Ulises Velázquez Gil
De acuerdo con Luis González y González, existen dos tipos de
historiadores: los de pala y los de pluma. Los primeros se encargan de las
instituciones y de quienes las llevaron a efecto, mientras que los segundos se
enfocan a los personajes del ámbito cultural, o que hicieron de la página
escrita su campo de batalla. Sin embargo, cuando se trata de historiar un
periódico de toral presencia en la vida de un país, en algún momento se
entrecruzan palas y plumas, muchas de las veces cambiando de lugar, según los
vientos del momento.
En este peculiar empeño, Arno Burkholder, clionauta
a diestra y siniestra, nos entrega en La
red de los espejos. Una historia del diario Excélsior, 1916-1976, sus encuentros (y desencuentros) con un periódico que
fue determinante en la vida de la prensa mexicana del siglo XX, pródigo en
sucesos y en personajes interesantes, sin adjetivos complacientes y poco
halagüeños: suerte de microhistoria
del llamado “diario de la vida nacional”.
A través de cinco capítulos, Burkholder pone frente
a nuestros ojos el nacimiento, desarrollo y declive de un periódico que desde
el primer día ya sabía hacia dónde forjar camino, susceptible al cambio andando
el tiempo. En casi un siglo de existencia
han sido muchos los temas que ha tocado Excélsior. Sin embargo, de su historia se sabe relativamente poco. Y lo que se
sabe se ha concentrado en un incidente ocurrido en la segunda mitad de la
década de 1970. [Esta historia]
rescata el surgimiento de Excélsior,
sus conflictos con el Estado, la consolidación del periódico y la gestación de
problemas que provocaron el estallido de 1976.
Para el primer capítulo, “El periódico que llegó a
la vida nacional”, el autor expone tres escenarios importantes: la figura de
Rafael Alducin como “padre fundador” del diario (quien aplica las enseñanzas
adquiridas en su juventud cuando transitó por El Imparcial, de enorme presencia durante el Porfiriato), el
“estira y afloja” entre Excélsior y
su competidor más cercano (en geografía citadina y cronológica), El Universal, siempre a la caza de
lectores… y de apoyos por donde uno llegue a voltear, y la transformación de Excélsior en una cooperativa donde sus
integrantes marcaran el ulterior destino del diario. El momento en el que nació Excélsior es fundamental para la historia del periodismo mexicano del siglo XX.
A partir de entonces el carácter empresarial determinó la línea editorial y las
posiciones políticas de los medios escritos en México. El “periodismo artesanal
y combativo” que existió durante la etapa armada de la Revolución cedió el paso
a grandes organizaciones (herederas del periodismo industrial de finales del
Porfiriato) interesadas no sólo en la información política, sino también en
generar ganancias mediante la publicidad.
Digno también es de rescatar el suceso fundacional
de Excélsior cuando el 18 de marzo de
1917 salió su primer número entre tardanzas en la impresión y rechiflas por
parte de los voceadores de entonces; podría decirse que este suceso –digno del
anecdotario– sea la “metáfora” de cómo el periódico habría de conducirse en
años posteriores. En este sentido, bien vale mencionar el papel que tuvo
Plutarco Elías Calles para que el periódico pasara, de los números rojos, a
volverse una cooperativa, donde otra historia –truculenta, al fin– se tramaría
con el tiempo.
En el segundo capítulo, “Los años de la ‘familia
feliz’”, lo que en apariencia era un diario comprometido con informar los
sucesos del mundo actual, en su interior se manejaba una red de prebendas,
conveniencia gubernamental e intereses “en lo oscurito”, donde […] el Estado mexicano aplicó cuatro estrategias
para controlar a la prensa: el monopolio de la venta de papel a bajo precio,
que impedía que los periódicos escribieran aquello que fuera inconveniente para
el gobierno […]; la creación de un
Departamento Autónomo de Prensa y Propaganda […]; los apoyos económicos brindados […] por medio de Nacional Financiera […], y, por último, las “ayudas económicas” (mejor conocidas como
“igualas”, “embutes” o “chayotes”) que recibían los reporteros de parte de su
fuente.
Ante este panorama, los más de treinta años que
comprende este capítulo no estarían completos sin la presencia de dos figuras
preponderantes de Excélsior: Rodrigo
de Llano y Gilberto Figueroa, quienes llevaron las riendas del periódico –tanto
en imagen y sana distancia gubernamental como en su engranaje, dentro y fuera
de la cooperativa. Entre 1934 y 1963, la
línea editorial de Excélsior,
consistió en apoyar al Estado mexicano al ejercer cierta crítica ante su
actuación y en atacar ferozmente a todos aquellos elementos que no congeniaban
con la línea rectora del país. Y no era para menos, porque si se buscaba
armonía con el gobierno en turno, se debía a que dentro del diario se ejercía
bien a bien, y ello se notaba sobremanera en las fiestas de aniversario, cada
18 de marzo, donde primaba “la concordia entre los socios”. Pero como en toda
familia persisten “los hijos rebeldes” (entre éstos, Manuel López Azuara,
Eduardo Deschamps y Julio Scherer), quienes buscaban ser escuchados y, por
ende, seguir el dictado de su conciencia. (La respuesta del “padre” director:
suspenderlos por 15 días.)
