jueves, 11 de junio de 2015

Miguel Bosé en el Auditorio Nacional

Ulises Velázquez Gil

Hace una semana, por mera agua de azar, llegó a mis manos un obsequio inusitado (a guisa de antesala para el martes 16, día en que quien esto escribe será un año más viejo): un boleto, fechado para el jueves 11 de junio, para el concierto de Miguel Bosé.
Luego de un viaje de ida bastante tranquilo (sin problemas en el cambio de línea, de la 2 a la 7 en la estación Tacuba, y una breve visita al mural del rock en la estación Auditorio), a las 7:50 pm el firmante de esta columna llegó a las puertas del Auditorio Nacional para el concierto; fui el primero en llegar a mi asiento: primer piso, fila D, asiento 47. Mientras llegaban los demás ocupantes de mi sección, aproveché para leer un poco, revisar los mensajes de mi celular y hacer memoria de mis anteriores visitas al Auditorio. En ese momento, la voz oficial del recinto hizo las respectivas advertencias de protección civil y de asistencia: señal inequívoca para el inicio del concierto.
Con un ligero retraso, a las 8:40 se empezaron a escuchar trinos de pájaros y en el escenario cuatro luces, parecidas a las de un generador, se apagaban y se encendían constantemente. Detrás de una de éstas, apareció Miguel Bosé, entonando las primeras líneas de “Amo”, canción que da título a su producción más reciente; mientras avanzaba la canción, se sucedían en el escenario varias imágenes relacionadas con la naturaleza, las cuales también quedaron muy ad hoc para “Encanto” y “Libre ya de amores”, también provenientes del Amo.
A partir de la cuarta canción, “El hijo del Capitán Trueno” (donde el escenario se asemejaba a un enorme acuario), el público ya se alistaba para cantar a voz en cuello, o para corear las canciones de pie o en su asiento. De pronto, el escenario se oscureció y una luz roja comenzó a salir de quién sabe donde: era un dragón de un rojo intenso y en ese momento se escucharon los acordes de un citar (o algo parecido) que dieron lugar a “Salamandra”, para después seguirse con “Nena” y mi favorita de favoritas, “Aire soy”, cuyos arreglos actuales me hicieron pensar lo siguiente: “¿A poco va a cantar con Ximena Sariñana?”, cosa que no sucedió. (Mejor así.)
(La sección del primer piso donde me encontraba, era la locura, pues entre madres e hijas, amigas y compañeras se armó un ambiente lo más intenso: además de corear las canciones e incluso bailarlas desde sus lugares, se intercambiaban los asientos para conocer otra vista, y hasta un pequeño paquete de goma de mascar recorrió toda la sección. ¿Acaso pasa igual en todos los conciertos de Bosé? Quién sabe…)
Llegó el momento emotivo del concierto con tres canciones en sí esperadas por el público: “Horizonte de las estrellas”, “Sólo sí” y “Te comería el corazón”, donde no faltaron algunas lágrimas del público en la interpretación de la segunda; al finalizar la tercera de este bloque, el escenario volvió a oscurecerse y otra vez el color rojo hizo de las suyas, esta vez dentro de varias imágenes religiosas, donde se veía, veladamente, el rostro de Bosé en una de ellas: se trataba de la canción “Sevilla”, infaltable en el repertorio del ibérico, y antesala de una que hizo retumbar el Auditorio, “Si tú no vuelves”, y de otra que me dejó conmocionado, “Tú mi salvación”.
Después de estas canciones, el escenario quedó ligeramente a oscuras, y de donde apenas era perceptible al oído un estribillo de sobra conocido por los fans de Bosé: “Canta y vuela libre como canta la paloma…” y así como de la nada, el escenario se iluminó con los primeros acordes de “Nada particular”, a la que todo el público respondió de pie y cantando a voz en cuello; hasta yo, que no me había levantado de mi asiento hasta ese momento. Le siguió “Partisano” (con unas letras verdes como de monitor de computadora en el escenario), “Como un lobo” (a la que sólo le faltaba la voz de Bimba, o al menos eso me parecía) y “Morenamía”, la cual convirtió varias de las secciones del auditorio en improvisadas coreografías, que continuaron en “Sí se puede”, donde el multimedia del escenario parecía monitor de videojuego o hasta de canal japonés. Y con esta canción, Bosé se despidió de su público, el cual, con aplausos y el unánime grito de “¡Otra, otra!”, lo regresaron al escenario sólo para regalarnos tres canciones más: “Que no hay…”, “Bambú” y, por supuesto, “Amante bandido”, con la que parecía despedirse del público, pero no fue así.
Luego de presentar a cada integrante de su equipo (entre coristas, músicos, sonido y multimedia), agradeció a su público por su asistencia y por su fidelidad a lo largo de 25 años de conciertos en el Auditorio Nacional, y lo definió en una sola palabra: imbatible. Después de ello, comenzó a cantar aquella “carta” escrita a sus 19 años, que al escribirla para nadie, ahora es de todos: “Te amaré”, y cuando parecía despedirse al fin, cerró su concierto con “Por ti”, del disco Cardio.
Eran las 10:53 de la noche y el público ya se dirigía hacia la salida; muchos para hacer escala en los sanitarios y algunos más se quedaban en los andadores esperando a sus familiares y amigos, o simplemente en la charla informal sobre cómo estuvo el concierto. Con el ánimo a mil por hora y una garganta enronquecida por tantas canciones, emprendí el regreso a casita, con la esperanza de volver muy pronto al Auditorio Nacional. Por ahora, logré mi sueño de ver a Miguel Bosé, y con ello quedé más que complacido.
Como siempre le digo a una querida amiga, siempre estará el Auditorio Nacional, y en octubre espero que así sea. (De verdad.)