Ulises Velázquez Gil
Una de las canciones del músico argentino Coiffeur, de reciente visita
a México, dice en una de sus partes: “La inercia y el movimiento/ son una gran
mirada de soslayo”. En el panorama actual del ensayo mexicano contemporáneo, donde la
supremacía del paper académico es evidente y hasta engorrosa, hacer un ensayo de divagación
o sobre temas periféricos, quedan muy de lado… igual que la inercia y el
movimiento.
Ante
esta panorámica que ciñe al ensayo bajo un corsé institucional, varios
escritores contemporáneos de México recurrieron a un acto revolucionario por
excelencia: volver a lo básico, a la noción original de ensayo, es decir,
paseo.
En Contraensayo. Antología de ensayo mexicano actual, Vivian
Abenshushan, ensayista a contracorriente, reúne doce ensayos de variopinta
sustancia, donde su originalidad no reside en el número de citas a pie de
página, sino en la manera desenfadada −y, por ende, persistente− con que sus
autores abordan temas de interés sucedáneo. (Desde el prólogo, ya sabemos a qué
atenernos…) La diferencia entre
el productor de artículos y el ensayista es radical; es una diferencia
estética, ética y si se quiere hasta espiritual. El primero aspira a renunciar
a sí mismo; el segundo, en cambio, cree en la posibilidad, practicada por
Montaigne, de convertirse finalmente en sí mismo. Uno se denigra en cuanto
renuncia a sus propias ideas; el otro se engrandece por el simple hecho de
asumir el riesgo de su formación interior. Ambición socrática del ensayo
(tantas veces olvidada): conocerse a sí mismo. Y qué mejor manera para ello que conociendo algunas de las obsesiones
e intereses de estos “doce escritores en pugna”.
“Fragmentos del desierto” de Guadalupe Nettel
cuenta con una estructura casi aforística en cada párrafo; similar a la que
Edmond Jabès practicó en toda su obra, aunque, a decir verdad, hay cierto guiño
de esperanza, como se evidencia en el siguiente fragmento: El desierto es un extenso ejercicio de
paciencia. Quien pretende cruzarlo debe adquirir el arte de la tolerancia.
Difícilmente un viaje en el desierto es ajeno a la angustia y a la
desesperación de sentirse perdido. A cambio, sin embargo, se nos ofrece una
inagotable exhibición de belleza. En esta última
frase podemos encontrar una de las finalidades del ensayo: exhibir la belleza,
que no necesariamente debe proceder de un objeto incólume o exclusivo de élites
y cúpulas de iniciados, sino original en cuanto a la manera de verlo; cala y cata, si suscribimos a Raymundo Ramos, donde queda a prueba su perspectiva.
Mientras Guillermo Espinosa Estrada traza su
panegírico al inverosímil Johann Sebastian Mastropiero, Luigi Amara su
historiografía de bolsillo sobre Kang Feng (eunuco en la China imperial) y
Brenda Lozano, sus escalas para contar una Historia, Mayra Luna estalla contra
los peligros de la traducción, Saúl Hernández se lanza en contra del gimnasio
como paraíso estético, y Eduardo Huchín se vuelve un Bartleby ensayístico al
negarse a citar textualmente, y de paso dar cachetada con guante blanco a los
colegas que pican de ensayistas (o que se dejan ir como gorda en tobogán al
creérselo): Después
de escribir más de cien ensayos, alguien le preguntó a un ensayista cuál era la
condición actual del ensayo. No supo qué responder. Escribía ensayos
precisamente porque no sabía qué contestar en las entrevistas o en las pláticas
de sobremesa; era su manera de construir una plática que no había tenido lugar.
[…]
Entonces pensó: hablar sobre el ensayo en un ensayo es como hablar sobre el
amor mientras se está enamorado: quedas al final como un idiota.
Quienes merecen mención aparte en esta antología
son Nicolás Cabral, Verónica Gerber Bicecci y Rafael Lemus, quienes toman del
mundo del arte otra manera de criticar y de reconstruir el tiempo presente;
Cabral nos dice: La
vanguardia establece el presente, pues es puro acto. […] En ella
nada es verdadero, pues se ha legitimado lo falso: no el acontecimiento sino el
simulacro, no la cosa sino la imagen, no el ser sino la apariencia. Para Gerber Bicecci, por el contrario: Quien cree en el azar cree en la locura,
quien cree lo suficiente en el azar busca indicios en cualquier parte y se
despega poco a poco […] Quien se sumerge en el azar descree del
consenso que asume la destrucción de lo estabilizado como una excepción que
confirma la regla y la fija. Entre vanguardias y azares, Lemus
nos echa el cable a tierra con este anuncio: Alguien tendría que avisarles que ya no
se trata de escribir graciosamente crítica de arte −como
si se hiciera el favor de legitimar las piezas al traducirlas a la jerga
literaria. Se trata, de una vez y para siempre, de abrirse paso al mismo
tiempo que las obras. Se trata, también,
de colaborar.
Sobre José Israel Carranza –y sus empeños contra el tiempo− y
Heriberto Yépez –con todo y su Yo acuso
al ensayo−, confío que su sola lectura develará sus propias incógnitas. Tal vez
el milagro de la relectura aquí aplique para ambos. (Al menos, para mí… Por
ahora.)
En suma, Contraensayo es una declaración de principios y una nueva apuesta
por un género a prueba de tiempo, donde el espíritu de Michel de Montaigne
multiplique los paseos por la vida y nos haga descreer hasta de aquello que se
piensa o se sostiene; gloriosa empresa de enfáticos
y marginales a la busca del mejor de los mundos imposibles; por ello, nos
dice Vivian Abenshushan, escribamos
contraensayos: libres, anarquizantes, imprevisibles, en cambio continuo.
Ensayos escritos a varias manos, en colaboración, tumultuosamente o en parejas.
[…] En el contraensayo es válido
perderse […] sin renunciar, por eso,
al pensamiento.
Después de todo, entre
inercia y movimiento –regla y transgresión−, todo depende de una mirada de
soslayo. A contracorriente, incluso. (Quede su lectura para comprobarlo, ¿no creen?)
Contraensayo. Antología de ensayo mexicano actual. Selección y prólogo de Vivian
Abenshushan. México, UNAM-Dirección de Literatura, 2012.
(5/agosto/2015)