miércoles, 18 de enero de 2017

Historia de primera plana

Ulises Velázquez Gil
  
De acuerdo con Luis González y González, existen dos tipos de historiadores: los de pala y los de pluma. Los primeros se encargan de las instituciones y de quienes las llevaron a efecto, mientras que los segundos se enfocan a los personajes del ámbito cultural, o que hicieron de la página escrita su campo de batalla. Sin embargo, cuando se trata de historiar un periódico de toral presencia en la vida de un país, en algún momento se entrecruzan palas y plumas, muchas de las veces cambiando de lugar, según los vientos del momento.
En este peculiar empeño, Arno Burkholder, clionauta a diestra y siniestra, nos entrega en La red de los espejos. Una historia del diario Excélsior, 1916-1976, sus encuentros (y desencuentros) con un periódico que fue determinante en la vida de la prensa mexicana del siglo XX, pródigo en sucesos y en personajes interesantes, sin adjetivos complacientes y poco halagüeños: suerte de microhistoria del llamado “diario de la vida nacional”.
A través de cinco capítulos, Burkholder pone frente a nuestros ojos el nacimiento, desarrollo y declive de un periódico que desde el primer día ya sabía hacia dónde forjar camino, susceptible al cambio andando el tiempo. En casi un siglo de existencia han sido muchos los temas que ha tocado Excélsior. Sin embargo, de su historia se sabe relativamente poco. Y lo que se sabe se ha concentrado en un incidente ocurrido en la segunda mitad de la década de 1970. [Esta historia] rescata el surgimiento de Excélsior, sus conflictos con el Estado, la consolidación del periódico y la gestación de problemas que provocaron el estallido de 1976.
Para el primer capítulo, “El periódico que llegó a la vida nacional”, el autor expone tres escenarios importantes: la figura de Rafael Alducin como “padre fundador” del diario (quien aplica las enseñanzas adquiridas en su juventud cuando transitó por El Imparcial, de enorme presencia durante el Porfiriato), el “estira y afloja” entre Excélsior y su competidor más cercano (en geografía citadina y cronológica), El Universal, siempre a la caza de lectores… y de apoyos por donde uno llegue a voltear, y la transformación de Excélsior en una cooperativa donde sus integrantes marcaran el ulterior destino del diario. El momento en el que nació Excélsior es fundamental para la historia del periodismo mexicano del siglo XX. A partir de entonces el carácter empresarial determinó la línea editorial y las posiciones políticas de los medios escritos en México. El “periodismo artesanal y combativo” que existió durante la etapa armada de la Revolución cedió el paso a grandes organizaciones (herederas del periodismo industrial de finales del Porfiriato) interesadas no sólo en la información política, sino también en generar ganancias mediante la publicidad.
Digno también es de rescatar el suceso fundacional de Excélsior cuando el 18 de marzo de 1917 salió su primer número entre tardanzas en la impresión y rechiflas por parte de los voceadores de entonces; podría decirse que este suceso –digno del anecdotario– sea la “metáfora” de cómo el periódico habría de conducirse en años posteriores. En este sentido, bien vale mencionar el papel que tuvo Plutarco Elías Calles para que el periódico pasara, de los números rojos, a volverse una cooperativa, donde otra historia –truculenta, al fin– se tramaría con el tiempo.
En el segundo capítulo, “Los años de la ‘familia feliz’”, lo que en apariencia era un diario comprometido con informar los sucesos del mundo actual, en su interior se manejaba una red de prebendas, conveniencia gubernamental e intereses “en lo oscurito”, donde […] el Estado mexicano aplicó cuatro estrategias para controlar a la prensa: el monopolio de la venta de papel a bajo precio, que impedía que los periódicos escribieran aquello que fuera inconveniente para el gobierno […]; la creación de un Departamento Autónomo de Prensa y Propaganda […]; los apoyos económicos brindados […] por medio de Nacional Financiera […], y, por último, las “ayudas económicas” (mejor conocidas como “igualas”, “embutes” o “chayotes”) que recibían los reporteros de parte de su fuente.
Ante este panorama, los más de treinta años que comprende este capítulo no estarían completos sin la presencia de dos figuras preponderantes de Excélsior: Rodrigo de Llano y Gilberto Figueroa, quienes llevaron las riendas del periódico –tanto en imagen y sana distancia gubernamental como en su engranaje, dentro y fuera de la cooperativa. Entre 1934 y 1963, la línea editorial de Excélsior, consistió en apoyar al Estado mexicano al ejercer cierta crítica ante su actuación y en atacar ferozmente a todos aquellos elementos que no congeniaban con la línea rectora del país. Y no era para menos, porque si se buscaba armonía con el gobierno en turno, se debía a que dentro del diario se ejercía bien a bien, y ello se notaba sobremanera en las fiestas de aniversario, cada 18 de marzo, donde primaba “la concordia entre los socios”. Pero como en toda familia persisten “los hijos rebeldes” (entre éstos, Manuel López Azuara, Eduardo Deschamps y Julio Scherer), quienes buscaban ser escuchados y, por ende, seguir el dictado de su conciencia. (La respuesta del “padre” director: suspenderlos por 15 días.)  
