Ulises Velázquez Gil
Hace una semana, por mera agua de azar,
llegó a mis manos un obsequio inusitado (a guisa de antesala para el martes 16,
día en que quien esto escribe será un año más viejo): un boleto, fechado para
el jueves 11 de junio, para el concierto de Miguel Bosé.
Luego de un viaje
de ida bastante tranquilo (sin problemas en el cambio de línea, de la 2 a la 7
en la estación Tacuba, y una breve visita al mural del rock en la estación
Auditorio), a las 7:50 pm el firmante de esta columna llegó a las puertas del
Auditorio Nacional para el concierto; fui el primero en llegar a mi asiento:
primer piso, fila D, asiento 47. Mientras llegaban los demás ocupantes de mi
sección, aproveché para leer un poco, revisar los mensajes de mi celular y
hacer memoria de mis anteriores visitas al Auditorio. En ese momento, la voz
oficial del recinto hizo las respectivas advertencias de protección civil y de
asistencia: señal inequívoca para el inicio del concierto.
Con un ligero
retraso, a las 8:40 se empezaron a escuchar trinos de pájaros y en el escenario
cuatro luces, parecidas a las de un generador, se apagaban y se encendían
constantemente. Detrás de una de éstas, apareció Miguel Bosé, entonando las
primeras líneas de “Amo”, canción que da título a su producción más reciente;
mientras avanzaba la canción, se sucedían en el escenario varias imágenes
relacionadas con la naturaleza, las cuales también quedaron muy ad hoc para “Encanto” y “Libre ya de
amores”, también provenientes del Amo.
A partir de la
cuarta canción, “El hijo del Capitán Trueno” (donde el escenario se asemejaba a
un enorme acuario), el público ya se alistaba para cantar a voz en cuello, o
para corear las canciones de pie o en su asiento. De pronto, el escenario se oscureció
y una luz roja comenzó a salir de quién sabe donde: era un dragón de un rojo
intenso y en ese momento se escucharon los acordes de un citar (o algo
parecido) que dieron lugar a “Salamandra”, para después seguirse con “Nena” y
mi favorita de favoritas, “Aire soy”, cuyos arreglos actuales me hicieron
pensar lo siguiente: “¿A poco va a cantar con Ximena Sariñana?”, cosa que no
sucedió. (Mejor así.)
(La sección del
primer piso donde me encontraba, era la locura, pues entre madres e hijas,
amigas y compañeras se armó un ambiente lo más intenso: además de corear las
canciones e incluso bailarlas desde sus lugares, se intercambiaban los asientos
para conocer otra vista, y hasta un pequeño paquete de goma de mascar recorrió
toda la sección. ¿Acaso pasa igual en todos los conciertos de Bosé? Quién
sabe…)
Llegó el momento
emotivo del concierto con tres canciones en sí esperadas por el público:
“Horizonte de las estrellas”, “Sólo sí” y “Te comería el corazón”, donde no
faltaron algunas lágrimas del público en la interpretación de la segunda; al
finalizar la tercera de este bloque, el escenario volvió a oscurecerse y otra
vez el color rojo hizo de las suyas, esta vez dentro de varias imágenes
religiosas, donde se veía, veladamente, el rostro de Bosé en una de ellas: se
trataba de la canción “Sevilla”, infaltable en el repertorio del ibérico, y
antesala de una que hizo retumbar el Auditorio, “Si tú no vuelves”, y de otra
que me dejó conmocionado, “Tú mi salvación”.
Después de estas
canciones, el escenario quedó ligeramente a oscuras, y de donde apenas era
perceptible al oído un estribillo de sobra conocido por los fans de Bosé:
“Canta y vuela libre como canta la paloma…” y así como de la nada, el escenario
se iluminó con los primeros acordes de “Nada particular”, a la que todo el
público respondió de pie y cantando a voz en cuello; hasta yo, que no me había
levantado de mi asiento hasta ese momento. Le siguió “Partisano” (con unas
letras verdes como de monitor de computadora en el escenario), “Como un lobo”
(a la que sólo le faltaba la voz de Bimba, o al menos eso me parecía) y
“Morenamía”, la cual convirtió varias de las secciones del auditorio en
improvisadas coreografías, que continuaron en “Sí se puede”, donde el
multimedia del escenario parecía monitor de videojuego o hasta de canal
japonés. Y con esta canción, Bosé se despidió de su público, el cual, con
aplausos y el unánime grito de “¡Otra, otra!”, lo regresaron al escenario sólo
para regalarnos tres canciones más: “Que no hay…”, “Bambú” y, por supuesto, “Amante
bandido”, con la que parecía despedirse del público, pero no fue así.
Luego de
presentar a cada integrante de su equipo (entre coristas, músicos, sonido y
multimedia), agradeció a su público por su asistencia y por su fidelidad a lo
largo de 25 años de conciertos en el Auditorio Nacional, y lo definió en una
sola palabra: imbatible. Después de
ello, comenzó a cantar aquella “carta” escrita a sus 19 años, que al escribirla
para nadie, ahora es de todos: “Te amaré”, y cuando parecía despedirse al fin,
cerró su concierto con “Por ti”, del disco Cardio.
Eran las 10:53 de
la noche y el público ya se dirigía hacia la salida; muchos para hacer escala
en los sanitarios y algunos más se quedaban en los andadores esperando a sus
familiares y amigos, o simplemente en la charla informal sobre cómo estuvo el
concierto. Con el ánimo a mil por hora y una garganta enronquecida por tantas
canciones, emprendí el regreso a casita, con la esperanza de volver muy pronto
al Auditorio Nacional. Por ahora, logré mi sueño de ver a Miguel Bosé, y con
ello quedé más que complacido.
Como
siempre le digo a una querida amiga, siempre
estará el Auditorio Nacional, y en octubre espero que así sea. (De verdad.)