jueves, 31 de enero de 2008

¡¡Felicidades, Vero!!

Enero termina tal y como había comenzado: celebrando a una de sus más activas y persistentes Consejeras. (Si el mes inició con el sello de la Historia, ahora toca cerrar el ciclo de manera diferente, es decir, con la mirada de una comunicadora.) Ahora corresponde semejante honor hacia Verónica del Toral, una de las primeras lectoras de la Nueva República de Babel y que ahora sus horizontes están allende los mares de la vida urbana. Me explicaré mejor.
Conocí a Verónica de la misma forma que Rosalía Velázquez y Leyvi Castro: en un atípico curso de ortografía y redacción, hace varios ayeres. (La época en que éramos tan jóvenes, como decía un colega mío, una cafetera tarde en un local de libaneses.) Como había comentado tanto en un capítulo de las Leaving Port Memories como en el retrato de Leyvi Castro, fue un curso peculiar impartido por un profesor sin cartera, del cual nunca me arrepentiré. ¿Por qué? Vamos por partes. Ante la rebeldía de dos muchachos de Filosofía, la inmensa curiosidad de Rosalía y los cuestionamientos de Leyvi (amiga y compañera suya por los cuatro costados, además de todo), la parte creativa y soñadora la ponía Vero en cada sesión. (Gracias a ello, me di cuenta que estaba ante una escritora en potencia.) Sin embargo, tuvieron que transcurrir varios meses para que su vena inventiva saliera a flote. Mientras eso sucedía, a la par de su servicio social en el Centro Cultural Acatlán, las tareas que dejaba para las próximas sesiones incentivaron ese gusto por la creación literaria, pero más en concreto, hacia cómo contar una historia. (Creo que el periodismo le ayudó a refinar mejor una habilidad natural. Se aceptan réplicas.) Un ejemplo notable de ello: en alguna sesión, pedí de tarea un cuento que tuviese relación con la radio. Todos cumplieron con dicho ejercicio, pero Vero fue más allá al desarrollarlo en estos tiempos difíciles, tan lejos de Dios y tan cerca del narco. (Tengo entendido que tan bueno le salió el cuento que fue publicado por entregas en la revista Laberinto. Me quito el sombrero.) Meses después, así como llegaron mis alumnos, también se fueron a hacer sus respectivas vidas.
Para mi buena fortuna, Vero regresó algunas veces al puerto de partida. Sea para encaminarla por los senderos de Sor Juana Inés de la Cruz, sea para invitarla a colaborar en El Búho. (Publicó un cuento muy bueno que, a decir verdad, me sigue conmocionando; señal de madurez literaria, si se me permite decirlo.) Después, sólo la constancia del e-mail mantenía vigente la relación. Hace nueve meses, aproximadamente, recibí una misiva suya con buenas noticias: se convirtió en correctora de estilo para una revista médica y hasta tuvo un acendrado interés por impartir un curso semejante al que había dado. Cosas de la vida.
Ante toda esta carretada de chispazos memorialistas, ¿cómo es Verónica del Toral? ¿Qué palabra la resumiría en su totalidad? La palabra que le quedaría mejor, sin temor a equivocarme, sería entusiasmo. (Como alumna, le ponía frescura a cada sesión. Como colega escritora, siempre generaba asombro. ¿Alguna pregunta?) Sin embargo, de algo estoy seguro: de cada empresa asumida y comulgada por cuenta propia, siempre tendrá buenas ganancias. Y si el tiempo nos concediese una tregua, será un placer compartir los viajes, las experiencias ¡¡y las palabras!!
Mi querida Vero: como Rosalía y Leyvi, mereces un retrato más justo, pero una admiración sincera ya quedó plasmada líneas atrás. Hoy que cumples añitos (no me digas cuántos, porque las mujeres no tienen edad), ojalá que conserves siempre viva esa fuerza con que haces las cosas, porque, ya lo decía la Guilmain, "la juventud no se lleva puesta, se ejerce". Y hasta aquí mi homenaje.
¡¡¡Felicidades, Vero!!!

