Ulises Velázquez Gil
En la introducción que hizo para la serie
televisiva Cosmos, Carl Sagan, astrónomo y anfitrión, describió al ser
humano “a la mitad entre un átomo y una estrella”, es decir, como testigo de
sucesos grandiosos como de pequeñas maravillas, a lo largo de su trayectoria en
el universo.
En
la vida como en las letras, cada conocencia tiene su propio grado de predominio
y de influencia sobre o en torno a una vida en solitario, donde muchas de las
veces, el golpe de timón que determina el curso posterior de una vida ocurre,
incluso, a mitad del camino.
Para
Carlos Fuentes (1928-2012), cuya prosa certera y ágil lo abarcaba (casi) todo,
inclusive los senderos de la memoria, plasma en Personas sus encuentros
y experiencias con aquellos contemporáneos con quienes tuvo la dicha de
coincidir, y que dejaron honda huella en su trayectoria de vida; “a mitad de
camino”, muchas de las veces, con quienes fue menos pesado su tránsito por el
mundo de su tiempo: compañeros de viaje con quienes la lectura del mundo (y el
suyo propio, a final de cuentas) pasaba del asombro al desconcierto. (¿Y qué
vida no suele ser asombrosa?)
Si
suscribimos aquella sentencia de Plutarco, en la que un mínimo detalle de un
personaje dice mucho más que sus grandes proezas, en los doce textos que
componen Personas, la pasión por el detalle se nota a las claras cuando
se ahonda en las vidas ejemplares (y paralelas, diríase también) de Luis
Buñuel, Julio Cortázar y Alfonso Reyes, pasando por sus maestros en la Facultad
de Derecho de la UNAM, entre otros colegas eminentes. Sobre el cineasta
aragonés, Fuentes nos obsequia la siguiente estampa, a manera de ejemplo: […]
Una tarde, esperando a Buñuel, me atrevo a mirar atrás de los libros de
teléfono. No me asombra lo que encuentro. […] son las novelas que le
hubiese gustado filmar. […] Hay primeras ediciones firmadas de los
escritores surrealistas, sobre todo un volumen de fantasías germánicas de Max
Ernst, que Luis me obsequia […]. (Para el caso de Buñuel, se evidencia una
pasión literaria detrás de un cineasta de grandes alcances artísticos, que aún
sorprenden a más de medio siglo de su conversión a imágenes en movimiento.)
Cuando
se ocupa de colegas suyos como Alfonso Reyes y Julio Cortázar, la cardiografía empleada
por Fuentes se mueve por territorios conocidos, sin embargo, hay una diferencia
que radica en ciertos detalles que se vuelven prueba de vida en el ulterior
recuerdo del escritor. Para Reyes la literatura no es estado de alma que
conduce a la santidad o al melodrama, es lenguaje dentro del lenguaje. La
literatura narra un suceder imaginario que no se corresponde necesariamente con
lo real, pero que constituye lo real –añade a lo real algo que antes no estaba
allí. La literatura no es sólo reflejo sino construcción de la realidad.
(Para un autor de altos vuelos, tal el caso de Reyes, la vida como las letras
mismas no volverían a ser las mismas, luego de aquel 9 de febrero de 1913 de
infausta memoria en que “no volvió a ser feliz”. Risueño, sí, coincide Fuentes,
pero feliz, sólo Reyes lo supo.)
En
Julio Cortázar, por otra parte, sí se podía ser feliz a plenitud con la vida,
sobre todo cuando se trata de ponderar toda ocasión que se presenta frente a
uno. Mi carrera literaria debe a Julio Cortázar ese impulso inicial, en el
que la inteligencia y la exigencia, el rigor y la simpatía, se volvían
inseparables y configuraban, ya, al ser humano que me escribía de usted
y con el que yo ansiaba romper el turrón. Su correspondencia era el hombre
entero más ese misterio, esa adivinanza, ese deseo de confirmar que, en efecto,
el hombre era tan excelente como sus libros y éstos, tan excelentes como el
hombre que los escribía.
