miércoles, 1 de febrero de 2017

Desafiar la realidad

Ulises Velázquez Gil

En alguna entrevista, el historiador michoacano Luis González y González confesó que no leía novelas por una sencilla razón: la Historia es la mejor de todas. Si suscribimos esa apreciación, no cabría la menor duda que hay sucesos y personajes que rebasan los linderos de la ficción; sin embargo, en aras de comprender mejor los vaivenes de la historia, nada como la novela, donde mejor se ven las vidas sujetas a su influencia. Y cuando la novela en cuestión tiene como eje principal la política del tiempo presente, dicho vaivén se vuelve digno de interés.
Para el caso de Punto de quiebre de Cristina Liceaga, tanto el escenario político del momento como la fuerza que ejerce éste sobre sus personajes, se nota muy cercana a nosotros, lectores del México de los últimos veinticinco años; mucho más en la vida de una pareja de jóvenes reporteros, Mercedes Tirado y Matías Alcocer, cuyos sueños y pasiones juegan en dos canchas simultáneas, donde la política del amor pierde varias partidas frente al amor por la política.
Es julio y el alma cae sobre el pavimento mojado. A cuentagotas. La calle está casi vacía. Nadie sonríe ni me mira de frente. Mucho menos festejan como hace doce años, cuando las calles se llenaron de anhelo. Ahora sólo puedo sentir la tristeza. Asfixiarme de ella. La historia es cíclica y el engaño también, como Matías. Desde este fragmento proveniente del inicio de la novela, encontramos que en la política como en el amor, se reincide a cada paso, aunque uno se aferre a contraponer los destinos al alcance de la vista.
Mercedes y Matías viven dos historias iguales: su incipiente desarrollo profesional -reporteros del diario La República- y su relación de pareja -también incipiente, hay que reconocerlo-, donde un juramento bajo el Ángel de la Independencia sería tan fuerte como los votos frente al altar (o al menos, eso es lo que parece):

-México va primero, Mercedes. Nuestra ética también. Nunca vamos a traicionarnos. Prométalo, señorita […].
-Prometido. Que el padre Hidalgo sea testigo de honor […] Alcé la palma derecha en señal de juramento y le mordí la boca para sellar el pacto de ésa, nuestra pequeña revolución del ’94.
-Y si me fallas, ¿qué hago? ¿Te afilio al PRI? -Matías me desordenó el pelo.
-Fácil, quien traicione se va… Y se afilia al PRI -mi risa se desgajó en su nuca.
-Olvídalo, jamás podríamos ser priistas. Ven acá.

Sin embargo, cuando la historia (con hache mayúscula) quiere hacer de las suyas, pone frente a nosotros dos cosas muy peligrosas, según se vea: libertad y poder. Mercedes eligió la primera, porque en aras de su ulterior desarrollo profesional (bastante definido, incluso antes de conocer a Matías), cambió un atractivo curso en Italia por los engaños de Matías, quien le mal aconsejó al elegir una nota relevante para el periódico: en vez de una malversación de fondos gubernamentales, él la convenció de optar por el paso de un huracán, cosa que no le agradó del todo al editor en jefe. Con ese acto, Matías comenzó su devaneo con el poder, que lo habría de llevar de la izquierda militante del periodismo a las relaciones públicas del Partido Acción Nacional en tiempos de guerra (digo, de campaña). Pese a que en Italia le iba de maravilla a Mercedes (cursos interesantes, gratas amistades, un amor inmensamente intenso de nombre Lorenzo), el bellaco de Matías secuestra sus pensamientos: Me enamoré. Con él me sentía protegida, fuerte. Podía ser yo. Sin ningún tipo de juicio. La mujer que sembró Matías acabó de germinar en Lorenzo; menos preocupada por los convencionalismos sociales, más independiente. Él era mi referente, lo que me ataba a Italia. Cuando terminé el curso de periodismo, conseguí otra beca para estudiar un master en Ciencias Políticas. No regresaría a México. ¿Para qué? Viviría acunada en Lorenzo.
En este punto, hay un elemento digno de resaltar en Punto de quiebre: la relación epistolar entre Mercedes y Matías suscitada por medio de Facebook; mientras ella se aplica a la reconstrucción de ella misma -amorosa y profesionalmente-, Matías, por el contrario, le vende la idea del cambio, empezando por integrarla a un círculo de gente empeñada en consumar el cambio político en México, tan deseado por ambos desde aquel juramento en conocido monumento. ¿Qué sucedió, entonces? La libertad italiana fue relevada por el poder de la traición.
La transformación de corresponsal en Europa a figurante del poder, recae en Mercedes a lo largo del capítulo tres, “Transición”, como un intrincado laberinto, pues llevada por la esperanza de proseguir esa apasionada historia de amor con Matías, es víctima de los abusos de éste, quien, obnubilado por el poder, se deshace en nuevas traiciones, incluso la infidelidad, descubierta por ella cuando su pareja se ahoga en un mar de alcohol. Además, el partido para el cual trabajan, el PAN, por aquellos días se ve como un avatar de la esperanza:

