lunes, 10 de septiembre de 2007

Bautizos de tinta y grafito

La semana pasada, mientras platicaba con Paulina Martínez acerca de diarios y radiodifusión en México, entre otras cosas, hojeaba un libro sobre Plutarco Elías Calles que le había regalado en su cumpleaños, simplemente por el gusto de hacerlo. Cuando revisé la última página, en ésta estaba escrito su nombre, fecha y, entre paréntesis, el motivo por el cual llegó a sus manos. (Y ella lo sabe muy bien.) Esta manera muy suya de inscribir los nuevos libros a su universo personal, me remite a la antiquísima tradición del ex-libris, es decir, la señal que indica la propiedad de un libro y también las características del dueño. Vayamos despacio.
La mayoría de las veces, un ex-libris suele ser una estampa que se coloca en las primeras páginas del ejemplar en cuestión, cuyo diseño va de lo sencillo a lo complicado, según las intenciones (y las invenciones, claro) del dueño. Sería exhaustivo dar una historia del ex-libris desde sus inicios, porque la investigación llevaría más tiempo que vida, sin embargo, y sin picarme de evasivo, sólo dedicaré unas líneas al ex-libris más popular: el que se hace con bolígrafo o con lápiz.
Hacerlo con tinta y agregarle la rúbrica, equivale a una marcada conciencia de pertenencia, es decir, de que ese ejemplar ya forma parte de una vida. También es sinónimo de trabajo, porque se busca entender el tema y, gracias a éste, comprendernos a nosotros mismos. Diametralmente opuesto es hacerlo con lápiz, donde además de reconocerse en la lectura y de compartir un tiempo prístino y único, es darle al libro una segunda de muchas oportunidades para hacer lo suyo, y así seguir con vida en el ancho y ajeno camino de la lectura. Y ¿cómo sucede esto? Muy sencillo: cuando paso revista al acervo de mi pequeña biblioteca, regularmente me fijo en la temática del ejemplar de marras que voy a regalar. Cuando sé que una persona muy querida para quien escribe le dará un buen uso, haciendo de tripas corazón, tomo la goma y borro mi ex-libris. (Pocas veces, me he arrepentido de ello, pero no suele ser a diario. Cosas que pasan.)
Desde este lado del charco, quien escribe también tiene sus manías a la hora de rubricar sus libros. Antes, en la lejana prehistoria, ponía con tinta mi nombre en la primera hoja, además del mes y el año. Tiempo después, hacía esto en la última página, casi llegando al lomo del libro. Gracias a un amigo escritor, cuya guía no cesaré de agradecer, me introdujo al uso del lápiz para rotular mis libros. Actualmente, en la primera hoja pongo la fecha completa (día-mes-año), además de mi rúbrica y, entre paréntesis, si el caso lo amerita, la persona que me lo regaló o que estuvo acompañándome, tanto en persona como en espíritu, al momento de comprarlo.
En una palabra, estas maneras para rotular los libros, cumplen una función de bautizo porque al inscribirse en nuestra vida, se vuelven, de alguna manera, como nuestros hijos o ahijados, cuya compañía es gratificante, pero también su ausencia, temprana o tardía, nos enseña muchas cosas. Me imagino que los libros rotulados con tinta, años después y en la sordidez de las librerías de viejo, tendrán otra oportunidad para vivir, si los futuros dueños lo disponen, llevando consigo el sino de su encarnación anterior. En el caso de los rotulados con lápiz, es volver a empezar, como si fuera el primer día. Después de todo, la lectura no entiende de pertenencias físicas, pero sí de fidelidades espirituales. ¿Será?

1 comentario:

La niña Fonema dijo...

yo sólo pongo mi firma en la primero hoja -que no página-. así,cuando regalo alguno de mis libros, sólo tengo que escribir la dedicatoria correspondiente.
mi papá ponía al reverso de la última hoja la fecha y el precio del libro. supongo que hay manías que hablan más de la cuenta...