Sucesos como el anterior, aunados a los beneficios adquiridos por su estrecha relación con el gobierno, son el punto de partida del tercer capítulo, “Problemas en el paraíso”, donde la dupla que condujo con rienda firme al Excélsior (De Llano-Figueroa) comenzaba a difuminarse para darle espacio (y polémica certera, de pilón) a otros grupos e individuos ávidos de conducir el diario.  Lo que caracterizaba a estas dos facciones era la separación generacional, su formación académica y profesional, y sus intereses políticos y personales. Debido a esta fractura, desde 1965 Excélsior perdió la estabilidad que lo había caracterizado anteriormente. A partir de entonces una nueva generación se hizo cargo del diario, lo que provocó que un importante número de cooperativistas fuera obligado a abandonar el periódico por haber apoyado al grupo “perdedor”. (Y ante este panorama, el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz buscó darle poder a uno de los grupos en pugna más afín a sus intereses.)
En este periodo, la figura de Manuel Becerra Acosta, uno de los socios de mayor antigüedad en la cooperativa (a cuyo seno se juntaron jóvenes luminarias como Manuel Becerra Acosta Jr., Alberto Ramírez de Aguilar, Regino Díaz Redondo y Julio Scherer) fue importante dentro de un medio pleno en acendradas polémicas, por dos razones: recordarle al diario (y a sus integrantes, cabría decir) el espíritu con que surgió Excélsior en el panorama periodístico en México, y por prepararle este medio a una plétora de jóvenes pares, quienes lo llevarían hacia el sendero de la modernidad. La muerte de Becerra Acosta consolidó los cambios que el diario estaba sufriendo desde 1962 y permitió que los jóvenes que lo habían apoyado durante la crisis de 1965 “heredaran” el periódico. Sin embargo, el problema fundamental –la división de la cooperativa– no se había solucionado […] (Y luego con la política del momento, se venían años difíciles…)
En “El Olimpo fracturado”, cuarta escala de La red de los espejos, ya nos encontramos con un nombre harto conocido en el medio periodístico (que a más de 40 años de distancia, sigue como el Cid Campeador): Julio Scherer García y sus compañeros formaban parte de una amplia corriente que ya había participado en la construcción del nuevo Estado mexicano luego de la Revolución, pero que cuestionaba la forma en la que se había consolidado a partir de los años cuarenta. Con la llegada de Scherer a la dirección, llegaron nuevos aires críticos, presentes en la sección editorial (donde brilló la pluma de don Daniel Cosío Villegas, por ejemplo), se apoyó la publicación de una revista de altos vuelos culturales como lo fue Plural (bajo la dirección de Octavio Paz) y se cancelaron otras que nada tenían que ver con el nuevo rumbo del diario (Magazines de Policía y ¡Ja-Já!), así también como darle a noveles reporteros como José Reveles y Carlos Marín un lugar donde comenzar su periplo periodístico, entre otras cosas.
Sin embargo, la relación con el poder exigía su lugar de antaño frente a esta nueva época, por lo cual era de esperarse que el poder en turno apoyara a la facción “perdedora” dentro del diario, y lograr la debacle de Scherer y sus cercanos, consumada el 8 de julio de 1976 (suceso que precedió a una nueva empresa informativa llamada Proceso).
Por último, en “La memoria, el olvido y el futuro”, Arno Burkholder hace un balance de los sucesos ocurridos después de la fecha de marras, haciendo énfasis en las publicaciones donde se documenta una parte de la historia reciente del diario Excélsior. Pero también nos hace ver que un periódico de altos vuelos fungía como el termómetro de una sociedad en busca de rumbo y destino, con miras a una mejor lectura del tiempo presente. En una palabra: […] es un buen reflejo del país entre 1916 y 1976: una empresa formada por un joven que se basó en la estructura periodística consolidada durante la última etapa del Porfiriato, que cruzó hacia el nuevo siglo en medio de una revolución que construyó un nuevo Estado mexicano. Tanto al país como a Excélsior les tocó sufrir la aplicación de nuevas medidas que tenían por objeto asegurar el predominio de una nueva clase política y en ese momento surgió una generación de periodistas que dominó la prensa mexicana hasta los años sesenta.
¿Por qué acercarse a La red de los espejos. Una historia del diario Excélsior, 1916-1976? Si la respuesta inmediata es para conocer un periódico de toral presencia en la vida diaria de México, es correcto; si respondemos que para entender las relaciones entre los medios informativos y el poder, también habremos acertado. De cualquier manera, existe una tercera y fuerte razón: descubrir los sucesos y las personas que, día tras día, construyeron un estilo propio de hacer periodismo, desde las rotativas hasta la redacción. En tiempos donde hoy se privilegia el rumor y la exageración, una historia de primera plana es indispensable de conocer, y más aún para las nuevas generaciones de periodistas, comunicólogos e historiadores (no precisamente en ese orden), en aras de comprender mejor su misión y no dejarse avasallar por los espejismos del trending topic (ineludible, a pesar de todo).
Esperemos que esta microhistoria de un gran diario suscite una continuación (como en las buenas sagas), o por lo menos, una revisión desde la trinchera de los lectores. Así, lo demás vendrá por añadidura. (Sea, pues.)