miércoles, 23 de enero de 2008

La vida reinicia en Bellas Artes

En la cárcel, en la trinchera y en el hospital, se conoce a los verdaderos amigos, reza el conocido adagio popular. Sin embargo, me atrevería de agregarle una cosa más a la frase: y en las presentaciones de libros y en los coloquios también. Digo esto porque una presentación de un importante libro (tanto para el autor, a quien conozco casi de toda una vida, como para quien escribe) hizo lo que no hacen otras circunstancias: reunir a buenos y excelentes amigos, y para comprobar, desde luego, la fidelidad de una conocencia.
El pasado domingo 20 de enero, la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes se privilegió con la presentación del libro Otros 1001 sonetos mexicanos, de Raymundo Ramos, maestro, escritor y amigo; cuyos comentarios corrieron a cargo de los investigadores Miguel Ángel de la Calleja y Rubén Darío Medina, y del escritor Sandro Cohen, quien fue el primero en participar. Resaltó que la antología en cuestión es una prueba fehaciente de que la literatura mexicana goza de cabal salud y cuando se trata de hacer sonetos, mejor aún. Posteriormente, Rubén D. Medina comentó que su papel dentro del equipo de investigación, fue el de calificar académicamente los poemas elegidos; muchos de los cuales, no pasaron la frontera estilística y otros, simplemente, no quedaron. (Confesó que, sin ver el nombre del autor, calificaba su trabajo. Un ejemplo de ello, pasó con Sor Juana Inés de la Cruz, a cuyo trabajo le puso un ¡¡siete!! Cosas que pasan.) Luego, la intervención de Miguel Ángel de la Calleja se sostuvo en describir parte del proceso para la confección del libro, desde el acopio de materiales literarios, pasando por la criba académica -hecha por Rubén D. Medina, recordemos- hasta la consabida publicación y el agradecimiento hacia los alumnos de la carrera de Letras Hispánicas (alumnos de Ramos, Medina y De la Calleja) que formaron parte de aquella empresa, como Maribel Báez, Beatriz Bezares, Rosario Domínguez, Erasmo López, Omar Pérez Olvera, Tania Sánchez Vázquez, Mayela Véliz y quien esto escribe. Como la joya de la corona de la presentación, tuvo lugar la lectura de algunos poemas compilados en el volumen de marras. (Obviamente, el compilador y los presentadores leyeron alguno de su preferencia, pero el momento curioso corrió por cuenta de un lector espontáneo quien surgió de entre el público y leyó el soneto "Aprendizaje", del propio Raymundo Ramos, como una manera de admiración y de respeto. Se le agradeció sobremanera ese sincero gesto.)