“Por muchas vueltas
que le doy, no hallo manera de sumar individuos”, aseguraba Juan de Mairena (y, por ende,
Antonio Machado). Cuando se trata de justipreciar una faceta o una minucia en
común, Carlos Fuentes sí conseguía la sumatoria, en aras de resaltarlos mejor
por separado, tal y como se evidencia en “Magister dixit”, “El cuarto
poder” y “Cuatro grandes gringos”. En este último, los genios y talentos del
Arthur Miller, John Kenneth Galbraith y Arthur Schlesinger confirman un
peculiar prisma de colores, donde la amistad y el sentimiento de
contemporaneidad expone por entero sus cualidades en cuanto a su lectura del
mundo presente, sea escrito, sea no escrito, si seguimos una idea de Italo
Calvino: […] es un Quijote en el gran escenario del mundo, probándonos, una
y otra vez, que los molinos son gigantes, y que la imaginación humana, si no puede
por sí sola cambiar el mundo, sí puede, siempre puede, fundar una mundo nuevo
y, con esperanza, un mundo mejor [Styron]; […] creía en la capacidad
humana para salir de “las piscinas del instinto” y de “los oscuros atavismos de
la sinrazón y la guerra. Sin embargo […] sintió angustia de saber que la
muerte puede atravesar con un dedo “la delicada red del porvenir” y que, a
veces, “el cosmos, simplemente, cuelga el teléfono” [Miller]; […] ¿Qué
defendió, qué proponía […] en sus grandes libros? […]: que la
vituperada intervención del Estado en la economía era insignificante comparada
con la intervención económica permanente de las grandes corporaciones. […]
develó el teatro del mundo económico. [Galbraith]; […] depositó su fe
más fervorosa en los poderes de recuperación de la democracia americana [Schlesinger].
En “El
cuarto poder” desfilan en igualdad de importancia Fernando Benítez, Tom Wicker
y Jesús de Polanco, primordiales en su trinchera de tinta y papel. Pero de
estos textos donde “suma individuos”, “Magister dixit” es el más
entrañable para Fuentes por tratarse de sus maestros en la Facultad de Derecho
de la UNAM, quienes le dieron deber y destino. Y como también las mujeres
tienen toral presencia en su recuerdo, Fuentes se ocupa de ellas de manera oportuna
y acertada tanto en “Tres mujeres desconocidas” (Edith Stein, Anna Ajmátova y
Simone Weil) como en “Dos mujeres por conocer” (Susan Sontag y María Zambrano),
dejando en el lector el deber de acercarse a su genio y figura. (Creo en
mujeres concretas. Con sexo. Con nombre. Con biografía. Con experiencia. Con
destino.)
Sobre
las figuras restantes que componen Personas (François Mitterrand, André
Malraux, Pablo Neruda, Lázaro Cárdenas), Carlos Fuentes es acertado e
inteligente al otorgarles un señero lugar en la historia con mayúsculas, aunque
en la que se escribe con minúscula (escrita con el corazón, que con el hígado)
ya no hacen mucha falta mayores adjetivos.
En
suma, ¿por qué resulta necesario leer Personas de Carlos Fuentes?
Retomando la descripción de Carl Sagan, a mitad de camino entre el átomo (los
mínimos detalles de cada individuo, cosa, suceso) y la estrella (la unidad en
todo su esplendor, con todo y altibajos), hay presencias que se agradecen de
tan indispensables por su grandilocuencia, pero sobre todo por su convicción en
el actuar, sin importar el campo de conocimiento (habido o por haber), y cuando
uno se las encuentra de frente, a la vera del sendero elegido, la generosidad
de la memoria termina por escribir las mejores páginas, en especial,
aquéllas que susciten un “ejercicio de admiración”, de acuerdo a la definición
de E. M. Cioran, es decir, que destellen con toda intensidad en el diario y
arduo oficio de vivir.
No
cabe duda que Fuentes, como el Cid Campeador, no cesa de ganar batallas después
de todo, y esta compilación lo demuestra de buenas a primeras. (Sea, pues.)
Carlos Fuentes. Personas. México, Alfaguara, 2012.
(5/abril/2017)