Arno Burkholder. La red de los espejos. Una historia del diario Excélsior, 1916-1976. México, Fondo de Cultura Económica, 2016. (Comunicación)

(9/noviembre/2016)

miércoles, 4 de enero de 2017

Confección de la memoria


Ulises Velázquez Gil

En las Bellezas del Talmud (generosamente traducidas y compiladas por Rafael Cansinos Assens) se puede encontrar la siguiente sentencia: “Quien es sabio y no enseña a los demás es semejante a un mirto en el desierto: nadie disfruta de él”. Muchas de las veces, la maravilla de un buen consejo o de una persona sabia y atenta pasan desapercibidas en estos tiempos, donde hasta la tristeza se ha inventariado; sin embargo, cuando se tiene noción de su presencia, el camino a seguir se vuelve interesante.
En la ingente labor de tomar testimonio y de guardar la memoria de los protagonistas de su tiempo, digno es resaltar la importancia de los volúmenes de entrevistas y de índole memorialista, donde palabras y enseñanzas esperan inocularse en la conciencia del lector, en aras, siempre, de modificar el rumbo.
Con más de veinte años en el oficio periodístico (donde sobresale una constante labor entrevistadora), Pilar Jiménez Trejo nos entrega Sabines. Apuntes biográficos, volumen testimonial que presenta, en primera persona, las andanzas y maestranzas de uno de los escritores más importantes de México. No se trata de una biografía en sentido estricto, sino de pequeños apuntes que pintan de cuerpo entero a Jaime Sabines. Según la autora, […] fue resultado de varios años de conversaciones con Jaime Sabines, de casi una persecución hasta lograr la confianza y cariño del poeta; también, de investigación y reposo para entender (yo) lo que tenía en la manos. […] sólo algunos instantes que conforman la vida de un hombre.
Estos “apuntes biográficos” se dividen en nueve capítulos, que van de los orígenes familiares -la vida del mayor Julio Sabines, su padre- hasta los años previos a su muerte, en 1999. Casi un siglo de historias que hacen una ronda desde la intermitencia de la memoria, tras la cual, según Andrés Iduarte, se recuerda entre nubes. En “La odisea de un Sagbine”, Sabines cuenta la historia de su padre, un joven libanés dispuesto a “hacer la América”, acompañado por sus hermanos, cuya travesía los llevó de Beirut a México, pasando por la isla de Martinica y Cuba, donde se quedaron algunos. Dicho capítulo tiene un eje fundamental y entrañable para el poeta: la historia de amor entre sus padres, Julio Sabines y Luz Gutiérrez. La imagen de mis padres siempre ha sido fundamental en mi vida. De doña Luz heredé el orgullo de ser humano; siempre nos enseñó que no quedaba otro remedio que ser hombres. […] Del mayor Sabines aprendí qué era la fortaleza y la sensibilidad para vivir. Era duro como un revolucionario y a la vez tierno como un niño.
(Paréntesis aparte: Se dice que los padres dan destino, y para Jaime Sabines, la conciencia de humanidad dada por su madre y la fortaleza para vivir de su padre, han forjado a cada paso la materia prima de sus versos, que podemos leer aquí y ahora.)
