Ulises Velázquez Gil
En el empeño ineludible de
narrar la vida, hay tres disciplinas literarias (todas hermanas) que se
disputan ese privilegio: la historia, la novela y la biografía. La primera se
sirve de datos duros y estadísticas, mientras que en la novela su espectro de
invención es aún mayor. Ante este panorama, la biografía queda en vilo sobre su
posterior proceder, o mejor dicho, busca ser fiel a los datos duros, pero
también al interés por parte del lector mediante un estilo atractivo. Como el
de una novela. (Difícil tarea, cierto, mas no imposible del todo…)
Una joven e inteligente historiadora, Adriana Fernanda
Rivas de la Chica, incursiona en el género biográfico con este primer trabajo
en torno a una de las principales figuras de la guerra de Independencia,
Ignacio Allende, y cuya intención se dirige en develar más cosas sobre él, y
que no fue el personaje secundario como se piensa comúnmente: El interés por este personaje venía de
tiempo atrás, pero he de decir que en mucho creció porque era un personaje poco
mencionado en comparación con insurgentes como Miguel Hidalgo y Costilla o José
María Morelos y Pavón. […] (Aunque se diga hasta el hartazgo que los
biógrafos no eligen a su objeto de estudio, sino al contrario, en este libro
ambas circunstancias actúan en igualdad de fuerzas; ya veremos qué le deparará
en esta empresa.)
Dividido en cuatro capítulos, Ignacio Allende: una biografía da cuenta del desarrollo y acción de
este personaje, así como el contexto social, económico y político que le
rodeaba, y que de alguna forma hizo mella en su proceder posterior. En el
primero, sobre el entorno social y familiar, hay un problema presente en la
génesis y formación del futuro insurgente: la agricultura al interior de la Nueva
España, al igual que los diversos negocios que los criollos manejaron en sus
lugares de origen; todo ello aunado al estira y afloja de los sucesos en la
metrópoli, es decir, la España imperial. En estas provincias, con una acendrada
organización político-económica, nace Ignacio José de Allende y Unzaga, de
quien conoceremos (mediante la mirada ecuánime de Adriana Rivas) su gusto por
las labores de su hacienda, el efecto que causaba su interesante personalidad y
sobre todo cómo el trato peninsular hacia los suyos prendió en él un firme
deseo de corregir las cosas, cambiar su suerte y la de sus familiares. Digno es
de notar […] que era una persona que
contaba con la amistad de personas reconocidas, que ingresó a la milicia
provincial y que desde aproximadamente 1807 ya asistía a tertulias donde se
discutían los principales hechos que acaecían en el virreinato. Estos tres
factores sin duda desempeñaron un papel importante en la manera en que Allende
reaccionó ante los eventos políticos que afectaron a Nueva España a partir de
1808.
Para el segundo
capítulo, vemos como su ingreso a en el ejército modeló su carácter algo
levantisco; a la par de su aprendizaje militar, fue testigo de los caprichos
del poder virreinal: que si contar con un ejército bien dotado era una
necesidad o un capricho, que si los tejemanejes del gobernante en turno, en
torda circunstancia donde el ejército tuviera presencia importante, siempre
habría alguna injerencia del biografiado al respecto. Incluso, en su formación
castrense, habría de conocer a varios personajes con quienes se confrontaría
una vez iniciada la guerra de Independencia. A fines de 1800 […] Allende
viajó a San Luis Potosí, junto con parte de su regimiento, para hacer una
estancia de seis meses con el objetivo de apoyar a la compañía de granaderos
que se encontraba ahí encantonada. El comandante en jefe de las tropas […] era nada menos que Félix María Calleja del
Rey, y al parecer tuvo en muy buen concepto a Allende, ya que lo puso al mando
de la compañía de granaderos.
Paréntesis aparte:
durante el servicio de Allende en la compañía de Calleja, Rivas de la Chica
menciona que fue en ese periodo cuando se persiguió al llamado indio Mariano, Máscara de Oro, quien encabezara el
primer levantamiento en contra de la monarquía española a principios del siglo
XIX; lo que para nuestra joven historiadora es una nota al pie de página, para
Jean Meyer fue tanto un volumen de documentos para la historia de Nayarit como su
primera novela, A la voz del Rey. (En
algún momento de la vida, historia, novela y biografía debían unirse en esta
gloriosa coincidencia. Vivir para ver.)
