miércoles, 27 de enero de 2016

Enfáticos y marginales

Ulises Velázquez Gil

Una de las canciones del músico argentino Coiffeur, de reciente visita a México, dice en una de sus partes: “La inercia y el movimiento/ son una gran mirada de soslayo”. En el panorama actual del ensayo mexicano contemporáneo, donde la supremacía del paper académico es evidente y hasta engorrosa, hacer un ensayo de divagación o sobre temas periféricos, quedan muy de lado… igual que la inercia y el movimiento.
            Ante esta panorámica que ciñe al ensayo bajo un corsé institucional, varios escritores contemporáneos de México recurrieron a un acto revolucionario por excelencia: volver a lo básico, a la noción original de ensayo, es decir, paseo.
En Contraensayo. Antología de ensayo mexicano actual, Vivian Abenshushan, ensayista a contracorriente, reúne doce ensayos de variopinta sustancia, donde su originalidad no reside en el número de citas a pie de página, sino en la manera desenfadada −y, por ende, persistente− con que sus autores abordan temas de interés sucedáneo. (Desde el prólogo, ya sabemos a qué atenernos…) La diferencia entre el productor de artículos y el ensayista es radical; es una diferencia estética, ética y si se quiere hasta espiritual. El primero aspira a renunciar a sí mismo; el segundo, en cambio, cree en la posibilidad, practicada por Montaigne, de convertirse finalmente en sí mismo. Uno se denigra en cuanto renuncia a sus propias ideas; el otro se engrandece por el simple hecho de asumir el riesgo de su formación interior. Ambición socrática del ensayo (tantas veces olvidada): conocerse a sí mismo. Y qué mejor manera para ello que conociendo algunas de las obsesiones e intereses de estos “doce escritores en pugna”.
“Fragmentos del desierto” de Guadalupe Nettel cuenta con una estructura casi aforística en cada párrafo; similar a la que Edmond Jabès practicó en toda su obra, aunque, a decir verdad, hay cierto guiño de esperanza, como se evidencia en el siguiente fragmento: El desierto es un extenso ejercicio de paciencia. Quien pretende cruzarlo debe adquirir el arte de la tolerancia. Difícilmente un viaje en el desierto es ajeno a la angustia y a la desesperación de sentirse perdido. A cambio, sin embargo, se nos ofrece una inagotable exhibición de belleza. En esta última frase podemos encontrar una de las finalidades del ensayo: exhibir la belleza, que no necesariamente debe proceder de un objeto incólume o exclusivo de élites y cúpulas de iniciados, sino original en cuanto a la manera de verlo; cala y cata, si suscribimos a Raymundo Ramos, donde queda a prueba su perspectiva.