La odisea familiar de los Sabines prosigue en el segundo capítulo, “Salimos de la tierra, pero nunca la abandonamos”, en el cual la Historia (así, con mayúscula) cobra factura en la persona del mayor Sabines, que lo lleva al exilio en Cuba con toda su familia; aquella rama familiar que “hizo la América” lo recibió mientras durara el trago amargo. Una vez que se dio el regreso, Sabines cuenta la manera en que su familia recobró impulso para seguir adelante. Un detalle importante al contar esa parte de su vida es cuando su padre se pone a contar historias que dejaban emocionados por igual tanto a sus hijos como a los niños que se acercaban por ahí a escuchar. Mi padre continuó con nosotros la tradición de narrarnos esos cientos, miles de historias; cuando éramos pequeños, todas las tardes, mientras comenzaba a oscurecer, nos contaba esos cuentos de Las mil y una noches y las historias de Antar. El recuerdo que guardo de mi padre es que él también, como Sherezada, nos dejaba en suspenso todas las noches. Era muy buen conversador y un buen contador de historias. […] No es que tuviera un lenguaje muy articulado o muy amplio, pero sí tenía una gran emoción, un arte mágico, muy expresivo y efectivo porque él mismo se emocionaba con lo que iba diciendo… (De esa forma, ya se estaba formando en el futuro autor de “Los amorosos” su propia conciencia de las palabras, cuya expresión total habría de aparecer más tarde.)
En el capítulo tres, “Y el hombre se hizo poeta”, Sabines da cuenta del proceso que lo llevó a escribir aquellos poemas que lo inscribieron en el panorama literario del México de los años 50, pero más que buscar un nicho dentro de la cultura de su tiempo, la escritura fue una tabla de salvación de donde agarrarse, ante la angustia de seguir en la carrera de Medicina, o de asumirse provinciano en la gran ciudad. Comencé a escribir en serio cuando sentí la angustia de la capital, la soledad. Lo primero fue lo hostil de la enorme Ciudad de México, y luego la hostilidad particular hacia mí en la escuela. Me hago poeta a fuerza por la necesidad a mis 19 años. Y mientras se da su ejercicio poético, se enfrasca en la lectura de grandes autores, tales como Aldous Huxley, Dostoievski, pero quien lo impactó de buenas a primeras fue James Joyce y su obra cumbre Ulises; aunque después ya no volviera a leerla, porque las lecturas cambian con el tiempo… En esos años procuraba leer de todo, pero muy salteado. Aunque claro que comencé a ser más exigente, porque también llegué a leer de lo peor que ha habido en el mundo; por eso luego ya no leía cualquier cosa, solamente obras que estuvieran consagradas y supiera que eran buenos autores.
Una de las cosas a notar en este capítulo es de la incursión (breve) de Sabines en el mundo de la radio; al verse corto de dinero, entró a un concurso haciendo lo que había negado en mucho tiempo, la declamación, y de tan buena que le salió, obtuvo, además del estímulo económico, la ovación del público, y no faltó quien le propusiera volverse locutor, con todo y licencia, mas no lo consumó del todo, por razones familiares. (A final de cuentas, Sabines sí dejó el mundo de la radio, pero también el de la Medicina. ¿Habremos perdido a un gran locutor? Se me hace que no…)
Para los capítulos cuatro, cinco y seis, la vida privada del poeta sucede a la par que la de su obra poética; libros como Horal, La señal y Tarumba “nacieron” cando su autor tomó importantes decisiones para el postrer avance de su vida: el matrimonio con Josefa Rodríguez, Chepita; el nacimiento de su primer hijo, Julito, y su estancia en la tienda de telas propiedad de su hermano, de donde surgieron dos cosas importantes: su aprendizaje de la humildad y la escritura de Tarumba, de sus poemas más importantes. Es cierto que a veces el poeta se siente como un perro herido al que golpea la gente, o como el cadáver de una parturienta. Pero el poeta no es nada más eso: también es el que goza la vida, el que la disfruta a plenitud. Creo que el poeta es un hombre común y corriente, nada más que con un poquito menos de piel y con un poco más de sensibilidad hacia las cosas. Ésa es la diferencia, y no es una diferencia de privilegio.
