Ulises Velázquez Gil
En las Bellezas del Talmud
(generosamente traducidas y compiladas por Rafael Cansinos Assens) se puede
encontrar la siguiente sentencia: “Quien es sabio y no enseña a los demás es
semejante a un mirto en el desierto: nadie disfruta de él”. Muchas de las
veces, la maravilla de un buen consejo o de una persona sabia y atenta pasan
desapercibidas en estos tiempos, donde hasta la tristeza se ha inventariado;
sin embargo, cuando se tiene noción de su presencia, el camino a seguir se
vuelve interesante.
En la ingente labor de tomar testimonio y de
guardar la memoria de los protagonistas de su tiempo, digno es resaltar la
importancia de los volúmenes de entrevistas y de índole memorialista, donde
palabras y enseñanzas esperan inocularse en la conciencia del lector, en aras,
siempre, de modificar el rumbo.
Con más de veinte años en el oficio periodístico
(donde sobresale una constante labor entrevistadora), Pilar Jiménez Trejo nos
entrega Sabines. Apuntes biográficos,
volumen testimonial que presenta, en primera persona, las andanzas y
maestranzas de uno de los escritores más importantes de México. No se trata de
una biografía en sentido estricto, sino de pequeños apuntes que pintan de
cuerpo entero a Jaime Sabines. Según la autora, […] fue resultado de varios años de conversaciones con Jaime Sabines, de
casi una persecución hasta lograr la confianza y cariño del poeta; también, de
investigación y reposo para entender (yo) lo que tenía en la manos. […] sólo algunos instantes que conforman la
vida de un hombre.
Estos “apuntes biográficos” se dividen en nueve
capítulos, que van de los orígenes familiares -la vida del mayor Julio Sabines,
su padre- hasta los años previos a su muerte, en 1999. Casi un siglo de
historias que hacen una ronda desde la intermitencia de la memoria, tras la
cual, según Andrés Iduarte, se recuerda entre nubes. En “La odisea de un
Sagbine”, Sabines cuenta la historia de su padre, un joven libanés dispuesto a
“hacer la América”, acompañado por sus hermanos, cuya travesía los llevó de
Beirut a México, pasando por la isla de Martinica y Cuba, donde se quedaron
algunos. Dicho capítulo tiene un eje fundamental y entrañable para el poeta: la
historia de amor entre sus padres, Julio Sabines y Luz Gutiérrez. La imagen de mis padres siempre ha sido
fundamental en mi vida. De doña Luz heredé el orgullo de ser humano; siempre
nos enseñó que no quedaba otro remedio que ser hombres. […] Del mayor Sabines aprendí qué era la
fortaleza y la sensibilidad para vivir. Era duro como un revolucionario y a la
vez tierno como un niño.
(Paréntesis aparte: Se dice que los padres dan
destino, y para Jaime Sabines, la conciencia de humanidad dada por su madre y
la fortaleza para vivir de su padre, han forjado a cada paso la materia prima
de sus versos, que podemos leer aquí y ahora.)
La odisea familiar de los Sabines prosigue en el
segundo capítulo, “Salimos de la tierra,
pero nunca la abandonamos”, en el cual la Historia (así, con mayúscula)
cobra factura en la persona del mayor Sabines, que lo lleva al exilio en Cuba
con toda su familia; aquella rama familiar que “hizo la América” lo recibió
mientras durara el trago amargo. Una vez que se dio el regreso, Sabines cuenta
la manera en que su familia recobró impulso para seguir adelante. Un detalle
importante al contar esa parte de su vida es cuando su padre se pone a contar
historias que dejaban emocionados por igual tanto a sus hijos como a los niños
que se acercaban por ahí a escuchar. Mi
padre continuó con nosotros la tradición de narrarnos esos cientos, miles de
historias; cuando éramos pequeños, todas las tardes, mientras comenzaba a
oscurecer, nos contaba esos cuentos de Las mil y una noches y las historias de Antar. El recuerdo que
guardo de mi padre es que él también, como Sherezada, nos dejaba en suspenso
todas las noches. Era muy buen conversador y un buen contador de historias. […] No es que tuviera un lenguaje muy
articulado o muy amplio, pero sí tenía una gran emoción, un arte mágico, muy
expresivo y efectivo porque él mismo se emocionaba con lo que iba diciendo…
(De esa forma, ya se estaba formando en el futuro autor de “Los amorosos” su
propia conciencia de las palabras, cuya expresión total habría de aparecer más
tarde.)
En el capítulo tres, “Y el hombre se hizo poeta”,
Sabines da cuenta del proceso que lo llevó a escribir aquellos poemas que lo
inscribieron en el panorama literario del México de los años 50, pero más que
buscar un nicho dentro de la cultura de su tiempo, la escritura fue una tabla
de salvación de donde agarrarse, ante la angustia de seguir en la carrera de
Medicina, o de asumirse provinciano en la gran ciudad. Comencé a escribir en serio cuando sentí la angustia de la capital, la soledad.
Lo primero fue lo hostil de la enorme Ciudad de México, y luego la hostilidad
particular hacia mí en la escuela. Me hago poeta a fuerza por la necesidad a
mis 19 años. Y mientras se da su ejercicio poético, se enfrasca en la
lectura de grandes autores, tales como Aldous Huxley, Dostoievski, pero quien
lo impactó de buenas a primeras fue James Joyce y su obra cumbre Ulises; aunque después ya no volviera a
leerla, porque las lecturas cambian con el tiempo… En esos años procuraba leer de todo, pero muy salteado. Aunque claro
que comencé a ser más exigente, porque también llegué a leer de lo peor que ha
habido en el mundo; por eso luego ya no leía cualquier cosa, solamente obras
que estuvieran consagradas y supiera que eran buenos autores.