Mientras Guillermo Espinosa Estrada traza su panegírico al inverosímil Johann Sebastian Mastropiero, Luigi Amara su historiografía de bolsillo sobre Kang Feng (eunuco en la China imperial) y Brenda Lozano, sus escalas para contar una Historia, Mayra Luna estalla contra los peligros de la traducción, Saúl Hernández se lanza en contra del gimnasio como paraíso estético, y Eduardo Huchín se vuelve un Bartleby ensayístico al negarse a citar textualmente, y de paso dar cachetada con guante blanco a los colegas que pican de ensayistas (o que se dejan ir como gorda en tobogán al creérselo): Después de escribir más de cien ensayos, alguien le preguntó a un ensayista cuál era la condición actual del ensayo. No supo qué responder. Escribía ensayos precisamente porque no sabía qué contestar en las entrevistas o en las pláticas de sobremesa; era su manera de construir una plática que no había tenido lugar. […] Entonces pensó: hablar sobre el ensayo en un ensayo es como hablar sobre el amor mientras se está enamorado: quedas al final como un idiota.
Quienes merecen mención aparte en esta antología son Nicolás Cabral, Verónica Gerber Bicecci y Rafael Lemus, quienes toman del mundo del arte otra manera de criticar y de reconstruir el tiempo presente; Cabral nos dice: La vanguardia establece el presente, pues es puro acto. […] En ella nada es verdadero, pues se ha legitimado lo falso: no el acontecimiento sino el simulacro, no la cosa sino la imagen, no el ser sino la apariencia. Para Gerber Bicecci, por el contrario: Quien cree en el azar cree en la locura, quien cree lo suficiente en el azar busca indicios en cualquier parte y se despega poco a poco […] Quien se sumerge en el azar descree del consenso que asume la destrucción de lo estabilizado como una excepción que confirma la regla y la fija. Entre vanguardias y azares, Lemus nos echa el cable a tierra con este anuncio: Alguien tendría que avisarles que ya no se trata de escribir graciosamente crítica de arte como si se hiciera el favor de legitimar las piezas al traducirlas a la jerga literaria. Se trata, de una vez y para siempre, de abrirse paso al mismo tiempo que las obras. Se trata, también, de colaborar.
Sobre José Israel Carranza –y sus empeños contra el tiempo− y Heriberto Yépez –con todo y su Yo acuso al ensayo−, confío que su sola lectura develará sus propias incógnitas. Tal vez el milagro de la relectura aquí aplique para ambos. (Al menos, para mí… Por ahora.)
En suma, Contraensayo es una declaración de principios y una nueva apuesta por un género a prueba de tiempo, donde el espíritu de Michel de Montaigne multiplique los paseos por la vida y nos haga descreer hasta de aquello que se piensa o se sostiene; gloriosa empresa de enfáticos y marginales a la busca del mejor de los mundos imposibles; por ello, nos dice Vivian Abenshushan, escribamos contraensayos: libres, anarquizantes, imprevisibles, en cambio continuo. Ensayos escritos a varias manos, en colaboración, tumultuosamente o en parejas. […] En el contraensayo es válido perderse […] sin renunciar, por eso, al pensamiento.
Después de todo, entre inercia y movimiento –regla y transgresión−, todo depende de una mirada de soslayo. A contracorriente, incluso. (Quede su lectura para comprobarlo, ¿no creen?)

