Ulises Velázquez Gil
En el poema con que cierra la Summa de Maqroll el gaviero, Álvaro Mutis lanza al aire una ancestral duda: “Pienso a veces/ que
ha llegado la hora de callar…” No en pocas ocasiones nos vemos tentados a suscribir
aquel deseo, pero al final se queda en mera intención. Para el caso de la
poesía, esta duda se duplica y la única manera de vencerla es, por supuesto,
mediante la escritura. Del bosquejo a la versión definitiva, el camino para
ello aparecerá ante nuestra vista, con su propio mapa de ruta, que dista de
otros harto conocidos.
En Octubre. Hay un cielo que baja y es el cielo, Nadia Escalante
Andrade sale al encuentro con la palabra y con el silencio, y nos entrega
catorce postales de viaje, donde nada se da por visto; catorce itinerarios por
la poesía, a la espera de ganarle al tiempo en muchas partidas que declaramos
perdidas de antemano, en esa guerra con las cosas que todo escritor entabla
durante una vida de creación. Toco el
margen de las cosas,/ sus espinas ocultas a la vista:/ la savia que las recorre
es otro cielo,/ se va nublando como si creciera y, sin llover,/ nos inundara.
Octubre se compone siete secciones –diríase geografías, si la licencia me
alcanza para ello– donde la autora se cuestiona las cosas, repasa su memoria y,
a ratos, juega con los tiempos que su mirada observa detenidamente en discreto
espionaje, describe otras maneras de navegar y descubre caminos accesibles al
avance de las palabras. En cada sección predomina un determinado elemento, que
se trasmina en todos los poemas incluidos. Por ejemplo, el aire. Mientras observo la tarde
entreabrirse,/el cielo –dolorosamente quieto– se rinde en mutaciones./ Es un
mar visto desde abajo,/ concentrándose./ Cruzan los pájaros y cortan el celaje
ensimismado,/ su vuelo es otra forma del ahogo. Y, sin esperarlo siquiera, en otro poema el aire se vuelve agua: […] Parecía que el agua inundaba la calle,
pero no los recipientes./ El aire, en cambio, entraba más fuerte en los
pulmones,/ y era más aire que el aire de la casa,/ era como agua que no se
decidía/ a llenarnos por dentro,/ y se derramaba por los brazos, humedecía la
ropa/ y resbalaba a los pies como una sombra. (Si para Nadia Escalante el mar sí es el cielo, y viceversa,
seguramente la paloma de Serrat no se hubiera equivocado del todo.
Apreciaciones aparte.)
Entre su travesía de ida y vuelta por geografías de
agua y aire, cabe resaltar el encuentro de la autora con diversos seres y
objetos que suscitan su curiosidad, integrándose a esa bitácora no oficial que,
por decir un nombre, llamamos poesía. Las filigranas sobre una araña o un
árbol, la vida que se deshace y se rehace en la festividad de Todos Santos, y
hasta en la destellante religiosidad de un tendero antes de vender una
cocacola, develan un engranaje secreto del tiempo, una franqueza con que las
cosas nos hablan. Va una muestra: Al sol grita la telaraña todos sus colores,/ guarda en la
noche el silencio de las fortalezas. […] Atenta al centro, desde las orillas, la
araña espera;/ firme en el hilo, no cae en su propia trampa.
En otras partes de Octubre hay guiños de ojo a geografías poéticas ya creadas por Carlos Pellicer
o descritas por José Luis Rivas (de seguro por el agua y la voluntad del poeta
a ser un pequeño dios), pero en “Puerta que mira al mar”, hasta el José
Gorostiza de Canciones para cantar en las barcas se hace notar: Pescador en el muelle,/ pendiente de un
sedal/ lanzaste hacia las olas/ tu corazón. […] Sonríes,
pescador,/ traes ondeando/ el latido del mar/ a la casa que espera. Pero en aras de ejercer su propio ministerio del viento, Nadia
Escalante saluda con respeto a sus precursores y después se despide de ellos
para inscribir su propia trayectoria, donde estos versos funcionan como su
profesión de fe: Darle
forma a la materia es despertarla,/ moldearla como a un fruto nuevo/ concentrándola
en sí misma;/ en mis manos/ se abre el cuerpo de la tierra, la mirada del sol,/
la templanza del agua y el rigor del crecimiento; […], y al final, como en toda incursión por senderos poco familiares a
nuestra lectura, Abrir
el agujero, tirar la semilla, cubriela./ La tierra nos eligió como sus
sembradores./ Y la tierra lo haría todo.
En suma, Octubre. Hay un cielo que baja y es el cielo confirma un consumado
oficio poético (vislumbrado previamente en Adentro
no se abre el silencio, su primera plaquette),
el cual nos lleva de la mano por lugares inmunes al tiempo, pletóricos de luz
en todos los sentidos; cada vez que un
libro de poesía cae en nuestras manos, es inevitable navegar en el instante, encontrar otra
senda hacia el mejor de los mundos imposibles, y en ello Nadia Escalante
Andrade nos lleva una considerable delantera, porque, como en el poema de
Mutis, “el silencio sería entonces/ un premio desmedido,/ una gracia inefable/
que no creo haber ganado todavía”. Quede aquí su generosa y dedicada lectura. (Así
sea.)
Nadia
Escalante Andrade. Octubre. Hay
un cielo que baja y es el cielo. México, Textofilia/ Ayuntamiento
de Mérida, Yucatán, 2014. (Lumía, 30)
(8/abril/2015)
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