Una de las cosas a notar en este capítulo es de la
incursión (breve) de Sabines en el mundo de la radio; al verse corto de dinero,
entró a un concurso haciendo lo que había negado en mucho tiempo, la
declamación, y de tan buena que le salió, obtuvo, además del estímulo
económico, la ovación del público, y no faltó quien le propusiera volverse
locutor, con todo y licencia, mas no lo consumó del todo, por razones
familiares. (A final de cuentas, Sabines sí dejó el mundo de la radio, pero
también el de la Medicina. ¿Habremos perdido a un gran locutor? Se me hace que
no…)
Para los capítulos cuatro, cinco y seis, la vida
privada del poeta sucede a la par que la de su obra poética; libros como Horal, La señal y Tarumba
“nacieron” cando su autor tomó importantes decisiones para el postrer avance de
su vida: el matrimonio con Josefa Rodríguez, Chepita; el nacimiento de su primer hijo, Julito, y su estancia en la tienda de telas propiedad de su
hermano, de donde surgieron dos cosas importantes: su aprendizaje de la
humildad y la escritura de Tarumba,
de sus poemas más importantes. Es cierto
que a veces el poeta se siente como un perro herido al que golpea la gente, o
como el cadáver de una parturienta. Pero el poeta no es nada más eso: también
es el que goza la vida, el que la disfruta a plenitud. Creo que el poeta es un
hombre común y corriente, nada más que con un poquito menos de piel y con un
poco más de sensibilidad hacia las cosas. Ésa es la diferencia, y no es una
diferencia de privilegio.
Al mismo tiempo en que Sabines comparte su experiencia
poética y mercantil, se suceden tantas cosas, como su encuentro con jóvenes
escritores, agrupados en La Espiga
Amotinada, pero también le toca sufrir los embates del recién casado y
padre incipiente cuando se hace poco a poco de recursos para subsistir. (Muchas
de esas cosas logra expresarlas en poesía, pero la vida misma es más fuerte y
lo mejor es dejarse vivir…)
Para los capítulos restantes, Sabines vuelve a la
Ciudad de México (con una estancia breve en Chiapas, en tiempos de la
gubernatura de su hermano Juan) y enfrenta la muerte de sus padres -a quienes
dedicaría sendos y entrañables poemas-, el cambio de trabajo de la tienda de
telas a una fábrica de alimento para animales, y su paso por el mundo de la
política. De entre todos estos sucesos (más los que se acumularon en el camino,
como aquel accidente que lo llevara en varias ocasiones a la sala de
operaciones), nunca deja de lado la poesía, en la que existen, según él, dos
alegrías: […] la del momento en que se
escribe un poema, cuando se sabe que es un buen poema, que ahí nadie te ve, ni
te está retratando, ni hay una periodista que te interrogue, ni cámaras de
televisión, y tú puedes ponerte a bailar a solas en tu cuarto por el gusto de
haber escrito; y la otra alegría, la de saber que te leyeron, porque de algún
modo uno está buscando el amor de la gente.
Dicha alegría habría de multiplicarse de muchas
formas para Sabines en los últimos años de su vida; desde la reedición (y
consecutivo agotamiento de la edición) de su Recuento de poemas hasta grandes recitales en el Palacio de Bellas
Artes en 1996 y en la Sala Nezahualcóyotl de la UNAM en 1997. (“El verdadero y
único premio del escritor son sus amigos desconocidos”, dijo Octavio Paz en una
de sus cartas. Aunque Sabines tenía sus reservas en cuanto a la obra de Paz, no
dudaría ni un ápice que suscribiría esta acertada definición.)
En suma, ¿por qué acercarse a Sabines. Apuntes biográficos? Si para conocer de cerca al autor de
uno de uno de los poemas emblemáticos de las letras mexicanas (“Los amorosos”)
y del ambiente donde se urdió su poesía (desde Horal hasta “Me encanta Dios”), la respuesta es acertada; pero si
respondemos que para conocer de primera fuente las enseñanzas de una persona
sencilla y consciente de su papel de hombre, también habremos dado en el
blanco. Aún así, este volumen, que cordial y dedicadamente nos ofrece Pilar
Jiménez Trejo, da fe de las andanzas y maestranzas adquiridas en el diario
trajín de la vida, donde la confección de
la memoria se sucede a cada instante, en aras de justipreciar mejor una
vida plena en obras y milagros, vueltos prístina enseñanza y para fortuna
nuestra, Pilar no dejó que se volvieran como el mirto en el desierto, pues al
escucharlas (y, por ende, leerlas) se disfrutan mucho mejor.
Quede en ustedes el acercamiento definitivo, porque
toda vida tiene sus propias maravillas, incluso aquéllas que no lo son a
primera vista. Y del resto, que se encarguen el tiempo y la memoria. (Así sea.)
Pilar
Jiménez Trejo. Sabines. Apuntes
biográficos. México, Tusquets, 2014. (Tiempo de Memoria. Biografías)
(21/diciembre/2016)
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