sexo. Con nombre. Con biografía. Con experiencia. Con destino.)
Sobre las figuras restantes que componen Personas (François Mitterrand, André Malraux, Pablo Neruda, Lázaro Cárdenas), Carlos Fuentes es acertado e inteligente al otorgarles un señero lugar en la historia con mayúsculas, aunque en la que se escribe con minúscula (escrita con el corazón, que con el hígado) ya no hacen mucha falta mayores adjetivos.
En suma, ¿por qué resulta necesario leer Personas de Carlos Fuentes? Retomando la descripción de Carl Sagan, a mitad de camino entre el átomo (los mínimos detalles de cada individuo, cosa, suceso) y la estrella (la unidad en todo su esplendor, con todo y altibajos), hay presencias que se agradecen de tan indispensables por su grandilocuencia, pero sobre todo por su convicción en el actuar, sin importar el campo de conocimiento (habido o por haber), y cuando uno se las encuentra de frente, a la vera del sendero elegido, la generosidad de la memoria termina por escribir las mejores páginas, en especial, aquéllas que susciten un “ejercicio de admiración”, de acuerdo a la definición de E. M. Cioran, es decir, que destellen con toda intensidad en el diario y arduo oficio de vivir.
No cabe duda que Fuentes, como el Cid Campeador, no cesa de ganar batallas después de todo, y esta compilación lo demuestra de buenas a primeras. (Sea, pues.)

Carlos Fuentes. Personas. México, Alfaguara, 2012.  
(5/abril/2017)