-Desde marzo estoy en Comunicación Social. La radio me aburría. Acá estoy bien, en la grilla. Es lo que me gusta. Si ya sabes, ¿pa’ qué preguntas? -Matías y sus chistes eternos.
-Me alegro por ti, pero ¿panista? No me chingues, Matías, ¿cuándo diablos te volviste panista? -me quebraba de deseo.
-Y qué querías, ¿qué acabara en el PRI? ¿Qué pasó? -sus ojos se clavaron en mi boca.
[…]
-Estás loco -sentencié, casi quebrada. -Pensé que lo nuestro era combatir al dinosaurio desde la sociedad civil, desde el periodismo, como alguna vez lo prometimos.
   
Por segunda vez, Mercedes cayó presa del tóxico encantamiento de Matías, pero los excesos del foxismo en las altas esferas del poder fueron el cable a tierra para retomar el buen camino, pero… […] Eres como toda buena mexicana, Mercedes: perdonas y aceptas mil veces a pesar de todo; no importa si quien te miente es tu pareja, tu amigo o el gobierno.
La ansiada redención de Mercedes llega cuando ella, en su firme apoyo a Josefina Vázquez Mota para llegar a la presidencia, ve su ilusión hecha trizas cuando recibe de Matías una increíble noticia: su candidata ya estaba derrotada, y él, para evitar la debacle, ¡votó por el PRI!, lo cual no fue del todo halagüeño para ella. Muchas cosas le había perdonado, pero elegir el regreso del PRI a Los Pinos, era la traición más fuerte de todas. (Después de todo, en política uno termina por equivocarse.)
Con todo, ¿por qué leer Punto de quiebre? Para sacudirse las taras del entorno actual, sea cual sea la preferencia partidista (que poco importará, después de todo); además, la cuidada prosa y el amor al detalle que prodiga Cristina Liceaga en cada párrafo nos lleva a vivir y a sufrir los embates de su protagonista, Mercedes, pero que a su vez nos pone frente a un gran dilema: ¿es posible conservar la lealtad hacia sí mismo, a pesar de los vaivenes y tentaciones del tiempo presente? Sin lugar a dudas, es posible, y más cuando el espejo de la ficción nos muestra una imagen susceptible de mejorar, donde el empeño de desafiar la realidad conduzca de mejor manera nuestros impulsos y estrategias. En este sentido, veo en Cristina Liceaga un legado de congruencia literaria, que señeras y talentosas escritoras como Virginia Woolf y Elena Garro defendieron hasta el último aliento.
No hay duda, la Historia es la mejor de todas las novelas, pero “una sola vida no basta para olvidar una historia que vale”, como dice Laura Pausini en una de sus canciones. De ustedes dependerá que así lo sea. (De verdad.)

Cristina Liceaga. Punto de quiebre. México, Acribus editorial, 2016. (Novela contemporánea)

(19/octubre/2016)

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