Ahora bien, después de toda la parafernalia, vino la hora soñada, la hora del consabido autógrafo por parte del autor, pero también los reencuentros con grandes amigos, presentes y pretéritos. Roberto López Moreno, poeta chiapaneco y quien presentó el libro meses atrás en la FES-Acatlán, además de celebrar la presentación, tuvo su primer acercamiento con la diseñadora Ana Cárdenas, la cual quedó fascinada con la maestría intelectual y artística del poeta chiapaneco. (Tanta fue su pasión por esos linderos del arte, que le pidió le firmara su ejemplar de Morada del colibrí y otro de Manco y loco ¡¡arde!!, con especial dedicatoria para sus padres, don Jorge y Sarita; ésta última, admiradora de la obra lopezmoreniana. Con esto, la promesa del texto laudatorio está a un paso de cumplirse.)
En otro lugar, dentro de la misma sala, quien escribe tuvo varios reencuentros. Primero con Julio Ortega, compañero de generación, amigo y colega escritor, muy bien acompañado por Julissa, su domadora. Después, me alegró el encuentro con una pareja con las Letras en la piel, Lucía y Carlos Domínguez, amigos de López Moreno y gratos colegas de eventos así. Luego, con un poeta muy querido y a quien vi hacía poco, Luis Tiscareño. (Como muestra de afecto y de cariño literario, me regaló un ejemplar de Indolencia perfecta, su más reciente libro.) Y, como cereza del pastel, a la muy siempre querida y admirada Judith Salazar, esposa de Miguel Ángel de la Calleja (co-autores, junto a Tania Herrera Dondiego, de un libro de Literatura universal para preparatoria). Confieso sorprendido que son tantas las cosas que me hacen coincidir con Judith que, de alguna manera, de algún modo, tendremos que ponerlas en papel y letras de imprenta. De cualquier forma, la vida dedicada a las Letras y a su Historia, es todavía más grande. Ojalá que sea así por mucho tiempo.
Así como ocurren los reencuentros con sinceras conocencias, también las caras familiares y las buenas presencias hicieron acto de presencia. Laura Cabrera, Rosalía Velázquez, Ana Cárdenas y Paulina Martínez fueron las personas que me hicieron grata e inolvidable la estancia en el Palacio de Bellas Artes. (Me habría gustado tomarme una fotografía con ellas, pero el tiempo se niega a ello. "¿Para qué una foto si puedes convivir con ellas a cada rato?", me dirá. Mas no le quiero contestar. Todavía.) Bien sé que había cosas pendientes por hacer, pero la magia del Palacio detuvo al tiempo y todo se conjugó en un momento grato, genial, grandioso. (Sin embargo, he de confesarlo, me sentí peor que Cenicienta cuando abandoné el lugar; regresé a la realidad del agreste norte cuando descubrí que el ejemplar de Manco y loco ¡¡arde!! que, tan generosamente me obsequió Roberto López Moreno y el cual también firmó, ¡¡lo olvidé en la sala Ponce!! Sentí que todo había terminado, pero son cosas que pasan.)
Finalmente comprendí que los libros, así como llegan, también se van, pero una conocencia sincera, leal y persistente, como todas las personas que mencioné en las anteriores líneas, vale más que todas las bibliotecas. Gracias a la fidelidad de esas conocencias, aquel domingo y para mí, la vida reinició en Bellas Artes.