Contraensayo. Antología de ensayo mexicano actual. Selección y prólogo de Vivian Abenshushan. México, UNAM-Dirección de Literatura, 2012.

(5/agosto/2015)

miércoles, 13 de enero de 2016

Volver a los viejos puertos

Ulises Velázquez Gil


En una de sus canciones más sonadas, la chilena Javiera Mena describe –de cierta forma– la labor del escritor: “Hay algo en tus reflexiones,/ me llevan a otro lado,/ […] un viaje en el tiempo”. Cada vez que leemos, sin duda nos transportamos hacia mundos apenas posibles gracias a la literatura, a la memoria, e incluso por el simple hecho de dejar crónica breve de momentos excepcionales.
Para Vicente Quirarte, dicha empresa es obligada escala en cada nuevo libro suyo, y en esta ocasión Fundada en el tiempo. Aires de varios instrumentos por la Ciudad de México funciona a manera de “resumen” de sus andanzas, donde pesan y bien más de treinta años de oficio literario.
Fundada en el tiempo se compone de cuatro secciones donde Quirarte consigna el ejercicio de varios géneros, entre la poesía, el cuento, el ensayo de largo aliento y el artículo periodístico (historia de lo inmediato, si seguimos a Renato Leduc); en todos ellos, predomina un amor de toda la vida a la Ciudad de México, sus lugares más entrañables: patrias del corazón, matria de palabras. En el departamento altos 1 de la casa marcada en el número 48 de la calle de Allende di mis primeros pasos, y posteriormente aquellos que condujeron a la pubertad y la adolescencia. Entre la Lagunilla y la zona del comercio mejor establecido, fui iniciado en el culto a lo que Efraín Huerta llamó “lo más hondo y verde de la vieja ciudad”. […] El mundo cupo durante algunos años entre pocas e intensas calles. […] Vivir primero, observar después, traducir posteriormente las piedras, la gente, los colores y olores de mi ciudad han sido obsesiones recurrentes.
En la primera sección, Quirarte hace una significativa selección de su obra poética, con énfasis al tema de la ciudad; desde Calle nuestra hasta Ciudad de seda, pasando por El peatón es asunto de la lluvia, la Ciudad de México late en cada verso, a guisa de bitácora de viaje por una urbe fugitiva y permanente, para asirse al recuerdo y a la pluma de sus protagonistas, sin importar la escala íntima de su poesía. Mañana te espera la ciudad./ Sus sentidos presienten/ el color de tu aliento,/ la emboscada de lujo de tus ojos,/ el compás de las piernas que sostienen/ tu cotidiano imperio./ Mañana la ciudad será tuya./ Te negará secretos,/ no te dirá su nombre ni tus mapas./ Mas paulatinamente, como el cuerpo/ añoso que el jardín recibe de bendición solar,/ hará de tu breve falda su bandera./ Mañana la ciudad será más joven,/ con tu sangre en sus venas/ y en el aire el perfume de tu nombre.// Cines antiguos que se caen de olvidados (“La Armada Invencible”), los secretos que guardan los protagonistas de los hoteles (“Jaboncito de hotel”), y hasta algunos retratos dedicados a maestros suyos y compañeros de viaje citadino, Rubén Bonifaz Nuño y César Rodríguez Chicharro, sin olvidar a Lesbia en blue jeans –mujer de recurrente presencia en la poética quirartiana– aparecen en su itinerario en espera de encontrar a la ciudad todavía joven, inmune ante el silencio.
Para la segunda sección, Quirarte conjuga dos mundos bastante familiares para él: las Letras que supo ganar a fuerza de conversar con la ciudad, y la Historia como herencia conquistada al paso de la vida. (Su padre, Martín Quirarte, historiador caballero, sembró en su hijo lapasión encendida la Historia de México.) Los cuentos reunidos en esta sección conjuntan lo mejor de ambos mundos. En “El enigma del otro”, la historia con mayúscula nos hace mencionar al poeta francés Arthur Rimbaud, mientras la petite histoire pinta su destino final en México; caso similar en “Octubre en el Museo del Chopo”, donde el exilio español y sus transterrados personajes son la música de fondo para una historia de amor, desarrollada tras el recinto de Santa María la Ribera. Por otro lado, “Pisar en el aire” da fe de una amistad que supera los embates de la vida cotidiana, donde la literatura y las carreras de resistencia por el Bosque de Chapultepec forjan el temple de dos futuros caballeros contra el monstruo del desánimo (hoy diríamos depresión) en la adolescencia.  Cada mañana elegía una ruta distinta, y cada día era mayor la distancia, la velocidad que alcanzaba. Correr en la madrugada era ser dueño de la ciudad. Le daba nombre, amanecía con ella. En mi casa, una vez que el cuerpo recuperaba su ritmo, el alma regresaba por lo suyo y otra vez la angustia. Entonces aprendí el significado de las palabras “Mañana, Todavía, Más tarde”, exorcismos que aparentemente no me ayudaban, pero me permitían llegar a mi siguiente ceremonia, a consumir la poderosa droga de la carrera, esa que me servía para entrar en la vida con el corazón a través de los sentidos.