Al mismo tiempo en que Sabines comparte su experiencia poética y mercantil, se suceden tantas cosas, como su encuentro con jóvenes escritores, agrupados en La Espiga Amotinada, pero también le toca sufrir los embates del recién casado y padre incipiente cuando se hace poco a poco de recursos para subsistir. (Muchas de esas cosas logra expresarlas en poesía, pero la vida misma es más fuerte y lo mejor es dejarse vivir…)
Para los capítulos restantes, Sabines vuelve a la Ciudad de México (con una estancia breve en Chiapas, en tiempos de la gubernatura de su hermano Juan) y enfrenta la muerte de sus padres -a quienes dedicaría sendos y entrañables poemas-, el cambio de trabajo de la tienda de telas a una fábrica de alimento para animales, y su paso por el mundo de la política. De entre todos estos sucesos (más los que se acumularon en el camino, como aquel accidente que lo llevara en varias ocasiones a la sala de operaciones), nunca deja de lado la poesía, en la que existen, según él, dos alegrías: […] la del momento en que se escribe un poema, cuando se sabe que es un buen poema, que ahí nadie te ve, ni te está retratando, ni hay una periodista que te interrogue, ni cámaras de televisión, y tú puedes ponerte a bailar a solas en tu cuarto por el gusto de haber escrito; y la otra alegría, la de saber que te leyeron, porque de algún modo uno está buscando el amor de la gente.
Dicha alegría habría de multiplicarse de muchas formas para Sabines en los últimos años de su vida; desde la reedición (y consecutivo agotamiento de la edición) de su Recuento de poemas hasta grandes recitales en el Palacio de Bellas Artes en 1996 y en la Sala Nezahualcóyotl de la UNAM en 1997. (“El verdadero y único premio del escritor son sus amigos desconocidos”, dijo Octavio Paz en una de sus cartas. Aunque Sabines tenía sus reservas en cuanto a la obra de Paz, no dudaría ni un ápice que suscribiría esta acertada definición.)
En suma, ¿por qué acercarse a Sabines. Apuntes biográficos? Si para conocer de cerca al autor de uno de uno de los poemas emblemáticos de las letras mexicanas (“Los amorosos”) y del ambiente donde se urdió su poesía (desde Horal hasta “Me encanta Dios”), la respuesta es acertada; pero si respondemos que para conocer de primera fuente las enseñanzas de una persona sencilla y consciente de su papel de hombre, también habremos dado en el blanco. Aún así, este volumen, que cordial y dedicadamente nos ofrece Pilar Jiménez Trejo, da fe de las andanzas y maestranzas adquiridas en el diario trajín de la vida, donde la confección de la memoria se sucede a cada instante, en aras de justipreciar mejor una vida plena en obras y milagros, vueltos prístina enseñanza y para fortuna nuestra, Pilar no dejó que se volvieran como el mirto en el desierto, pues al escucharlas (y, por ende, leerlas) se disfrutan mucho mejor.
Quede en ustedes el acercamiento definitivo, porque toda vida tiene sus propias maravillas, incluso aquéllas que no lo son a primera vista. Y del resto, que se encarguen el tiempo y la memoria. (Así sea.)

Pilar Jiménez Trejo. Sabines. Apuntes biográficos. México, Tusquets, 2014. (Tiempo de Memoria. Biografías)

(21/diciembre/2016)