Ulises Velázquez Gil
Pese a no reconocerlo en
público, sí, es cierto, nos encantan las coincidencias, y mejor aún si éstas
tienen un aura de misterio, e incluso si develan alguna minucia sobre aquellas
personas a quienes les suceden. Cuando se conjuntan la búsqueda y un resultado
insólito (patentes en la forma del serendipity),
digno es celebrar, pero cuando se descubren resultados adversos, con miras a la
contradicción, nadie sabe cuál sería la reacción lógica.
Antes de su novela
harto conocida, Sostiene Pereira, el
lusófilo italiano Antonio Tabucchi (quien ahora camina al unísono con su
legendario personaje, encarnado en la figura de Marcello Mastroianni) nos
entrega una serie de cuentos donde la coincidencia habla con todas las letras: Pequeños equívocos sin importancia,
compuesto por once cuentos donde nada es lo que parece. (¿Eso creen? Ya
veremos, pues…)
Reza el
cortazariano lugar común de que la novela gana por puntos mientras que el
cuento lo hace por nocaut. Cierto. Y también el canon de Poe en cuanto al
tiempo de su lectura –de una sola sentada– aparece en estas notas. También
cierto. Sin embargo, Tabucchi reconoce, en primer término, que estos cuentos
surgieron del descubrimiento de varios “equívocos”, ¿o quizás debemos llamarlos
coincidencias? Temo decirlo pero ambos escenarios se antojan posibles.
El reencuentro de
dos otrora amigos en un juzgado (como fiscal y acusado), en aras de consumar lo
inevitable, se resume en una frase que da título tanto al cuento como al libro:
un pequeño equívoco sin importancia.
Una frase “que se convirtió en un símbolo […] porque servía para las más
variadas circunstancias: llegar tarde a una cita, gastar más de los que
teníamos, faltar a un compromiso solemne, leer un libro considerado excelente y
que en cambio era terriblemente aburrido; todos los errores, los malentendidos,
las distracciones que nos ocurrían eran ‘un pequeño equívoco sin importancia’”.
Luego de leer la
descripción detallada de esa forma del azar, seguramente más de uno se dirá “¿no
es así como se componen todas las historias, resultado de un equívoco, por
mínimo que éste sea?” Cierto, más que cierto, pero en el afán de contar,
cualquiera se siente Scherezada en ese empeño, pese a ser otro el resultado. (Y
Tabucchi bien lo sabía…)
Dos historias
hechas al hilo de la ausencia, entre querida y no esperada, se dibujan en
“Enigma” y “Esperando el invierno”; las mujeres presentidas y la espera de su
cotidiano deseo son la materia prima de “Habitación” y “Los hechizos”. Pero lo
que parecen ser cuentos de fantasmas (por la ausencia de la persona amada), de
pronto se tornan en invocaciones que aluden a la mismísima memoria; tal es el
caso de “Anywhere out of the world”,
suerte de homenaje a Charles Baudelaire, o eso nos hace ver su autor.
Cómo van las cosas. Y qué las conduce. Una nimiedad. A veces
puede comenzar con una nimiedad, una frase perdida en este vasto mundo lleno de
frases y de objetos y de rostros, en una gran ciudad como ésta […]. Aunque la ciudad aludida
sea París, bien podría aplicarse a cualquiera del mundo, donde toda historia puede suceder y sus “equívocos”
sustentan su hilo conductor. Para “Los trenes que van a Madrás” el destino es
la ciudad del título, pero con un plus: un extraño viajero que advierte al
protagonista de los peligros y las cautelas que hallará a su paso. En verdad,
una vez acabada la lectura de ese cuento, no se sabe si ese extraño pasajero de
veras existió, o sólo fue un invento del narrador. (Se non è vero, è ben trovato…)
Otro elemento que
conjunta varios cuentos de Tabucchi, es, sin duda, el serendipity, cuando en aras de buscar un objetivo, se consuma otro
distinto, que no mengua la expectativa inicial, sino que la refrenda a
cabalidad. Y en “Cambio de mano” dos extraños que consuman una transacción comercial;
además de una jugosa recompensa, posponer una soledad mediante una cita casi
amorosa y no tan a ciegas, es la mejor de sus letras de cambio. Dado que en el fondo la costumbre es un
rito, creemos hacer algo como si fuera un placer y en realidad estamos
obedeciendo un deber que nos hemos impuesto. Y estos locos metidos al
placer momentáneo no ceden a ese deleite.
Un caso también
parecido se dibuja en “Cine”, último cuento del libro; en éste, otra pareja
–menos dudosa en sus procederes, dado que viven de actuar la vida–, sin embargo, ella desea conocer la vida más allá
del set. Si el arte imita a la vida,
ésta siempre es susceptible de cambiar sus papeles con el arte. (Paréntesis
aparte: Tabucchi, en pleno desdoblamiento de un personaje, el director de cine,
habla en torno a “la interpretación dentro de la interpretación” como en una
película de Theo Angelopoulos. Lo que son las cosas: tanto el cineasta griego
–y su guionista de cabecera, Tonino Guerra– como el propio escritor resolvieron
partir juntos hacia su último viaje en estos meses.) A esta circunstancia, otro
narrador insuperable y creyente de los arcanos de la escritura, Adolfo Bioy
Casares, denominó a este tipo de cosas como coincidencias
inútiles, que no sirven para nada que no sea la literatura, matemática
donde se rige “el álgebra del misterio”, siguiendo a Jorge F. Hernández desde
una idea de Fernando Pessõa.
Leer Pequeños equívocos sin importancia nos
sumerge en una variedad de historias que buscan su lector idóneo, ávido de sumergirse en el azar de sus palabras –a
la espera de reconocerse a sí mismo–, sin olvidarse de confrontar el error que
originó su duda y consecuente anagnórisis. Son historias que no buscan una
enseñanza, sino suscitar en el lector una posibilidad de leerse en el mundo.
Fijándose con cuidado en la trayectoria de Antonio Tabucchi, la duda
desconcertante de buena parte de esos cuentos anuncia la resignada
incertidumbre del señor Pereira que vive la mitad de su novela, y luego un
“equívoco” aparente cambia radicalmente el resto de su vida, cuyo final nunca
sabremos. Al final, queda decir con Ernst Jünger: De un libro que merece tal hombre hay que esperar que haya modificado
al lector. Tras la lectura nunca sigue siendo el mismo. (Con todo y sus
errores ¿no creen?)
Antonio Tabucchi. Pequeños equívocos sin importancia.
2ª ed. Trad. de Joaquín Jordá. Barcelona, Anagrama, 1999. (Compactos, 174)
(27/abril/2012)
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