sábado, 19 de enero de 2008

Leaving Port Memories: La promesa de una pluma

Como buena parte de mi gremio, siento una enorme atracción hacia el adminículo más importante de mi trabajo: la pluma. Y no es para menos, porque buena parte de mi vida me ha acompañado, sea como bolígrafo, sea como estilográfica. Mejor me explico.
En mi estancia preparatoriana, allá por finales de los 90, mi encuentro con la Literatura se dio de dos formas: una, cuando estuve en un taller de creación literaria coordinado por el poeta Luis Tiscareño y la otra, consecuencia inminente de la primera, la compra de mi primera pluma fuente. En la papelería situada frente a la escuela, un amor a primera vista fue mi motivación para comprar aquel instrumento de escritura. El dependiente me explicó que era una pluma fuente y que no me serviría de nada. Me temo que se equivocó, porque fue mi inseparable compañera cuando escribí mis primeros poemas para luego verlos ya en caracteres de imprenta y estampar el consabido autógrafo. Muchos de aquellos ejemplares se perdieron, pero también mi pluma: un pésimo cuidado de mi parte le dio en la chapa a mi compañera de manufactura francesa. (Aún hoy lo lamento.) Tiempo después, en la misma papelería, compré otra, de naturaleza desechable, que siguió mis pasos, mas nunca llegó a ser como su antecesora.
Años después, en el peculiar ambiente de la carrera de Letras Hispánicas, renació mi admiración por las plumas, pero en su modalidad de bolígrafo. Llegué a coleccionar varios modelos y algunos, obvio, fueron mis aliados a la hora de escribir el poemita de ocasión, el cual pasaría una larga estancia en el cuaderno de notas hasta que el perfeccionismo muriera de pereza. Así pasó. Con ello, renació un interés por la pluma fuente. Una manía que tuve (tengo) era mirar fijamente, en los aparadores de la calle 5 de Mayo, los modelos de estilográficas que existen: Parker, Sheaffer, Waterman, Neiman-Marcus y, la joya de la corona, Mont Blanc. Bien sabía que nunca podría darme el lujo de tener una, pero verlas ya me hacía el día. (Por aquellos días, comenzaron a venderse en los voceadores, de forma semanal y/o quincenal, una colección de plumas fuente, con su respectivo cartucho de tinta para escribir. Eran más baratas que sus homólogas de oro y caucho, pero aún así era difícil tenerlas.) Pero como era más sincero y persistente mi deseo por escribir, siempre había bolígrafos en quienes confiar. (Además, para el santo que era, con pocos repiques bastaba.)
Hace varias Navidades, una amiga mía, Mildred Aguilar, me obsequió un juego de pluma y lapicero. Luego de agradecerle su regalo, le hice una promesa: que el primer texto de creación literaria o de investigación que escribiera con aquella pluma, estaría dedicado a ella. (Una de varias ponencias sí fue escrita con esa pluma, pero también con ésta le he firmado todas mis obritas que salen publicadas en revistas. Promesa más que cumplida.) Y un detalle más: desde mis colegas de generación, noveles como quien escribe, hasta historiadores como Jean Meyer y Enrique Krauze, han empleado momentáneamente mi pluma de batalla.
Luego de muchos años, por fin compré una estilográfica; el lugar: una sucursal de Papeleras Lumen. Compré un modelo sencillo, casi humorístico, gracias a la frescura de su decorado. (Era de color verde y tenía estampado un grillo.) Finalmente, valió la pena esperar tanto. Sin embargo, casi un año después, aparte de haberme acabado los cartuchos de tinta, se me rompió. (Todavía la conservo, detalles aparte.) Regresé a la fidelidad del bolígrafo y a la contemplativa acción de los aparadores en 5 de Mayo, mas no por mucho tiempo. Hace algunos días, Leyvi Castro me hizo un postergado y cálido obsequio: un par de plumas fuente, semejantes a la que había roto, para que siguiera escribiendo. Y aprovecho este momento para expresarle mi promesa de forma postrera: la primera obra de investigación, poema y/o cuento que escriba con una de esas plumas, estará dedicada a ella. Lo prometo. (Mientras tanto, me daré por bien servido cuando ella sea la primera persona a la que le firme mi próxima publicación en revistas. De verdad.)
Para finalizar este capítulo de las Leaving Port Memories, viene a mi mente una de las escenas finales de A beautiful mind, cuando a John F. Nash le hacen la ceremonia de la pluma, es decir, como una muestra de admiración y respeto hacia un hombre que llegó a su meta cumplida, el logro de toda una vida. (Confieso algo extrañado que con Leyvi sí se logró ese cometido, pero ella sabrá desmentirme.) De lo que sí estoy plena y completamente seguro es de que una pluma se obtiene por el esfuerzo constante y, por añadidura, genere la admiración de quienes más nos quieren y estiman. Y, claro, habrá otra ceremonia de la pluma que sienta yo la más adecuada.
¡¡¡Gracias!!!