En la tercera sección, “Enseres”, quienes hemos seguido la trayectoria de Vicente Quirarte nos encontramos con varios textos amigos, veintiún enseres para sobrevivir en la ciudad, objetos, lugares y personajes entrañables que reaparecen al paso de la lectura y nos maravillan como si fuese la primera vez que los leemos. Plumas fuente, portafolios, paraguas, gabardinas para entablar guerra con las cosas –como diría otra chilena ingeniosa y genial–; sacerdotisas del café con leche, muchachas que trabajan, restaurantes furtivos y hasta la presencia del poeta en el aeropuerto se unen al viaje interior del citadino en una urbe que se escapa de sus manos, donde José Emilio Pacheco recoge sus pasos y un joven Che Guevara se ganaba la vida como fotógrafo del Eje Central. Donde la lluvia, el puente de Nonoalco y las jacarandas en flor son remansos para el tiempo recobrado. Recorrerás tu calle y te hallarás de nuevo en medio de los objetos que, a fuerza de costumbre, te conocen; objetos que en tu casa, esa imaginaria ciudadela, intentan labrar su historia inexpugnable; objetos que, a la larga, son prestados y no habrás de llevarte. Y en esa casa te espera también tu compañera, esa bella ciudad que ya conoces, pero a donde vuelve con el asombro del primer descubrimiento.
La última parte de este libro, a diferencia de las anteriores, cuenta con un trasfondo autobiográfico más fuerte, empezando por “Aventuras para el Hombre Araña”, donde Quirarte, además de hacer una microhistoria del legendario personaje, pasa revista a sus propias vivencias, en justo paralelo de aprendizajes heroicos, aunque en casa un ferviente defensor de la historia mexicana se empecine en vedarle el acceso a las historietas: El primer enemigo del Hombre Araña fue mi padre. Ambos fueron los mejores amigos de la infancia. [...] Debido a que mi padre anatematizaba tanto la televisión como los dibujos en revistas, la prohibición nos condujo a la pasión. Su trabajo, como historiador, consistía en descifrar y desmitificar la vida de los héroes. Sus hijos nos afanábamos en explorar y mitificar las vidas ejemplares de los superhéroes.
Todo es historia, aseguraba con sabiduría un mago de la historia mexicana, Luis González y González, y Quirarte ha sabido seguir ese precepto, pues así como cuenta su microhistoria como hijo de historiador y lector de comics, también hace lo propio con la está detrás de las historietas, donde relucen nombres de innegable talento como Stan Lee y Jack Kirby, quienes dieron vida y colores a verdaderas leyendas del género, como Daredevil o el mismo Hombre Araña. Pero donde se conjugan historia con mayúsculas y minúsculas es en La familia Burrón, historieta creada por Gabriel Vargas y cuyos episodios semanales tienen una vigencia insuperable, y que mereció, amén de una significativa mención en “Aventuras para el Hombre Araña”, su propio texto, “Vida en familia”: Uno de los elementos que convierten a Vargas en auténtico artista […] es que en su crítica no se salva ninguna clase social. Del mismo modo en que exhibe las excentricidades de los de arriba, ilustra los ritos de los héroes del quinto patio, esos que en víspera la fiesta y para que no falte el parque que hizo pronunciar a nuestro general Anaya palabras inmortales, colocan cartones de cerveza en heroicas trincheras de seis metros de largo por dos de alto. Entre el Hombre Araña y los Burrón, también transitan por esta sección Benito Juárez y Ramón López Velarde, los cuales fueron artífices de su propia épica desde la trinchera de la palabra: en el discurso incendiario, en el verso franco, certero.
Con todo, Fundada en el tiempo resume treinta años de producción literaria de Vicente Quirarte, en constante movimiento y asegurando su propia estancia en las letras mexicanas, donde volver a los viejos puertos es grato, mientras la lectura nos entregue una mirada prístina, donde, retomando aquella canción de Javiera Mena, “hay algo en tus reflexiones,/ es como ves el alma,/ estás en la edad media/ de un viaje en el tiempo”.
Dentro de la bibliografía de Quirarte, entre Enseres para sobrevivir en la ciudad, Elogio de la calle y Amor de ciudad grande, esta antología prosigue su pasión por la vida y por una querencia inmutable –pese a los cambios impuestos por el gobierno en turno. Queda mucho por leer aún de su obra, y la gratitud lectora bien sabrá agradecerla. (¿A poco no?)

Vicente Quirarte. Fundada en el tiempo. Aires de varios instrumentos por la Ciudad de México. México, UNAM-Dirección de Literatura, 2014. (Antologías)

(27/julio/2015)