Con su amplio
conocimiento de los problemas imperantes tanto en la península ibérica como en
Nueva España, Allende simpatiza con varios círculos conspiracionistas, y
respecto a esta faceta se desarrolla el tercer capítulo, donde descubriremos
cómo adquirió un enorme compromiso político por generar un cambio en la
postrera conducción de su patria; para él, los sucesos de 1808 –que las
colonias españolas en América tuvieran cierta autonomía sobre sus asuntos de
índole política y económica, sin separarse por entero de la metrópoli– fueron
su motivo conductor para buscarle un nuevo porvenir. Sin embargo, Allende no
alcanzaría a comprender los alcances de la conspiración de Querétaro, de la que
formaba parte junto con el corregidor Miguel Domínguez, su esposa Josefa Ortiz
y Miguel Hidalgo, cura del pueblo de Dolores, entre otros personajes de la
época, pero ninguno de sus participantes se imaginaría los alcances de ésta, como
detonador de un levantamiento armado. Aquel militar de San Miguel el Grande […] se topó con un movimiento que no había
imaginado, con una serie de aristas que su mente non contempló y que muchas
veces se le fueron de las manos. El movimiento que tanto él como muchos otros
tenían en la mente, se desmoronó desde la madrugada del 16 de septiembre de
1810 y no quedó más recurso que tomar las más importantes decisiones sobre la
marcha.
El cuarto y último capítulo es el más importante de
todos, pues nos presenta a un Ignacio Allende en su justa dimensión, como un
hombre de ideas propias y no como suscriptor de los hechos del cura Hidalgo;
aunque el movimiento armado los tuviera como sus más confiables líderes (que sí
lo eran, claro está), la diferencia entre ellos era abismal. Mientras Hidalgo
conducía a un pueblo sin otra cosa que un resentimiento acumulado, Allende, en
cambio, buscaba a toda costa mantener el orden y aplicar algo de disciplina
militar en los nuevos adherentes a la causa libertaria; lamentablemente, luego
de grandes triunfos y sonadas derrotas –como en Puente de Calderón, frente a su
antiguo superior Calleja– las fricciones entre ambos se hicieron muy evidentes.
Y sin caer en parcialidades y excesos de otras biografías, Adriana Rivas justiprecia
la figura de ambos, aun cuando el enemigo verdadero (¿acaso lo hay?) se
encuentre dentro del propio ejército. En otras palabras, ninguno negaba las
cualidades del otro, pese a que la situación marcara lo contrario. Eso sí,
ambos estaban conscientes de no vivir para ver consumada su empresa.
¿Por qué leer Ignacio Allende: una biografía? Para
develar mejor la figura del militar insigne, un estratega en potencia que para
demostrar su maestría e ingenio encabezó un movimiento armado no destinado a
ganar pero sí a generar inquietudes libertarias. También, para convencernos por
entero que no hay figuras predominantes en una lucha armada, sino que la suma
de varias fuerzas es la que realmente escribe la historia, una que baje a los
caudillos del pedestal y del caballo y, a ras de tierra, los haga más próximos
a nosotros; una vida bien narrada en
aras de ponderar mejor a los personajes esenciales, así también de los sucesos
que les dieron forma.
Al finalizar la
lectura de esta biografía, no dudaría ni un ápice que Adriana Fernanda Rivas de
la Chica ha sabido unir aquellas tres disciplinas literarias referidas al
principio de estas notas, porque después de todo, por nimia o sobrevaluada que
sea una vida, siempre se puede leer como la más apasionada novela o como la más
justa de las historias. Y que el tiempo haga lo suyo. (De verdad.)
Adriana Fernanda Rivas de la Chica. Ignacio Allende: una biografía. México, Universidad
Nacional Autónoma de México / Instituto de Investigaciones Históricas, 2013 (Historia
Moderna y Contemporánea, 62).
(26/mayo/2014)