viernes, 18 de enero de 2008

Lonesome Traveller: Andrés Henestrosa

Hace una semana exactamente, las letras mexicanas quedaron huérfanas con el fallecimiento de su último patriarca. El jueves 10, el escritor oaxaqueño Andrés Henestrosa se volvió eterno. (Traspasar la centena de vida, en sí, otorga a sus recipiendarios un sino de eternidad. Y más si ésta se conquista gracias a la palabra. Apenas el pasado 30 de noviembre cumplió 101 años: edad que, si nos fijamos bien, indica un constante inicio.)
Ixhuatán vio nacer a un hombre de enorme raigambre indígena zapoteca heredada por su madre, doña Martina Henestrosa, quien, antes de dormir, le contaba cuentos y leyendas, mismos que nunca olvidaría y que ayudarían a su crecimiento literario. (Don Andrés cumplió una deuda de amor al retratarla de cuerpo entero en uno de sus escritos más famosos: Retrato de mi madre, una de las mejores prosas en lengua castellana, según Octavio Paz.)
En la década de los 20, llega a la Ciudad de México con apenas una muda de ropa y pocos pesos en la bolsa. Como su hambre de cultura era inmensa, buscó a José Vasconcelos para que lo ayudara. Gracias al protectorado del caudillo ateneísta, Henestrosa leyó a los clásicos, aprendió un poco más de español y terminó por integrarse al ambiente cultural que predominaba por aquellos años. (En reciprocidad, apoyó su paisano en busca de la Presidencia.) Sin embargo, la figura de otro ateneísta, Antonio Caso, acabó por definir la vocación de don Andrés. En las clases que tomaba bajo su tutela, nacieron los textos de su obra más conocida, Los hombres que dispersó la danza. La herencia indígena de Henestrosa no se quedó allí, puesto que, años más tarde, viajó a Estados Unidos para estudiar más a profundidad su lengua materna, el zapoteco. Sus investigaciones hicieron eco dentro de la Academia Mexicana de la Lengua, a la que ingresó en la década de los 60 y de la que fue su insigne Bibliotecario.
A la par de sus escritos sobre la cultura oaxaqueña, digno es de resaltar su innumerable producción periodística, a la que no le sobra nada. (Cuenta don Andrés que, antes de escribir el artículo de marras para el periódico, primero lo pensaba muy bien y cuando la idea estuviese bien estructurada, ahora sí, lo tecleaba en su máquina de escribir y de allí p'al real. Nunca hizo borrador alguno de sus artículos.) Desde las páginas de El Nacional hasta, hace pocos años, las de El Universal, el mundo pasaba por su mirada sencilla e incluyente. Personalmente, dos de sus artículos que publicó en El Nacional, "Aprendiz y maestro" y "Regale un libro", son mis predilectos. (El primero lo usé para mis sesiones de ortografía y redacción, ¿no es así, queridas Rosalía y Leyvi?) Ninguno de sus artículos tiene desperdicio y sus temas son y siguen siendo los mismos, porque la vida es así. (Para un hombre centenario como él, el siglo dura un día.) Y, de pilón, cabe decir que en el cancionero popular mexicano también dejó huella. Una canción de su autoría, La Martiniana, es el mejor ejemplo de ello.
Finalmente, es imprescindible acercarse a la obra de Andrés Henestrosa porque en ésta se encierra el saber de un tiempo, un tiempo que siempre será el mismo gracias a su lectura persistente. Y aunque la escritura de estas notas tenga la motivación de un obituario, acercarse a su mundo sobrepasa toda circunstancia; permítanme una sugerencia para ello: que cada quien lea su texto favorito de don Andrés acompañado con un vasito de mezcal de pechuga, mientras suenan los acordes de La Martiniana. Mejor homenaje no puede haber.
¡¡¡Salud, don Andrés!!!

sábado, 12 de enero de 2008

¡¡¡Felicidades, Leyvi!!!