Sucesos como el anterior, aunados a los beneficios
adquiridos por su estrecha relación con el gobierno, son el punto de partida
del tercer capítulo, “Problemas en el paraíso”, donde la dupla que condujo con
rienda firme al Excélsior (De
Llano-Figueroa) comenzaba a difuminarse para darle espacio (y polémica certera,
de pilón) a otros grupos e individuos ávidos de conducir el diario. Lo que
caracterizaba a estas dos facciones era la separación generacional, su
formación académica y profesional, y sus intereses políticos y personales.
Debido a esta fractura, desde 1965 Excélsior perdió la estabilidad que lo había caracterizado anteriormente. A
partir de entonces una nueva generación se hizo cargo del diario, lo que
provocó que un importante número de cooperativistas fuera obligado a abandonar
el periódico por haber apoyado al grupo “perdedor”. (Y ante este panorama,
el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz buscó darle poder a uno de los grupos en
pugna más afín a sus intereses.)
En este periodo, la figura de Manuel Becerra
Acosta, uno de los socios de mayor antigüedad en la cooperativa (a cuyo seno se
juntaron jóvenes luminarias como Manuel Becerra Acosta Jr., Alberto Ramírez de Aguilar, Regino Díaz Redondo y Julio
Scherer) fue importante dentro de un medio pleno en acendradas polémicas, por
dos razones: recordarle al diario (y a sus integrantes, cabría decir) el
espíritu con que surgió Excélsior en
el panorama periodístico en México, y por prepararle este medio a una plétora
de jóvenes pares, quienes lo llevarían hacia el sendero de la modernidad. La muerte de Becerra Acosta consolidó los
cambios que el diario estaba sufriendo desde 1962 y permitió que los jóvenes
que lo habían apoyado durante la crisis de 1965 “heredaran” el periódico. Sin
embargo, el problema fundamental –la división de la cooperativa– no se había
solucionado […] (Y luego con la política del momento, se venían años
difíciles…)
En “El Olimpo fracturado”, cuarta escala de La red de los espejos, ya nos
encontramos con un nombre harto conocido en el medio periodístico (que a más de
40 años de distancia, sigue como el Cid Campeador): Julio Scherer García y sus compañeros formaban parte de una amplia
corriente que ya había participado en la construcción del nuevo Estado mexicano
luego de la Revolución, pero que cuestionaba la forma en la que se había consolidado
a partir de los años cuarenta. Con la llegada de Scherer a la dirección,
llegaron nuevos aires críticos, presentes en la sección editorial (donde brilló
la pluma de don Daniel Cosío Villegas, por ejemplo), se apoyó la publicación de
una revista de altos vuelos culturales como lo fue Plural (bajo la dirección de Octavio Paz) y se cancelaron otras que
nada tenían que ver con el nuevo rumbo del diario (Magazines de Policía y ¡Ja-Já!),
así también como darle a noveles reporteros como José Reveles y Carlos Marín un
lugar donde comenzar su periplo periodístico, entre otras cosas.
Sin embargo, la relación con el poder exigía su
lugar de antaño frente a esta nueva época, por lo cual era de esperarse que el
poder en turno apoyara a la facción “perdedora” dentro del diario, y lograr la
debacle de Scherer y sus cercanos, consumada el 8 de julio de 1976 (suceso que
precedió a una nueva empresa informativa llamada Proceso).
Por último, en “La memoria, el olvido y el futuro”,
Arno Burkholder hace un balance de los sucesos ocurridos después de la fecha de
marras, haciendo énfasis en las publicaciones donde se documenta una parte de
la historia reciente del diario Excélsior.
Pero también nos hace ver que un periódico de altos vuelos fungía como el
termómetro de una sociedad en busca de rumbo y destino, con miras a una mejor
lectura del tiempo presente. En una palabra: […] es un buen reflejo del país entre 1916 y 1976: una empresa formada por
un joven que se basó en la estructura periodística consolidada durante la última
etapa del Porfiriato, que cruzó hacia el nuevo siglo en medio de una revolución
que construyó un nuevo Estado mexicano. Tanto al país como a Excélsior les tocó sufrir la aplicación de nuevas
medidas que tenían por objeto asegurar el predominio de una nueva clase
política y en ese momento surgió una generación de periodistas que dominó la
prensa mexicana hasta los años sesenta.
¿Por qué acercarse a La red de los espejos. Una historia del diario Excélsior, 1916-1976? Si la respuesta inmediata
es para conocer un periódico de toral presencia en la vida diaria de México, es
correcto; si respondemos que para entender las relaciones entre los medios
informativos y el poder, también habremos acertado. De cualquier manera, existe
una tercera y fuerte razón: descubrir los sucesos y las personas que, día tras
día, construyeron un estilo propio de hacer periodismo, desde las rotativas
hasta la redacción. En tiempos donde hoy se privilegia el rumor y la
exageración, una historia de primera
plana es indispensable de conocer, y más aún para las nuevas generaciones
de periodistas, comunicólogos e historiadores (no precisamente en ese orden),
en aras de comprender mejor su misión y no dejarse avasallar por los espejismos
del trending topic (ineludible, a
pesar de todo).
Esperemos que esta microhistoria de un gran diario suscite una continuación (como en
las buenas sagas), o por lo menos, una revisión desde la trinchera de los
lectores. Así, lo demás vendrá por añadidura. (Sea, pues.)
Arno Burkholder. La red de los espejos. Una historia del
diario Excélsior, 1916-1976.
México, Fondo de Cultura Económica, 2016. (Comunicación)
(9/noviembre/2016)