Una ventaja de celebrar a cada Consejera de la Nueva República de Babel, reside en el sencillo hecho de darle voz a la memoria para que haga un retrato sencillo, pero entero, de las personas que habitan en esta eutopía en red. (Y varias Consejeras lo saben de sobra.) Ahora la memoria y el justo homenaje se dirige hacia la Consejera Leyvi Castro, comunicadora de aplomo constante y cuya paciencia forma parte del engranaje que mueve a la NRB, hoy que festejará un año más de vida.
Conocí a Leyvi en la situación más inverosímil de mi vida: como alumna en un extraño (hasta para mí lo era) curso de ortografía y redacción, donde también fueron a parar una colega y amiga suya, Verónica del Toral, y nuestra Rosalía Velázquez, quien no necesita presentación. Durante varios meses, mientras seguía el temario del cursillo y el aprendizaje ganaba más batallas que el Cid campeador, además de la curiosidad de Rosalía y Vero, el ingrediente más elemental de cada sesión, era la precisión de Leyvi para proponer ideas, cuestionar argumentos y hasta corregir al profesor. (Confieso que nunca me salvé de ello.) Lamentablemente, los cambios de funcionarios en la División de Humanidades y el llamado natural de nuestras carreras cerraron esa etapa. En el intermedio, seguí frecuentando -y lo sigo haciendo- a Rosalía, y ayudé a Vero con dos cosas: publicar en El Búho, cosa que sí hizo, un mes después que un servidor, y darle algunos nortes para sus tesis de licenciatura. De Leyvi ya no supe nada.
A mediados de 2007, allá por agosto o septiembre (no recuerdo muy bien), ocurrió el reencuentro en el lugar aún más inverosímil de Acatlan City: la puerta de entrada, en una guardia que se rotaba entre los funcionarios. La sorpresa: verla ya convertida en la segunda al mando de ese barquito llamado Programa de Investigación, es decir, en una eficiente y plural Secretaria Auxiliar. (Una cosa en ella no había cambiado desde la última vez: hablarme de usted. Claro está que habían pasado los años, pero cuando una conocencia es sincera y constante, el tuteo es el pan de cada día.) A partir de allí, los encuentros ya fueron continuos. Y doblemente, desde hace dos meses, cuando el Mtro. Raymundo Ramos comenzó a fijar su residencia en el consabido barquito, para luego seguirle sus pasos Aurora Flores Olea y, por último, Patricia Montoya y la propia Rosalía, quienes contaron con un servidor para organizar la respectiva transición. Al final de cada día, siempre hacía escala en la oficina de Leyvi para comentar cosas que solamente las vueltas del día transcurrido dejaba salir. (Gracias a los portarretratos que tiene sobre su credenza y los carteles pegados en las paredes, supe que su vida estuvo en Europa, lugar de donde regresó llena de gratas experiencias.) Y si estas sesiones al vuelo están llenas de nuevas lecturas, creo que ya no hace falta reanudar la época de 2004. (Persistencia es la palabra que mejor la define en mi diccionario personal.)
En fin... son tantas las cosas que me faltarían para un justo retrato de Leyvi Castro. No me preocupo del todo: sé algo sobre la estudiante y conozco lo necesario de la funcionaria. Y de la amiga y colega, hay muchas páginas en blanco para llenar. (Al respecto, aplico sobremanera aquello que siempre dice el legendario periodista Julio Scherer a sus amigos: Piensa en lo mucho que nos une y no en lo muy poco que nos separa.)
Cara Leyvi: son tantas las cosas por hacer, pero ahora me limito a celebrarte con las anteriores líneas y te recuerdo que las mujeres no tienen edad. (Mereces más, pero por ahora me detengo.)
¡¡¡Felicidades, Leyvi!!!

martes, 8 de enero de 2008

Primeros cambios en la Nueva República

Consejeras y ciudadanos de la cliocracia babélica:

Ante la interminable sucesión de buenos eventos suscitados en esta semana y viendo que la salud de este insigne territorio está más que renovada, he de anunciar los primeros cambios dentro de la Nueva República de Babel.
  • Gracias a una segura recomendación de Rosalía Velázquez, Presidenta en turno del Consejo Femenino de Gobierno, hoy ingresa a dicho organismo la historiadora Evelia Almanza, cuyas propuestas y buenas puntadas tendrán un seguro puerto de llegada y de salida. Confiamos en que su ingreso renueve los ánimos de la cliocracia babélica ahora como nueva consejera. ¡¡Bienvenida, Eve!!
  • Debido a una serie de cambios y de pendientes que debo arreglar en estos días, he tomado la imperiosa decisión de separarme temporalmente de la Presidencia de la Nueva República de Babel. Del 8 de enero al 11 de febrero de 2008, mi cargo será desempeñado, interinamente, por una Junta de Gobierno conformada por Ana Cárdenas, Secretaria de Gobernación; Rosalía Velázquez, Presidenta en turno del Consejo Femenino de Gobierno, y las Consejeras Leyvi Castro y Paulina Martínez. Aún así, cada semana, y con su consentimiento, haré lo posible por mandar artículos nuevos, como constancia del viaje interior que habré de hacer, porque siempre me será necesario regresar a Ítaca, como aquel famoso poema de Constantino Cavafis. Al final, diré esta expresión (acuñada por mí, durante una lluviosa noche en el Palacio de Minería), corolario de todos mis viajes: Nada como volver a los viejos puertos.
¡¡¡Muchas gracias!!!
Atte.
Ulises Velázquez,
Presidente de la Nueva República de Babel

jueves, 3 de enero de 2008

¡¡¡Felicidades, Irmita!!!

Para un buen comienzo de año, nada como un ilustre momento en el seno de la cliocracia babélica y de la ginecocracia, y no es para menos, porque una de las formas más sinceras de la felicidad es el homenaje. En esta ocasión, la primera homenajeada del año es una de las Consejeras más avezadas de la Nueva República de Babel: Irma Hernández Bolaños, historiadora de constancia arraigada y cuyo espíritu de competencia persiste a pesar de su retiro oficial del deporte. Me explicaré mejor.
Para quien escribe, antes de conocer a Rosalía Velázquez, los caminos de la Historia estaban vedados. (Gracias a esa conocencia, la vocación ganó por default, pero aún sigo siendo un novel clionauta.) Cuando conocí a Irma, hace un año aproximadamente, estaba frente a una joven leyenda viva, es decir, una historiadora cuyos conocimientos y trabajo constante le hicieron merecedora de varios reconocimientos, entre éstos, uno importante acerca de Benito Juárez, a quien ella le profesa una particular y sincera admiración. Digno es destacar también su amor a la matria (familiar e historiográfica), es decir, a Oaxaca, que no cesa de recordar en sus trabajos.
Además de esta faceta como sacerdotisa de Clío, su campo de acción fue el hockey, deporte al que ofrendó sus mejores glorias y que la llevó hacia otras geografías, representando no sólo a un país, sino también a sí misma, como prueba de vida que la hizo parte de un tiempo glorioso. (Si se me permite el símil, Irmita sería una diosa olímpica, en todos los sentidos que implica el término.) En mi diccionario personal, la palabra que mejor la define sería persistencia, por permanecer vigente en todos los campos, incluídos los de la amistad.
Por éstas y más razones, celebro hoy tu cumpleaños de una forma muy grata: recordando glorias pasadas, sin dejar de lado que el único patrimonio seguro es el presente vivido y compartido. (Para ello no hay edad, aunque digas lo contrario.)
¡¡¡Felicidades, Irmita!!!

Primera Carta de la Presidencia para 2008

Consejeras, ciudadanos y habitantes de la Nueva República de Babel:

Cada vez que se inicia un año más, es imperioso hacer acopio de fuerzas para encarar los nuevos desafíos que se tienen en mente o, mejor dicho, concluir con los pendientes que nos dejó el año pasado. Y más ahora que los ciclos se repiten como una enorme rueda de la fortuna para otorgarle un lugar a la interminable ronda de las generaciones, como alguna vez dijo Luis González y González.
En el seno de la Nueva República de Babel, seguiremos cumpliendo con los postulados que le dieron origen (mismos que pueden verse en el Acta Fundacional), pero también sabremos contemporizar con los tiempos que corren. En una palabra, proseguir con la pluralidad de la cliocracia babélica yendo por los rectos caminos de la ginecocracia.
A nombre del Consejo Femenino de Gobierno, de la Junta de Consultores Ciudadanos y del mío propio, deseo que 2008 esté lleno de sorpresas y que sus proyectos se realicen a carta cabal. Y les recuerdo, antes que anochezca, aquella frase de David Ben-Gurion que deben aplicar a pesar de todo: "Una persona que no crea en los milagros, no puede ser una persona realista". ¡¡Buena suerte!!
Atte.
Ulises Velázquez
Presidente de la Nueva República de Babel